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Criar una familia lejos de casa
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Criar una familia lejos de casa

Había tenido un tiempo difícil intentando encontrar un asiento en la graduación de octavo grado de mi hija. Caminé por las filas de familia extendida que se sentaron juntas: mamás y papás orgullosos, abuelos canosos, así como también tías, tíos y primos. Aunque finalmente encontré un asiento vacío, junto a una amiga con su familia extendida, la tristeza entró sigilosamente en mi corazón. Uno de los profesores favoritos entró en el escenario y llamó a nuestra hija para que recibiera un premio especial. Las lágrimas llenaron mis ojos mientras escuchaba sus palabras positivas y disfrutaba de este hito en la vida de nuestra hija. Deseé que nuestra familia completa pudiera haber experimentado en persona lo que yo intentaba capturar en video. Deseaba que todos pudieran haber estado ahí. Quizás puedes identificarte con esto. Tal vez el trabajo de tu cónyuge los ha llevado lejos de casa o sus vidas como misioneros los ha llevado al extranjero. Quizás seas parte del ejército y deban cambiarse de casa cada dos o tres años. En la providencia de Dios, muchas cosas buenas y valiosas nos llevan lejos de aquellos que amamos, lo que nos deja luchando para confiar en el Señor y estar contentos. A pesar del hecho de que me encantaría tener a mi familia cerca, Dios ha provisto ciertas bendiciones inesperadas a medida que criamos a nuestros hijos lejos de casa.
1. Realmente dejas a tu familia biológica y te unes a tu nueva familia
Irse lejos de casa realza dejar a tu familia biológica en matrimonio y abre más la puerta para unirse como nueva familia. El apóstol Pablo escribe (citando a Génesis): «Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne» (Ef 5:31). Después de habernos cambiado de casa a una nueva ciudad, mi esposo y yo solo nos teníamos el uno al otro. Dejar y unirse no fue tan complicado para nosotros, puesto que no era fácil irnos a la casa de nuestros padres cada vez que teníamos un desacuerdo. En los últimos dieciocho años de nuestro matrimonio, hemos vivido en tres estados diferentes mientras nos preparábamos para el ministerio y el servicio en varias iglesias. En los tres lugares, hemos estado lejos de las familias de ambos. En ciertas maneras, ni siquiera sabemos cómo sería vivir cerca de nuestros padres o hermanos. Esta siempre ha sido nuestra normalidad. Mi esposo y yo aprendimos cómo confiar el uno en el otro, a formar amistades juntos y comenzamos nuestra nueva vida sin las complejidades relacionales de tener cerca a la familia extendida. Obviamente extrañamos los beneficios de estar más cerca, pero somos agradecidos por cómo Dios nos ha bendecido también. Nuestro matrimonio es más fuerte debido al camino que hemos recorrido juntos.
2. La familia de la iglesia se convierte en tu familia
Sin la familia extendida cerca, las relaciones dentro del cuerpo de nuestra iglesia inmediatamente se hicieron más significativas. Ni siquiera puedo comenzar a contar todas las maneras en que Dios ha provisto el apoyo que necesitamos por medio de la familia de la iglesia. Desde babysitting y comidas cuando nacieron nuestros hijos hasta ir a las presentaciones o recitales de nuestros niños, vínculos que han sido formados con nuestros hermanos y hermanas en Cristo que salieron de su comodidad para amar a nuestra familia. Hace poco, en la obra de teatro de nuestra amiga, una pequeña multitud de padres y pequeños niños de nuestra iglesia se juntaron a su alrededor para tomarse una foto con ella. La amiga de mi hija le dijo: «¿Todos ellos son tus hermanos y hermanas?». El gozo de las relaciones en el cuerpo de Cristo es más dulce al suplir la familia que no puede estar ahí. Jesús prometió abundantes bendiciones a aquellos que renuncian a las comodidades del hogar y la familia para seguirlo: «En verdad les digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos o tierras por causa de mí y por causa del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras junto con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna» (Mr 10:29-30).
3. Eres presionado a depender de Dios
En la ausencia del apoyo de la familia, hemos sido empujados aún más hacia el Señor con nuestras pruebas diarias. La compañía de nuestro Padre celestial es infalible. Él siempre estará con nosotros (Mt 28:20). En mis tiempos de mayor lucha, Dios me ha acercado a él por medio de las promesas en su Palabra, a versículos como 2 Corintios 12:9: «Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». El anhelo por la familia ha sido especialmente fuerte en tiempos de transición en la vida (cuando cada uno de nuestros bebés nacieron y en hitos importantes de sus vidas, en especial mientras van creciendo). A medida que intentamos navegar yendo a dejar a cada uno de nuestros hijos a cuatro lugares diferentes, pienso en cuán bueno sería tener un poco de ayuda con la conducción del auto y el babysitting. Puede ser difícil no sentir envidia de aquellos que tienen el apoyo de su familia cerca. Mientras los anhelos por tener a la familia cerca nos presionan, podemos encontrar medidas de gozo al confiar en que Dios nos tiene exactamente donde él quiere que estemos. Buscamos a Cristo para nuestra satisfacción en lugar de perfectos planes familiares. Ver a mi amiga Sarah y a su esposo recoger a sus cuatro niños e irse a las arenas desérticas de África me recuerda que vivir lejos de la familia es un sacrificio que vale la pena hacer. Su familia destaca el valor incomparable de Jesús. Cuando se han rendido al irse a un lugar distante y desconocido, han obtenido la oportunidad de proclamar la gloria de Dios a aquellos con poco acceso al Evangelio.
4. Te relacionas más con quien está solo y herido
Cuando nos sentimos solos o descontentos, existe la tentación a revolcarnos en la autocompasión. Sin embargo, uno de los mejores antídotos es dejar de autocompadecerse y, en su lugar, debemos centrar nuestra atención a servir a alguien más que está en necesidad. Vivir lejos de la familia puede darnos una sensibilidad especial a aquellos que podrían estar heridos y solos. Recuerdo el semestre que pasé estudiando en España. En una nueva cultura, con un idioma que estaba recién comenzando a entender, echar de menos el hogar era una batalla real. En la providencia de Dios, conocí una familia misionera que me acogió como su propia hija, invitándome cada semana a cenar y a estudiar la Biblia. El tiempo que pasé con estos preciados y hospitalarios creyentes aleccionó el aguijón de la nostalgia del hogar. Mi tiempo en el extranjero me dio una consciencia de la dificultad de ser una extranjera en una nueva tierra y cómo una simple invitación a cenar puede mostrar amor y preocupación. Dios quiere que usemos el consuelo que hemos recibido de Dios para consolar a otros (2Co 1:4-5). Presta oído a alguien que está batallando con la depresión. Asiste a la presentación o al partido de su hijo. Ofrécele a una nueva mamá ayuda práctica como babysitting o comidas.

