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Cinco mitos sobre la identidad de género
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Cinco mitos sobre la identidad de género


Este artículo forma parte de la serie Cinco mitos publicada originalmente en Crossway.

Mito n.o 1: el mundo de dos géneros, hombre y mujer, es una fabricación restrictiva

En la década de los 90, la profesora de Estudios de Género Judith Butler hizo popular la idea de «perfomatividad de género»[1]. Con esto, ella quiso decir que la masculinidad y la femineidad (identidad de género) no son innatos a los cuerpos masculinos y femeninos (sexo biológico), sino que son construcciones sociales que «actuamos». En resumen, la biología no es el futuro. Este divorcio de la identidad de género del sexo biológico no sólo abre camino a la transición de género (un hombre que transiciona para ser una mujer o viceversa), sino que también abre camino a la expansión de género. Con las riberas de la biología eliminadas, las posibilidades de género se expanden mucho más allá del binarismo hombre y mujer. Listas recientes de identidades incluyen al género expansivo y al género fluido[2]. Aun cuando debemos ser cuidadosos de no reducir el género a estereotipos culturales, tenemos que darnos cuenta de que eliminar el género de la biología lo mata efectivamente. Si el género pudiera ser algo, termina siendo nada. Si emerge meramente de la psicología y la cultura, es tan inestable y transitorio como ellos. Sin embargo, la Biblia, enseña que Dios creó dos sexos: «varón y hembra los creó» (Gn 1:27), y esa identidad de género está enraizada en el sexo biológico (ver el punto dos a continuación). El género y el sexo no se pueden separar. Es más, la Escritura revela que el mundo de dos géneros, hombre y mujer, es todo menos restrictivo y opresivo. «En su mismo centro» —escribe Rebecca McLaughlin— «el sistema binario de hombre-mujer es creativo»[3]. Sólo a través de la unión del hombre y la mujer se cumple el mandato cultural: «sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra» (Gn 1:28). Por diseño de Dios, cada ser humano le debe su existencia a un hombre y una mujer: el género binario da vida.

Mito n.o 2: mi género es un sentimiento

Un compañero de clase una vez compartió conmigo su lucha con la confusión sobre su género. Nacido hombre, me dijo que siempre se sintió como mujer. Un día él me preguntó: «¿te sientes como un hombre?». Por años esa pregunta me preocupaba. ¿Cómo describe alguien lo que se siente ser un hombre o una mujer? Finalmente, se me ocurrió que en su pregunta había una premisa falsa escondida: el género es un sentimiento, una realidad emocional o psicológica. No obstante, no sentimos nuestro género más de lo que sentimos nuestra etnia y nuestra edad. Podríamos tener sentimientos sobre nuestra edad y etnia, pero esos sentimientos no determinan estas realidades. Al contrario, están enraizadas en hechos biológicos fríos y duros. Lo mismo ocurre con el género. La noción de que ser un hombre y una mujer sea reducible a sentimientos es una idea radical y moderna (como se señala en la obra de Butler, citada en el punto anterior) y no es bíblica. Cuando Dios forma al primer hombre y mujer, el énfasis reside en la materialidad física de los cuerpos, no de las emociones: «el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra» [énfasis del autor] (Gn 2:7). El término traducido como «formó» es usado en otra parte para describir a un alfarero que trabaja con barro (Is 45:9). «De la costilla que el Señor Dios había tomado del hombre, formó una mujer y la trajo al hombre» [énfasis del autor] (Gn 2:22). El término traducido como «formó», usado para describir la formación del cuerpo de la mujer que Dios hizo, literalmente significa «construyó» y se usa en otra parte para describir la formación de un altar (Éx 17:15) y la construcción de una ciudad (Nm 32:37). Estos pasajes no explican el género como un sentimiento interno puesto dentro de nosotros, sino que es una realidad encarnada en los diseños de Dios. Bíblicamente, el género nunca es menos que la biología. Podrías tener sentimientos sobre tu género, pero estos no lo determinan.

Mito n.o 3: mi género es un error

Una chica joven explicó la confusión de género de su hermana, diciendo: «es la mente de un niño en el cuerpo de una niña»[4]. El supuesto aquí es que alguien puede nacer en el cuerpo incorrecto. En un mundo caído, nuestros cuerpos pueden sentirse como malas noticias. Pablo dice que vamos «decayendo» y que «gemimos en nuestro interior aguardando [...] la redención de nuestro cuerpo» (2Co 4:16; Ro 8:23). Sin embargo, aquí hay al menos dos razones por las que tu cuerpo no es un error. Primero, porque todo lo que Dios hace es bueno (Gn 1:31) y Dios hizo tu cuerpo, entretejiéndolo en el vientre de tu madre (Sal 139:13). Y aunque el pecado y la caída afectan a nuestros cuerpos, incluso al este del Edén, la creación (incluídos nuestros cuerpos) aún tiene continuidad con su buen diseño original, razón por la cual Pablo puede anclar sus argumentos en el orden de la naturaleza (ver Ro 1:26-27). En segundo lugar, tu cuerpo no es un error porque en la resurrección no se descarta, sino que se perfecciona. Pablo explica que Cristo «transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de su gloria» (Fil 3:21). Sabemos del ejemplo del cuerpo resucitado de Cristo que esto no significa una creación ex nihilo (de la nada), sino que una perfección de la obra original de Dios. El Cristo resucitado fue de carne y hueso (Lc 24:39): un cuerpo que en un sentido era nuevo y diferente, menos restringido por el espacio y el tiempo (Jn 20:26). No obstante, el nuevo cuerpo de Cristo aún conserva las cicatrices de su sufrimiento previo a la resurrección (Jn 20:27). El viaje de Jesús desde su nacimiento a la muerte a la resurrección nos enseña que la redención no es un nuevo comienzo, sino que la perfección y la culminación de la creación. Por tanto, tu cuerpo masculino o femenino no es un error. Por más acribillado que esté con achaques, dolores y quebrantos, es en gran medida parte de la buena creación de Dios y un día será parte de su buena redención.

