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Cuando la educación vuelve al hogar: padres como educadores
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Cuando la educación vuelve al hogar: padres como educadores

El mes pasado[1] hice el borrador de un artículo respecto a cómo las familias modernas se benificiarían de llevar más de la educación y el trabajo de vuelta al hogar. Decía algo así:
En el transcurso de un par de generaciones, la vida moderna se ha fracturado cada vez más: los diversos aspectos de nuestras vidas se han desintegrado y sentimos que somos tironeados en diferentes direcciones. Las familias modernas se dispersan durante el día a sus distintos lugares de trabajo y de formación, y vuelven a reunirse en la noche para dormir y entretenerse. En nuestra vida moderna, el hogar es simplemente el lugar donde nos recuperamos de todo el trabajo y el aprendizaje realizado en otro lado. Eso nos deja sintiéndonos como si el tiempo no nos perteneciera (nuestros días principalmente son organizados por nuestros empleadores y nuestras escuelas; el tiempo familiar es simplemente el que sobró). Nuestra vida moderna fracturada debilita los vínculos entre esposos y esposas, padres e hijos, porque no «hacemos» nada productivo en casa que nos vincule. En generaciones anteriores, el hogar era el lugar que mantenía todo junto: el hogar era donde se criaban, educaban y entrenaban a los hijos; donde se cuidaban a los ancianos; donde se cultivaba, cosechaba y cocinaba la comida; el hogar era donde se hacían negocios y se recibía dinero. Las esferas del hogar y el trabajo, lo doméstico y lo económico, estaban mucho más integrados. Gran parte de la vida se llevaba a cabo en casa y más o menos juntos.
En el transcurso de solo un par de semanas, mis palabras han pasado de moda. Las familias a lo largo del mundo han llevado la educación de sus hijos y su propio trabajo de vuelta al hogar, no por decisión propia, sino que por la amenaza de la COVID-19. Es tentador ver esta situación simplemente de manera negativa; como un inconveniente terrible para nuestro diario vivir. Nos hemos acostumbrado a que nuestros hogares, escuelas y lugares de trabajo estén en esferas diferentes. Sin embargo, ¿qué pasaría si tomamos esta oportunidad para ver las cosas desde un ángulo distinto? ¿Cómo podría este momento en la historia ayudarnos a reevaluar la manera en la que vivimos, trabajamos y criamos a nuestros hijos? ¿Cuáles serían los beneficios para nuestras familias de aprender y trabajar juntos en casa? Creo firmemente que llevar la educación y el trabajo de vuelta a casa puede ayudarnos a vivir nuestro llamado dado por Dios como familias. Esta serie de artículos comenzará al centrarse en dos partes de este llamado: padres como educadores y niños como aprendices.

Padres como educadores

En nuestro mundo moderno, hemos externalizado en gran medida la educación de nuestros hijos a las escuelas y a los tutores privados. Un amigo doctor expresó esta expectativa moderna de la siguiente manera: «si tu hijo está enfermo, lo llevas al doctor; si tu hijo necesita aprender algo, ¡lo llevas al profesor!». A lo largo del tiempo, la competencia de las escuelas ha crecido más y más; han asumido gradualmente más y más influencia sobre la vida de nuestros hogares. Al haber pasado ya seis horas en la escuela, la tarde de un niño más grande ya está gobernada por ella, gracias a las tareas. Los fines de semana también son un blanco legítimo, puesto que algunas escuelas requieren la participación de los niños en deportes y otras actividades. Las escuelas también se han hecho cargo de la enseñanza de valores y de la celebración de los eventos familiares, como el Día de la Madre. Es un círculo vicioso: cuando los padres no enseñan, las escuelas intervienen; sin embargo, mientras más escuelas se hacen cargo, menos padres se predisponen a enseñar. Sin embargo, de acuerdo con la Biblia, son los padres, no las escuelas, quienes cargan con la principal responsabilidad de la educación de sus hijos. Los padres son los primeros y más importantes educadores de sus hijos. El libro completo de Proverbios toma la forma de instrucción parental:
Oigan, hijos, la instrucción de un padre, Y presten atención para que ganen entendimiento, Porque les doy buena enseñanza; No abandonen mi instrucción. Cuando yo fui hijo para mi padre, Tierno y único a los ojos de mi madre, Entonces él me enseñaba y me decía: «Retenga tu corazón mis palabras, Guarda mis mandamientos y vivirás. Adquiere sabiduría, adquiere inteligencia; No te olvides ni te apartes de las palabras de mi boca [...]» (Pr 4:1-5).
Como padres, queremos que nuestros hijos se «gradúen» de su niñez con el conocimiento, las habilidades y la sabiduría que necesitan para la vida como adultos. Sin embargo, por sobre eso, queremos equipar a nuestros hijos con el conocimiento de Dios y el lugar que ellos tienen en su mundo. El currículum que enseñamos abarca teología, habilidades para la vida y ética.

