volver
Photo of La necesidad del ministerio rural
La necesidad del ministerio rural
Photo of La necesidad del ministerio rural

La necesidad del ministerio rural

En el resplandor del atardecer de una tarde, puedo pararme en la entrada de mi casa y mirar hacia la calle, para contemplar completamente a la comunidad que con gusto llamo hogar. Las letras borrosas que apenas dicen «Winchester» en la deteriorada torre de agua (la única cosa en nuestro horizonte) son un reflejo correcto de un pequeño pueblo modesto, pero que no es poco atractivo. Esta comunidad rural no ofrece mucho económicamente; nunca será un lugar de importante influencia cultural o de éxito mundano. Sin embargo, tengo un resuelto desapego por esas cosas, puesto que estoy convencido de que el Evangelio tiene mucho que ofrecer y puede tener una profunda influencia en los lugares olvidados del área rural. ¿Quién me da esa seguridad? Jesús lo hace. Los pueblos pequeños y rurales no fueron periféricos para la vida y el ministerio de Jesús. Él nació en Belén, que no fue, ni siquiera en su tiempo, una ciudad en auge (Mi 5:2). Cuando su familia regresó desde Egipto, él fue criado en Nazaret, que no era un epicentro potencial mundial, sino más bien un pueblo oscuro enclavado entre las montañas (Lc 4:29; Jn 1:46). Durante su ministerio, Jesús intencionalmente predicaba en pueblos y aldeas (Mr 1:38; Lc 13:22) y envió a los doce asumiendo que harían los mismo (Mt 10:11). Él enseñó que el llamado del Reino debían ser anunciados incluso en lugares irrelevantes y que estuvieran fuera del camino con el fin de llenar la casa de su Padre (Lc 14:23). Al leer los Evangelios, es innegable ver que Jesús tuvo un corazón por el ministerio en los pueblos pequeños y rurales. Uno debe preguntarse, sin embargo, si la iglesia contemporánea comparte el corazón de Jesús en este asunto. La población rural en los Estados Unidos, por ejemplo, es del 15 al 20 % de la población general; entre los 45 y 60 millones de personas. Pon eso en perspectiva: este número es mayor que las poblaciones de la gran mayoría de los países independientes en el mundo y, en tamaño, es una población mayor que las de Italia y Francia. En los últimos treinta años, un importante movimiento ha dedicado muchos de los recursos y de las personas de la iglesia a plantar y a aumentar iglesias en la ciudad. Sin minimizar el bien que esto ha logrado, podemos levantar preguntas que nos hacen reflexionar. ¿El entusiasmo por plantar iglesias ha desarraigado la devoción a la igualmente necesaria y apostólica obra de revitalización? ¿La búsqueda de influencia ha producido una parcialidad frente a lo menos influyente? ¿Una visión por los centros urbanos ha pasado por alto las comunidades pequeñas? ¿La luz y el ruido de la ciudad nos ha cegado y ensordecido para ver y escuchar las necesidades fundamentales y espirituales de los pueblos rurales? El siglo XX (y ahora el XXI) ha tenido un efecto devastador en las regiones de Estados Unidos de Appalachia en el Este, de las granjas de la región central y de las áreas de pesca y de silvicultura de las costas. La mecanización y la industrialización ha motivado un éxodo rural, lo que ha dejado una población, economía y comunidades reducidas. No obstante, las realidades sociales que enfrentan estos lugares palidecen en comparación a la crisis espiritual de estas comunidades rurales. Abuso de sustancias, pobreza, suicidio, familias rotas, tragedias y peligro (a tasas que son proporcionalmente más altas que en la ciudad) traicionan el sentido compartido de miedo, de pesimismo y de desánimo. Estos problemas tienen causas y efectos espirituales. El Evangelio es el único que puede hablar significativamente sobre estos problemas. Desafortunadamente, como los pueblos rurales han disminuido, también lo ha hecho la presencia de testigos cristianos. Las iglesias que en un momento fueron el centro de la vida de la comunidad ahora luchan con presupuestos disminuidos, membresía envejecida, sillas vacías y un deseo porque muchos jóvenes (incluso pastores) tengan las oportunidades y las comodidades de la ciudad. Cuando estas congregaciones son forzadas a cerrar sus puertas, es el fin de un ministerio que posiblemente ha existido durante más de un siglo. Las comunidades quedan sin un solo testigo de Jesucristo y de la gloria de su Evangelio. Esto debería motivar a la iglesia a pensar y actuar sobre la necesidad del ministerio rural. Esto comienza, por supuesto, con aquellos que ya se encuentran dentro de ese contexto. Es fácil revolcarse en la autocompasión por la forma en que la iglesia rural es descuidada o ceder ante la derrota porque los recursos parecen escasear. Es fácil desesperarse porque el éxito parece imposible. No obstante, la verdad permanece: existen millones de personas en comunidades rurales que no están adorando a Jesús. Él no llama a su iglesia a un éxito mundano, sino que la llama a ser fiel con lo que tiene. Él no nos demanda tener reconocimiento humano, sino que nos recuerda que un vaso de agua fría en su nombre tiene beneficios eternos. La iglesia rural debe cumplir con el ministerio de la reunión y de la perfección de los santos porque ese el trabajo que Jesús le ha dado. Las áreas rurales necesitan ser vistas por la iglesia en general como un campo misionero (y de inversión). Podría ser una sugerencia atrevida, pero debemos abrazar el desafío extremo de plantar iglesias en pueblos pequeños con valentía y determinación. Sin embargo, no puede terminar ahí. Se puede hacer más para animar a las personas a realizar el arduo trabajo de revitalizar lo que está creciendo con debilidad. En las palabras de Charles Spurgeon:
A mi parecer, debiera ser tu gloria unirte a las iglesias más pobres y más débiles de tu denominación y de donde quiera que vayas, para decir, «esta pequeña causa no es tan fuerte como me gustaría que fuera, pero por la gracia de Dios, haré que sea más influyente. Por lo menos, daré lo que hay en mí para fortalecer lo débil de Sión y ciertamente no despreciaré el día de las cosas pequeñas».
Vale la pena invertir nuestro tiempo y esfuerzo en el ministerio rural porque el Cordero es digno de recibir la recompensa de su sufrimiento: una recompensa que estoy convencido que está presente en las comunidades rurales de nuestro mundo.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: María José Ojeda