Melissa B. Kruger (BA, University of North Carolina en Chapel Hill) sirve como vicepresidenta del programa de discipulado para The Gospel Coalition (TGC). Es autora de muchos libros, en los que se incluyen La envidia de Eva, Camine con Dios durante su maternidad, Creciendo juntas y Adónde llegues a ir, te quiero decir. Su esposo, Mike, es el presidente del Reformed Theological Seminary, Charlotte, y tienen tres hijos.


La culpa que provoca el aborto
Busquen a Jesús
En la noche de su muerte, Jesús le dio a sus discípulos la siguiente instrucción: Ustedes ya están limpios por las palabras que les he hablado. Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco en ustedes si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí nada pueden hacer (Jn 15:3-5). Jesús declaró limpios a sus discípulos. A ellos no se les pidió que permanecieran en Jesús para ser limpios; más bien, se les dio la capacidad de permanecer porque ya habían sido limpiados. Jesús entrega el único camino a Dios, así también como el alimento que nuestras almas necesitan para caminar en la nueva vida. Pasar tiempo con Jesús es tan necesario como la comida y el agua. Mientras más tiempo pasen en la Palabra y en oración, más moldeará Dios su entendimiento sobre quiénes son en Cristo. Su identidad no está en el aborto que realizaron en el pasado, sino que en su adopción del presente. En Cristo, son hijos amados de Dios. El entendimiento de Pablo sobre este concepto se refleja en sus cartas a varias iglesias. Pablo llama a los receptores de sus epístolas «los santos» en Roma, en Éfeso, en Corinto, etc., no «los pecadores». Ciertamente los receptores de Pablo aún luchaban con sus decisiones del pasado y las tentaciones del presente (como también lo hacía Pablo; vean Romanos 7), pero Pablo entendía que su identidad era la de personas santas que luchan con el pecado, en vez de personas pecadoras que se esfuerzan para obtener la santificación. Si el pecado pasado del aborto pronuncia palabras de condenación presente, escuchen esta preciosa verdad: «Por lo tanto, ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús» (Ro 8:1). Jesús los ha llamado santos, hijos amados de Dios. Han sido invitados a acercarse con confianza al trono de la gracia porque tienen un Salvador comprensivo (Heb 4:15-16). La Palabra de Dios ofrece recordatorios diarios de su amor, perdón, misericordia y gracia. Pasar tiempo con Jesús transforma y renueva sus mentes, forteleciéndolos contra los sentimientos de indignidad y vergüenza.Busquen comunidad
En el proceso de sanidad, además de buscar a Jesús, también es de vital importancia buscar la comunidad de una iglesia. Santiago 5:16 nos anima de la siguiente manera, «por tanto, confiésense sus pecados unos a otros, y oren unos por otros para que sean sanados. La oración eficaz del justo puede lograr mucho». Si nunca le han contado a alguien sobre el aborto que realizaron, los animo a hablar con su pastor o a buscar un creyente maduro con quien puedan compartir sus historias. Muchos centros de apoyo para el embarazo ofrecen consejería y grupos de apoyo para personas que ya se han realizado abortos. Por ejemplo, el centro que está en el área donde yo vivo tiene un programa que se llama Surrending the Secret [Renunciemos al secreto] para ayudar a mujeres a que caminen juntas en el dolor, el perdón y la sanidad. Recientemente, un pastor me contó la historia de que una vez realizó un servicio fúnebre en su iglesia para los bebés que habían sido abortados. Una mujer que había abortado hace veinte años se acercó después del servicio para decirle esto: «la sangre de Cristo se llevó mi culpa, pero hoy el cuerpo de Cristo se llevó mi vergüenza». La compasión y el amor que ofrece la comunidad de la iglesia es una parte poderosa del proceso de sanidad.Busquen ministrar