Cómo criar con las escuelas desde casa

Aunque los padres somos finalmente los responsables de la educación de nuestros hijos, podemos escoger involucrar a otras personas en su aprendizaje. Bajo circunstancias normales, nos asociamos con las escuelas de nuestros hijos; con profesores de música o entrenadores de algún deporte; con abuelos, tías y tíos; y con los líderes del ministerio de niños de la iglesia. Somos los principales educadores de nuestros hijos, pero no tenemos que enseñarles solos. Sin embargo, ahora que muchos de estos proveedores externos están lejos, es tiempo de que los padres den un paso adelante. Gracias a internet, todavía tenemos acceso a bastantes recursos educacionales sobre materias que están fuera del área de nuestro dominio. Las escuelas de nuestros hijos también podrían entregarnos material para usar con ellos en casa (en nuestro caso, ¡casi demasiado!). Sin embargo, no importa cuánta «escuela en casa» externalicemos a otros, veamos este tiempo como una oportunidad para enseñarles a nuestros hijos las cosas que pensamos que ellos necesitan saber para la vida. Podemos involucrarnos con los trabajos escolares de nuestros hijos: averigua qué están estudiando y conversa con ellos sobre eso. Podemos enseñarles habilidades para la vida: cómo planificar comidas y cocinar, limpiar, coser, jardinear, mantener el automóvil y la casa, cuidar mascotas, hacer presupuestos y hacer inventarios de las provisiones para la casa. También podemos tomar la oportunidad de aprender nuevas cosas juntos. Podemos tener una discusión familiar sobre qué habilidades nos gustaría aprender o qué queremos saber sobre el mundo y elaborar un plan para aprender juntos. Hacer preguntas como: «¿me pregunto por qué… o me pregunto cómo…?», es una buena manera de alentar una cultura familiar de curiosidad. Este podría ser el tiempo perfecto para rellenar los vacíos en nuestra propia educación. ¿Hay algún libro que «debes leer» que aún no has leído? ¿Hay alguna habilidad básica para la vida que nunca dominaste? ¿Has estado esperando aprender o practicar alguna lengua extranjera? ¡Por qué no comenzar ahora y llevar contigo a tus hijos en este viaje! Por ejemplo, recientemente le dije a nuestros hijos que quería aprender algunas habilidades de jardinería. Entonces, investigamos qué semillas podríamos plantar en esta temporada. Compramos las semillas y las plantamos según las instrucciones del paquete. En los últimos meses, nuestro hijo mayor quería aprender cómo armar el cubo Rubik que le habían regalado. Así que buscamos juntos en internet la guía de solución y aprendimos cómo armarlo paso a paso. Por último, podemos usar este tiempo para compartir nuestras cosas favoritas. Podemos mostrarles a nuestros hijos los libros, las series de televisión y las películas que han formado la manera en que vemos el mundo. Podemos pensar en las cosas que jugábamos, que leímos y que mirábamos en nuestra propia infancia y transmitirlos a la siguiente generación. Puedo recordar estar atrapada en casa durante las vacaciones escolares a fines de 1990 cuando ocurría la Guerra del Golfo. Nada más se transmitía en la televisión, ¡por lo que aprendimos a cómo jugar el antiguo juego de la payana[2]! En un tiempo «normal», antes de la COVID-19, mi constante canción parecía ser: «lo siento, niños, no tenemos tiempo para eso». Cuando nuestros hijos querían jugar antes de la escuela o ir al parque después de la escuela, simplemente yo sentía que no podíamos hacer tiempo para nada. Casi cada hora del día parecía estar agendada, ya sea por la escuela misma o por las tareas relacionadas con la escuela que entraron sigilosamente en nuestra vida en el hogar. Sin embargo, ahora, ¡tenemos suficiente tiempo! Por tanto, usémoslo para reclamar nuestro rol como los principales educadores de nuestros hijos. Y, quién sabe, podríamos incluso divertirnos y aprender algo nuevo en el camino.
Este artículo fue publicado originalmente en TGC Australia. Usado con permiso del autor.