Mito n.o 4: mi género es asignado

Hoy las personas hablan del «sexo o género que se nos asignó al nacer», sugiriendo que el género es algo que decidimos y determinamos. No obstante, tal noción es sólo otra manifestación de nuestra búsqueda de ser libres de los límites (incluso de los límites de la biología). Un doctor no nos asigna nuestro género ni nosotros lo determinamos durante la adolescencia. Al contrario, Génesis 1 nos enseña que el género es recibido como un regalo de Dios, que la identidad humana no está hecha por uno mismo, sino que es dada por Dios. «Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó» [énfasis del autor] (Gn 1:27). Este uso triple de «creó» recalca que somos criaturas que tienen un Creador y que nuestro género está determinado por Dios, no por el hombre. Dios nos otorga el honor de vivir y administrar nuestra identidad de género, pero no nos da licencia para asignarla o designarla. El género, escrito en nuestros cuerpos, es entregado por Dios, no es asignado por el hombre.

Mito n.o 5: transicionar de género es el mejor camino hacia la plenitud y la felicidad

He pasado tiempo con amigos que experimentan la disforia de género (el nombre técnico para la incomodidad grave y persistente entre el sexo biológico de alguien y el sentido psicológico de género). Un amigo me contó que ha estado luchando con esta dolorosa experiencia desde su niñez. Los cristianos no pueden afirmar la ideología subyacente de la revolución de género actual y deben ser cuidadosos con el fenómeno del «contagio social» a medida que aumentan los casos entre los jóvenes[5]. Sin embargo, los cristianos tienen mucho que decir a modo de compasión y esperanza para alguien que está sufriendo. La palabra disforia se refiere al «estado de sentirse infeliz, incómodo o insatisfecho»[6]. Es lo opuesto a la euforia. Los cristianos hablan de la caída, que decantó en pecado, exilio y quebranto el cual comenzó con Adán y Eva. Sus efectos nos alcanzan a todos nosotros y son devastadores: «corazones entenebrecidos» (Ro 8:21), «mentes depravadas» (Ro 1:28), «esclavos de placeres» (Tit 3:3), «gemidos interiores» (Ro 8:23), «decadentes» (2Co 4:16). En un sentido, ser humano en un mundo caído es experimentar disforia: nuestra vida y el mundo no son de la forma en que se supone que deberían ser y eso duele. Si bien los cristianos pueden empatizar con cualquiera que experimente disforia, ofrecen un camino único hacia la plenitud y la sanidad. El movimiento de género ofrece la esperanza de transicionar, un proceso que involucra bloqueadores puberales, tratamientos hormonales y cirugías. Los efectos a menudo son irreversibles y los resultados son tan variados que los países europeos están limitando el acceso de menores a los tratamientos. El camino de la Biblia para salir del dolor no toma la forma de transición, sino que de transformación, y esto marca toda la diferencia. La transformación no comienza con nuestra apariencia externa, sino que va mucho más profundo, con nuestras mentes y corazones: «no se adapten a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente» [énfasis del autor] (Ro 12:2). La transformación no culmina en una remodelación cosmética de nuestros cuerpos, sino que en la resurrección de Dios y la perfección de ellos: «aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo» [énfasis del autor] (Ro 8:23). Y la transformación no es obra del bisturí ni es llevada a cabo en ninguna comunidad hecha por el hombre. Al contrario, es la obra del Espíritu dentro del corazón humano, que se desarrolla en la comunidad de la iglesia: «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios» (Ro 8:16). El mismo Espíritu nos unifica con otros cristianos: «por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo» (1Co 12:13). El Espíritu dentro de nosotros y de la comunidad cristiana que nos rodea nos cambia, volviendo a formarnos para ser más como Cristo. Transicionar no ofrece un camino prometedor hacia la plenitud y la felicidad. Es una solución cosmética a una enfermedad psicológica y espiritual. Seguramente, la profundidad y la rigurosidad de la transformación bíblica significan que no es un camino fácil. No obstante, se lleva a cabo por las manos de nuestro Creador, en la comunidad de su pueblo y está marcada por una gloria y un gozo cada vez mayores.

Samuel D. Ferguson es el autor de Does God Care about Gender Identity? [¿A Dios le importa la identidad de género?].

Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
[1] Butler, Judith. 2022. El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Paidós.
[2] Yarhouse, Mark A. y Sadusky, Julia. 2020. Emerging Gender Identities: Understanding the Diverse Experiences of Today’s Youth [Identidades de género emergentes: comprender las diversas experiencias de la juventud de hoy]. Grand Rapids, MI: Brazos, pp. 8-9.
[3] McLaughlin, Rebecca. 2022 El credo secular: respuestas a cinco argumentos contemporáneos. Nashville, TN: B&H Publishing Group. Énfasis en el original.
[4] Dvorak, Petula, «Transgender at Five» [Transgénero a los cinco años]. Washington Post. 19 de mayo de 2012.
[5] National Review. «It’s a Social Contagion» [Es un contagio social]. Consultado en: https://www.nationalreview.com/corner/its-a-social-contagion/
[6] «Dysphoria» [Disforia],  Merriam-Webster Dictionary. Consultado en: https://www.merriam-webster.com/dictionary/dysphoria. [Es el significado de la palabra en inglés].