Este artículo es parte de la serie Querido pastor publicada originalmente en Crossway.
Desesperado por crecimiento
La música retumbaba en mis oídos mientras me agachaba en el vestíbulo de la iglesia rogándole a Dios que enviara a una sola familia a través de las puertas. Esto se había convertido en mi rutina dominical. La plantación de nuestra iglesia no estaba muy bien establecida, pero teníamos todos los elementos que la gente decía que necesitábamos para su crecimiento: un nombre genial, una banda genial y un grupo medular de jóvenes geniales. Sin embargo, la gente se mantenía alejada en masa. Y domingo tras domingo, se convirtió en una especie de crisis de fe para mí tener que soportar otra ínfima asistencia.
Sabía de qué manera fanfarronear sobre cómo pastorear a los que tienes, sobre cómo no confiar el crecimiento de la iglesia a artilugios de producción y métodos pragmáticos. No obstante, igual me dolía que el Señor no hubiera recompensado nuestra fidelidad con éxito.
¿O lo había hecho?
Quince años después, he aprendido mucho más sobre la experiencia del crecimiento de la iglesia. Tomé esa misma fe frágil en la convicción bíblica sobre cómo «hacer iglesia» y la lleve al pastorado en Nueva Inglaterra, el estado con menos iglesias de la nación, de hecho, donde miles de miles de personas generalmente se mantienen alejadas de la iglesia en masa. En un contexto donde el cristianismo cultural no era un factor, donde las personas eran ampliamente ambivalentes sobre el cristianismo (o abiertamente hostiles), y en una iglesia donde enfáticamente no teníamos los elementos que los expertos dicen que necesitas para hacer crecer una iglesia, el Señor comenzó a enviar a muchos a través de nuestras puertas.
Nuestra iglesia era por excelencia la arquetípica iglesia de Nueva Inglaterra con un campanario blanco y ubicada en la plaza de la ciudad. La edad promedio de nuestra banda de adoración era de sesenta años. Teníamos un viejo órgano de tubos y lo usábamos para cantar himnos antiguos. Cuando llegué a esta iglesia, no había mucha gente y casi no teníamos jóvenes. Nuestro servicio duraba casi dos horas. Yo predicaba mensajes expositivos a través de los libros de la Biblia. Y las personas vinieron. Y siguieron viniendo. Nuestra asistencia aumentó constantemente, regularmente nos faltaban sillas y lugares para estacionar, la cantidad de bautismos aumentaba cada año, nuestra membresía creció.
Sin embargo, nunca olvidé esos días en el vestíbulo de la plantación de la iglesia, cuando rogaba a Dios que nos enviara uno o dos más. Había aprendido una valiosa lección en los difíciles días de escasez que me ayudaron en gran manera en los gozosos días de abundancia, es decir, que Cristo no está particularmente interesado en el tamaño de mi iglesia.
Apunta a la fidelidad
No te llevarías esa impresión de los gurús del crecimiento de la iglesia, donde la fidelidad es igual a y es comprobada por el éxito visible. Si tu iglesia está aumentando en número, se toma como una prueba verificable de que estás haciendo algo bien. Y, por supuesto, también hemos visto la deprimente desventaja de esta lógica cuando los líderes abusivos y descalificados a menudo mantienen sus posiciones por la «prueba» de su éxito. No obstante, yo tuve que aprender tempranamente a no sintonizar mi corazón con el crecimiento o caída de las métricas de la iglesia.
En primer lugar, simplemente no pude ver ese énfasis en la Biblia. Claro, hay muchas veces en las que son contados los siervos del Señor. Contaron cuántos se sumaban al número de seguidores de Cristo, contaron cuántos habían sido testigos de la predicación de Cristo, etc. Esto me dice que no hay nada malo con contar y me dice, de hecho, que contar me puede decir cosas importantes. Sin embargo, no puede decirme las cosas más importantes. A medida que Pablo y los otros apóstoles instruyeron a las iglesias y a sus líderes a través de sus cartas, nunca encontramos ninguna aproximación a la pregunta: «¿cuántos han llegado a tu iglesia?». Parecen completamente desinteresados en eso.
