Sucesión apostólica
Dicho de manera simple, la teología evangélica diside especialmente de la doctrina de la sucesión apostólica de la teología católica. Ciertamente, Jesús escogió a doce discípulos para dedicarse al ministerio (Mt 10) y, después de su muerte y resurrección, Él los designó para llevar a cabo la Gran Comisión (Mt 28:18-20).
Específicamente, la misión con la que el Padre comisionó al Hijo se transformó en la misión con la que el Hijo comisionó a la iglesia: «como el Padre me ha enviado, así también Yo los envío» (Jn 20:21). Esta misión fue evangelística en esencia, proclamando el Evangelio del perdón de los pecados por medio de Jesucristo (Lc 24:44-48; Jn 20:23) e implicó hacer discípulos a lo largo del mundo (Mt 28:18-20).
El principio del cumplimiento de la misión de la iglesia se narra en Hechos. Lo que es asombroso es la concentración de los apóstoles en anunciar la buena noticia: llamando a las personas a arrepentirse de sus pecados y a confiar en Jesucristo por fe; prometiendo el perdón de los pecados y el don de su Espíritu a aquellos que invocan al Señor, y el bautismo esos discípulos y su incorporacióna la iglesia, donde se llevó a cabo la enseñanza apostólica, la Cena del Señor, la adoración, la oración, la comunión, la generosidad sacrificial, las señales y los prodigios, y la multiplicación (p. ej.: Hch 2:38-47).
Esta narrativa no presenta el desarrollo de una jerarquía que se autoperpetúa ni ofrece el modelo de una línea de sucesión a partir de los apóstoles. Ciertamente, muchos personajes no apostólicos figuran en la historia: Esteban, el primer mártir cristiano (Hch 7); Felipe, el evangelista a los samaritanos y al eunuco etiope (Hch 8); «hombres de Chipre y Cirene» que evangelizan a los griegos (Hch 11:19-22) y que plantaron la primera iglesia gentil, liderada por Bernabé, en Antioquía (vv. 22-26), y otros. Sin duda, los apóstoles seleccionaron a los líderes en las iglesias que habían plantado (p. ej.: 14:23), pero tales nombramientos no transfirieron ningún tipo de autoridad apostólica a sus receptores.
El gobierno de la iglesia episcopal
La forma episcopal del gobierno eclesial, que finalmente llevó a la estructura jerárquica de la Iglesia Católica con el papado como su cabeza, aguardó el desarrollo histórico y no estuvo exenta de problemas.
Su estructura de liderazgo de tres niveles: episcopado (o cargo de obispo); rol de anciano/presbítero/pastor y diacono contradice la estructura de liderazgo de dos niveles expuesto en la Escritura: el Nuevo Testamento presenta un rol de enseñanza y supervisión que es ejercido por líderes que se llaman ancianos, obispos, supervisores o pastores (estos términos se usan indistintamente en el Nuevo Testamento), y un segundo rol de ministerio o servicio que se ejerce por diáconos y diaconisas.
Otro problema es que el desarrollo histórico de este ministerio de tres niveles era una solución pragmática a factores contextuales, específicamente el aumento de la herejía y de la fragmentación de las iglesias a través de la división. La forma de gobierno monoepiscopalista elevaba a un obispo (griego: mono = uno; episcopos = obispo) alrededor del cual la iglesia entera se congregaría con la esperanza de evitar la división y mantener la unidad de la iglesia. Aunque se ofrece apoyo bíblico para este gobierno —p. ej.: el rol de Santiago en el concilio de Jerusalén es similar a la función de un obispo; el nombramiento de Pablo de legados apostólicos (Timoteo y Tito), que a su vez nombraron a otros, aborda la autoridad de un obispo— esto es sólo una semilla a la espera del florecimiento completo del concepto más adelante en la iglesia primitiva.
Este punto introduce un problema adicional: el episcopalismo que conduce al papado se aleja de la suficiencia de la Escritura porque depende del desarrollo de los siguientes siglos para su justificación. Incluso aquí, el desarrollo de esta estructura sólo es parte de la historia, como cierto tipo de forma congregacional del gobierno de la iglesia que estaba presente simultáneamente en la iglesia primitiva.
Pedro, la «roca»
Parte de este desarrollo se centró en la promesa de Jesús a Pedro, quien confesó la identidad de su amigo como «el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Mt 16:16): «Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desates en la tierra, será desatado en los cielos» (vv. 18-19).
Se deben establecer varios puntos: aun cuando algunos teólogos evangélicos interpretan «esta roca» como una referencia a Pedro, y otros como referencia a su confesión, una interpretación más posible es que la roca sea Pedro en virtud de su confesión. Así, Jesús promete que Él está por «instituir una nueva asamblea de su pueblo reunido bajo su gobierno (“mi iglesia”, la llama), en la que participarán los doce y que estará construida sobre Pedro y su palabra autoritativa (la confesión de fe en la identidad de Jesús de Nazaret)»1.
