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Cinco mitos sobre el infierno
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Cinco mitos sobre el infierno


Este artículo es parte de la serie Cinco mitos publicada en Crossway.

Mito nº. 1: a Jesús no le preocupaba el infierno

Cristo habló muchísimo más sobre el juicio y el infierno de lo que muchos quisieran admitir. No sólo eso, sino que también habló del infierno de diferentes maneras para ilustrar su interminable y terrorífico tormento. Por ejemplo, Él usa una «parábola» en Lucas 16 para describir el lugar llamado «Hades» (Lc 16:23), que tiene un «gran abismo» (Lc 16:26) puesto por Dios para evitar cruzar del infierno hacia el cielo y viceversa. Él habla del «infierno de fuego» (Mt 5:22); del peligro de que «todo tu cuerpo sea arrojado al infierno» (Mt 5:29); esto es el «fuego que no se apaga» (Mr 9:43); los impenitentes son «echado[s]» ahí (Mr 9:45), «donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga» (Mr 9:48). Jesús, el Hijo del Hombre, con sus ángeles, enviará a «todos los que hacen iniquidad» y «los echará[...] en el horno de fuego» donde habrá «llanto y el crujir de dientes» (Mt 13:41-42). Jesús lo llamó un lugar de «tinieblas de afuera» (Mt 25:30). En definitiva, no cabe duda de que nuestro Señor no rehuyó de hablar sobre un lugar de tormento interminable, a menudo usando un lenguaje evocador para dar a entender su punto con el fin de advertirle a los pecadores del juicio venidero (Mt 3:12; 7:22-23; 10:28; 11:23; 13:30, 41-42, 49-50; 23:16, 33; 25:10, 31-33; 26:24; Mr 8:36; 9:43-48; 16:16; Lc 9:25; 12:9-10, 46; Jn 5:28-29).

Mito nº. 2: el Antiguo Testamento no se refirió al infierno

Como la mayoría de las doctrinas, la doctrina del infierno no se desarrolla completamente en el Antiguo Testamento, pero eso no quiere decir que no esté presente. Por ejemplo, en Isaías, el impío debe temblar, debido a que está amenazado con «el fuego consumidor» y las «llamas eternas» (Is 33:14). Isaías frecuentemente habla de la ira de Dios (Is 10:16-18; 29:5-6; 30:27, 30; 33:14). Esto culmina en el capítulo final, donde habla del Señor que viene en fuego «para descargar su ira con furor y su reprensión con llamas de fuego. Porque el Señor juzgará con fuego y con su espada a toda carne, y serán muchos los muertos por el Señor» (Is 66:15-16). Por último, al final, los justos saldrán y «verán los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra mí [Dios]; porque su gusano no morirá, ni su fuego se apagará, y serán el horror de toda la humanidad» (Is 66:24; ver el uso que Cristo le da a estas palabras en Marcos 9:48). Este lenguaje también es reflejado en Daniel, donde se nos cuenta sobre el juicio final que «muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán, unos para la vida eterna, y otros para la ignominia, para el desprecio eterno» (Dn 12:2).

Mito nº. 3: el infierno no es un lugar de castigo eterno

El Nuevo Testamento es claro al decir que el infierno es un lugar de «castigo eterno» (Mt 25:46); es un «fuego eterno» (Mt 18:8) que nunca se extingue (Mr 9:45), donde su gusano nunca muere (Mr 9:48). Sodoma y Gomorra fueron castigadas por sus pecados «al sufrir el castigo del fuego eterno» (Jud 7). Los falsos maestros tienen un lugar reservado en el infierno donde «la oscuridad de las tinieblas ha sido reservada para siempre» (Jud 13). En Apocalipsis 14:11, el sufrimiento del malvado se describe de la siguiente manera: «El humo de su tormento asciende por los siglos de los siglos. No tienen reposo, ni de día ni de noche [...]» (ver también el «por los siglos de los siglos» en Apocalipsis 19:3 y 20:10). Como William Shedd dice: «Si Cristo hubiera querido enseñar que el castigo futuro es correctivo y temporal, Él lo habría comparado con un gusano moribundo y no con un gusano que no muere; con un fuego que se extingue y no con un fuego que no se extingue»[1]. Él agrega que otras palabras y metáforas podrían haberse usado para describir un castigo largo, pero no eterno. Ciertamente, si el infierno no fuera eterno, los escritores del Nuevo Testamento «estaban moralmente obligados a evitar comunicar la impresión que en realidad comunicaron por el tipo de figuras que seleccionaron». En el Nuevo Testamento, la misma palabra usada para describir «vida eterna» también se usa para describir el «castigo eterno». De este modo, en Apocalipsis 22:14-15 vemos que la existencia de los justos en el cielo es colindante con la existencia de los malvados «fuera» del cielo (es decir, en el infierno).