[1] Nota del editor: este artículo fue publicado a principios de abril del presente año.
[2] N. del T.: El nombre de este juego varía según región geográfica: payanga, payanca, payaya.
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Cuando el trabajo vuelve al hogar: hijos como aprendices

En el artículo anterior, sugerí que la situación actual (donde muchas personas han tenido que llevar la educación y el trabajo de vuelta a sus hogares) en realidad podría ayudar a nuestras familias a vivir su llamado dado por Dios. Sugerí que los padres deben ver este tiempo como una oportunidad para reclamar su rol como los principales educadores de sus hijos. En este artículo, cambiaremos del mundo de la educación al mundo del trabajo. En los tiempos bíblicos, estas dos cosas estaban inseparablemente conectadas: la relación entre profesor y estudiante era más parecida a la de un comerciante con su aprendiz. Los profesores que encontramos en la Biblia no están en una sala de clases, sino que afuera en el mundo, con los estudiantes a su lado, enseñándoles no solo con palabras, sino que por medio de demostraciones. Sus clases no apuntan tanto a llenar mentes, sino que a capacitar manos competentes. Un maestro comerciante entrena a su aprendiz hasta que se convierta en un colega confiable y, finalmente, en un digno sucesor. Jesús, el Maestro, describe el proceso de aprendizaje de esta manera: «Los alumnos no son superiores a su maestro, pero el alumno que complete su entrenamiento se volverá como su maestro» (Lc 6:40, NTV). Si los padres son los principales educadores de sus hijos, entonces también es cierto decir que los hijos son los principales aprendices de sus padres.

¿Qué es el trabajo de todas formas?

En nuestra economía moderna, «el trabajo» normalmente solo se refiere al trabajo que una persona calificada realiza y a la cual se le paga por hacerlo. Sin embargo, la Biblia tiene una visión mucho más extensa: el trabajo es cualquier cosa que exprese nuestra vocación humana como portadores de la imagen de Dios. Dios creó a la humanidad para glorificarlo al trabajar en su creación, usando sus recursos para obtener comida, techo y vestimenta, al cuidar de su prójimo que también porta la imagen de Dios y, finalmente, al llenar la creación con una nueva generación de portadores de su imagen para que sigan llevando a cabo esta esencial tarea humana. El factor que complica esto es que a veces se nos paga por esas cosas y a veces no. Normalmente, cuando hacemos estas cosas para otros, nos pagan, pero cuando las hacemos para nuestra propia familia, no es así. Desde nuestra perspectiva, existe una diferencia sustancial entre el trabajo remunerado y no remunerado (¡solo uno de ellos paga las cuentas!), pero a la vista de Dios, son igualmente valiosos. En este artículo, usaré una definición más amplia del trabajo que incluye cosas que hacemos (ya sea para nuestra propia familia o para otros) como:
  • cocinar
  • jardinear
  • limpiar y cuidar de la casa
  • hacer ropa y otros productos
  • diseñar y crear cosas
  • agregar belleza a nuestro ambiente
  • servir a otros al preocuparse de sus cuerpos, mentes y espíritus
  • cuidar y educar a sus hijos
  • estudiar y enseñar a otros sobre el mundo de Dios
  • comunicar la verdad por medio de palabras e imágenes