La vergüenza de las decisiones del pasado podría haber provocado que huyeran de la iglesia y de una relación con Jesús. Pudieron haber pasado años cayendo en un espiral de patrones de pecado y comportamiento. Sin embargo, a medida que experimentan el poder sanador del evangelio, aparecen nuevos patrones, liberándolos para pasar una vida ministrando a otros. Como escribió Pablo, «para libertad fue que Cristo nos hizo libres. Por tanto, permanezcan firmes, y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud» (Ga 5:1). En Cristo, no sólo somos hechos nuevos, sino que también podemos caminar en nuestra nueva vida. En la cruz, Cristo venció al castigo que merecíamos por el pecado y al poder que éste tenía en nuestras vidas. Su pasado no los hace esclavos en su futuro. La libertad en Cristo les permite comenzar a compartir sus historias con otros. No tienen que esconderse en el miedo, más bien pueden ministrar la gracia que han recibido a otros. Casi el 40 % de las mujeres que trabajan en el centro de apoyo para el embarazo de mi localidad son mujeres que se han realizado un aborto. Ellas han decidido compartir su historia con otros con la esperanza de rescatar a otras mujeres y bebés del error que han cometido. En el clásico de John Bunyan, El progreso del peregrino, Cristiano [el personaje principal] se desvía del camino angosto para andar en el camino ancho del pecado. Él se encuentra a sí mismo atrapado en el Castillo de la Duda, lleno de desesperación. Cuando finalmente recuerda que tiene una llave en su bolsillo (llamada Promesa), se escapa y encuentra el camino de vuelta al camino angosto. Más tarde, insiste en volver al lugar donde él dejó el camino angosto para ir al camino ancho con el fin de poner un letrero, para así advertir a otros:Por dejar nuestra senda hemos sabido Lo que es pisar terreno prohibido. Cuide de no salir de su sendero El que no quiera verse prisionero Del Gigante cruel, que vive en guerra Con Dios, y al peregrino extraviado En el Castillo de la Deuda encierra Por verle para siempre desgraciado.Cristiano entendió las profundidades de la duda y de la desesperanza que acompañan a las decisiones pecaminosas. Por lo tanto, él quería advertirle a otros que no cometieran el mismo error. Una de las tiernas misericordias de Dios es que él puede tomar las malas acciones y usarlas para ayudar a otros. Sus historias podrían ayudar a otra mujer a optar por la vida o a un hombre a defender y proveer para su hijo. Ser voluntario de un centro de apoyo para el embarazo o compartir con las mujeres y los hombres de sus iglesias podría ser una manera en la que el Señor los puede usar poderosamente en la vida de otros. Después de que el rey David pecara con Betsabé, él abrió su corazón en confesión al Señor, pidiéndole que renovara la sensación de la presencia y la esperanza que Dios da. «Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti» (Sal 51:13). Ministrar a otros produce que sientan su gozo renovado en el Señor. Mientras comparten su gracia con otros, estas verdades del evangelio se asentarán profundamente en sus corazones. En medio del duelo de las decisiones pasadas, pueden alegrarse en el regalo gratuito de la salvación. Dios los viste con trajes de justicia y cambia su lamento en alegría. Isaías 61:1-3 dice: El Espíritu de DIOS está sobre mí, porque me ha ungido el SEÑOR para traer buenas nuevas a los afligidos. Me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar la libertad a los cautivos y liberación a los prisioneros; para proclamar el año favorable del SEÑOR, y el día de venganza de nuestros Dios; para consolar a los que lloran, para conceder que a los que lloran en Sion se les dé diadema en vez de ceniza, aceite de alegría en vez de luto, manto de alabanza en vez de espíritu abatido; para que sean llamados robles de justicia, plantío del Señor para que él sea glorificado. Busquen a Jesús, busquen comunidad y busquen ministrar. El Señor les ofrece amablemente una diadema en vez de ceniza y aceite de alegría en vez de luto para que sus vidas brillen por su gloria.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.


El camino al contentamiento
Desde nuestros primeros años, basamos nuestro contentamiento en una variedad de logros personales. Si tan sólo tuviéramos ese nuevo juguete, fuéramos parte del grupo de personas apropiado, fuéramos aceptados en una universidad en particular, encontráramos satisfacción laboral, nos casáramos con la persona de nuestros sueños, compráramos la casa correcta en la ciudad correcta, tuviéramos hijos, tuviéramos unas agradables vacaciones, mantuviéramos nuestra buena salud, disfrutáramos de estabilidad económica, entonces, y sólo entonces, podríamos esperar tener contentamiento.