Cualquiera que deje a su familia

Cuando Dios nos llama a vivir lejos de nuestros seres queridos, recibimos el tiempo juntos como un regalo especial. El tiempo con ellos no se da por sentado porque no es parte de la vida rutinaria. Nuestros hijos esperan con ansias ver a sus primos y abuelos. Criar tus hijos lejos de tus seres queridos es un desafío y un regalo. Cuando encuentras a tu corazón anhelando una circunstancia diferente, recuerda las bendiciones que el Señor da y cómo provee en maneras inesperadas: «El Señor es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte. Las cuerdas me cayeron en lugares agradables; en verdad es hermosa la herencia que me ha tocado» (Sal 16:5-6). Abraza la porción que Dios te ha asignado hoy. El alegre sacrificio de dejar a los que amas será más que compensado por el don de Dios mismo. Tu situación de mayor dolor puede convertirse en una gran bendición.
Stacy Reaoch © 2018 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
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Haz ejercicio para tener más de Dios
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Haz ejercicio para tener más de Dios

Mi monitora de la clase de fitness estaba haciendo lo mejor que podía para que nos mantuviéramos haciendo la plancha por un par de segundo más. «¡Vamos, chicas! ¿Quién va a tener una cintura más pequeña que la de su compañera? ¡Se acerca el verano! ¿Están listas?». Sus tácticas me causaron rechazo: usar la competencia con otras mujeres y tener un cuerpo listo para la playa como la razón principal para ejercitar. Nuestra cultura occidental principalmente centra los beneficios del ejercicio en nuestra apariencia externa junto con la ventaja de vivir libres de enfermedad. Sin embargo, como cristianos, nuestra motivación para administrar nuestros cuerpos debe estar arraigada en algo mucho más profundo que poder ponerse un vestido de una talla menos. La respuesta no es renunciar al ejercicio, sino que enfocarse en los propósitos detrás del entrenamiento físico. El ejercicio puede ser una disciplina buena y saludable en la cual invertir cuando se lleva a cabo por las razones correctas.

¿Es el ejercicio un lujo?

En nuestra acelerada sociedad, puede ser fácil sentir que no tenemos tiempo para hacer ejercicio. Los plazos del trabajo, las tareas de la casa, los horarios de las actividades de los niños y los compromisos con el ministerio pueden hacernos sentir como si no existiera un minuto libre para hacer ejercicio. Podemos llegar a estar tan ocupados con la tiranía de lo urgente o con el cuidado de otros que parece imposible preocuparnos por nosotros mismos. El ejercicio puede parecer un lujo que no podemos permitirnos, algo que rutinariamente agregamos a la lista de nuestras resoluciones de Año Nuevo, pero luego lo quitamos de la lista la tercera semana de enero. O, en el momento que sentimos que tenemos una pequeña oportunidad, nuestra energía cae en picada y preferimos sentarnos en el sillón con un pocillo de helado viendo Netflix. Reconocer las diversas bendiciones de hacer ejercicio puede entregarnos la motivación que necesitamos para crear un espacio en nuestras ocupadas vidas.

Los beneficios del ejercicio

El ejercicio ofrece una montaña de beneficios, desde mantener nuestros corazones latiendo y nuestros músculos fuertes, hasta aumentar nuestros niveles de energía y entregar una carga emocional que viene de la liberación de endorfinas. En el libro de Shona Murray, Refresh [Refréscate], ella comenta sobre los estudios médicos que validan el ejercicio incluso como un medio para combatir la depresión: «el ejercicio y los patrones de descanso adecuados generan alrededor de un 20 % del aumento de energía en un día promedio, mientras que hacer ejercicio cinco veces a la semana es tan efectivo como los antidepresivos para la depresión leve a moderada» (72). Personalmente, hago ejercicio tanto por los beneficios emocionales como por los físicos. A lo largo de mi adultez, he sido propensa a altibajos emocionales y a veces los bajos son bastante profundos. Algunos días, necesito orar por fuerza para salir de la cama y hacer lo que debo hacer, el ejercicio es una de esas cosas. He aprendido que mientras mantengo la disciplina de dirigirme al gimnasio o salir a trotar, soy recompensada con un espíritu más feliz y un aumento de energía. A menudo Dios usa el ejercicio como un medio para cambiar mi triste humor hacia uno alegre. Y cuando mi cuerpo no me arrastra, encuentro menos difícil deleitarme en el Señor. El ejercicio tiene una manera de limpiar las telarañas de mi cerebro y me ayuda a mantener mi enfoque en las promesas de la Escritura. Me despierta para escuchar de buena gana el sonido de la voz de Dios a través de la lectura y de la meditación en la Biblia. Puede ayudarme a enfocarme en la memorización de una sección en particular de la Escritura y a mantener mi compromiso mientras oro por las necesidades que me rodean. El mundo nos dice que el ejercicio es una herramienta primordial para nuestra vanidad y para vivir más. A continuación compartiré cinco razones para buscar un plan de ejercicio continuo que no tiene que ver con verte mejor en tu traje de baño.
1. Haz ejercicio con el fin de administrar la tienda de campaña terrenal que Dios te ha dado
Mantener nuestros corazones latiendo y nuestros cuerpos fuertes nos capacitará para seguir adelante, incluso a medida que envejecemos. Así como Dios nos da dinero para usarlo sabiamente, relaciones en las cuales invertir diligentemente y tiempo para usar efectivamente, también nos da un cuerpo para administrarlo bien. Honramos a nuestro Creador cuando nos preocupamos por los cuerpos que se nos confiaron por medio del ejercicio y de la alimentación nutritiva. «¿O no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en ustedes, el cual tienen de Dios, y que ustedes no se pertenecen a sí mismos? Porque han sido comprados por un precio. Por tanto, glorifiquen a Dios en su cuerpo y en su espíritu, los cuales son de Dios» (1Co 6:19-20).
2. Haz ejercicio con el fin de servir a otros
Jesús nos redimió del pecado con el fin de que nos dediquemos a hacer el bien (Ti 2:14). Sin duda, una vida dedicada a darnos por otros será más fácil con un cuerpo fuerte y saludable. Usamos la fuerza de nuestros brazos para tomar bebés o niños que cuidamos o para ayudar a un vecino anciano a arreglar su casa. Usamos nuestras piernas para ir a lugares que necesitan escuchar las buenas noticias de Jesús, ya sea en la casa de tu amigo cruzando la calle o a un grupo de personas no alcanzadas al otro lado del mundo.
3. Haz ejercicio con el fin de mantener tu mente despierta y alerta
Murray escribe: «las investigaciones han mostrado que caminar solo tres kilómetros al día reduce el riesgo del deterioro cognitivo y de la demencia en un 60 % y aumenta las habilidades y la eficiencia para resolver problemas» (Refresh, 72). El ejercicio constante puede ayudarnos a continuar para ser estudiantes de la Palabra de Dios a medida que crecemos y aprendemos a través del estudio y de la meditación regular, al desempacar las promesas de la Escritura y al aplicarla toda a nuestras vidas diarias. «Preparen su entendimiento para la acción. Sean sobrios en espíritu, pongan su esperanza completamente en la gracia que se les traerá en la revelación de Jesucristo (1P 1:13).
4. Haz ejercicio con el fin de evangelizar
Los programas de ejercicios regulares nos dan instancias para conocer gente fácilmente, para generar relaciones y para compartir nuestra fe. En medio de mi estricto horario de ejercicios y entre ir a dejar a mis hijos a la escuela, me veo tentada a enfocarme menos en lograr mis objetivos. Sin embargo, cuando estoy dispuesta a sacarme los audífonos, he tenido el placer de formar nuevas relaciones, de compartir mi fe y de invitar a una nueva amiga a un estudio bíblico, todo mientras ejercito en la elíptica. Conversaciones espirituales inesperadas pueden suceder cuando mantenemos nuestros ojos y nuestros oídos abiertos a quienes nos rodean. «Estando siempre preparados para presentar defensa ante todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con mansedumbre y reverencia» (1P 3:15).
5. Haz ejercicio con el fin de deleitarte en Dios
George Müller dijo una vez:
La primera gran y principal responsabilidad de la que debo ocuparme todos los días es tener mi alma feliz en el Señor. La primera cosa con la que debía estar preocupado no era cuánto serviría al Señor ni cuánto lo glorificaría, sino cómo llevaría mi alma a un estado feliz y cómo mi hombre interior sería alimentado (A Narrative of Some of the Lord’s Dealings with George Müller [Una narración de algunos tratos del Señor con George Müller, 1:271).
Para algunos de nosotros, hacer que nuestras almas estén felices en Cristo puede significar que comencemos nuestro día con ejercicios para enfocarnos mejor en las verdades de la Palabra de Dios. Ora para que salgas de la cama y vayas al gimnasio como un medio de despertarte para preparar tu mente y corazón para el consumo de la Escritura. El estrés que pueden provocar las circunstancias difíciles en nuestras vidas o el quebranto del mundo que nos rodea puede ser avasallador. Usa el ejercicio como un medio secundario para luchar con mantener la perspectiva correcta en la vida. Como parte de la neblina desaparece por una enérgica caminata o un paseo en bicicleta, medita en la Palabra de Dios. Pelea para creer que sus caminos son mil veces mejores que los caminos del mundo y las riquezas del cielo mucho mejores que las riquezas del mundo. «Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Prefiero estar en el umbral de la casa de mi Dios que morar en las tiendas de impiedad» (Sal 84:10).