Cuando el trabajo se fue del hogar

Este artículo, trata sobre los beneficios para las familias de traer el trabajo de vuelta al hogar. Digo «de vuelta» al hogar porque en la mayoría de la historia humana, ahí fue donde gran parte del trabajo productivo se llevó a cabo. Eso solo cambió con la Revolución Industrial y el paso al siglo XVIII, cuando las personas comenzaron a dejar sus granjas, sus negocios y tiendas en casa con el fin de trabajar para otros en fábricas y corporaciones. Esto ha creado una separación casi completa entre el trabajo y el hogar para la mayoría de las personas. Nancy Pearcy explica cómo esto impactó a las familias:
Cuando el trabajo y el hogar fueron separados con fuerza, el efecto en la familia fue el aislamiento de sus miembros, tanto física como psicológicamente. Mientras antes un padre trabajaba como cabeza de un productivo hogar, ahora él carga con la responsabilidad de ganarse la vida solo … Mientras antes una madre compartía la tarea de educar a sus hijos con su esposo y algún familiar, ahora ella carga con la mayor responsabilidad de criar a sus hijos sola. Mientras antes los niños experimentaban una asimilación gradual de las responsabilidades adultas por medio del entrenamiento en un negocio familiar, ahora crecen aislados del mundo adulto y solo tienen una vaga noción de lo que sus padres [y madres] hacen.
La salida del trabajo (así como también de la educación y del cuidado de los niños) del hogar moderno ha interrumpido el proceso antiguo del aprendizaje del niño hacia la vida adulta y el trabajo. Es mucho más probable que muchos niños modernos sean disciplinados por sus profesores de la escuela, por sus pares o por los medios de comunicación que consumen que por sus padres.

Una nueva oportunidad

Trabajar desde casa con los hijos alrededor sin duda tiene sus desafíos. Por supuesto, habrá muchos momentos en los que necesitaremos que los niños estén ocupados con alguien o con algo más mientras trabajamos un poco sin interrupción. (En otro artículo, he argumentado que no es posible ni deseable darle a los hijos toda la atención todo el tiempo). Sin embargo, quizás podemos ver nuestra situación actual como una oportunidad para tratar a nuestros hijos como aprendices, al menos, en parte del tiempo. Algunos tipos de trabajos pagados simplemente no pueden realizarse desde casa y hay otros trabajos que en su mayoría se realizan en una computadora por lo que es difícil de enseñar. No obstante, aún podemos desarrollar un modo de pensar que incluya el «modelo de aprendizaje»: podemos comenzar buscando maneras de incluir a nuestros hijos en el trabajo que hacemos (nuestro trabajo en toda su variedad sea remunerado o no). En primer lugar, podemos permitir que vean lo que hacemos. Podemos explicar lo que estamos haciendo y cómo expresa nuestra vocación dada por Dios; cómo transforma la creación de Dios y sirve a nuestro prójimo. Podemos permitir que nuestros hijos nos hagan preguntas sobre nuestro trabajo e incluso contribuyan con ideas y sugerencias. Si no podemos realizar nuestro trabajo remunerado desde casa, podemos mostrarles a nuestros hijos algunas fotografías y videos del trabajo que hacemos: en un tiempo «normal», podríamos llevarlos a nuestros lugares de trabajo. En segundo lugar, podemos permitirles a nuestros hijos que se unan a nuestro trabajo. Podemos trabajar juntos en una tarea física o establecer tareas similares para que ellos hagan de acuerdo a sus edades y habilidades. Por ejemplo, si estamos diseñando o escribiendo algo en el computador, podemos pasarles un pedazo de papel y darles un desafío similar. Si tu trabajo implica ayudar a otros, podemos dejar que nuestros hijos encuentren sus propias formas de servir a la familia, a los amigos y al prójimo. Con el fin de que nuestros hijos se conviertan en aprendices, necesitamos darles la oportunidad de trabajar al lado de nosotros, copiando y practicando con nuestra ayuda y guía. A veces encuentro que es estresante tener tres hijos ayudándome a la vez, en especial en la cocina. Por lo que hace poco comencé un sistema de distribución de tareas básico, donde cada hijo tiene una noche asignada de la semana en la que me ayuda a preparar la cena. A mis hijos también les encanta ayudar a mi esposo a lavar el automóvil. Les da un gran sentido de logro y colaboración, y les da toda una tarde digna de diversión, ¡sin gastar un solo centavo! En tercer lugar, podemos permitirles a nuestros hijos hacer algún trabajo sin nuestra ayuda. Una vez que pensemos que nuestros hijos tienen las habilidades básicas necesarias, podemos dejarlos hacer cosas solos. Podríamos comenzar dándoles una tarea, equipados con algunas instrucciones, luego irnos silenciosamente para dejar que lo intenten. Los niños aman dominar una nueva habilidad y ser útiles en casa. En palabras de uno de nuestros hijos: «¡siempre sabe mejor cuando lo haces tú mismo!». Al tener de vuelta la educación y el trabajo en el hogar (al menos por un tiempo más largo), perseveremos en los desafíos al saber que nuestro confinamiento puede resultar ser una bendición disfrazada. En las últimas décadas, nos hemos acostumbrado a enviar a nuestros hijos a otro lugar para que otros les enseñen y los entrenen. Nuestras familias han entregado muchas de sus responsabilidades tradicionales a las escuelas, a los gobiernos y a las corporaciones. Esto ha debilitado los vínculos familiares, especialmente entre padres e hijos. Sin embargo, en estos extraordinarios días, tenemos una oportunidad única de recuperar lo que hemos perdido. Tenemos la oportunidad de fortalecer a nuestras familias al retomar las responsabilidades dadas por Dios que tenemos los unos con los otros. Los padres pueden reclamar su rol como los principales educadores de sus hijos y los hijos pueden aprender una vez más a trabajar junto a sus padres como sus aprendices principales. Tomemos esta oportunidad de transformar nuestros hogares de lugares de mero consumo y recreación en lugares fructíferos de aprendizaje y productividad. Que nuestros hogares estén llenos de vida compartida, donde el cuidado de los hijos, la educación y el trabajo se entrelazan y superponen y donde la próxima generación pueda crecer para compartir nuestra vocación por el bien de nuestro mundo, de nuestro prójimo, y para la gloria de Dios.
Este artículo fue publicado originalmente en TGC Australia. Usado con permiso del autor.
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Mantenernos unidos cuando la crianza nos separa
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Mantenernos unidos cuando la crianza nos separa

