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Reseña: El Cristo completo
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Reseña: El Cristo completo

No se requiere llevar mucho tiempo como cristiano antes de que las preguntas sobre la gracia, la ley y la seguridad de la salvación comiencen a estallar dentro de tu corazón. Como pastor, podría tomar aun menos tiempo descubrir cuán a menudo tus propias ovejas se preguntan e incluso se preocupan de tales complejidades semana a semana. «¿Cuán arrepentido debo estar de mi propio pecado para recibir la misericordia de Dios? ¿Cuánto arrepentimiento es suficiente?». Estos enigmas ondean tanto más en los corazones de aquellos en el despertar del debate de la Nueva Perspectiva sobre la relación entre el judaísmo del segundo templo y el pensamiento paulino de la justificación. Sin embargo, el Predicador testifica que no hay nada nuevo bajo el sol (Ec 1:9), y Sinclair Ferguson afirma esta conclusión al recordarnos la Controversia Marrow de los 1700 y por qué aún hoy nos aclara las cosas.

Sinopsis

¿Abandonamos el pecado a fin de venir a Cristo? Respondan con cuidado, pastores: el tenor de sus predicaciones pende de un hilo. Esta es la gran pregunta que mantuvo ocupado al presbiterio de Auchterarder en 1717. La pregunta en sí fue encendida por el controvertido libro de Edward Fisher, The Marrow of Modern Divinity [La médula de la teología moderna][1], que esboza una conversación imaginaria pero llena de implicaciones entre Evangelista, Nomista, Neófito [y Antinomista]. A medida que circulaba como un ciclón a lo largo de la iglesia escocesa, Thomas Boston generó aún más olas cuando levó su ancla en la tormenta al afirmar justo aquello que The Marrow había afirmado: en realidad, nosotros no abandonamos el pecado con el fin de venir a Cristo. Su postura provocó críticas de antinomismo, las cuales se encontraron con la contraacusación de legalismo, y las olas de esta tormenta han llegado a nuestro tiempo. De hecho, aún están agitándose. Sin embargo, Boston estaba en lo correcto. Cuando Jesús nos dice en Mateo 11:28-30: «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (NVI). Ferguson nota: «Aquí, “cansados” y “agobiados” no son requisitos para venir a Cristo. Son consuelos que indican que nadie está descalificado para venir a Él por motivo de la debilidad y la indignidad […]. Los Evangelios dejan claro que [Jesús] se deleitaba en ofrecerse a los “descalificados”». Cualquier cosa contraria, Ferguson lo etiqueta como «falso preparacionismo» o «condicionalismo», que pasa desapercibida entre suposiciones tácitas como, «puedes conocer estos beneficios [de Cristo] —si estás entre los elegidos. Puedes recibir perdón —si has abandonado el pecado lo suficiente. Puedes conocer el mensaje de la gracia —si has experimentado un grado suficiente de convicción de pecado». Por tanto, ¿qué le da garantía a un pecador a fin de creer en Jesús para el perdón y la salvación? ¿Es la calidad o la extensión de la convicción, de la contrición o del arrepentimiento del pecador? No. La garantía para creer en Cristo no puede ser nada que tenga el pecador. La garantía para la fe en Cristo es Cristo mismo: solo Cristo. Pablo dijo que mientras aún éramos débiles, en el tiempo correcto Cristo murió por los impíos (Ro 5:6-8). Ferguson pregunta: «¿qué condiciones se cumplieron en nosotros para que Dios enviara a Su único Hijo al mundo a morir por los pecadores? Ninguna». La inquietante preocupación pastoral detrás de este asunto es «¿[...] el foco principal, la nota dominante en los sermones que predico (o escucho) debe ser “Jesucristo y, este crucificado”? ¿O el énfasis predominante […] está en otro lugar, quizá en cómo vencer el pecado, o cómo vivir la vida cristiana, o en los beneficios que se reciben del Evangelio?». Aunque Ferguson sugiere que le digamos a los pecadores: «no te ofrezco a Cristo por razón de que te has arrepentido. De hecho, lo ofrezco a hombres y mujeres que están muertos en sus delitos y pecados». Si solo estás dispuesto a ofrecerle el Evangelio a las personas que cumplen los requisitos para ello, entonces no habrá nadie a quien ofrecerlo en absoluto. Otra manera de enmarcar el asunto es hacer la pregunta: «¿cómo se relaciona el arrepentimiento evangélico con la fe?». Aun cuando los mantenían juntos, Thomas Boston aún afirmaba que «el arrepentimiento evangélico no va antes, sino que llega después de la remisión del pecado, en el orden natural»; por tanto, como Ferguson lo describe, «la fe luego hace que la persona comprenda directamente la misericordia de Dios en [Cristo] para con ella, y al hacerlo, se inaugura la vida de arrepentimiento como su fruto». Todos debemos estar así de claros. No nos arrepentimos a fin de ser perdonados. Nos arrepentimos porque creemos en Cristo, y estamos unidos a Él. Si el arrepentimiento pudiera preceder a la fe, «[ya sea] lógica [o] cronológicamente», entonces