Disciplínate a ti mismo

«Disciplínate a ti mismo para la piedad», escribe Pablo, «porque el ejercicio físico aprovecha poco, pero la piedad es provechosa para todo, pues tiene promesa para la vida presente y también para la futura» (1Ti 4:7-8). Ya sea que ejercites veinte minutos todos los días o una hora un par de días a la semana, haz que sea un hábito pelear por tu gozo en Cristo por medio de los hábitos del ejercicio. El ejercicio regular vale muchísimo más que un vientre plano o una talla más pequeña de cintura. Puede ser un camino hacia un amor y un gozo más profundos en nuestro Padre celestial.
Stacy Reaoch © 2019 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
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Cuando hieren a nuestros hijos
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Cuando hieren a nuestros hijos

Hace poco una amiga me contó sobre una franca conversación que tuvo con su hijo que está en situación de discapacidad. Es un brillante y conversador niño de trece años que está limitado a una silla de ruedas debido a una lesión en su médula espinal. Una tarde, su madre le preguntó si había algo que él quisiera que las personas supieran de él, a lo que él respondió: «me gustaría que las personas supieran que no hay nada malo en mi cerebro». Muchas veces, otros han visto su discapacidad física y han pensado erróneamente que tiene una discapacidad mental también. La incomodidad de no entender su condición, combinada con no querer decir algo ofensivo, a menudo evita que los niños se conecten con él. Mi amiga trabaja duro para entrenar a su hijo para que pueda conectarse con otros e incluso para ser capaz de reírse de las incomprensiones de los demás. No obstante, el dolor aún está ahí, dolor sentido por su hijo que se siente invisible ante sus pares y ante esa mamá que estaba sentada en primera fila.

Heridas por las heridas de nuestros hijos

No existe nada que hiera más que ver cómo otros hieren a los hijos que has cuidado y criado. Como madres, damos cualquier cosa para proteger a nuestros hijos del dolor y del sufrimiento, pero no siempre está en nuestro control hacerlo. Como madre joven, siempre me sentí un poco ansiosa al ir a museos y parques llenos de gente con mis hijos pequeños. Parecía que casi cada vez que íbamos, mis pequeños iban al grupo de niños que esperaban subir al resbalín o que esperaban  ver una nueva exhibición, pero niños más agresivos los empujaban hacia atrás. Recuerdo el enojo hirviendo dentro de mí mientras miraba cómo otros niños literalmente pisaban a los míos. A medida que mis hijos crecieron, las situaciones han cambiado. Quizás no son empujados fuera de la fila para subirse a un par de columpios, pero en lugar de ello los dejan fuera de una invitación a una fiesta, o los sacan de un equipo o de un reparto, o son heridos por el comentario desagradable de un amigo. Como mamá, estas heridas son difíciles de procesar. Ver a mi hijo ser herido hace que la mamá osa en mí esté lista para gruñir. Quiero pedirles cuentas por las heridas que les han provocado. Quiero que experimenten el peso del mal que han hecho. Quiero que mis hijos sean vindicados.

Seis maneras de responder

Por tanto, ¿cómo nosotras, las madres, navegamos por el desorden de emociones cuando vemos que nuestros hijos son heridos o que otros son injustos con ellos? Es tentador querer decirle a nuestros hijos la injusticia de la situación y criticar las acciones de otros. Sin embargo, probablemente, eso no va a ayudar a la situación. Al contrario, creará amargura y descontento tanto en los corazones de ellos como en los nuestros. He aprendido a predicar un par de recordatorios enfocados en el Evangelio tanto para mis hijos como para mí misma cuando se han provocado heridas.
1. Recuerda que todos somos pecadores
No existen las personas perfectas y no existen los hijos perfectos. Todos nosotros pecamos y herimos a otros. Las personas decepcionarán a nuestros hijos y nuestros hijos los decepcionarán a ellos. Los buenos amigos de nuestros hijos fallarán en notar y en preocuparse cuando nuestros hijos estén luchando. Otros harán un comentario hiriente sobre ellos en el parque. «No hay justo, ni aun uno» (Ro 3:10). Así como otros han herido insensiblemente a nuestros hijos, también nuestros hijos probablemente le han hecho lo mismo a otros. Una pregunta útil para hacerle a nuestros hijos cuando han sido heridos por otros es: «¿cómo podrías haber contribuido a la situación?». A menudo, estamos ciegos para ver nuestro propio pecado. Ten cuidado con no asumir que tu hijo es inocente de toda maldad.
2. Pasa por alto la ofensa
Los pensamientos negativos son como un espiral descendente. Sabemos que el comportamiento de nuestros hijos en una cancha de básquetbol fue criticado severamente por el entrenador, por lo tanto contemplamos cómo podemos cuestionar pasiva-agresivamente sus técnicas de entrenamiento. Es fácil repetir la situación en nuestras mentes e idear la respuesta perfecta de contraataque debido a nuestra herida. Sin embargo, Proverbios 19:11 habla de la gloria de pasar por alto una ofensa. Una de las mejores maneras de seguir adelante después de una situación hiriente es, por la gracia de Dios, elegir el perdón. En lugar de permanecer en el mal cometido, permanece en lo que es bueno, correcto y verdadero (Fil 4:8). Es bueno que mi hijo tenga una oportunidad de jugar básquetbol. Es verdad que su desempeño necesita mejorar. Puedo estar agradecida de que el entrenador quiere hacerlo un mejor jugador. Al escoger dejar ir, estamos confiando en que Dios está en control de la situación y que él compensará. No digo esto para que nunca confrontes un mal cometido. Es bueno orar por sabiduría para decidir cuándo las ofensas deben ser confrontadas y cuándo deben dejarse pasar.
3.  Cree lo mejor
En cada situación dolorosa, tenemos una opción. Podemos creer que la otra parte hirió a propósito a nuestros hijos o podemos creer que no tuvieron intención de herirlos. Podemos asumir que la actividad de la que fueron excluídos fue arreglada y hecha injustamente o podemos asumir que los jueces hicieron lo que mejor pudieron en escoger al grupo o equipo. Cuando parece que nuestro hijo ha sido menospreciado en alguna forma, nuestra tendencia natural y pecaminosa es asumir lo peor de la parte opositora. «Probablemente, tuvo menos tiempo de juego que otros porque perdió algunos de los entrenamientos dominicales». «¡Por supuesto, los hijos del entrenador son parte del equipo!». Ese tipo de palabras crean amargura y descontento tanto en nuestros corazones como en los de nuestros hijos. Pablo nos recuerda: «[El amor] todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1Co 13:7). A menos que tengamos una evidencia clara de que la malicia está actuando, deja que el amor permee nuestros pensamientos y mentes al asumir que la herida no fue intencional.
4. Confía en que Dios es soberano
Los errores o injusticias cometidas contra nuestros seres amados no están fuera del control de Dios. ¿Recuerdas cuando José fue encarcelado en Egipto? En Génesis, se nos recuerda tres veces que Dios estaba con José. El libro Read-Aloud Bible Stories [Historias bíblicas para leer en voz alta] repetidamente da esta simple respuesta a la herida e injusticia que José enfrentó en su propia vida: «¿José estaba feliz? No, pero Dios estaba ahí». Se nos recuerda que incluso con tristeza y dolor en nuestros corazones, Dios no nos ha abandonado. Cuando nuestro adolescente es excluido de las reuniones sociales de otros o no encaja debido a sus convicciones cristianas, Dios está ahí. Él está obrando en medio de nuestras pruebas. La soledad que siente podría ser aquello que Dios use para hacer que crezca en su fe. Él ve, conoce y está en control de las heridas en las vidas de sus hijos. Nada está fuera de su control.
5. Recuerda que Dios es nuestro vengador
La famosa cita, «dales una cucharada de su propia medicina» es un antídoto del mundo para las heridas provocadas por otros. Queremos que otros paguen por las heridas que nos han hecho a nosotros o a nuestros seres queridos. Cuando un par nuestro le dice algo malo a nuestro hijo, nuestra inclinación pecaminosa es contestar con una palabra cortante o encontrar una manera de apuntar a las fallas de su hijo. Cuando somos tentados a pagar mal por mal, a impartir lo mismo que  nuestros seres queridos recibieron, necesitamos recordar que Dios es quien venga. Cuando los israelitas estaban llenos de miedo mientras veían que el ejército del faraón se acercaba al Mar Rojo, Dios les recordó su poder y fuerza para vengar: «No teman; estén firmes y vean la salvación que el SEÑOR hará por ustedes. Porque los egipcios a quienes han visto hoy, no los volverán a ver jamás. El SEÑOR peleará por ustedes mientras ustedes se quedan callados» (Ex 14:13-14). Perseveramos en amar a quien nos hirió al confiar en que Dios compensará los errores hechos (Ro 12-.19-21).
6. Extiende la gracia de Dios
Nuestras heridas y las de nuestros hijos son un recordatorio perfecto para extender la misma gracia que Dios nos ha dado por medio de Jesucristo. No somos dignos de ser perdonados. No ganamos el derecho de ser amados por nuestro modelo de comportamiento. ¡Es lo opuesto! Cuando éramos enemigos de Dios, Él murió por nosotros (Ro 5:10). Esto nos motiva a extender gracia a aquellos que nos han herido a nosotros y a quienes amamos. La misericordia de Dios será resaltada en nosotros cuando mostremos amor y perdón a aquellos que han herido los corazones de las personas que más amamos. Tanto el espíritu alegre como el amargado son contagiosos. ¿Qué actitud de tu corazón está enmarcada en las palabras que salen de tus labios? Modelemos la gracia y la misericordia de Cristo a los discípulos que viven dentro de las cuatro paredes de nuestra casa. Ellos serán los primeros en notar si es que estamos respirando el aire tóxico de la amargura o el aire fresco de la gracia.