En algún momento, cada pareja tendrá desacuerdos respecto a cómo deberían criar a sus hijos. Esta es una parte completamente normal de la vida familiar. Sin embargo, estos desacuerdos sacan a la luz algunos de nuestros sentimientos más fuertes (nuestras profundas esperanzas y temores por nuestros hijos que se enredan con nuestras propias experiencias de infancia), que pueden llegar a convertirse en algo particularmente personal y emocional. En nuestra situación actual, con muchas familias pasando más tiempo de lo normal juntos, estos desacuerdos probablemente emerjan más a menudo. No obstante, si podemos lidiar con ellos de una manera constructiva, en realidad pueden servir para fortalecer nuestro matrimonio y clarificar nuestro enfoque en la crianza. Imagina los siguientes escenarios: Tu esposo le acaba de hablar con palabras fuertes a tu hijo mayor, diciéndole que es perezoso y que no ayuda lo suficiente en casa. Sabes que tu hijo se siente abrumado por las tareas de la escuela y por algunos conflictos que ha tenido con sus amigos. Te preocupa que ser etiquetado como «perezoso» impacte la autoestima de tu hijo. Tu esposa ha ido donde tu hija menor por tercera vez desde que la acostaron; ella sigue pidiendo una historia más, un acurruco más, más agua y así sucesivamente. Te frustras porque tu esposa y tú habían planeado ver una película juntos, pero ya se está haciendo tarde. También te preocupa que tu esposa esté consintiendo a tu hija y evitando que aprenda buenos hábitos de descanso.
1. Pon tu matrimonio en primer lugar
Resolver nuestras diferencias en la crianza comienza con el compromiso de buscar tener un matrimonio saludable y unido por sobre todo. Criar hijos es exigente (consume una gran cantidad de nuestro tiempo, energía y emociones). A veces, sin darnos cuenta de ello, podemos darnos la vuelta y descubrir que «marido y esposa» se han convertido en «mamá y papá» y hemos dejado de darle a nuestro cónyuge y a nuestra relación la atención que merecen. Resolver nuestros conflictos en la crianza es un trabajo difícil y doloroso, pero vale la pena. Un matrimonio saludable y duradero, donde los conflictos se solucionan de una manera constructiva, no es solo bueno para nosotros, sino que también para nuestros hijos. Entrega un fundamento firme para su desarrollo en el presente y un modelo positivo para que ellos imiten en el futuro.