deja de ser un arrepentimiento evangélico y comienza a parecerse a la penitencia católica: una obra realizada para merecer la gracia. Una de las mejores comprensiones de Ferguson es que el legalismo y el antinomismo comparten la misma raíz. Eva desobedeció a Dios porque ella sospechaba que Él le estaba prohibiendo demasiado y permitiendo muy poco. Su visión legalista de Dios la llevó a una rebelión antinomista contra Él. ¿Qué ocurre con la relación de la Ley con el creyente? En resumen, Ferguson lo presenta como una regla de vida más que como otro pacto de obras que tenemos que realizar. No obstante, puesto que solíamos vivir bajo el régimen de la Ley, nos es difícil cambiar los patrones de nuestros pensamientos. Elogiamos al recaudador de impuestos, pero funcionamos como el fariseo. Por lo tanto, ¿cómo sé si soy un legalista práctico? Una señal es si me molesto cuando Dios honra a un hermano siervo con prominencia o notoriedad, a quien consideramos menos digno que yo, porque «en el fondo todavía pensamos que la gracia siempre debería operar sobre el principio del mérito». Eso es algo fuerte de escuchar para nosotros. Sin embargo, Ferguson profundiza la incisión: «toda forma de envidia […] significa que nuestra percepción de la identidad y el valor personales se ha mezclado con el desempeño y su reconocimiento en vez de estar fundamentada en Cristo y en su gracia inmerecida». No obstante, ¿qué ocurre si soy un antinomista práctico y no me doy cuenta? Ferguson nos aconseja que busquemos «una escatología personal sobrerealizada, como si la fuerte y sutil influencia del pecado hubiera sido destruida»[2]. Deberíamos desconfiar igualmente de la negación elegante de cualquier distinción entre la ley moral, ceremonial y civil, agrupándolas todas como igualmente anticuadas en Cristo, ya que eso a menudo libera al antinomista en nosotros para vivir como él lo hace. Conveniente, pero entonces, ¿cuál ley es la que el Espíritu escribe en el corazón de los cristianos en Romanos 8:1-3? No pueden ser todas, la civil y la ceremonial incluidas. Tiene que ser el decálogo. Por lo tanto, «la respuesta más profunda al antinomismo no es “estás bajo la ley”, sino más bien: ¡estás despreciando el evangelio y no logras entender […] que […] esa unión por la fe [en Cristo] conduce a que los requerimientos de la ley se cumplan en ti por medio del Espíritu». De este modo, el Evangelio completo cura tanto el legalismo como el antinomismo con la misma medicina, porque en el Evangelio Dios muestra cuán innegablemente generoso es Él en realidad al darnos libremente lo que más le importa: su único Hijo, Cristo Jesús. Es esta promesa (que Dios nos ha dado en su Hijo todo lo que necesitamos para la paz de conciencia y la paz con Dios) la que se convierte en seguridad de que si nosotros mismos estamos en Cristo, entonces realmente nuestra alma está bien. Así es como Evangelista lo expresa a Neófito en The Marrow: «Me parece que no quieres un fundamento para creer, sino para creer lo que has creído». La semilla de incluso esta seguridad subjetiva está incluida en la verdadera fe del Evangelio, al contrario de las críticas hechas a The Marrow y al dogma católico romano. Para sustentar esa semilla, Jesús envía su Espíritu a nuestros corazones para que nosotros mismos clamemos en nuestro desesperado dolor: «¡Abba, Padre!», lo que Ferguson nota como «un instinto que está ausente en la conciencia del incrédulo» (Ro 8:15). Sin embargo, la seguridad crece lentamente, porque Calvino dice:
El corazón piadoso percibe esta distinción en él: en parte está lleno de gozo y dulzura a causa de su reconocimiento de la bondad de Dios, en parte está lleno de tristeza y amargura a causa de su propia desgracia. En parte se apoya en la promesa del evangelio, en parte tiembla a causa de la conciencia de su culpa. En parte se apropia de la vida con gozo, en parte siente horror ante la muerte. Esta diversidad procede de la imperfección de la fe, pues durante la vida presente jamás esperaríamos la dicha de una fe perfecta liberada por completo de toda ansiedad.
Es por esta razón que el silogismo práctico (la lógica de deducir la seguridad de las evidencias de la gracia), aunque sea legítimo, nunca se sentirá reconfortante si buscamos evidencias aparte de la fe en Cristo mismo. Puesto que incluso cuando el cristiano ruega por su caso utilizando sus evidencias, «Satanás se opone con todo su poder, asistido por el pecado y la ley; se descubren muchas deficiencias en su evidencia; se cuestiona la veracidad de todas las pruebas; y el alma queda en suspenso en cuanto al asunto» hasta que el Espíritu viene y testifica al subir Él mismo al estrado (como cita a John Owen). Y por lo tanto, recordamos una vez más que todo lo que tenemos de Dios, incluida nuestra seguridad e incluso las evidencias que la refuerzan, solo lo tenemos en unión con Cristo: el Cristo completo, Totus Christus.

