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Eres bienvenido aquí

La muerte redentora de Jesús salva personas, pero hace más que solo eso. Crea comunidades, al formar milagrosamente personas redentoras en iglesias que viven como familia unos con otros. En Romanos 15:7, el apóstol Pablo identifica la base y el objetivo de una verdadera comunidad: «Por tanto, acéptense los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó para la gloria de Dios». Cada iglesia que conozco quiere ser una iglesia acogedora. Sin embargo, la forma en la que pensamos sobre ser «acogedores» a menudo resulta superficial, se limita a un cálido saludo con una sonrisa, a un apretón de manos y un paquete de bienvenida el domingo en la mañana. Lo que Pablo entiende por «acogedor» es más profundo y más alto que eso: está profundamente enraizado en la tierra del Evangelio mismo y llega tan alto que logra algo de un valor incalculable.

La raíz de la comunidad cristiana

«Acéptense los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó para la gloria de Dios». Pablo escribió estas palabras a la iglesia en Roma que estaba experimentando una tensión importante entre cristianos que eran judíos y gentiles. Ellos no estaban de acuerdo sobre comer ciertos alimentos y guardar ciertos días. Dentro de este conflicto, Pablo declara la verdad del Evangelio de que «Cristo nos aceptó». La aceptación de Cristo no es solo un apretón de manos amistoso ni una sonrisa amable. Es salvación (Ro 10:13), reconciliación (Ro 5:10) y recibimiento en la familia de Dios (Ro 8:16). Y es costoso: tomó la muerte de Cristo en nuestro lugar y su resurrección de entre los muertos para que podamos ser aceptados por él. Sin embargo, fue un precio que el Hijo sufrió con gusto con el fin de recibirnos (Jn 10:18). La aceptación que Cristo nos muestra a nosotros es la base y el modelo para nuestra continua aceptación mutua: «acéptense los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó». Puesto que Jesús murió en nuestro lugar para aceptarnos dentro de la familia de Dios, nuestra aceptación mutua quiere decir que vivimos juntos como familia.

La dinámica de la comunidad cristiana

¿Cómo interactúa una familia saludable? La pregunta guía nuestra vida juntos en una comunidad cristiana. Nos amamos mutuamente a través de los desacuerdos, como lo hace una familia saludable. Estamos dispuestos a reconciliarnos, a adorar y a trabajar juntos. No evitamos ni despreciamos a los miembros de la familia que tienen personalidades extravagantes o cualidades molestas (o a aquellos que simplemente son diferentes a nosotros en la forma en que se visten o hablan). Al contrario, nos aceptamos los unos a los otros porque somos parte de la misma familia. Participamos juntos en comunidad y nos servimos mutuamente en los trabajos que necesitan realizarse, porque eso es lo que hace una familia saludable. Encontramos maneras, ya sea grandes o pequeñas, por medio de palabras y acciones, para decir, «eres parte de mi familia, así que me sacrificaré para servirte». Nos aceptamos mutuamente al servir en la guardería, al sentarnos junto a la cama de un hospital, al proveer transporte, al orar fielmente, al trabajar en medio del conflicto y en miles de otras maneras. El tipo de bienvenida que Pablo requiere de nosotros no es la tarea del «ministerio de bienvenida» o del «equipo de bienvenida» solamente, sino que de la iglesia completa. No es un evento, sino que una continua forma de vida. Amar a nuestra familia de la iglesia requiere tiempo, sacrificio y humildad, así como nuestra aceptación dentro de la familia de Cristo requirió su muerte en la cruz.

El objetivo de la comunidad cristiana

El resultado de una comunidad cristiana que realmente está viviendo de esta manera es impresionante. Pablo dice que debemos aceptarnos unos a otros como Cristo nos aceptó «para la gloria de Dios». Es posible para una comunidad de pecadores redimidos desplegar el valor de Dios al mundo. No puede existir un objetivo más alto para ninguna iglesia. La enseñanza de Pablo es una gran noticia para iglesias pequeñas y comunes. Significa que no necesitas edificios hermosos, ni los ministerios más novedosos, ni pastores famosos, ni música fenomenal, ni programas para todas las edades con el fin de darle la gloria a Dios. Tu iglesia glorifica a Dios al ser familia unos con otros, al aceptarse mutuamente como Cristo ya te aceptó a ti. Esta Semana Santa, recordemos uno de los regalos más grandes que recibimos de la cruz: una comunidad verdadera que cuenta la gloria de Dios.
Stephen Witmer © 2017 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
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Preguntas que debes hacerte antes de comenzar a chismear
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Preguntas que debes hacerte antes de comenzar a chismear