Cuando la vida real no es tan simple

En este punto, es importante decir que se requiere de dos personas para trabajar en un matrimonio. Si sus cónyuges no están comprometidos para comunicarse y resolver conflictos de una manera poner en práctica los consejos de este artículo. Tal vez necesitarán buscar consejería profesional, ya sea individualmente o juntos (si es posible). En este mundo caído, algunos conflictos maritales no pueden ser sanados a pesar de nuestros mejores esfuerzos; quizás no podamos darles a nuestros hijos la vida familiar positiva que habíamos esperado. No importa cuál sea nuestra situación, podemos confiarle nuestros hijos a Dios sabiendo que Él, nuestro Padre perfecto, fuerte y amoroso, de alguna manera puede transformar lo difícil en algo bueno. Podemos recurrir a nuestro Padre celestial para que Él provea aquello que nosotros no podemos ofrecerles. En la Biblia, hay muchos niños (incluso en el mismo árbol genealógico de Jesús) que crecieron en familias complicadas y que eran menos que ideales, pero Dios los crió para grandes cosas. Solo podemos luchar para ser fieles en nuestras propias relaciones y dejar que el resto lo haga Dios.
2. Identifiquen sus sentimientos
Un buen punto para comenzar cuando nos disgustamos por el comportamiento de nuestros cónyuges es reconocer cómo nos sentimos y, si es posible, por qué nos sentimos de esa manera. A menudo, reaccionamos fuertemente cuando una situación gatilla algo de nuestra propia infancia: nuestros cónyuges pudieron haber hecho algo que era realmente un «no se hace» en la familia en la que nosotros crecimos o tal vez pudieron haber actuado de una manera que nos recordó a nuestros padres de una manera muy negativa. Con frecuencia, hay mucho ocurriendo bajo la superficie de nuestros conflictos de lo que nos damos cuenta. Por ejemplo, yo crecí en una familia donde nunca se alzaba la voz. Normalmente, se hacía caso omiso a los desacuerdos con una risa o al poner los ojos en blanco (es decir, ¡hasta que volvían a aparecer seis meses después!). Por lo tanto, al principio del matrimonio, me alteraba mucho si mi esposo alzaba su voz incluso por emoción. Pensaba que él estaba «gritando», pero en realidad él solo se había apasionado por algo que valoraba.
3. No piensen lo peor
Cuando nuestro cónyuge hace o dice algo con lo que no estamos de acuerdo, a menudo pensamos lo peor de ellos. Imaginamos que podemos ver la situación claramente, mientras ellos han hecho un juicio equivocado. Es natural para nosotros reaccionar fuertemente cuando tiene que ver con el tema de la crianza (todos queremos lo mejor para nuestras familias), pero a menudo no podemos ver el panorama completo inmediatamente. Podemos comenzar a cambiar la situación, tratando de pensar lo mejor de nuestros cónyuges, dándoles el beneficio de la duda. Con toda probabilidad, no estaban siendo deliberadamente desagradables o demasiado blandos; probablemente tenían una razón comprensible para hacer lo que hicieron o decir lo que dijeron.
4. Pregunten, no asuman
En lugar de asumir que nuestros cónyuges se comportaron de tal manera porque estaban pecando o estaban siendo irrazonables, es mucho más justo simplemente preguntarles. Si hacemos una acusación, nuestros cónyuges se cerrarán y se pondrán a la defensiva, pero si les hacemos una pregunta, les da la oportunidad de explicarse. En los escenarios mencionados anteriormente, cada persona tenía una buena razón para hacer lo que hicieron. Si le hubiéramos preguntado al padre del primer ejemplo, él diría que no estaba siendo duro; él estaba desafiando a su hijo, en una conversación honesta «de hombre a hombre», a tomar sus responsabilidades en la casa. Su prioridad era asegurarse de que su esposa no terminara haciendo todos los quehaceres domésticos. Si le hubiéramos preguntado a la madre del segundo escenario, ella habría dicho que intentaba mostrarle bondad y paciencia a su hija en su tiempo de necesidad. Su hija había tenido un día emocional y necesitaba un poco de confortación extra. La madre valoraba ver la película junto a su esposo también, pero sabía que no podrían estar relajados hasta que los niños estuvieran dormidos.