No para el débil de corazón

Escuché que alguien dijo que nuestros hijos son como nuestros corazones que caminan fuera de nuestro cuerpo. Es natural que sintamos una unión emocional con quienes llevamos en nuestro útero por nueve meses. Las alegrías de nuestros hijos se convierten en nuestras alegrías y las tristezas de nuestros hijos son las nuestras. No obstante, esas experiencias que son las más difíciles de navegar para nuestros hijos también pueden ser la mejor cancha de entrenamiento. A medida que los pastoreamos por medio de sus dificultades, podemos apuntar a la oportunidad de convertirnos más como Cristo: no pagar mal por mal, sino que con una bendición; dejar pasar las palabras o las acciones hirientes, teniendo compasión de otra alma herida; creer lo mejor del profesor o entrenador que los trató con dureza; confiar en la bondad y en la fidelidad de Dios en medio de una prueba difícil. Mientras aconsejamos a nuestros hijos, seamos diligentes para luchar con nuestras propias tentaciones que nos llevan hacia la amargura y el enojo. Nuestros hijos notarán si es que estamos cuidando sus heridas con chismes y calumnias o corriendo a la Palabra de Dios que es como un bálsamo sanador. Que Dios nos dé la gracia para modelar un amor tolerante, paciente y misericordioso hacia aquellos que han herido a nuestros hijos.
Stacy Reaoch © 2019 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
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La soltería no es un problema que deba solucionarse
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La soltería no es un problema que deba solucionarse

Hace poco, recibí un correo electrónico de una mujer soltera de unos veinte años pidiéndome un consejo. El deseo de su corazón era casarse, pero ella no veía ninguna posibilidad cercana. Me contaba de su amor por Jesús y de su deseo de buscar la pureza. Ese deseo la había llevado a abstenerse de tener relaciones románticas frívolas que muchos adultos jóvenes alrededor de ella disfrutaban. El correo electrónico de esta preciosa mujer me hizo llorar mientras leía como ella dejaba al descubierto la soledad que sentía, el deseo intenso de que un hombre piadoso la buscara y los sentimientos dolorosos al no ser deseada, pues no había a quien amar.

El dolor del amor perdido

Puedo identificarme con ella en muchas de sus emociones. En mi tiempo de soltera, recuerdo haber tenido esos mismos sentimientos. Anhelaba ser amada incondicionalmente por alguien que me valorara tal como soy, con cada mancha, imperfección y pecado. Mi corazón añoraba al joven que había terminado conmigo después de dos años de relación y yo luchaba con sentimientos de rechazo. Sin embargo, Dios, en su misericordia, no me dejó ahí. A través de mi angustia, me acercó más a Él para encontrar consuelo en su Palabra, donde aprendí a confiar en que el Señor no niega nada bueno a aquellos que andan en integridad (Sal 84:11). Durante ese periodo de espera, leí un libro que me enseñó a ver correctamente las relaciones. Se llama Quest for Love [La búsqueda del amor] escrito por Elisabeth Elliot. Me inspiró a vivir una vida contracultural al negarme a ser parte de aquellas mujeres que buscan un hombre desesperadamente; más bien, decidí esperar a que el hombre correcto me buscara a mí. Un capítulo en particular de ese libro alteró mi vida. Se titula, «El matrimonio: ¿un derecho o un regalo?».