Evaluación

Ahora, si lees todas estas citas y aún no quieres leer el libro, no sé qué más puedo hacer. Sospecho que El Cristo completo se transformará en leña para más de un par de exposiciones doctrinales. Es un clásico instantáneo; teología histórica como mucho. Querrás citar a Ferguson incluso más de lo que yo lo hice aquí, así que simplemente asegúrate de no plagiarlo, porque sin duda serás tentado. Si ya ha pasado un tiempo desde que leíste teología histórica, entonces podrías encontrar que el primer capítulo es difícil de navegar. No obstante, ¡no arranques solo porque no puedes ni pronunciar «Auchterarder» en tu mente! El enfoque teológico y pastoral rápidamente se hace más agudo que las pantallas planas de las que tu esposa tiene que alejarte en las tiendas. Tu corazón simplemente querrá quedarse ahí y observar en asombro algunas de estas ideas, porque la manera en que Ferguson usa la Controversia Marrow nos recuerda cuán deslumbrante, alentadora y útil puede ser la teología histórica. Podrías escandalizarte o al menos ofenderte levemente al descubrir que Ferguson está de acuerdo con la crítica de Thomas Boston a la alegoría aparentemente infalible en El progreso del peregrino de Bunyan. Sin embargo, escúchalo. Boston cree que «Bunyan puso la liberación de la carga demasiado lejos del comienzo del peregrinaje. Si quería describir lo que normalmente ocurre, estaba en lo correcto. Pero si quería mostrar lo que debía haber ocurrido, estaba equivocado. La cruz debería estar justo frente a la puerta estrecha». Ferguson está de acuerdo, porque «ni la convicción ni el abandono del pecado constituyen el fundamento para el ofrecimiento del evangelio. Cristo mismo es el fundamento, porque Él es capaz de salvar a todos los que vienen a Él (Heb 7:25). Él es ofrecido sin condiciones. ¡Debemos ir directo a Él! No hay que tener dinero para poder comprar a Cristo». Necesitamos entender esto correctamente, porque «en los cristianos se da una especie de tendencia psicológica a asociar el carácter de Dios con el carácter de la predicación que escuchan —no solo la sustancia y el contenido de ella sino que el espíritu y la atmósfera que comunica». Si el aroma (Ferguson lo denomina «tintura») de tu predicación es que el pecador tiene que encontrar alguna garantía en sí mismo con el fin de venir a Cristo en primera instancia, entonces él hurgará en todos sus bolsillos intentando encontrar dinero para comprar a Cristo para sí mismo. Sin embargo, esos bolsillos están vacíos. Hermano, no hagas que Isaías se revuelque en su tumba (Is 55:1). Si yo fuera tú, lo compraría mientras aún está disponible en tapa dura, porque querrás leerlo más de una vez, probablemente con un par de luchadores de tu iglesia cuyos nombres se te están viniendo a la mente incluso ahora. Le di este libro a un hermano abrumado en su corazón que lucha con la seguridad. Espero que lo ayude a encontrar descanso para su alma. Sé que fue reconfortante para la mía.