Mito nº. 4: el infierno es meramente la separación de Dios

El infierno es un lugar de castigo establecido por Dios; los pecadores que han cometido traición contra el infinito Dios permanecerán en el lugar de tormento donde sólo podrán odiar continuamente al Dios que odiaron en la vida previa. La idea de que el infierno es meramente la «separación de Dios» es engañosa y desacertada, aunque sin duda incluye la idea de separación de Cristo (Mt 25:41). Más bien, es lo opuesto: el pecador que odia a Dios, que no tiene un mediador, permanece en la presencia de un Dios santo, justo y poderoso. El infierno es un lugar, no es una metáfora para describir algún tipo de proceso de pensamiento interno. El hombre rico en el infierno lo llama «lugar de tormento» (Lc 16:28). Judas se fue al «lugar que le correspondía» (Hch 1:25). Así como hay un «lugar» para los justos después de la muerte, así también hay un «lugar» para los malvados después de la muerte. El Gehena se refiere al valle de Hinón, a las afueras de Jerusalén. Este lugar tiene una historia horrible, puesto que los israelitas y los reyes de Israel, en un momento, quemaron a sus hijos como sacrificios a dioses falsos (esto es, Moloc, ver 2 Crónicas 33:6; Acaz hizo mucho de lo mismo, ver 2 Crónicas 28:3). Gehena podría no ser una referencia a la quema de un vertedero, sino que en realidad es algo mucho peor: un lugar donde ocurrieron las cosas más horribles, como el deliberado sacrificio de niños. El mal en su peor expresión se asocia a Gehena. El infierno es un lugar de pura maldad, un lugar tan aterrador que está desprovisto de toda esperanza. En lugar de ser una mera «separación de Dios», el infierno es, como el puritano Thomas Goodwin dijo, un lugar donde «Dios mismo, por sus propias manos; es decir, el poder de su ira, es quien inflige directamente ese castigo de las almas de los hombres en el infierno»[2]. El poder de Dios será «ejecutado» a medida que su ira desecha a aquellos de la presencia de la bendición de Dios. En otras palabras, quienes están en el infierno recibirán lo opuesto a aquellos que están en gloria, pero ellos aún estarán en la presencia de Dios. Quienes están en el cielo, tienen un mediador; quienes están en el infierno, no tienen nada entre ellos y un Dios vengador.

Mito nº. 5: el infierno es simplemente darle a las personas lo que quieren

Esto es cierto sólo en parte y queda abierto a un posible malentendido. En un sentido, el infierno es una existencia eterna (en sufrimiento), en la que los malvados no están en comunión con Dios. En este sentido, su vida en el infierno refleja su vida en la tierra. Ellos no querían a Cristo en la tierra y, por lo tanto, están sin Él en el infierno. No obstante, nadie desea sufrir en las manos de Dios, no por la eternidad especialmente. Tampoco nadie quiere que su desesperanza aumente. A medida que la criatura en el infierno se da cuenta más y más de que están sufriendo por siempre, la desesperanza del juicio eterno solo puede aumentar. Quienes están en el infierno no tienen promesas, y por consiguiente no tienen esperanza, sino que sólo una desesperanza cada vez mayor. Según Goodwin, el «alma miserable en el infierno [...] se da cuenta de que no podrá sobrevivir esa miseria, tampoco encontrará un espacio ni un momento de tiempo de libertad e intervalo, y tendrá que lidiar para siempre con Aquel que es el Dios viviente». El malvado se desesperará porque no hay fin para la ira del Dios viviente. Por lo tanto, el concepto de desesperanza cada vez mayor y por toda la eternidad, por la que la criatura condenada al infierno no puede hacer nada más que blasfemar al Dios vivo y eterno, nos da toda la razón del mundo para persuadir a los pecadores a poner su fe en aquel que experimentó la desesperanza infernal en la cruz. Es cierto, muchos no quieren alabar al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, pero necesitamos convencer a las personas de que el infierno en última instancia no es que las personas obtienen «lo que querían» como si hubiera alguna victoria para los malvados o posiblemente un intento de «sanitizar» la doctrina para que de alguna manera sea aceptable para los incrédulos. En un sentido, los malvados van a obtener lo opuesto a lo que desearon (y a menudo experimentaron) en la tierra. Todos queremos felicidad, y como tal todos deberíamos acudir a la fuente de bendición, el Señor Jesucristo, para que Él pueda darnos todo lo que realmente deseamos: un gozo impronunciable.