Las «llaves del Reino» prometidas serían lo esencial de la construcción de la iglesia de Cristo. Nuevamente, la manera en que vemos a los apóstoles empleando estos dones en el libro de los Hechos es crucial para nuestra comprensión de la promesa de Jesús. «Estas llaves tienen que ver con el Evangelio y la respuesta de las personas a él: quienes se arrepienten de pecado y abrazan a Jesucristo por fe son “soltados” de su pecado, muerte y condenación, del dominio del mundo y de la esclavitud al maligno. En contraste, quienes se rehúsan a hacer caso a la buena noticia están “atados” en esa persistente pesadilla infernal»2.
Por consiguiente, este pasaje no respalda la jerarquía episcopal de la Iglesia Católica con el papa a la cabeza y dependiente de la sucesión apostólica para su autoridad.
El centro del desacuerdo
Al centro del rechazo que la teología evangélica hace de la sucesión apostólica se encuentra el fundamento de esta doctrina en la interconexión Cristo-iglesia, con su implicancia de que, en cierta forma, Cristo transfirió su autoridad y actividad ministerial a los apóstoles, quienes a su vez, transmitieron a sus sucesores, los obispos, para que continúan en la Iglesia Católica como la encarnación continua de Cristo.
A su favor, el Catecismo afirma que un aspecto del apostolado no puede ser ni ha sido transmitido: ser testigos oculares de la resurrección y, por eso, ser el fundamento de la iglesia. Donde el Catecismo se equivoca es en su insistencia de que otro aspecto del rol apostólico puede ser y ha sido transferido: el nombramiento de sucesores para los apóstoles; por tanto, la sucesión apostólica.
John Webster representa bien la crítica específica de la teología evangélica a esta noción:
En primer lugar, los actos ministeriales de Jesucristo en el Espíritu, mediante los cuales Él reúne, protege y preserva a la iglesia, son, para ser exactos, incomunicables [intransferibles] e irrepresentables. Es decir, si por «comunicación» o «representación» nos referimos a que la asunción de la obra propia de Cristo se llevó a cabo por agentes diferentes a Él, no podríamos utilizar tales conceptos en una teología del ministerio estructurada cristológica y pneumatológicamente. Las premisas dogmáticas de una eclesiología evangélica —que, como el Señor resucitado y ascendido, Jesucristo está presente y activo— no permiten tal transferencia de agencia. Cristo distribuye sus propios beneficios a través de su Espíritu; esto es, por su propia mano; no se debe pensar de ellos como un tesoro que se le entrega a la iglesia para que los administre3.
La teología evangélica disiente de la noción de la teología católica de que Cristo ha transferido su autoridad y actividad a través de los sucesores de los apóstoles mediante la línea de la sucesión apostólica.
Lo que los evangélicos creen
Positivamente, la teología evangélica comprende el apostolado como referencia al enfoque de la iglesia de predicar, escuchar, creer y obedecer las enseñanzas de los apóstoles, registradas en los escritos canónicos del Nuevo Testamento. Con la promesa de la guía del Espíritu Santo para esta tarea, Él ayudó a los apóstoles con su memoria mientras escribían, convirtiéndolos a ellos y a sus escritos en testigos fidedignos de Jesucristo (Jn 14:26).
Es importante mencionar que el apóstol Pedro mismo recalca la manera en la que procuró que las enseñanzas que él había recibido de Cristo se transmitieran a la iglesia después de su muerte («partida»):
Por tanto, siempre estaré listo para recordarles estas cosas, aunque ustedes ya las saben y han sido confirmados en la verdad que está presente en ustedes. También considero justo, mientras esté en este cuerpo, estimularlos recordándoles estas cosas, sabiendo que mi separación del cuerpo terrenal es inminente, tal como me lo ha declarado nuestro Señor Jesucristo. Además, yo procuraré con diligencia, que en todo tiempo, después de mi partida, ustedes puedan recordar estas cosas (2 Pedro 1:12-15).
A continuación, Pedro explica que, como testigo ocular de la gloria de Jesucristo en el monte de la transfiguración, escuchó la mismísima voz de Dios, el Padre, elogiando a su Hijo (vv. 16-18). Sin embargo, maravillosamente, Pedro profesa que «así tenemos la palabra profética más segura» y diserta la Palabra escrita de Dios, producto de que los autores bíblicos fueron inspirados por el Espíritu Santo (vv. 19-21). Si él, como el apóstol principal, consideraba la Escritura como la instrucción segura y divina para la iglesia en la era posapostólica, es difícil ver cómo la sucesión apostólica puede agregarse a este fundamento ya establecido.
Por consiguiente, la teología evangélica abraza el apostolado como la «logocentricidad» de la iglesia, o la centralidad de la Palabra, que está centrada en los escritos de los apóstoles.
Este artículo es una adaptación de un extracto del libro Roman Catholic Theology and Practice: An Evangelical Assessment [Teología y práctica católica romana: una evaluación evangélica], escrito por Gregg R. Allison.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
- Allison, Gregg R. 2012. Sojourners and Strangers: The Doctrine of the Church [Residentes y forasteros: la doctrina de la iglesia] (Wheaton, IL: Crossway), 94. N. del T.: traducción propia.
- Allison. 2012. Sojourners and Strangers. N. del T.: traducción propia.
- Webster, John. 2001. Word and Church: Essays in Christian Dogmatics [Palabra e iglesia: ensayos sobre dogma cristiano] (Edinburgh and New York: T & T Clark), 199-200. N. del. T.: traducción propia.