5. Tengan una buena conversación… más adelante
Si no estamos de acuerdo con una decisión de crianza que nuestros cónyuges hayan tomado, debemos evitar criticar o contradecirlos frente a nuestros hijos. Esto socava su autoridad y nuestra unidad como equipo. Es mejor hacernos un tiempo para hablar más tarde, cuando estemos más calmados y podamos ver la situación más objetivamente. Una conversación buena y justa involucra escuchar a nuestros cónyuges sin intervenir para corregirlos ni defendernos a nosotros mismos. Cada persona debe tener la oportunidad de expresar libremente sus emociones y su punto de vista. Una vez que hayan escuchado la perspectiva el uno del otro, pueden establecer algunos objetivos para tu familia y planificar dar algunos pasos realistas para llegar ahí. Esto podría involucrar cierta negociación y compromiso; idealmente, ambos tendrán «tarea» por hacer.
6. Aprecien sus diferencias
Los conflictos debidos a la crianza a menudo emergen porque esperamos que nuestros cónyuges se relacionen con nuestros hijos exactamente de la misma manera en que nosotros lo hacemos. En nuestro mundo moderno y de género neutro olvidamos que, en general, las madres y los padres son bastante diferentes. Las mamás tienden a tener un acercamiento más cariñoso a la crianza que se enfoca en generar un apego estrecho con sus hijos. Al contrario, los padres tienden a tener un acercamiento más desafiante a la crianza que se centra en promover la independencia de sus hijos. Los escenarios descritos anteriormente son típicos de estas tendencias. Sin embargo, la verdad es que los hijos necesitan todas estas cosas. Necesitan el cariño y el desafío; el apego y la independencia. Podemos aprender a apreciar en lugar de criticar el acercamiento de nuestros cónyuges porque compensa el nuestro. Además de nuestras diferencias de género, también llevamos diferentes personalidades y trasfondos familiares a nuestra crianza. Tomarse el tiempo de aprender sobre estas cosas nos ayuda a entender y amarnos mutuamente. Es desafiante vivir y criar con alguien que es muy diferente a nosotros, pero al apreciar nuestras diferencias, podemos enriquecer nuestro matrimonio y ayudarnos a trabajar como un equipo unificado, pero que se complementa.
7. Recuerden sus visiones y valores compartidos
El principio final al manejar nuestros desacuerdos en la crianza es recordar lo que tenemos en común. Normalmente, ambos padres comparten las mismas esperanzas y temores, objetivos y expectativas para sus hijos en el largo plazo; solo tienen ideas diferentes sobre cómo llegarán ahí. Cuando nos encontramos con una diferencia en nuestro acercamiento, puede ser útil sentarnos juntos y clarificar nuestros objetivos y valores familiares. ¿Cómo queremos que nuestra familia se parezca o sea diferente de las familias en las que crecimos? ¿Cuáles son las cualidades que queremos que caractericen a nuestra familia? ¿Qué tipo de personas queremos ser y queremos criar? ¿Cuáles son los «innegociables» y cuáles los transables? Tener este tipo de conversación de «panorama completo» con nuestros cónyuges nos recordará (esperemos) que las cosas que tenemos en común son mayores por lejos que nuestras diferencias. Clarificar lo que valoramos y hacia dónde nos dirigimos como familia se transforma en un gran punto de partida para negociar los desacuerdos que aparezcan. Podemos permanecer lado a lado, enfrentando los obstáculos como un equipo, en lugar de dejar que nuestras diferencias nos separen. Trabajar en los desacuerdos de nuestra crianza es difícil; requiere gran perseverancia, paciencia, honestidad, gracia y humildad. Sin embargo, si podemos resolver nuestros conflictos de una manera saludable, beneficiará no solo a nosotros y a nuestro matrimonio, sino que también a nuestros amadísimos hijos.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog de Harriet Connor.