Mark Jones es el autor de Living for God: A Short Introduction to the Christian Faith [Vivir para Dios: una breve introducción de la fe cristiana].

Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
[1] N. del T.: Esta y todas las citas de este autor son traducción propia. [2] N. del T.: Esta y todas las citas de este autor son traducción propia.
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Si Jesús es Dios, ¿por qué oraba?
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Si Jesús es Dios, ¿por qué oraba?

Una pregunta milenaria

¿Por qué Jesús oraba? Como en toda respuesta a preguntas como esta, uno podría encontrar muchas razones sólidas para explicar por qué el Dios-Hombre, Jesucristo, oraba. A lo largo del curso de la historia de la iglesia, muchos teólogos han luchado con esta pregunta. Creo que la respuesta es relativamente simple: Jesús oraba porque Él necesitaba orar.

1. Jesús oraba porque Dios infundió en Él un espíritu de oración

En el Salmo 22, vemos algunos destellos de varios detalles de la vida de Cristo, no sólo de su crucifixión, que caracteriza tan prominentemente a este Salmo. La vida de oración de Cristo comenzó en su nacimiento. El Salmo 22 encuentra su cumplimiento final en Cristo, aunque su historia inmediata es sobre David. El Padre preparó un cuerpo para Cristo, el cual fue formado por el Espíritu en el vientre de la virgen María. Según los límites naturales de su humanidad, es evidente que la vida de oración temprana de Cristo no estaba tan desarrollada como lo estaría al final de su vida. La experiencia es una gran maestra para nuestras oraciones, y mientras más experimentó, más se desarrollaron sus oraciones a la luz de esas experiencias, desafíos y luchas. Cualquier acto de consentimiento que realizó hacia el Padre, lo que incluye el uso deliberado de su voluntad humana, Cristo lo llevó a cabo de manera perfecta, pero también apropiadamente según su edad y etapa de la vida.  Sus actos de razón estaban unidos a los principios santos en su corazón formados por el Espíritu Santo. Su corazón, alma, mente y fuerzas dirigieron sus acciones de una manera apropiada para su edad y su capacidad para actos de razón espiritual. Él tenía el hábito de la fe desde el vientre, lo que entonces traería actos particulares de fe en el tiempo apropiado en respuesta a Dios y su Palabra. Dios tomó a Cristo «desde el seno materno» y lo «hizo» confiar en los pechos de su madre (Sal 22:9). Cristo confió en Dios, pero no como si Él fuera el único responsable de sus actos de fe hacia Dios; al contrario, el Padre lo sustentó para que la vida religiosa de Cristo fuera fiel desde el vientre hasta la tumba. En otro salmo, la realidad de la vida espiritual desde el comienzo de nuestra existencia se hace patente:
Porque Tú eres mi esperanza; Oh Señor Dios, Tú eres mi confianza desde mi juventud. De ti he recibido apoyo desde mi nacimiento; Tú eres el que me sacó del seno de mi madre; Para ti es de continuo mi alabanza (Salmo 71:5-6).
Si estas palabras fueron ciertas respecto al salmista, ¿cuánto más lo son del Hijo de Dios? Cristo no sólo confió desde su juventud, sino que también se apoyó en Dios desde antes de nacer. Cuán diferente es esta idea hebrea de la espiritualidad, que permite y celebra la fe de los niños desde el vientre materno, comparado con nuestros puntos de vista racionalistas de hoy. No sólo el Salmo 22, sino que también el Salmo 8 habla de la realidad de la vida religiosa de Cristo desde el vientre materno: «Por boca de los infantes y de los niños de pecho has establecido tu fortaleza, por causa de tus adversarios, para hacer cesar al enemigo y al vengativo» (Sal 8:2).

