volver
Photo of El embarazo puede ser aterrador
El embarazo puede ser aterrador
Photo of El embarazo puede ser aterrador

El embarazo puede ser aterrador

Había un balde de pelotas saltarinas eléctricas, no un bebé, en mi estómago. Simplemente, no dejaba de moverse. Normalmente, los golpes y patadas me daban consuelo: «llama al doctor si no has sentido al bebé moverse por un tiempo», me dijeron. No tenía ninguna razón para tomar el teléfono; al contrario, me tocó uno que me mantendría despierta toda la noche. «Me pregunto por qué se mueve tanto», le dije a mi marido antes de acostarnos. Cuando él se acercaba al interruptor, yo tomé mi teléfono: «¿qué significa que tu bebé se mueva mucho?», tipeé en Google. Me dolió el estómago mientras leía el primer resultado: «los intensos movimientos fetales están asociados a muerte fetal». Como dije, no dormí esa noche.

Los Salmos y los motores de búsqueda

Me pregunto cuántas madres cristianas saturadas de tecnología del siglo xxi, como yo, viven bajo su propia traducción de Filipenses 4:6: «Por nada estén afanosos; antes bien, en todo, sean dadas a conocer sus peticiones a Google». Cuando quitamos la oración, la súplica, la acción de gracias y, por sobre todo, a Dios de la ecuación, perdemos toda posibilidad de experimentar un final duradero para nuestra ansiedad de mamás. No podemos tipear, escrolear, cliquear y leer nuestro camino hacia la paz. No existe la «paz de Google», sólo la paz de Dios (Fil 4:7). Y para eso, debemos orar. Lo cual puede ser un poco difícil de hacer para las madres que están esperando un bebé. Cargadas con los hijos que no podemos sostener, pero que amamos profundamente, nuestras mentes tienden a desplomarse en caminos hipotéticos: «¿cuánto tiempo ha pasado desde que el bebé pateó?; ¿no deberían ser más fuertes las patadas?; ¿realmente el bebé está creciendo?; ¿estoy alimentándome lo suficiente?; ¿cuánto debería estar comiendo?». Corazón palpitante, labios apretados, parece muchísimo más fácil buscar en Internet, con los dedos frenéticos, que buscar a Dios en oración. Aquí es donde entra el libro de los Salmos. Por milenios, los santos inquietos han acudido a sus páginas. Cuando carecemos de palabras, suficiente calma o incluso del deseo de orar, los Salmos nos dan cientos de formas de hablar con Dios. Considera, por ejemplo, cómo una madre ansiosa que está esperando un bebé podría usar el Salmo 139 para orar por su hijo que aún no nace.

«Tú lo ves»

Debido al puro hecho de que no podemos ver a nuestros bebés que aún no nacen, a menudo imaginamos qué podría andar mal. Con la ayuda del Salmo 139, podemos ir de la ansiedad a la adoración. Las palabras del rey David nos llaman a maravillarnos en lugar de preocuparnos por lo que los hombres no pueden ver, mientras adoramos a Dios quien vigila con sus ojos a nuestros hijos en nuestro vientre. En el espíritu del salmo, podemos comenzar, enfocándonos en la omnisciencia de Dios sobre nuestra ceguera. «Oh Señor», podemos orar, «Tú me has escudriñado y conocido no sólo a mí, sino que también a mi hijo. Tú conoces mi sentarme y cuando mi hijo se mueve. Conoces bien todos mis caminos, desde la palabra en mi boca hasta el órgano que se formará ahora. En una palabra, tu mano pusiste sobre mí» (vv. 1-5). Lo que es oscuro para las madres (el vientre, nuestros hijos que aún no nacen, lo que depara el futuro) es luz para Él (v. 12). Ansiosas por lo que no podemos ver, podemos adorar al Dios que nunca deja de ver. No ha habido momento en el que Él no haya visto. Su conocimiento de nuestros hijos que aún no nacen nunca comenzó; siempre ha sido; «Tus ojos vieron el embrión de mi hijo una eternidad antes de que la prueba de embarazo diera positivo. Ninguna parte de este proceso se ha escondido de tu vista» (vv. 15-16). Mientras decimos estas palabras a nuestro Dios que todo lo ve, dejemos que fluyan por nuestro ser interior que no ve. El asombro es un gran antídoto para la preocupación.