La ayuda de Elisabeth Elliot

En este corto capítulo, fui confrontada con la realidad de que había crecido con la expectativa de casarme. «Eso era lo que yo quería, así que por supuesto que Dios me lo iba a dar», pensaba. Sin embargo, de una manera sensata, Elisabeth Elliot corrigió mi imperfecta forma de pensar y volvió a alinear completamente mi perspectiva.
Si estás soltera ahora, la porción asignada para ti hoy es la soltería. Es un regalo de Dios. La soltería no debe verse como un problema, tampoco el matrimonio como un derecho. Dios en su sabiduría y amor nos concede cualquiera de ellos como un regalo.
¡La soltería es un regalo! ¿¡Acaso esto es una broma!? Estaba en shock y me sentí ofendida la primera vez que mis ojos leyeron esas palabras. Sin embargo, fueron la voz de Elisabeth Elliot junto con la del apóstol Pablo (1Co 7:7) las que me impulsaron a dejar de anhelar una relación inexistente para buscar a Jesús con todo el corazón y para vivir la vida que Él me había dado. Si quieren aprovechar al máximo la soltería mientras anhelan casarse, a continuación les comparto algunos puntos prácticos que aprendí durante el tiempo que me tocó esperar.
1. Acepten las oportunidades únicas que tienen como solteros
Como nos recuerda el apóstol Pablo, el casado tiene la doble responsabilidad de agradar tanto al Señor como a su esposa. No obstante, quienes aún no se han casado solo necesitan preocuparse de agradar a Jesús.
Sin embargo, quiero que estén libres de preocupación. El soltero se preocupa por las cosas del Señor, cómo puede agradar al Señor. Pero el casado se preocupa por las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer, y sus intereses están divididos. La mujer que no está casada y la virgen se preocupan por las cosas del Señor, para ser santas tanto en cuerpo como en espíritu; pero la casada se preocupa por las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido (1 Corintios 7:32-34).
Como solteros, tienen una libertad única que les permite servir en maneras que podrían ser imposibles con una familia. Disfruten la libertad que les permite su agenda. Vayan de misiones, construyan relaciones profundas con amigos, pasen un poco más de tiempo en la Palabra de Dios y lean libros inspiradores que aviven su fe. Usen su don de la soltería como una forma de edificar y de bendecir a la iglesia.
2. Tomen riesgos
Confíen en que no importa el lugar en donde estén, si Dios planea que se casen, Él justamente los guiará a la persona indicada y en el tiempo correcto. Tenemos unos amigos muy amorosos que son un gran ejemplo de esto. Como solteros no se conocían. Ambos se fueron a vivir a un lejano lugar en África para servir con la misma agencia de misiones. No se imaginaban que Dios juntaría sus caminos en esas calientes arenas del desierto y que volverían a casa un año después comprometidos para casarse. Mi amiga me dijo, «mi marido me vio casi sin ducharme y sin maquillaje por un año. ¡Aún así quería casarse conmigo! ¡Eso es amor!». No dejen que el miedo los paralice y evite que vayan a lugares que pueden ser difíciles por temor a no conocer a sus futuros cónyuges. Dios es más grande que nuestros mejores planes.
3. Recuerden que el sexo no es lo principal
A la sociedad le encanta mentirnos diciéndonos que no podemos vivir sin romance ni sexo. Lamentablemente, vemos que cada vez más y más jóvenes lo creen. No obstante, Dios promete satisfacer todas nuestras necesidades en Jesucristo (Fil 4:19). Nuestra alegría, nuestra plenitud y nuestra satisfacción en la vida vienen al conocerlo a Él, no al buscar placeres momentáneos en una relación o incluso en un matrimonio. Vivir una vida de pureza y devoción a Dios les traerá mucho más alegría que lo que cualquier placer físico o relacional jamás podría darles.
4. Encuentren el amor completo e incondicional en Jesús primero
El anhelo de ser conocidos y amados completamente solo es satisfecho por medio de una relación real con Cristo. Ninguna persona puede amarlos mejor que Él. Él conoce cada pecado secreto, cada imperfección evidente. Si están escondidos en Él por fe, están cubiertos por su preciosa sangre. Son perdonados, libres y amados. Atesoren esta verdad y confíen en que Él puede ser y será suficiente para ustedes. En cualquier temporada de espera en la que Dios pudiera tenerles, elijan florecer donde estén plantados. Acepten la vida que Dios los ha llamado a vivir, ya sea como solteros o como casados. Confíen que ambos llamados son preciosos regalos de gracia, ambos con dificultades dolorosas y abrumadoras. La felicidad no se encuentra al hallar un alma gemela, sino que al encontrar satisfacción en un amoroso Salvador que los ha comprado y que los ha hecho hijos e hijas amados del Rey.
Stacy Reaoch © 2016 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
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«Nunca demuestres tu edad»
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«Nunca demuestres tu edad»

Mientras estaba sentada en la consulta de la dermatóloga, observé las botellas de sérums y pomadas que estaban en exposición en la sala de espera: humectantes, exfoliantes, sérums anti-edad, tratamientos para el contorno del ojo. Aun cuando muchas personas (como yo) probablemente estaban ahí por exámenes dermatológicos típicos o por problemas a la piel, era claro que el dermatólogo también estaba en el negocio de ayudar a las mujeres a verse más jóvenes. Me examiné en el espejo y noté las «once líneas» en mi frente. «Seguro existe algún tipo de crema mágica que puede reducir su visibilidad», pensé. Cuando le pedí alguna recomendación a la dermatóloga, su respuesta me sorprendió: «la única cura para eso es el bótox». Las once líneas llegaron para quedarse. Nuestro intercambio me hizo preguntarme: «¿por qué quiero borrar los signos del envejecimiento de mi rostro? ¿Acaso no me gané esas arrugas criando cuatro hijos, trabajando duro y dándome completamente para otros?».

Mentiras brillantes (y costosas)

En nuestra sociedad, la presión por parecer joven y en forma viene de todas las esquinas. Desde los anuncios en la televisión, hasta las imágenes filtradas en las redes sociales, y los interminables productos de belleza que llenan los estantes de las tiendas, el mensaje es claro: «haz todo lo que puedas para retroceder el tiempo (¡y nunca reveles tu verdadera edad!)». No obstante, como mujeres cristianas, ¿cómo se supone que debemos pensar acerca del envejecimiento? La visión de la Biblia sobre la belleza y el envejecimiento, en comparación con la del mundo, es totalmente opuesta. A menudo, cuando usamos procedimientos cosméticos para intentar disimular nuestra edad, estamos comprando el mensaje de que nuestro valor radica en nuestra apariencia. La disposición a soportar procedimientos dolorosos y costosos para mejorar nuestra apariencia debe hacernos retroceder y considerar nuestras motivaciones. ¿Tenemos miedo de que nuestros esposos ya no nos encuentren atractivas o que nos quedemos solteras para siempre? ¿Nos preocupa que otros piensen bien de nosotras, que nos den un ascenso o que caigamos bien a las personas correctas? Sin duda, no es pecado querer cuidar de nuestros cuerpos; honramos a Dios al administrarlos bien. No obstante, cuando nos obsesionamos por vernos más jóvenes o por entrar en un vestido de una talla más pequeña, transformamos a nuestros cuerpos en ídolos.

El Reino al revés de Dios

Mientras algunas de nosotras no queramos admitir cuántos años vamos a cumplir, la Biblia celebra el número cada vez mayor de velas en nuestro pastel de cumpleaños. A menudo, como Job nos recuerda: «en los ancianos está la sabiduría, y en largura de días el entendimiento». Luego está Proverbios 16:31: «la cabeza canosa es corona de gloria, y se encuentra en el camino de la justicia». Pocos de nosotros vemos las canas como una corona. ¡Pensamos que es algo que debemos esconder! Sin embargo, la Biblia nos dice que alabemos las canas como una larga vida dedicada a Jesús. Dios, por medio de su Palabra, quiere que saquemos nuestra mente de la apariencia (y todos los temores que vienen con ella) y, en lugar de ello, pongamos nuestra atención en la madurez espiritual. De pronto, es posible celebrar envejecer mientras nos deleitamos en ver cómo Dios nos ha formado a lo largo de muchos años. Mientras más hemos estado en esta tierra, más oportunidades hemos tenido de confiar en Jesús y de crecer en sabiduría. Hemos experimentado más altibajos; nuestra perspectiva abarca décadas de vida. Dios ha usado las pruebas por las que hemos atravesado para formar quiénes somos. La soltería, la pérdida financiera, la crianza de hijos, la enfermedad crónica, el duelo: estas pruebas no han sido fáciles, pero Dios ha estado presente a través de cada una de ellas. Los cambios en nuestros cuerpos pueden servir como un recordatorio de esto. La próxima vez que te mires al espejo y notes las maneras en que tu cuerpo ha cambiado, intenta mirarte de otro modo. Esas estrías y piel suelta alrededor del abdomen, tal vez son un recordatorio del regalo de los hijos. Quizás esas bolsas oscuras bajo tus ojos muestran las largas noches que pasaste aconsejando a una amiga atribulada o a un adolescente ansioso. Esa ceja fruncida revela las pruebas que has atravesado, descubriendo cómo ser una amiga, un familiar o una trabajadora diligente. Esas patas de gallo y arrugas producidas por la risa son dulces recordatorios del tiempo que pasaste disfrutando con otros. En Cristo, los signos físicos de la edad no son marcas que debamos despreciar, sino signos de cómo Dios ha obrado a través de tus circunstancias para convertirte en la persona que eres hoy. Visto de esta manera, pueden animarte a confiarle tu futuro, cualquiera sean tus temores. 