En segundo lugar, el testimonio de la Escritura parece estar centrado en la idea de que, si bien los cristianos deben permanecer especialmente fieles al evangelismo y a la misión de Dios en general, la iglesia está diseñada para existir como una especie de minoría en el mundo. Deberíamos esperar no ser populares.
Por supuesto, algunas iglesias son más populares que otras. Y no hay nada inherentemente malo con una iglesia grande. Es probable que tú y yo hemos conocido pastores de mega iglesias que llevan vidas fieles, como también pastores de iglesias pequeñas que no lo son. El punto es este: el tamaño no es un indicador confiable de fidelidad, y no funciona como sea que queramos usar esa lógica, ya sea en contra de la pequeñez o en contra de la enormidad.
No, lo que el Señor nos pide es fidelidad. Y si bien es perfectamente normal que cada pastor quiera que su iglesia crezca (nuevamente, no compres la idea de que el tamaño prueba fidelidad en sí mismo), es también idolátrico que asociemos nuestra validación, nuestra justificación, nuestro sentido de bienestar con la asistencia, presupuesto o plataforma. Es un juego perdido.
El favor constante de Cristo
A medida que nuestra iglesia en Nueva Inglaterra crecía, muchas iglesias alrededor nuestro no lo hacían. Teníamos todas las marcas visibles de éxito que quiere un líder normal. Y recibí muchas felicitaciones por eso. Fui llevado a un buen número de reuniones en las que otros pastores me preguntaban sobre mis métodos mientras tomábamos café. Por lo general, se sentían decepcionados porque mi respuesta decía que básicamente tratábamos de mantenernos fieles a la predicación del Evangelio, a amarnos unos a otros y a amar a nuestro prójimo. Hacíamos algunas cosas de acción social, sin duda, y también hacíamos entrenamiento en evangelismo. Pero no estábamos siguiendo ninguna receta para aumentar el crecimiento de la iglesia. Estábamos plantando, regando y confiando en que Dios traería el crecimiento… o no.
Aunque disfrutaba el crecimiento y quería que mi iglesia disfrutara el crecimiento, yo quería —de manera imperfecta, por supuesto— no llevarme el crédito. Mi experiencia anterior de plantación de iglesia también me enseñó esta lección: la medida del crédito que me den por el crecimiento, es la medida con la cual me culparán por la falta de crecimiento. Cristo no nos está llamando a hacer crecer su iglesia. Él hará eso. Él nos está llamando a ser fieles.
Cuando llegues al final de tu carrera, no serás juzgado por cuántas personas pastoreaste. Tendrás que dar cuentas por cómo pastoreaste, por supuesto, pero no por cuántos.
Mientras te esfuerzas y confías, puedes aprender a echar esta preocupación terrenal sobre Él. Le puedes confiar a Él la asistencia de tu iglesia. Le puedes confiar a Él los límites de tu liderazgo personal. Le puedes confiar a Él lo que Él te ha confiado a ti. Si pastoreas lo suficiente, es probable que veas momentos en que los números crecen y otros en los que decrecen. Tendrás tiempos ministeriales de mucho y otros serán de muy poco. Ese es el curso de una vida normal. Ayudará a tu cordura —¡y a tu resistencia!— si ajustas tus afectos no a «cómo le está yendo a la iglesia», sino al fundamento inconmovible y al amor irrevocable de Cristo, el Rey. Su favor hacia un pecador como tú no crece ni decrece. Siempre está lleno a rebosar.
No me malinterpretes, Jesús está muy interesado en hacer crecer su Reino. Él se asegurará de que su plan para la extensión del Evangelio y la expansión de su gloria en cada rincón de la creación sea cumplido. Y esto puede significar el crecimiento de tu iglesia. Pero puede que no. La pregunta es: ¿puedes aceptar eso? Jesús lo hace.
Jared Wilson es el autor de The Pastor’s Justification [La justificación del pastor].