«Tú eres soberano»

Dios no sólo ve lo que está pasando dentro de nuestros estómagos y vidas; Él soberanamente supervisa todo. Sabemos que no podemos ver crecer a nuestros hijos que aún no nacen, pero eso no nos detiene de pensar que podemos controlar nuestro embarazo, al menos en cierta medida. Es por eso que a menudo pasamos de una búsqueda a otra: por el control. Podemos alabar a Dios por tener tanto acceso a información que es vital (probablemente, es sabio no comer pescado crudo si es que todo instituto de salud así lo dice), pero no debemos engañarnos, mientras cargamos a nuestros hijos, Dios está en control de ellos.  El Salmo 139 ofrece un recordatorio adecuado, cuando David le atribuye acción tras acción, resultado tras resultado sólo a Dios. Con David declaramos: «Tú formaste las partes interiores de este niño; entretejiste a este bebé en mi vientre. Te alabo por las obras del embarazo que asombrosa y maravillosamente hiciste. Estás creando y tejiendo esta personita» (vv. 13-15). Una madre embarazada no puede atender los átomos de su hijo que aún no nace más de lo que puede tocar la luna, afortunadamente. No tenemos el poder para formar, tejer, hacer ni entretejer. Pero Dios sí, y su oído es nuestro. Es más, David afirma cómo Dios forma tanto los cuerpos como los días. Antes de la fundación del mundo, Dios no sólo escogió crear a nuestros hijos, sino que determinó la longitud de sus vidas. Por medio de la oración le decimos a Dios y a nosotras mismas: «en tu libro se escribieron todos los días que fueron formados para este bebé» (v. 16).  Dios no escribió las historias de nuestros hijos en un cuaderno polvoriento de tres anillos, de esos que siempre están dando vueltas por ahí, para luego cerrarlo de golpe. David dice: «en tu libro se escribieron». Mamás que están embarazadas, ¡nuestro Padre tiene un libro! Y Él siempre está al tanto de sus relatos de las vidas de nuestros hijos que aún no nacen (y de todos los demás). Puesto que lo que Él ha escrito, lo cumplirá. Lo que sea que traiga este trimestre, que nuestras oraciones se apoyen en el Dios soberano que lo sostiene.

«Tú estás ahí»

A estas alturas, es fácil estar de acuerdo con David sobre la extensión del conocimiento y del poder de Dios. Sus atributos son «demasiado maravillosos para [nosotras]», demasiado «elevados» de entender y comprender (v. 6). Al mismo tiempo, el Salmo 139 anima a las madres a descansar seguras de que Él está con nosotras, en todas sus grandes y misteriosas perfecciones. David nos enseña esta lección al llevarnos de viaje por el universo. Él se imagina en el cielo y abajo en el Seol (v. 8), al este donde sale el sol y al oeste donde están los mares (v. 9). En cada lugar, Él encuentra a Dios ahí. Maravillosamente, el Señor no llega después de David, sino que lo guía Él mismo (v. 10). Después del ejemplo de David, podemos imaginarnos atravesando los cientos de altibajos del embarazo (un ejercicio que podría hacer pasar nuestras emociones por una máquina de flipper). Imagina a un doctor señalando un punto blanco parpadeante, con lágrimas de alegría brotando de nuestros ojos. Hay un latido. Un mes después, ese latido parece demasiado bajo e incluso inconsistente. Lloramos nuevamente, esta vez de temor. Da un paso atrás de cada hipótesis. Anda a Dios y di: «¡durante las ecografías, Tú estás ahí! ¡En las noches cargadas de preocupación, Tú estás ahí! ¡En la habitación del hospital, Tú estás ahí! Sea lo que sea que venga, estás conmigo donde sea que vaya, liderándome, guiándome y sosteniéndome» (v. 8). A medida que adoramos su presencia, ella nos consuela.

«Protege a este niño»

Hacia el final del salmo, después de que David adoró al Dios soberano que todo lo ve y que todo lo rige, va a la petición, rogando fervientemente a Dios para que actúe (vv. 19-22). Confiando en que Dios está sobre su vida, él le pide a Dios que intervenga en ella. De la misma manera, mientras una madre más recuerde el poder de Dios tanto para quitar como para dar vida, más le pedirá a Dios que proteja a su hijo en su vientre. Oramos confiadamente para que Dios proteja a nuestros hijos que aún no nacen porque tenemos confianza de que Él puede protegerlos. Le pedimos que baje la presión arterial, que aumente el crecimiento, que quite las hemorroides, que induzca el parto, todo, porque Él puede. Y también oramos, con la ferviente confianza de la seriedad extrema de una madre cristiana; «¡protege a este niño, oh Dios!». Él se deleita en las súplicas de una madre por su hijo que aún no nace, lo que en sí mismas son expresiones de adoración. Le pedimos porque sabemos que Él está con nosotras, escuchando nuestros clamores. Se lo pedimos porque sólo un Dios omnisciente y todopoderoso puede sostener a los bebés en nuestras panzas. Le pedimos porque sabemos que Él ama a esos bebés más de lo que podemos comprender. ¿Acaso los pensamientos de Dios sobre este embarazo no deberían ser más preciados para nosotras que los de Google (v. 17)? Una sola búsqueda puede arrojar 239.000.000 resultados (acabo de revisarlo), pero incluso ese número tiene un fin, un límite, un margen. El conocimiento de Dios es infinito, más vasto que las arenas de todas las playas (v. 18). Su poder, su presencia y su capacidad de proteger de igual forma no tiene fin. Y, ¿puedes creerlo? Este Dios está con nosotras.
Tanner Swanson © 2023 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.