Belleza verdadera

Nuestros deseos de lograr una piel perfecta, un cuerpo tonificado o la talla que éramos hace veinte años apuntan hacia el anhelo de ser hermosa. Nos medimos tan fácilmente por los estándares del mundo. Sin embargo, la verdadera belleza no se encuentra en la portada de una revista, sino que en nuestro perfecto Dios. Jesús sufrió en la cruz y murió por nuestros pecados en el más hermoso y desinteresado acto de amor. Cuando ponemos nuestra fe en Él, somos cubiertas por su justicia. Ahora, Dios nos ve hermosas, porque Cristo lo es. La belleza que Dios estima se expone a través de atributos como gracia, misericordia, amor constante y fidelidad. En lugar de enfocar nuestros esfuerzos en llegar a ser más hermosas al usar maquillaje, al visitar la peluquería o al hacer ejercicio, busquemos emular a Cristo y abrazar su belleza. A medida que lo hacemos, seremos liberados de la esclavitud al yo. Seremos como David, tan cautivados por la belleza del Señor que olvidaremos nuestros propios problemas:
Una cosa he pedido al Señor, y esa buscaré: Que habite yo en la casa del Señor todos los días de mi vida, Para contemplar la hermosura del Señor Y para meditar en su templo (Salmo 27:4).
La verdadera belleza hace a Cristo visible a través de nuestros actos de amor. El uso verdaderamente hermoso que Dios le dio al cuerpo es servir gozosamente a otros que están en necesidad, desde prepararle comida al vecino que se acaba de operar, hasta hablar palabras de bondad y compasión a una amiga que está lidiando con la depresión o abrazar al niño que se cayó y se raspó la rodilla. Como Pablo nos recuerda en Romanos 10:15: «¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio del bien!».  Noten que no se menciona la belleza de sus rostros ni la fuerza de sus músculos, sino que llama hermosos a sus pies (frecuentemente sucios y malolientes). Ellos nos permiten llevar la buena noticia de Jesús a otros.

Mira hacia la eternidad

Perseguir la definición de belleza que hace la Biblia no será fácil en nuestro tiempo y edad. No obstante, 2 Corintios 4:16-18 nos recuerda la pelea para mantener una perspectiva eterna: 
Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día. Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven. Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. 
Como creyentes en Cristo, somos llamadas a tener una mente diferente a la del mundo. Somos llamadas a mirar más allá de lo que los ojos pueden ver y de lo que las manos pueden tocar, recordando que Dios anhela que pongamos nuestros ojos en Él en lugar de en nuestras arrugas y cambios corporales. El peso de las pruebas de la vida y nuestros temores al envejecer palidecen en comparación con las riquezas de la eternidad. Señoras y señoritas, el Evangelio es la buena noticia para el envejecimiento. A pesar de las velas que agregamos a nuestros pasteles de cumpleaños, seremos más hermosas a medida que crezcamos más como Cristo.
Stacy Reaoch © 2024 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
Photo of Dios escogió a tu suegra
Dios escogió a tu suegra
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Dios escogió a tu suegra

Conocí a mi futura suegra cuando apenas tenía 17 años. Barb era cálida y acogedora, e instantáneamente me cayó bien. Al yo ser una cristiana nueva, Barb fue una mentora y alguien a quien admiraba. Sin embargo, cuando me comprometí con su hijo, surgió la tensión. Ben y yo teníamos ofertas únicas en diferentes estados, con una beca que era atractiva. Barb sugirió que esperáramos otro año para aprovechar las oportunidades. Pero Ben y yo no podíamos soportar estar separados por otro año y estábamos dispuestos a renunciar a los beneficios económicos para estar juntos. Fue la primera vez que me di cuenta de que Barb y yo no siempre veríamos las cosas de la misma manera. Cuando ella y mi suegro anunciaron que se iban a ir a vivir a Sudáfrica justo después de nuestra boda, nos emocionamos por ellos. Estaban siguiendo el llamado del Señor en su vida. No pensé mucho cómo la distancia afectaría nuestra incipiente relación. Todos somos cristianos, así que todo debería estar bien, ¿cierto? Estaba tan ocupada comenzando mi naciente matrimonio y carrera que construir una relación con mi suegra que vivía en el extranjero no era prioridad en mi lista. En retrospectiva, me hubiera gustado haber pasado más tiempo intencional cultivando esa nueva relación (por muy difícil que haya sido antes de la era de los celulares y las videollamadas). La distancia entre nosotras creó un abismo que nos dejó a ambas en las afueras de la vida de la otra, especialmente las graduaciones, las mudanzas y un nuevo embarazo. Nuestra primera visita juntos después de la mudanza de mis suegros al extranjero reveló que la relación podría no congeniar tan naturalmente como lo había supuesto. Las conversaciones eran superficiales, donde no se compartían asuntos profundos del corazón Las expectativas de las vacaciones y las visitas familiares se sentían pesadas. ¿Cuántos malentendidos se podrían haber evitado si hubiera dedicado más tiempo a conocer realmente a Barb?

Un amor notoriamente desafiante

La relación entre suegra y nuera es notoriamente difícil. Desde las comedias televisivas pasando por las bromas sobre suegras hasta las quejas de Rebeca a Isaac por su nuera hitita (Gn 27:6), sistemáticamente vemos conflicto, riña y división. La ironía aquí, por supuesto, es que ambas mujeres aman al mismo hombre. El hijo de una se ha convertido en el esposo de otra. Ahora dos mujeres tienen un interés personal en cómo este hombre pasa su tiempo y gasta su dinero, donde vive y cómo cría a sus hijos. ¿Continuará con aquello que su madre le impartió tan amorosamente? ¿O escogerá forjar un nuevo camino con la esposa de su juventud? La relación matrimonial nos une en una nueva familia, nos guste o no. Quizás te encanta la suegra que Dios te ha dado. Conectan fácilmente y han formado una amistad. O tal vez la relación con tu suegra es la más difícil que tienes. Ha habido un patrón de dolor y ofensas que parece imposible reparar. ¿Hay esperanza para una relación que ha pasado por tantas cosas?

