Fue una gran patada en el estómago. Una patada que me provocó náuseas y taquicardia.
Recuerdo haber estado mirando, confundida, la pantalla del computador. De todos modos, ¿qué era lo que estaba mirando exactamente? ¿Es lo que creo que es?
Entonces, me di cuenta de a poco.
Y luego, una patada inesperada en mi estómago.
Habíamos escuchado sermones juntos; habíamos asentido con nuestras cabezas al mismo tiempo, mostrando que estábamos de acuerdo. «Sí, la pornografía destroza vidas». «Sí, el porno transforma a las mujeres en objeto». Sí, sí, a todas esas cosas. Incluso las habíamos conversado, ad nauseam.
Él, por supuesto, «había luchado» con la lujuria. Palabra clave: luchado (la terminación «ado» me indicaba que era una lucha en el pasado, que ya no existía). Por lo que yo estaba bien; estaba segura; me había casado con un hombre cristiano. No había razón para preocuparme con pensamientos de comparación o inseguridades sobre mi tipo de cuerpo. Mi esposo solo tenía ojos para mí y yo solo tenía pensamientos de lástima por aquellas pobres y desafortunadas mujeres cuyos esposos no tenían el dominio propio de mi marido.
Pero, esa noche todo se vino abajo. Recuerdo haber entrado tropezando en la habitación, confundida por el suave brillo que iluminaba el lugar a esa hora de la noche (tratando de entender por qué él estaba en pánico) y entonces vino el golpe devastador. Y luego la vergüenza, la culpa, la autocondenación, el enojo incontrolable y la incapacidad de debilitar los sentimientos de traición.
¿Quién es esta persona con quien me casé?
Me habían mentido.
Pensamientos y dudas seguían viniendo a mi mente. Me convertí en una mujer obsesiva. Mis ojos constantemente seguían los suyos. Ningún lugar era seguro. ¿La barista de Starbucks? ¿Por qué ella? ¿La mujer en el servicio dominical? ¿Por qué sus ojos permanecieron en ella? ¿Ningún lugar es seguro? Rápidamente se convirtió en algo cansador. Mi cerebro estaba «encendido» constantemente.
Luego vino el ataque de inseguridades personales. ¿Por qué existen tantas mujeres que son más atractivas que yo? ¿Por qué nunca puedo ser lo suficientemente delgada? ¿Por qué mi cabello no es lo suficientemente castaño? No era fenotípicamente posible para mí competir con los objetos de la lujuria de mi esposo. La genética nunca estuvo a mi favor. El interminable ruego hacia mi esposo y la necesidad de aprobación y afirmación constantes se estaban convirtiendo en una presión para nuestra relación, hasta que concluí: él no fue diseñado para cargar con el peso de mi idolatría y yo no fui diseñada para cargar con el peso de prevenir su pecado.
Seis verdades para esposas heridas
Después de haber recibido mucha consejería, de haber llorado, discutido y orado (un proceso largo de sanidad y restauración llena de gracia en Cristo), Dios me ha mostrado varias verdades que podrían ministrar a muchas otras esposas como yo.
1. Tú, querida mujer, no estás en una guerra contra tu marido
Tu esposo y tú están en una guerra juntos contra el pecado. A Satanás no le gustaría nada más que separar otro vínculo pactual. Déjame tomar la delantera y afirmar que, sí, una lamentable consecuencia del pecado es la que hiere tu relación. Peleen eso con la sangre de Cristo. A todos se nos ofrece el perdón en el camino de regreso a la unidad marital.
Sin embargo, al buscar «unidad», no estamos aprobando el pecado. Enójate con el pecado. Fíjate en Jesús y en su enojo (por gracia, haz que sea un enojo justo). «Enójense, pero no pequen…» (Ef 4:26). Vayan a consejería; oren juntos; encuentren una comunidad bíblica en la que puedan confiar y en la que puedan ser vulnerables. Luchen juntos contra este pecado y busquen ayuda en otros.
2. Su pecado no es culpa de tu cuerpo
Aunque aprecio la infinita cantidad de literatura marital que defiende el valor de estar en forma para el marido, la verdad es que incluso las mujeres más atractivas y físicamente en forma son víctimas del dolor de la infidelidad de sus esposos. No es culpa de tu cuerpo.