El Cristo completo. Sinclair B. Ferguson. Poiema Publicaciones, 292 páginas.

Esta reseña fue publicada originalmente en 9Marks.

[1] Fisher, E. (1645; 1648) Reimpreso el 2015, Rosshire, UK: Christian Focus.

[2] N. del T.: traducción propia.

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¿Estás luchando por la verdad o eres pendenciero?
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¿Estás luchando por la verdad o eres pendenciero?

Ser pendenciero es estar demasiado ansioso por pelear, ya sea verbal, física o legalmente. Pablo dijo que ni los ancianos (1Ti 1:6-7; 3:3; 2Ti 2:23) ni las congregaciones (Tit 3:2, 9; Stg 4:1-2) deben ser rápidos para la contienda. Sin embargo, la Escritura nos exhorta a luchar por la fe (Judas 3). Entonces, ¿cómo podemos reconocer la diferencia entre pelear la buena batalla y pelear por pelear? Aquí hay cinco preguntas rápidas para ver si estamos siendo pendencieros. 1. ¿Somos rápidos para pelear por nuestros derechos, ya sean materiales o políticos? (Stg 4:1; Tit 3:2). En Santiago 4, la codicia que conduce a las peleas siempre comienza con la comparación de uno mismo con los demás, donde «el yo» parece llevarse la peor parte. El contentamiento en Cristo aplaca ese tipo de disputa. Esto también se aplica en la política (Tit 3:1-2). El contentamiento frente a las decepciones políticas, sostenido por una fe firme en la providencia del Señor sobre la política, ayuda mucho a calmar un corazón pendenciero. 2. ¿Estamos peleando por temas de convicción o de conciencia? ¿Es esta una doctrina esencial como la divinidad de Jesús o la expiación sustitutiva? ¿O es eso algo en lo que podemos estar en desacuerdo con otros al mismo tiempo que confiamos y adoramos a Jesús juntos? Consulta el pequeño libro de Andy Naselli, Conscience: What It Is, How to Train it, and Loving Those Who Differ [Conciencia: qué es, cómo entrenarla y amar a aquellos que discrepan]. Esto nos ayudará a saber qué batallas podemos —y tal vez nos convenga— perder. 3. ¿Estamos demasiado entusiasmados con la teología especulativa? Si es así, será fácil irritarnos cuando otras personas estén en desacuerdo con nuestras interpretaciones «creativas» sobre pasajes oscuros (1Ti 3:2; Tit 3:2; Dt 29:29). Piensa en el problema de tu contexto que más te molesta. ¿Es el Evangelio mismo lo que está en juego en ese desacuerdo? 4. ¿Somos rápidos para pelear por nuestras ambiciones ministeriales? A veces, en el ministerio pastoral queremos hacer cosas buenas que, en realidad, no nos corresponden a nosotros. David quiso construir un templo para Dios y Dios dijo: «todavía no, y tú no». Pastor, tu iglesia no puede estar tranquila hasta que tu propio corazón esté contento… no complacido contigo mismo, sino contento. 5. ¿Respondes a las peleas con amabilidad o te sientes inmediatamente ofendido? Después de advertirnos que evitemos las peleas en Tito 3:2, Pablo dice en el siguiente versículo: «Porque nosotros también en otro tiempo éramos necios, desobedientes, extraviados, esclavos de deleites y placeres diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y odiándonos unos a otros». Ser pendenciero era la necia mentalidad de nuestras vidas antes de Cristo: así éramos. La implicancia es que podemos y debemos responder al espíritu pendenciero de los demás con la compasión que nosotros mismos hemos recibido en la bondad del Evangelio. De hecho, ahí es adonde Pablo se dirige en Tito 3:4-8: el Evangelio de salvación por la misericordia de Dios para nosotros en Cristo, aparte de nuestras obras, mediante la regeneración y la renovación de nuestros corazones por el Espíritu. La amabilidad y la bondad de Dios hacia nosotros en Cristo —¡contrarias a nuestras previas peleas contra Él!— motivan y potencian nuestra compasión con aquellos que todavía son pendencieros con nosotros. Pablo resume el Evangelio aquí en Tito 3 y le dice a Tito que «insist[a] con firmeza en estas cosas» (Tit 3:4-8, RV60). ¿Son esas las cosas en las que tú estás insistiendo? ¿O solo estás siendo pendenciero?
Este recurso fue publicado originalmente en 9Marks.