Mujeres escogidas la una para la otra

Tu suegra podría estar lejos de la persona ideal que imaginaste, pero es la mamá del hombre que amas y escogiste por sobre otros. Ella fue elegida por Dios para ser tu suegra. Los lazos que las unen probablemente son las relaciones terrenales más fuertes que tendrán: matrimonio, hijos y nietos. Algunas podrían leer lo que acabo de decir hasta ahora y aún preguntarse si una relación con su suegra es incluso necesaria. ¿Podría ser suficiente sólo conversar «sobre» el hombre en el medio y sólo vernos en las festividades? Después de todo, tienes tu propia familia ahora y estás ocupada criando hijos y creando nuevas tradiciones. Pero esa relación con tu suegra es más importante de lo que podrías pensar. Y puede dar paso a frutos sorprendentes a medida que buscamos honrar a Dios mientras avanzamos, y no huimos, hacia nuestra suegra. A continuación, cinco razones por las que vale la pena el esfuerzo de invertir (a veces mucho) en una relación con tu suegra.
1. Ámala para amar a tu esposo 
Las nueras pueden crear una tensión innecesaria en sus propios matrimonios al quejarse o al criticar a su suegra con sus esposos. No me refiero a que nunca exista una razón válida para conversar sobre alguna preocupación con tu esposo, pero ¿qué tono usas? ¿Es uno de respeto y bondad? Después de todo, ella es la que dio a luz a tu esposo, quien lo alimentó, quien lo crio, quien lo llevó a la escuela y a un sinfín de prácticas, y quizás ha orado por él más que cualquier otra persona en el mundo. Incluso si tu esposo y su mamá no tienen una gran relación, ella aún merece honor como la mujer que Dios puso en su vida y ahora en la tuya. Hablar bien de tu suegra promoverá la armonía en la familia en lugar de crear división al forzar a tu esposo a escoger bandos. Pasar tiempo con ella muestra que valoras el lugar que ella tiene en tu vida familiar. En efecto, les mostramos amor a nuestros esposos y fortalecemos nuestros propios matrimonios cuando invertimos gozosamente en una relación con nuestra suegra.
2. Ámala para experimentar y expresar el costoso amor de Cristo
Como pecadoras egoístas por naturaleza, estamos destinadas a tener conflicto con nuestras suegras. Ambas tenemos nuestros planes ideales para las vacaciones, para las festividades, para educar a los hijos (o nietos). A menudo, esto provoca tensiones en la relación. Tal vez la relación ha sido tensa desde el día uno. Quizás incluso tu esposo tiene una relación tensa con su mamá. No importa la causa, por el poder del Espíritu que habita en nosotras, podemos mostrar amor y gracia aún en los peores momentos. Cuando nos lastiman, podemos escoger retener nuestra lengua en lugar de decir un comentario mordaz en respuesta (Sal 141:3). Nos parecemos a nuestro misericordioso Salvador, quien libremente, nos ofreció perdón y aceptación en la cruz. ¡Cuando éramos sus enemigas, Cristo murió por nosotras! Por su gracia, podemos acercarnos a nuestra difícil suegra en amor, perdonando libremente las heridas infligidas, sin amargura. Y podemos pedirle a Dios que escudriñe en nuestros corazones cualquier pecado que puede aumentar la tensión (Sal 139:23).
3. Ámala para obedecer a Dios
En Éxodo 20:12, el quinto mandamiento, Dios nos dice que honremos a nuestra madre y a nuestro padre. Aun cuando tu suegra no es tu propia madre, sigue siendo la madre de tu esposo. Y puesto que nos convertimos en uno con nuestro esposo en el matrimonio, ella debe ser honrada como si fuera nuestra propia madre. Como seguidoras de Cristo, no sólo debemos honrar a nuestros padres, sino que también a todas las personas (1P 2:17), porque todos a los que conocemos fueron hechos a la imagen de Dios. No se nos da una «salida» si nuestra suegra es áspera o nuestras personalidades chocan. Al contrario, tenemos que depender de la gracia todosuficiente de Dios para amar y honrar a la madre de nuestro amado esposo (2Co 12:9). Esto agrada realmente al Señor.
4. Ámala para encontrar un gozo, una paz y una amistad inesperados
Al buscar intencionalmente honrar a nuestra suegra, buscando maneras de amarla bien, podemos confiar en que Dios nos dará gozo y paz. A medida que buscamos ser pacificadores, buscamos maneras de honrar sus preferencias (quizás sea un llamado telefónico para ponerse al día en vez de mensajes de texto o hacer espacio en la agenda para una cena familiar). A medida que recibimos cálidamente a esta nueva madre en nuestras vidas, Dios será fiel en darnos la gracia que necesitamos para navegar las aguas turbulentas de las relaciones familiares. Él será glorificado a medida que descansamos en Él para seguir amando y buscando a nuestra suegra. Y puede que te sorprenda que en el proceso de construir la relación, ¡ganes una nueva amiga!
5. Ámala para ser más como Jesús
Mientras buscamos conocer y amar a nuestra suegra, no importa cuán incómodas hayan sido las circunstancias familiares, Dios nos moldeará y conformará a la imagen de Cristo. Dios nos dará paciencia cuando estamos al límite de nuestras fuerzas. Él nos dará gracia para perdonar el comentario hiriente. Podemos confiar en que Dios está usando los conflictos con nuestras suegras como una manera de probar nuestra fe, producir perseverancia y hacernos madurar como la mujer que Él dispuso que fuéramos (Stg 1:2-4). Él hará posible que nuestro yo imperfecto dependa de un Dios perfecto, a fin de que nos dé la gracia para seguir acercándonos a nuestra suegra, en lugar de alejarnos de ella. Veintidós años después de que dije: «sí, quiero», Dios me ha mostrado su gracia para redimir años que podrían haber sido más fructíferos en mi relación con Barb. Aun cuando Barb y yo estamos lejos de haber hecho todo «correctamente», estoy agradecida de que perseveramos en los momentos difíciles para llegar a un lugar donde tenemos un amor y un aprecio más grandes la una por la otra. Ella me ha acompañado en numerosas mudanzas, nacimientos de bebés y conflictos en la iglesia. Su oído atento y apoyo tangible han sido un regalo. Estoy agradecida de no sólo llamar «mi suegra» a Barb, sino que también «querida amiga».
Stacy Reaoch © 2022 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
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A las esposas heridas en el ministerio
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A las esposas heridas en el ministerio

«¿Cómo continúas en el ministerio? ¿Especialmente, después de tanto dolor?». Mi amiga, esposa de pastor, se sentó en mi sillón con los ojos llenos de lágrimas. Mientras tomábamos sorbos de té, le pedí a Dios que me ayudara a dar algunas palabras de ánimo. En tanto escribo esto ahora, oro en esa dirección nuevamente, pidiéndole a Dios que me ayude a animarte si es que te encuentras sufriendo por relaciones rotas en tu iglesia, y especialmente si es que tú, como yo, estás casada con un pastor. Ser llamada por Jesús al ministerio del Evangelio, para llevar a personas quebradas hacia nuestro misericordioso y amoroso Salvador, es un inmenso privilegio. Es un rol pesado y gozoso apoyar a nuestros esposos a medida que ellos pastorean el rebaño que el Espíritu Santo ha puesto a su cuidado (Hch 20:28). En el sentido eterno, y a menudo incluso ahora en esta era, está dentro de las responsabilidades más gratificantes que tendremos. Y a veces, puede ser desgarrador.  Por ejemplo, una amiga podría volverse contra la esposa del pastor por un desacuerdo en la iglesia, debido a que los ancianos tomaron esta decisión o esta otra. Ese era el dolor que mi amiga estaba soportando, un dolor que yo conocía completamente bien. Después de años de acercarse a las visitas y de dedicarse por completo a las personas de su iglesia, el conflicto estaba destruyendo relaciones que eran significativas para mi amiga. El chisme y la calumnia estaban empeorando las cosas. Las personas a las que ella llamaba amigas estaban yéndose sin más que un adiós. Vi caer su dolor por sus mejillas en forma de lágrimas.