Hermana en Cristo, vas a envejecer. ¡Estás envejeciendo! Habrán momentos en los que no podrás verte como en el día de tu boda. He tenido tres hijos y puedo dar fe de esto personalmente. Tenemos que confiar en Dios con nuestro cuerpo de ocho semanas postparto. Debemos confiar en él con nuestro cuerpo de recién casadas. Y, aunque aun no he experimentado esto personalmente, debemos confiar en él con nuestro cuerpo anciano.
Sí, mantente en forma lo mejor que puedas para tu esposo. Pero no como un seguro de lujuria para evitar que lidie con su corazón y con la raíz de su propia lucha con el pecado. Tu nivel de atractivo no es un tipo de medida preventiva espiritual. Es más importante que estés suplicándole a Dios en oración por tu marido que trabajando la circunferencia de tus muslos.
3. Abraza la soberanía de Jesús y confía en él por tu marido
Esta pelea juntos no se trata de lo que tú hagas o no hagas. Jesús es Señor sobre todo, también sobre las luchas de tu esposo. Solo la gracia puede provocar el cambio permanente que tu esposo necesita desesperadamente. No tú. Tú no eres su Señor. Tú no puedes y jamás has podido cambiar la condición del corazón de alguien más. Si tu esposo alguna vez ve la fealdad del porno, él primero necesita ver la belleza de Cristo como parte de su experiencia diaria de la vida cristiana. Y tú no puedes darle esa visión espiritual. Es un don de Dios.
4. No hay justificación para tu pecado de la amargura
El pecado sexual tiene consecuencias nefastas. Destroza familias; personas pierden sus trabajos debido a él. Hemos visto carreras políticas desplomarse debido al pecado sexual; pastores se suicidan debido a las secuelas que este trae. Nunca debe tomarse a la ligera.
Sin embargo, tu amargura y resentimiento tampoco deben tomarse a la ligera (Ef 4:31). Sé honesta con tu esposo, pero no lo condenes (Ro 8:1).
5. Él te necesita a ti y a tu perdón más que nunca
Somos llamadas a llevar las cargas los unos de los otros y a perdonarnos, como nosotros hemos sido perdonados (Col 3:13) y no solo cuando esas cargas sean más convenientes para nosotras. Esos mandamientos precisamente son para los momentos en los que cuesta perdonar (cuando las cargas de nuestro marido dan como resultado nuestro propio dolor). Esas son cargas que no podemos agravar al abandonarlo. Esas son las cargas a las que somos llamadas para ayudar a cargar (Ga 6:2).
6. Tu esposo no es tu salvador y tú no eres el de él
No somos capaces de salvar a nuestros esposos más de lo que nuestros esposos son capaces de salvarnos a nosotras. Ambos somos criaturas en necesidad de gracia. Las estructuras y las reglas de rendición de cuentas y los límites en internet tienen su lugar a veces. Sin embargo, en última instancia, todo se reduce a ti solamente, cuando aparecen esos momentos de tentación. En esos momentos, solo puedes confiar en Jesús para ayudarte. Y es en esos momentos donde solo puedes confiar en Jesús para ayudar a tu marido. En un mundo lleno de seductoras tentaciones sexuales, nada más que la sangre de Jesús puede limpiar nuestro pecado y librarnos de él.
Sigue adelante
Se puede decir mucho más respecto a este tema, pero el problema subyacente es este: todos somos pecadores depravados necesitados de gracia; hombres y mujeres que necesitan andar por fe y no por vista (2Co 5:7). No podemos autoexpiar nuestro pecado. Sin embargo, afortunadamente, Jesús expió todos nuestros pecados. Solo su obra en nosotros puede ayudarnos a convertirnos en las personas que somos llamadas a ser. Es solo por su gracia que nuestros matrimonios tienen la esperanza de durar hasta que la muerte nos separe.
Por lo tanto, sigue adelante, querida amiga. Entrégale tu esposo a Dios cada día. Confía que él tiene planes para él que incluyen esta parte de su historia. Y confía lo mismo para ti también.
Nota de la autora: Este artículo fue escrito y compartido en Internet con el permiso y el apoyo de mi marido con la esperanza mutua de que nuestra disposición a hablar sobre esto ministre gracia y verdad a nuestras hermanas en Cristo que se encuentran en el crisol de este mismo dolor.