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J. I. Packer (1926-2020) sirvió como profesor de Teología de Board of Governors en Regent College. Es autor de numerosos libros, entre los que se encuentra el clásico éxito en ventas Conociendo a Dios. Packer también sirvió como editor general de la versión de la Biblia en inglés English Standard Version Bible y como editor teológico para el Estudio bíblico de la ESV.

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Cuatro verdades sobre la generosidad cristiana
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Cuatro verdades sobre la generosidad cristiana

1. La generosidad cristiana es tanto un don espiritual como una disciplina de discipulado a nuestro Señor Jesucristo

¿Qué es un don espiritual? En griego, Pablo usa dos sustantivos para identificar cualquier ítem en esta categoría: charisma, que significa «producto de un amor activo, comunicativo, divinamente redentor», que el Nuevo Testamento llama charis, y nosotros llamamos gracia, y pneumatikon, que significa «expresión de la vida y energía de la persona divina», a quien el Nuevo Testamento llama hagion pneuma, el Espíritu Santo. Un don espiritual, un don de gracia como bien podríamos describirlo, es esencialmente un patrón de servicio en la iglesia que honra a Cristo, glorifica a Dios su Padre y también nuestro, edifica a los creyentes y a uno mismo también e imparte fuerza y madurez a la iglesia como un todo. Algunos dones son habilidades que trascienden los recursos naturales de una persona y son conferidos sobrenaturalmente en y por medio de Cristo; otros son habilidades naturales redirigidas, santificadas y activadas por el Espíritu Santo desde dentro cada vez que se ejercen. Por consiguiente, los intermitentes poderes de sanidad de Pablo eran un don del primer tipo, mientras que sus incansables poderes como maestro de la verdad del Evangelio eran un don del segundo tipo. Ahora bien, la generosidad es un don del segundo tipo. En Romanos 12:6, Pablo escribe: «Pero teniendo diferentes dones, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos [...]», y él continúa para dar ejemplos de esto, enfatizando cada vez que una persona usa sus dones de la mejor manera posible. Él habla de profecía (p. ej.: predicar la Palabra de Dios), servir, enseñar, exhortar y ejercer liderazgo. Luego en el versículo 8 llega a esto: «Si tu don es dar, hazlo con generosidad» (NTV). «Da» es una palabra en el griego que significa «compartir» y, sin duda, se refiere a compartir el dinero, como aquellos que dan para satisfacer las necesidades de quienes no tienen. «Generosidad» es un término que también significa «sinceridad», y Pablo probablemente lo selecciona para usarlo aquí, porque siempre trae connotaciones transparentes de buena voluntad expresada. Por lo tanto, dar, compartir o usar el dinero para aliviar necesidades es un don espiritual, y quien da con generosidad verdaderamente es tan carismático como alguien que ora por la sanidad de otra persona o que habla en lenguas. También dar es una disciplina de discipulado al Señor Jesús. Las disciplinas no vienen naturalmente, sin esfuerzo. Al contrario, son hábitos adquiridos y sostenidos de pensamiento y/o comportamiento que necesitan práctica constante si queremos que sean perfeccionados, y a menudo involucran técnicas específicas propias. Las virtudes cristianas, entre las cuales se encuentra la generosidad, son disciplinas que Cristo elogia, manda y modela como cualidades de vida que deben distinguir a todos sus discípulos; es decir, todos aquellos que se han comprometido a aprender su forma de vivir (la palabra griega para «discípulo» significa aprendiz). Todos los dones espirituales son, desde un punto de vista, disciplinas de discipulado, y si no estamos activamente en el camino de dar generosamente, inmediatamente se debe decir de nosotros que somos realmente débiles y deficientes en nuestro discipulado y dependencia de Cristo Jesús nuestro Señor, lo que significa que necesitamos urgentemente cambiar de camino.