Si tan sólo pudiéramos tener en cualquier momento las cosas que deseamos, podríamos encontrar satisfacción. No es mucho pedir, ¿cierto? Mientras Dios nos invita a disfrutar de sus bendiciones de diversas formas, las cosas temporales son una base insatisfactoria para obtener gozo y paz perdurables. La cultura puede percibir el contentamiento como algo que obtenemos por medio de las relaciones, de las riquezas, del poder y del privilegio; sin embargo, la Biblia describe requisitos diferentes para obtener contentamiento. El contentamiento bíblico se desarrolla poco a poco gracias a la obra del Espíritu Santo en el corazón, en la mente y en la vida de un creyente. Estas cuatro características establecen un fundamento eterno para un contentamiento inquebrantable que se mantiene estable a través de las etapas y las tormentas de la vida:Un corazón que confía
El pilar del contentamiento es un corazón que confía en el Señor. En Jeremías 17:7-8, el profeta afirma confiadamente:Bendito el hombre que confía en el Señor, y pone su confianza en él. Será como un árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme que llegue el calor, y sus hojas están siempre verdes. En época de sequía no se angustia, y nunca deja de dar fruto.Este pasaje, junto con la visión similar del Salmo 1, presenta una imagen hermosa del contentamiento. La capacidad que el árbol tiene para florecer es independiente de las circunstancias porque tiene una fuente inagotable de la que puede beber. Sea lo que sea que venga, el árbol siempre estará dando fruto. En la noche de su muerte, Jesús profundizó en esta visión cuando les enseñó a sus discípulos lo siguiente: “Yo soy la vid, ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada” (Jn 15:5). Como el árbol, tenemos una fuente permanente de la que podemos nutrirnos. Permanecemos en Jesús al pasar tiempo en su Palabra, buscándolo en oración y caminando obedientemente en sus mandamientos (Jn 15:7-11). Jesús es nuestra fuente, que provee la fortaleza, el refuerzo y el ánimo que necesitamos para resistir cualquiera y toda circunstancia que debamos enfrentar, mientras seguimos dando el fruto del contentamiento. Lejos de Cristo, somos ramas secas —resecas y sedientas—, siempre con ansias de más. En Jeremías 17:5-6 se nos advierte, “¡maldito el hombre que confía en el hombre! ¡Maldito el que se apoya en su propia fuerza y aparta su corazón del Señor! Será como una zarza en el desierto, no se dará cuenta cuando llegue el bien...”. Es imposible tener el contentamiento bíblico sin permanecer en Cristo. Al creer en Jesús, no tenemos que temerle ni a la abundancia ni a la adversidad. Cuando las dificultades y las pruebas aparezcan, su fuerza será suficiente. Cuando las alegrías y los placeres lleguen, su gracia nos capacitará para regocijarnos en el dador de todas las cosas buenas. Un corazón que confía en Dios puede proclamar gozoso junto a Pablo, “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil 4:13).
Un modo de pensar enseñable
Un corazón que confía en el Señor también es uno que aprenderá de él. Si esperamos encontrar contentamiento, un segundo requisito es tener un modo de pensar enseñable. En su carta a los Filipenses, Pablo explica:No digo esto porque esté necesitado, pues he aprendido a estar satisfecho en cualquier situación en la que me encuentre. Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto como a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Fil 4:11-13).El contentamiento no llega a nosotros de repente; es algo que se aprende. ¿Puedes recordar la última vez que aprendiste algo nuevo? Normalmente, para aprender algo necesitamos estudiar y observar, pero en algún momento es necesario también aplicar esa teoría. Si aprendo a andar en bicicleta, puedo comenzar el proceso leyendo un libro al respecto. También puedo ver y observar cómo alguien más lo hace. Sin embargo, para aprender a andar en bicicleta de verdad, debo sentarme en la bicicleta e intentar andar yo misma. Este tiempo de aprendizaje también es el más difícil: nos inundan las preguntas: ¿qué pasaría si empiezo a decaer? ¿Y si salgo lastimado? ¿Y si nunca aprendo? Sin embargo, perdemos el gozo de vivir este proceso si no estamos dispuestos a aplicar lo que sabemos en nuestras vidas. De igual manera, podemos aprender a tener contentamiento al leer libros que tratan el tema y al ver a otros viviendo el contentamiento. Sin embargo, en algún punto, debemos aplicar lo que estudiamos y lo que observamos a nuestras propias vidas. El miedo puede atormentarnos a medida que aprendemos a confiar en Dios en nuestro contentamiento: ¿y si salgo lastimado? ¿Y si desaprovecho esto? ¿Y si Dios no es suficiente? Mientras aprendemos el secreto del contentamiento, sentir estos miedos es normal. Sin embargo, al poner nuestra mente en las cosas de arriba, considerando lo que es amable, digno de adoración y verdadero, podemos ver por sobre nuestras dudas. El contentamiento bíblico no es una disposición natural en nosotros ni un tipo de personalidad; es el resultado del aprendizaje y del crecimiento en la vida cristiana.
Una vida sacrificial
Jesús explicó una tercera característica necesaria para el contentamiento cuando les enseñó lo siguiente a sus discípulos:Entonces llamó a la multitud y a sus discípulos. —Si alguien quiere ser mi discípulo —les dijo—, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa y por el evangelio, la salvará. ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida? (Mr 8:34-37)El que adquiere la mayor cantidad de chucherías y juguetes no obtiene contentamiento en el juego de la vida. Cuando ganas el mundo, éste puede entregar felicidad momentánea; no obstante, es imposible sostener el gozo perdurable mediante el placer temporal. Por el contrario, la forma contracultural del evangelio nos lleva a negarnos a nosotros mismos y, al hacerlo, encontramos un resultado sorpresivo: vida. No se llega a tener contentamiento al obtener cosas, sino que al dar; no al agregar, sino que al restar. Al caminar como sacrificios vivos, no vivimos para consumir las cosas de este mundo, sino que con la esperanza de ser consumidos para ellas; es decir, damos nuestro dinero, tiempo y talento, esperando usar todo lo que se nos ha confiado para anunciar a otros la obra del evangelio. Enfrentamos problemas, y dificultades y persecución, sabiendo, en el fondo de nuestro corazón, que aunque no tengamos nada, lo tenemos todo: “el que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida” (1 Jn 5:12). La hermosura de la vida sacrificial brilla vivazmente mientras se consume; consumida pero contenta.