2. Jesús oraba debido a quién Él era en relación al Padre

Las primeras palabras registradas de Jesús en Lucas 2 hablan de su lealtad al Padre cuando habla sobre sus asuntos en la casa de su Padre. Las últimas palabras registradas de Jesús hablan de su confianza en el Padre mientras clamaba: «Y Jesús, clamando a gran voz, dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”». Y Lucas agrega: «Habiendo dicho esto, expiró» (Lc 23:46). Cualquier estudio sobre la vida de oración del Hijo de Dios debe tomar en cuenta el hecho, que se observa específicamente en el registro de los Evangelios, que Jesús habitual y fervientemente oró a su Padre en el cielo. Al principio, esto podría parecernos un poco común, hasta que investigamos más. Referirse a Dios en oración como «mi Padre» era prácticamente algo que no se escuchaba en los tiempos de Cristo. Los judíos se referían a Dios en oración normalmente como «Yahweh», «mi Señor», «mi Dios» o «Dios de mi padre». Las palabras de Cristo simplemente no tienen precedentes: «En aquel tiempo, Jesús dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra [...]”» (Mt 11:25). Como dice el académico de Nuevo Testamento, Joachim Jeremias: «podemos afirmar bastante deliberadamente que no existe analogía alguna en toda la literatura de la oración judía en que se haya dirigido a Dios como Abba. Esta afirmación no sólo se aplica a la oración litúrgica establecida, sino que también a la oración libre, de la cual se han transmitido muchos ejemplos en la literatura talmúdica». De este modo, Jesús revolucionó la oración de una manera que le hizo justicia a la naturaleza radical de su ministerio. Sin ejemplos previos de judíos fieles dirigiéndose a Dios como «Padre» en oración, el Judío sumamente fiel se refirió a Dios como «Padre» de manera casi exclusiva en sus oraciones registradas. Debió haber habido una muy buena razón para este acontecimiento.  La palabra aramea abba se refiere a una relación de padre e hijo. Antes del tiempo de Cristo, los niños que hablaban arameo aprendían a referirse a sus padres como abba e imma. Durante la vida de Cristo, no sólo los niños pequeños, sino que también los hijos mayores se referían a sus padres como abba. No obstante, los judíos habrían considerado irrespetuoso dirigirse a Dios como abba. Lo que nuestro Señor hizo fue nuevo y, como dije, revolucionario en la manera de acercarse a Dios. Si Jesús no era quien era, habría tenido razones para unirse a los judíos en sus acusaciones de blasfemia: «Entonces, por esta causa, los judíos aún más procuraban matar a Jesús, porque no sólo violaba el día de reposo, sino que también llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose igual a Dios» (Jn 5:18). Considera que, por la singularidad de la relación eterna entre las personas de la Trinidad, Cristo se dirigió a Dios como Padre prácticamente en todas las circunstancias, incluso en las más desesperadas: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú quieras» (Mt 26:39). Esta osada petición del Cristo encarnado encontró su ímpetu en la intimidad infinita con la que Él se relacionaba con el Padre desde la eternidad. Al mismo tiempo, la llegada del Hijo en la carne proveyó una nueva manera de relacionarnos con Dios. La oración se transformó en una conversación profundamente íntima entre Dios el Padre y su pueblo gracias a la persona y obra de Cristo al llevarnos a tal lugar. En conclusión, Jesús oraba a Dios porque Dios infundió en Él un espíritu de oración y también debido a quién es Cristo en relación a su Padre; es decir, el Hijo de Dios. Su identidad, unido con el propio deseo de Dios de relacionarse con su Hijo, explica por qué Jesús necesitaba orar. Hay otras razones también, pero estas son cruciales para entender las oraciones de nuestro Señor.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.