2. La generosidad cristiana es administrar el dinero de Dios

Cuando nos ponemos a pensar sobre la administración cristiana del dinero, en cualquiera de sus vertientes, desde comprar mercadería, apoyar misioneros, hasta invertir en la industria para financiar una festividad, lo primero que tenemos que tener claro es que el dinero que nosotros debemos administrar no es nuestro; es de Dios. Sí, se nos ha dado para usarlo, pero sigue siendo de Él. Lo tenemos como un préstamo y, a su debido tiempo, debemos rendirle cuentas de lo que hemos hecho con él. Ese es el punto de la palabra administrar, la que hoy en día es, en efecto, el término que usa la iglesia para la disciplina de dar. Un administrador es alguien al que un propietario le confía la administración de sus bienes. Un ejecutivo de inversión es un administrador: tiene control de los bienes de sus clientes en un sentido, pero su trabajo es entender e implementar los deseos y prioridades de sus clientes en relación a su uso. De la misma manera, un fideicomisario es un administrador: su trabajo es invertir, resguardar y desembolsar el dinero en el fondo de inversiones de acuerdo al propósito establecido de quien lo haya designado. La sociedad (a la cual la Escritura llama «el mundo») ve el dinero de cada persona como una posesión, para ser usado como les plazca. La Escritura, sin embargo, ve nuestro dinero como un fondo de inversión de Dios a fin de ser usado para su gloria. En la liturgia de la Santa Cena en el libro de oración común de la Iglesia Anglicana, la ofrenda se da a Dios con estas palabras: «Todo es tuyo y ahora de lo recibido de tu mano te damos» [énfasis del autor] (palabras tomadas de 1Cr 29:11, 14). Esa es la perspectiva bíblica constante. El dinero que comúnmente se piensa que es nuestro sigue siendo de Dios; lo recibimos de su mano como sus administradores y fideicomisarios, y debemos aprender a administrarlo para su alabanza.

3. La generosidad cristiana es un ministerio con el dinero de Dios

Ministerio significa servicio; servicio significa aliviar la necesidad; necesidad significa una falta de algo que provoca que alguien no pueda funcionar bien si no tiene eso. Pablo llama a su plan de ayuda financiera para los pobres de Jerusalén: «servicio a los santos» (2Co 9:1), porque la pobreza de los pobres les niega necesidades de vida. Pablo celebra, y expone como modelo, la manera en la cual las iglesias macedonias abrazaron este modo de ministerio, atribuyendo su acción directamente a la gracia de Dios. «[...] en medio de una gran prueba de aflicción, abundó su gozo, y su profunda pobreza sobreabundó en la riqueza», —¡qué combinación!— «aun más allá de sus posibilidades, dieron de su propia voluntad, suplicándonos con muchos ruegos el privilegio de participar en el sostenimiento de los santos. [...] Primeramente se dieron a sí mismos al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios» (2Co 8:1-5). El ministerio de la generosidad tiene muchos objetivos: propagar el Evangelio, sostener la iglesia, proveer cuidado para personas en aflicción (como lo hizo el samaritano por el judío apaleado y medio muerto en la historia de Jesús) y para grupos afligidos como los cristianos de Jerusalén y más. El ministerio de generosidad en todas sus formas apunta al avance del Reino de Dios, que llega a ser una realidad en la vida humana cuando se observan los valores y las prioridades de la enseñanza de Cristo. No hace falta decir que en este ministerio se debe involucrar a todo el pueblo de Dios.