Ánimo para el dolor en el ministerio

Ese tipo de pena y dolor viene con cualquier ministerio significativo, lo que significa que su pregunta es una buena, una importante: ¿Cómo sigues en el ministerio después de tanto dolor? Gracias a Dios, la Biblia tiene muchas respuestas buenas. Y aunque Dios no responde todas las preguntas específicas que podamos tener, Él nos recuerda que este tipo de dolor y pérdida es parte de esta era y ninguno será en vano. Dios está haciendo más bien (en nosotros y en otros) de lo que pensamos y, al final del día, al final de la vida, Jesús valdrá la pena.
1. Jesús entiende tu dolor
Cuando luchamos con sentirnos traicionadas por una amiga o un miembro de la iglesia, recordemos que Jesús soportó la traición más grande. Él conoce el dolor que hemos soportado (y mucho más). El mismo discípulo a quien estaba invistiendo lo entregó a las autoridades con un beso. Incluso su seguidor y amigo más firme negó conocerlo tres veces. Cuando Jesús les pidió a sus discípulos mantenerse despiertos y acompañarlo en oración la noche previa a su crucifixión, ellos se quedaron dormidos. Y luego, por supuesto, las mismas personas a las que Él vino a ministrar gritaban que lo crucificaran. Jesús es el Sumo Sacerdote que puede empatizar con nuestra debilidad (Heb 4:15). Cuando nosotras también enfrentamos rechazo, podemos alegrarnos al saber que estamos compartiendo los sufrimientos de Cristo (1P 4:13).
2. Dolor que produce esperanza 
Los dolores y las pruebas que enfrentamos en nuestro ministerio no son en vano. Como escribe John Piper, Dios siempre está haciendo diez mil cosas (y más) de lo que podemos siquiera ver. Una cosa importante que Dios está haciendo por medio de nuestros dolores y relaciones rotas es enseñarnos a perseverar. Seguimos acercándonos e invitando a otros a nuestras casas e iniciando amistades, porque nuestra esperanza está en la eternidad. Él está formando nuestro carácter y construyendo nuestra esperanza por medio del sufrimiento, a medida que Él vierte su amor en nuestros corazones por medio de su Espíritu Santo (Ro 5:3-5). Soportamos ser difamadas o maltratadas dentro de la iglesia, pues sabemos que podemos regocijarnos en nuestro sufrimiento. En este mundo, tendremos problemas, pero cobramos ánimo porque Cristo ha vencido al mundo (Jn 16:33). «Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada» (Ro 8:18).
3. El dolor te equipará para consolar a otros 
Mientras mi esposo y yo atravesamos nuestras propias pruebas en nuestros veinte años de ministerio, Dios ha sido fiel en levantar más esposas de pastores experimentadas junto a mí para animarme con lo que ellas han aprendido. He experimentado de primera mano la verdad de 2 Corintios 1:3-4: 
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción, dándoles el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios.
Las esposas de pastores mayores tienen un oído que escucha, una fuente de esperanza y sabiduría llena del Evangelio, me apuntan a las verdades de la Escritura y oran por mí. Esas conversaciones han sido como agua para mi alma reseca. Si estás en medio de las dificultades del ministerio, pídele a Dios que te dé una esposa de pastor experimentada para que te acompañe y busca maneras en las que puedas dar consuelo a una mujer que no está tan adelantada en el camino como tú lo estás. Una de las alegrías más importantes en el ministerio se encuentra en servir a otros que están sufriendo.
4. Sigue haciendo el bien, incluso ahora 
Un versículo que me ha ministrado infinitas veces durante periodos oscuros es 1 Pedro 4:19: «así que los que sufren conforme a la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, haciendo el bien». Estas palabras son un precioso recordatorio de que el sufrimiento que soportamos en el ministerio es parte del buen plan de Dios para nosotros. No es sorpresa para Él ni algo inesperado en nuestro camino de servicio. Al contrario, a menudo es la herramienta misma que Dios usa para animarnos a depender de su gracia. Mientras confiamos nuestras almas a nuestro Creador, sigamos haciendo el bien. Salimos de nuestra propensión al ensimismamiento y autocompasión, y nos enfocamos en satisfacer las necesidades de otros. En lugar de revolcarnos en el dolor persistente de lo que hemos perdido, podemos pedirle a Dios que nos ayude a ver quién más necesita una amiga, quién necesita una mano ayudadora o una palabra de ánimo. Podemos pedirle al Señor que nos muestre dónde podemos usar nuestros dones para satisfacer con alegría las necesidades de otros. A medida que quitamos nuestros ojos de nosotras mismas y los fijamos hacia arriba, inevitablemente encontraremos más alegría y paz por medio del Único que puede satisfacernos verdaderamente. 
5. El Evangelio brilla más en el dolor
Nuestra reacción natural y pecaminosa cuando hemos sido heridas es revolcarnos en nuestro dolor o buscar venganza, pero Dios nos llama a algo mayor. Romanos 12:14-21 nos exhorta a bendecir a quienes nos persiguen: a no pagar a nadie mal por mal, sino, al contrario, mostrar amor radical a nuestros adversarios. «Pero si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber [...]. No seas vencido por el mal, sino vence el mal con el bien» (Ro 12:20-21). La gracia de Dios nos capacita para pasar nuestros sentimientos naturales a fin de mostrar amor y gracia firme a nuestros ofensores. Estas situaciones, aunque son dolorosas, son en realidad profundas oportunidades para mostrar que somos discípulas de Cristo (Jn 12:35). Como seguidoras de Cristo, se nos recuerda que el amor es paciente y bondadoso, no se irrita ni es resentido, que «el amor [...] todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1Co 13:4-7). Cuando otros nos hieren, es fácil asumir lo peor de sus motivos. No obstante, el amor como el de Cristo nos llama a creer lo mejor. Nuestro amor debe ser sufrido y debe cargar con las ofensas de otros. Por muy duro que sea un desacuerdo, todas somos desafiadas a asumir que nuestros oponentes se sintieron obligados por sus propias convicciones diferentes (a menos, por supuesto, que tengamos obvia evidencia de su mala voluntad). Un pastor mayor que atravesó una dolorosa división en la iglesia compartió esta desafiante perspectiva con mi esposo: «a pesar de todo el dolor en nuestra congregación, creo que aquellos que crearon controversia y luego se fueron estaban intentando actuar con su mejor intención para la iglesia». Qué manera más misericordiosa de ver las acciones y palabras que causaron esas heridas dolorosas. Adicionalmente a asumir lo mejor de otros, también podemos pedirle a Dios que examine nuestros propios corazones (Sal 139:23-24). ¿Cómo podríamos haber contribuido al dolor que estamos experimentando? ¿Hemos abrigado amargura o resentimiento hacia otros? Y si descubrimos cualquier mal en nosotras (¡y a menudo lo haremos!), podemos regocijarnos en que Dios nos perdona libremente y nos cubre con la sangre de Cristo.
6. Cualquier dolor vale la pena por Jesús
Mi amiga dolida sabía que ella tenía que tomar una decisión: protegerse del dolor al retirarse y aislarse o confiar en Dios al seguir amando e invirtiendo en otros. Por la gracia de Dios, ella está escogiendo la segunda. La dificultad que enfrentó en el ministerio de la iglesia la impulsó a apoyarse en Jesús para tener fortaleza y continuar. Cualquier sufrimiento que soportemos en esta tierra vale la pena por Jesús. Nuestras posesiones, reputación y significado terrenal palidecen en comparación al tesoro que tenemos en Él. Nuestro dolor en el ministerio puede dejarnos hastiadas y aisladas de otras, temiendo una próxima herida, o puede llevarnos a confiar en Cristo por la gracia y amor radicales que sólo Él puede dar. Entonces, no te rindas. Por el gozo puesto delante de ti (Heb 12:2), persevera en medio de esta «aflicción leve y pasajera» en amor (2Co 4:17), en la fortaleza que Dios suple (1P 4:11), para la gloria eterna de Dios y para el bien eterno de la iglesia de Cristo.
Stacy Reaoch © 2012 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.