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Sadie Greever es esposa y madre. Actualmente vive con su esposo y su hijo en St. Louis, Missouri, donde su esposo es el pastor a cargo de la Primera Iglesia Bautista St. John. Puedes seguir su blog, www.sadiegreever.com, y encontrarla en Twitter como @sadiegreever y en Instagram como @sadiejanegreever.
Luchando con el temor y con la influenza
Luchando con el temor y con la influenza
Estaba limpiando las manillas de las puertas con toallitas desinfectantes, lavándome las manos con agua extremadamente caliente, saludando a la distancia tímidamente solo esperando que nadie se acercara. Esfuerzos hechos para mantener alejados los asquerosos gérmenes que parecían estar arrasando con cada familia del país. Con la epidemia de la influenza propagándose y causando estragos en Estados Unidos, he observado en mí y en otras mamás un temor que yace justo bajo la superficie, a menudo, manifestándose con preocupación en discusiones en Facebook y en publicaciones reaccionarias en Instagram. Las redes sociales parecen estar exacerbando esta tendencia hacia el temor, incluso dentro de círculos de mujeres cristianas. Aunque en lo más profundo quisiera excluirme de la comunión de la comunidad y transformarme en una ermitaña hasta el verano, me doy cuenta de que la raíz de este temor me fuerza a recordar las verdades bíblicas que me señalan hacia el fundamento de mi fe: Jesucristo.
Dios es nuestra esperanza
Seremos un constante fracaso emocional si nuestra esperanza se encuentra en nuestras circunstancias actuales. Si no es la influenza lo que nos tiene preocupadas, podría ser un cáncer o un accidente automovilístico. Nuestra imaginación es el único límite. Los niños nunca tendrán una edad en la que superaremos nuestros temores por ellos; las circunstancias en las que nos encontramos teniendo temor simplemente cambiarán de forma. Es por esto que la esperanza debe estar cimentada en algo mayor que en nuestras circunstancias actuales libres de influenza. Si no lo es, siempre estaremos llenas de ansiedad y de preocupaciones. Cuando nuestra ancla se encuentra en cualquier cosa menos en Cristo nos hacemos como «[...] un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena; y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; y cayó, y grande fue su destrucción» (Mt 7:26b-27). La Palabra de Dios está llena de esperanza. Debemos lanzar nuestra ancla a esa fuente de bondad que nunca se acaba. Job reconoció esto al decir: «Yo sé que Tú puedes hacer todas las cosas, y que ninguno de tus propósitos puede ser frustrado» (Job 42:2).Dios es nuestro creador soberano
Aunque somos tentadas a creer que nuestros hijos son nuestros, debemos recordar que finalmente le pertenecen a Dios: «Porque en Él fueron creadas todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra, visibles e invisibles; ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades; todo ha sido creado por medio de Él y para Él» (Col 1:16). Dios conoce a nuestros hijos desde antes que nosotras; antes de que incluso conociéramos a nuestros hijos o supiéramos de su existencia, Dios ya los conocía (Jer 1:5). Una comprensión de esta verdad derrama agua que extingue el fuego del temor que quiere arrasar en mi corazón. Dios es el creador, no yo. Esta verdad trae libertad de la mentira que induce ansiedad de que nuestros hijos son nuestros. Solo se nos han confiado como un regalo de nuestro Señor (Sal 127:3). A medida que Dios permea nuestros pensamientos, nos encontraremos confiando en Él con nuestra propia capacidad de cuidar a nuestros hijos.Dios es nuestro soberano protector
Dios no solo creó a los hijos según su plan soberano, sino que también esos planes son siempre llevados a cabo (Is 46:8-11) con su protección prometida y sabiduría infinita (Is 41:10). El salmista confiadamente declara esta verdad:Mi ayuda viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra. No permitirá que tu pie resbale; no se adormecerá el que te guarda [...] El Señor es tu guardador; el Señor es tu sombra a tu mano derecha [...] Él guardará tu alma. El Señor guardará tu salida y tu entrada. Desde ahora y para siempre (Salmos 121:2-8).Dios puede librarnos de cualquier cosa, incluso de la influenza. Sin embargo, ser librada de la influenza o de cualquier enfermedad, en realidad, no es donde ponemos nuestra más grande esperanza. De hecho, quizás no seamos liberadas de la enfermedad en lo absoluto, pero podemos confiar en la protección y la sabiduría de su plan; aunque sea doloroso.