4. La generosidad cristiana es una disposición en relación al dinero de Dios

La administración y el ministerio son asuntos de un comportamiento motivado. Una disposición, o mentalidad como prefiramos llamarla, es una actitud característica, una orientación habitual, un deseo arraigado y, como tal, un asunto de motivación y propósito. La generosidad cristiana apunta a complacer y a glorificar a Dios, y nunca a conformarse con lo que claramente es secundario; así es, positiva y negativamente, el uso que Dios quiere que le demos al dinero que Él nos confía. Jesús contó la historia de un siervo que, al darle un talento, no hizo nada con él más allá de retenerlo hasta que pudiera devolverlo a su amo. «Malo», «perezoso» e «inútil» son los adjetivos que su amo usó para referirse a él (Mt 25:14-30). Para no conformarse con lo que es bastante bueno, lo que es posiblemente bueno o lo que no es malo requiere un llamado emprendedor e imaginativo, a lo que la Biblia denomina «sabiduría». Dar al azar, sin sabiduría, es subcristiano, tal como lo es dar nada o dar mucho menos de lo que se puede dar. Esto levanta la pregunta: «¿cuánto debe dar una persona?». Específicamente, ¿debemos diezmar? Algunos parecen pensar que el diezmo es igual a pagarle la renta a Dios: cuando le hemos dado el 10 % de nuestros ingresos, el resto es nuestro. Sin embargo, no es así, todo es de Dios, y en Nuevo Testamento no dice en ninguna parte que los cristianos deban diezmar. Lo que Pablo le dice a los corintios no es que deben recaudar su parte de la ofrenda al diezmar, sino que si ellos dan generosamente a Dios, Él les dará generosamente a ellos.
Pero esto digo: el que siembra escasamente, escasamente también segará; y el que siembra abundantemente, abundantemente también segará. [...] Y Dios puede hacer que toda gracia abunde para ustedes, a fin de que teniendo siempre todo lo suficiente en todas las cosas, abunden para toda buena obra. [...] Ustedes serán enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual por medio de nosotros [a medida que entregamos tu don] produce acción de gracias a Dios. [...] Glorificarán a Dios [...] por la liberalidad de su contribución para ellos y para todos (2 Corintios 9:6, 8, 11, 13).
La gratitud de Pablo por los macedonios por su generosidad «según sus posibilidades y aun más allá de sus posibilidades, dieron de su propia voluntad» (8:3) sugiere que su respuesta a la pregunta: «¿cuánto debe dar una persona?» la respuesta sería: dar todo lo que puedas de buena gana, fácil y cómodamente, y luego demuestra tu celo y entusiasmo por Dios al dar un poco más. A la luz del elogio de Jesús a la viuda pobre que puso en el tesoro del templo todo lo que tenía, es natural suponer que Él también respondería nuestra pregunta al desafiarnos con estas líneas. Sin duda esto es lo que John Wesley estaba pensando cuando le dijo a sus predicadores laicos: «den todo lo que puedan», y cómo C. S. Lewis pensaba cuando se dirigió a un corresponsal que le hizo nuestra pregunta: «da hasta que duela». A fuerza de la generosidad constante, el mismo Wesley murió sin un centavo y las obras benéficas de Lewis, se nos cuenta, son enormes. Podría ser una buena idea practicar el diezmo como apoyo hasta que nos acostumbremos a dar sumas más grandes de lo que hemos dado antes, pero entonces debemos mirar hacia adelante para dejar el apoyo atrás porque ahora habremos formado el hábito cristiano de dar más que el 10 %. Cuando la cantidad que daremos está en duda, el cielo debería ser el límite y la palabra de sabiduría es: «hazlo».

Este artículo es una adaptación de Mi debilidad, su fortaleza: La vida anclada a Jesús, escrito por J. I. Packer.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.
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¿Por qué el Credo de los Apóstoles dice que Jesús descendió al infierno?
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¿Por qué el Credo de los Apóstoles dice que Jesús descendió al infierno?

La nueva palabrota

La «muerte» se ha denominado como «la nueva palabrota», esa cosa desagradable de la que ninguna persona cortés hablaría en público hoy en día. No obstante, la muerte, incluso cuando es inmencionable, sigue siendo ineludible. El único hecho seguro de la vida es que un día, con o sin advertencia, silenciosa o dolorosamente, se detendrá. Entonces, ¿cómo lidiar con la muerte cuando llegue mi turno?

La victoria cristiana

Los cristianos sostienen que el Jesús de la Escritura está vivo y que aquellos que lo conocen como Salvador, Señor y Amigo encuentran en su conocimiento una forma de superar todos los problemas de la vida, incluso la muerte. Porque «Cristo no me guía a oscuridad / Que Él no haya cruzado ya[efn_note]N. del T.: traducción propia de los versos del himno Christ leads me through no darker rooms [Cristo no me lleva por lugares oscuros], que no tiene su versión oficial en español.[/efn_note]». Habiendo experimentado la muerte Él mismo, puede sostenernos mientras la experimentamos y puede llevarnos al gran cambio para compartir la vida más allá de la muerte a la que Él mismo ha pasado. La muerte sin Cristo es «el rey de los terrores», pero la muerte con Cristo pierde el «aguijón», el poder para lastimar, que de otro modo sí tendría. John Preston, el puritano, sabía esto. Cuando estaba en su lecho de muerte, le preguntaron si le temía, ahora que estaba tan cerca. «No», susurró Preston, «cambiaré de lugar, pero no cambiaré mi compañía». Como diciendo: «dejaré a mis amigos, pero no a mi Amigo, puesto que Él nunca me dejará». Esta es la victoria: la victoria sobre la muerte y el temor que conlleva. Y es para señalar el camino hacia esta victoria que el Credo, antes de anunciar la resurrección de Jesús, declara: «Él descendió al lugar de los muertos». Aunque esta cláusula no se estableció en el Credo hasta el siglo iv; y por lo tanto, algunas iglesias no lo incluyen, lo que dice es de una importancia muy grande, como ahora podremos ver. 