Quizás has tenido la perturbadora experiencia de terminar una conversación, irte y preguntarte si es que lo que acabas de decir fue un chisme. A veces es difícil saberlo. El chisme es un pecado sombrío, borroso en sus bordes. ¿Cuándo callamos nuestras conversaciones por discreción y cuándo son simplemente susurros deliciosos del chismoso (Pr 18:8)? Cuando nueva información sobre otra persona llega a nuestros oídos, tenemos muchas opciones. Podemos conversar con esa persona sobre lo que supimos, hablarle a otras personas de eso o guardárnoslo y contarle a Dios. El chisme es contar a espaldas de alguien lo que debes decirle a la cara o no decirle nada. Sin embargo, la vida es compleja. A veces debemos buscar oración y sabiduría de amigos piadosos cuando luchamos con relaciones difíciles con un hijo, un cónyuge, un vecino o un hermano de la iglesia. Son esas las situaciones en las que debemos ser particularmente cuidadosos de que nuestra búsqueda de consejo no se transforme en una simple excusa para el chisme. A continuación, comparto ocho preguntas de diagnóstico que te ayudarán a discernir conmigo si, al hablar con otros sobre otra persona con las que estamos luchando, en realidad estamos chismeando.
  1. Si estás involucrado en un conflicto con otra persona, ¿estás hablando con otros solo de los pecados de la otra persona y nunca sobre los tuyos? Si es así, probablemente estás chismeando.
  2. ¿Tu conversación con amigos sobre esta otra persona tiene el propósito de prepararte para una conversación productiva con la persona? Si no es así, probablemente estás chismeando.
  3. Si estás buscando el consejo de otros para saber cómo lidiar de manera sabia con esta persona, ¿mantienes la identidad de la persona en secreto a no ser que sea necesario revelarla? Si no es así, probablemente estás chismeando.
  4. ¿Disfrutas compartir esta información con tus amigos? Si es así, probablemente estás chismeando. El chisme es delicioso (Pr 18:8). Buscar consejo debido a una situación quebrantada y difícil es bueno, pero es doloroso, no es agradable.
  5. ¿Cuál es el tono de tu voz y el tenor de tu corazón? ¿Eres sumiso, humilde y estás destrozado cuando compartes el pecado de esta otra persona, o te sientes enojado y justificado al comparar? Si es así, probablemente estás chismeando.
  6. ¿Estás conversando con Dios sobre esta persona tanto como con tus amigos? Si no es así, probablemente estás chismeando.
  7. ¿Estás limitando la cantidad de amigos con los que hablas? Si no es así, probablemente estás chismeando. El chisme busca esparcir el mensaje ampliamente, pero Jesús busca restringir ciertos mensajes delicados (Mt 18:15-17).
  8. ¿Consideras a aquellos con quienes compartes información delicada como receptores pasivos o participantes involucrados? El objetivo de Jesús para nosotros al hablar con otros nunca es mera ventilación. Aquellos que reciben información deben estar dispuestos a acompañarnos para ir a la persona con la que necesitamos conversar, con el fin de servir como testigos (Mt 18:16). Si no entiendes que quienes te escuchan tienen este rol activo y participativo, probablemente estás chismeando.
Lamentablemente, yo he cruzado la línea hacia el chisme demasiadas veces en mi vida. No obstante, han habido algunas victorias. Hace muchos años, escuché un chisme sabroso sobre otra persona. No puedo recordar ahora lo que era, pero sí recuerdo llegar a casa y querer compartirlo con mi esposa. Sin embargo, me detuve y me pregunté, ¿por qué quiero compartir esto? ¿Realmente es algo que me incumbe a mí o a mi esposa? No. ¿Ella podrá hacer algo respecto a eso? No. ¿Le voy a compartir esto para que me ayude a ayudar a la persona? No. Me di cuenta de que era un chisme. Entonces, no dije nada. Dios fue honrado, y mi comunidad, mi matrimonio y mi propia alma fueron salvadas de los efectos corrosivos del pecado. El chisme crea disensión y desconfianza, destruyendo comunidades (2Co 12:20) y amistades. «El hombre perverso provoca pleitos y el chismoso separa a los mejores amigos» (Pr 16:28). Evitémoslo, y en lugar de ello oremos para que nuestras bocas sean fuentes de vida para quienes nos rodean (Pr 10:11).
Stephen Witmer © 2016 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.