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Hablar la verdad en amor
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Hablar la verdad en amor

Vivimos en un mundo en que a la gente le encanta hablar. Algunos estudios sugieren que el adulto norteamericano típico habla aproximadamente 16.000 palabras al día. Multiplica eso por una expectativa de vida de 70 años, y repentinamente, con un total cercano a 409 millones de palabras, la advertencia de Cristo en Mateo 12:36 cobra una nueva importancia: «…les digo que, en el día del juicio, cada uno de ustedes dará cuenta de cada palabra ociosa que haya pronunciado». Por supuesto, el uso de la voz es sólo una de las maneras en que las personas se comunican. Internet, en particular, ha dado lugar a muchas otras formas de hablar. Un estudio de 2010 estimó que, a nivel mundial, se envían más o menos 294 billones de emails al día. El nacimiento de las redes sociales ha contribuido a este flujo constante de comunicación. Ten en cuenta que Facebook promedia 55 millones de actualizaciones de estado al día, añade 340 millones de tweets en Twitter, y comenzarás a apreciar la magnitud del infinito parloteo que caracteriza a la sociedad actual. Cuando se escribió la Biblia no había Internet, pero los principios bíblicos de la comunicación cristiana se aplican a las interacciones en línea de la misma forma en que gobiernan las relaciones interpersonales de la vida real y las conversaciones cara a cara. Ya sea que estemos hablando en persona, por teléfono, por carta, o en línea, la Escritura nos provee de parámetros de comunicación que honran a Dios. Respecto a este tema, un importante pasaje es Efesios 4:14-15, en que el Apóstol Pablo dice a sus lectores: «para que ya no seamos niños, sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, por la astucia de los hombres, por las artimañas engañosas del error; sino que hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos en aquel que es la cabeza, es decir, Cristo». En lugar de sucumbir a la mentalidad saturada de pecado del mundo circundante, los lectores de Pablo deben rechazar la mentira, y por el contrario, hablar la verdad en amor unos a otros. A partir de la enseñanza de Pablo en estos versos, podemos inferir al menos dos aplicaciones importantes para las comunicaciones cristianas de hoy en día. Aunque en un sentido estos puntos son básicos, tienen vital importancia para la manera en que hablamos. Primero, debemos hablar la verdad, y segundo, debemos hacerlo de una manera que se caracterice por el amor. El contexto de la enseñanza de Pablo gira en torno a asuntos doctrinales (v. 14) y es directamente aplicable a la edificación de nuestros hermanos en la fe (vv. 15b-16). Debemos, entonces, hablar la verdad en contraste con la falsedad de las enseñanzas engañosas y las filosofías mundanas, y debemos hacerlo en amor, con el propósito de edificar el cuerpo de Cristo. Hablar la verdad se refiere al contenido de lo que decimos. Como seguidores de Cristo, debemos ser defensores de la verdad de la Palabra revelada de Dios. Esto significa que habrá momentos en los que tendremos que confrontar el error a medida que contendamos fervientemente por la fe. Con los no creyentes, esto a menudo tomará la forma de apologética, ofreciendo valientemente una defensa de la esperanza que hay en nosotros. Con otros creyentes, esto puede tomar la forma de una confrontación a medida que rogamos a un hermano o hermana en la fe que se arrepienta de alguna idea o acción pecaminosa. Hablar la verdad en amor se refiere a la forma en la que hablamos. No debemos ser odiosos con la verdad ni abordar a otros de maneras personalmente ofensivas. Más bien, somos llamados a comunicarnos de tal manera que la forma en la que hablemos honre a nuestro Señor Jesús y edifique a su cuerpo, la iglesia. Cuando hablamos de amor, no estamos sugiriendo que debamos ignorar el error o tolerar ciegamente «todo viento de doctrina». En lo absoluto. El amor bíblico «no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad» (1 Co 13:6). Nuestro mundo postmoderno considera erróneamente que el amor equivale a tolerar cualquier creencia o acción. Sin embargo, tolerar el error doctrinal o el pecado impenitente no tiene nada que ver con el amor verdadero. Por lo tanto, decimos la verdad porque es lo más amoroso que podemos hacer. Además de lo anterior, reconocemos que el amor bíblico es paciente, bondadoso, humilde, no busca lo suyo, y no se irrita fácilmente. Es un amor sincero que se caracteriza por la frase: «Si es posible, en cuanto de vosotros dependa, estad en paz con todos los hombres» (Ro 12:18). Muestra el fruto del Espíritu (Gá 5:22-23); en consecuencia, no es irascible, obstinado, conflictivo ni innecesariamente contencioso (2 Ti 2:24-25). Definitivamente no es suave con el pecado, el error, o la falsa enseñanza; pero es suavizado por la compasión y sazonado con gracia en su manera de interactuar con otras personas. En nuestro evangelismo, la enseñanza de Pablo sobre hablar la verdad en amor nos ayuda a recordar que la meta de la apologética no es meramente ganar discusiones, sino ganar personas. Y al practicar la confrontación bíblica con hermanos en la fe, este mismo principio nos recuerda que la meta es la restauración. Después de todo, como Pablo aclaró, la meta de nuestro hablar es edificar a otros. La enseñanza de Pablo en Efesios 4:14-15 subraya el hecho de que la verdad y el amor no son conceptos que se excluyan mutuamente. Por el contrario, el contenido de nuestras palabras debe estar caracterizado por la verdad bíblica, y la manera en la que hablamos debe estar gobernada por el amor bíblico. Con esos dos parámetros en su lugar, podemos aprovechar al máximo cada palabra que hablamos (o tipeamos, o twitteamos) —honrando a Cristo y edificando a otros a través de lo que decimos—.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.