Hades, no Gehena

En inglés, esta parte del Credo es engañosa, ya que la palabra «infierno» ha cambiado su sentido desde que se fijó la forma inglesa del Credo. Originalmente, lo que se traduce como «infierno» significa «el lugar de los muertos» como tal, lo que corresponde al Hades griego y al Seol hebreo. Ese es el sentido aquí, donde el Credo hace eco de la afirmación de Pedro de que el Salmo 16:10: «porque Tú no abandonarás mi alma en el Seol» [énfasis del autor] (versiones en inglés RSV; AV, lo traducen como «infierno»), fue una profecía que se cumplió cuando Jesús resucitó (ver Hechos 2:27-31). Pero desde el siglo xvii, «infierno» se ha utilizado para referirse únicamente al estado de retribución final para los impíos, lo que el Nuevo Testamento nombra como Gehena Sin embargo, lo que el Credo quiere decir es que Jesús entró, no a la Gehena, sino que al Hades; es decir, que Él realmente murió y que fue una muerte genuina, no una simulada, de la que resucitó. Tal vez debería decirse (aunque uno se resiste a insistir en algo tan obvio) que «descendió» no implica que el camino de Palestina al Hades sea hacia abajo a la tierra, como tampoco «resucitó» implica que Jesús volvió a la superficie ¡como un equivalente a un pozo de mina! La palabra descender se usa porque el Hades, al ser el lugar de los incorpóreos, es más bajo en valía y dignidad de lo que es la vida en la tierra, donde el cuerpo y el alma están juntos y la humanidad es en ese sentido un todo.

Jesús en el Hades

«[...] Muerto en la carne pero vivificado en el espíritu» (1P 3:18), Jesús entró al Hades y la Escritura nos dice brevemente lo que hizo ahí. En primer lugar, por su presencia Él transformó el Hades en un paraíso (un lugar de placer) para el ladrón arrepentido (cf. Lucas 23:43) y presumiblemente para todos los demás que murieron confiando en Él durante su ministerio terrenal, de igual manera que lo hace ahora por los fieles que han partido (ver Filipenses 1:21-23; 2 Corintios 5:6-8). En segundo lugar, Él perfeccionó los espíritus de los creyentes del Antiguo Testamento (Heb 12:23; cf. 11:40), sacándolos de la penumbra que el Seol, el «foso», había sido hasta ahora para ellos (cf. Sal 88:3-6, 10-12), para llevarlos a esta misma experiencia paradisiaca. Este es el centro de la verdad en las fantasías medievales del «horror del infierno».  En tercer lugar, 1 Pedro 3:19 nos dice que Él «predicó» (presumiblemente, de su Reino y nombramiento como juez del mundo) a los «espíritus» encarcelados que se habían rebelado en los tiempos previos al diluvio (se cree que estos son los ángeles caídos de 2 Pedro 2:4 ss., que también son los «hijos de Dios» de Génesis 6:1-4). Algunos han puesto en este texto una esperanza de que todos los humanos que no escucharon el Evangelio en esta vida, o que habiéndolo escuchado lo rechazaron, se les predicará para salvación en la vida venidera, pero las palabras de Pedro no entregan la más mínima garantía para esta inferencia. No obstante, lo que hace importante la entrada de Jesús al Hades por nosotros no es nada de esto, sino simplemente el hecho de que ahora podemos enfrentar la muerte sabiendo que, cuando llegue, no estaremos solos. Él ha estado ahí antes que nosotros y nos acompañará.

Este artículo es una adaptación del libro Crecer en Cristo, escrito por J. I. Packer.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.