Una esperanza celestial
El Espíritu nos fortalece con un corazón que confía en el Señor, un modo de pensar enseñable y una vida sacrificial porque se nos ha dado una esperanza celestial. Nuestra expectativa equivocada de este mundo afecta grandemente nuestra capacidad de disfrutarlo. Aunque intentemos diligentemente obtener contentamiento de las cosas terrenales, este mundo simplemente no puede producir lo que está más allá de sus posibilidades. Richard Baxter exhortó sabiamente a muchos con lo siguiente:Si los deleites perdurables estuvieran más en sus mentes, los deleites espirituales abundarían más en sus corazones. No hay duda de que cuando se nos olvida el cielo, no estamos cómodos. Cuando los cristianos permiten que sus expectativas celestiales caigan y elevan sus deseos terrenales, se están preparando para el miedo y los problemas. ¿Quién se ha encontrado con un alma angustiada y quejumbrosa que no tenga una expectativa muy baja de las bendiciones espirituales o una expectativa muy alta de obtener gozo en la tierra? Lo que nos tiene en problemas es que no esperamos lo que Dios ha prometido o esperamos lo que él no ha prometido.
Jesús nos enseñó, a sus seguidores, a acumular tesoros para nosotros mismos en el cielo, en donde ni la polilla ni el óxido los destruyen y en donde los ladrones no se meten a robar. Él entendía que donde se encontrara nuestro tesoro, allí también estarían nuestros corazones (Mt 6:19-21). Al poner nuestras esperanzas completamente en lo que está por venir, seremos animados en una forma nueva de disfrutar nuestros días bajo el sol.
Al vivir como extranjeros y peregrinos, dejaremos ir nuestras expectativas irreales. Mientras viajamos, entendemos que muy probablemente estaremos incómodamente ubicados, recibiremos empujones y luciremos un poco desgastados. Sin embargo, en lo profundo de nuestro corazón, descansamos contentos, porque estamos camino a casa, teniendo en mente las visiones, los olores y los deleites de nuestro hogar que inundan nuestros corazones con regocijo. Por la obra del Espíritu, podemos hacer este viaje con gozo, pues podemos tener un corazón que confía en el Señor, una mente enseñable, una vida sacrificial y una esperanza celestial —estas cosas sirven como el mejor de los compañeros de viaje—. Estos requisitos para el contentamiento hacen que nuestros corazones estén listos para experimentar una plenitud perdurable que puede resistir las pruebas y las tormentas más violentas. Lo que el mundo no es capaz de entregar, Cristo lo da gratuitamente. Es mi deseo que nos encontremos unidos a él, llenos de gozo, descansando contentos en todas las cosas.Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección | Traducción: María José Ojeda


Reseña: Sus testimonios, mi porción

La verdad que da vida
Cada autora expone la verdad de la Palabra de Dios al compartir su importancia en su propia vida. La líder de ministerio de mujeres, Patricia Namnún, nos recuerda la importancia de la obediencia llena del Espíritu y del deleite en la Palabra de Dios: «No solo necesitas la gracia de Dios para una vida de obediencia a la Escritura, sino que también precisamos su gracia para ver las maravillas de su Palabra». Anyabwile comparte el consuelo vivificante que da la Palabra de Dios: «Meditar en la Palabra de Dios me trae consuelo en medio de mis temores y me sirve de refugio mientras lo represento y le confío el futuro de mi hijo». La directora del ministerio de mujeres, Blair Linne, explica el poder refrescante de la Palabra de Dios en el sufrimiento físico: «Al igual que el salmista, sin mi aflicción, no comprendería la misericordia de la Palabra al punto en que puedo hacerlo ahora. En nuestros días más oscuros de aflicción, nuestro Señor está esperando para refrescarnos el alma con Sus abundantes misericordias». En conjunto, estos devocionales nos invitan a leer, a estudiar, a memorizar, a obedecer y a disfrutar la Palabra de Dios. Nos recuerdan su importancia diaria, así como su confiabilidad. Te animo, si es que tu alma está cansada y tu corazón necesita refrescarse, a que bebas de la sabiduría de Sus testimonios, mi porción. Te encontrarás en una mesa con mujeres que enseñan la Palabra de Dios con sabiduría, belleza y un profundo amor por Dios y su pueblo. Es el mejor festín.Sus testimonios, mi porción: devocionales para mujeres de todo el mundo. Varias autoras. B&H Español, 256 páginas.
Esta reseña fue publicada originalmente en 9Marks.

