George Athas es director de los estudios de postgrado de Moore College y da clases de Hebreo, Nuevo Testamento e Historia de la Iglesia Primitiva.


Los cristianos y la ley del Antiguo Testamento
Como cristianos sostenemos que la Biblia es la Palabra de Dios. Reconocemos que, en último término, las Escrituras son idea de Dios y que Él inspiró a los autores humanos a escribirlas para el bien de aquellos que las leen (2P 1:20-21). Reconocemos correctamente que la Biblia es la autoridad final para la vida cristiana. Sin embargo, esto plantea una especie de desafío: ¿Cómo podemos interpretar correctamente la Biblia en un escenario moderno considerando que ni sus escritores ni su público original fueron gente de la época moderna? ¿Cómo podemos tomar estas antiguas palabras de revelación autoritativa y aplicarlas bien a situaciones contemporáneas? A medida que nuestra sociedad cambia y parece cada vez más deseosa de abandonar las costumbres cristianas, esto se convierte en un asunto cada día más apremiante.
Uno de los desafíos particulares que enfrentamos al respecto es la forma en que aplicamos las leyes del Antiguo Testamento a la iglesia y la sociedad actual. A medida que leemos el Pentateuco (los cinco primeros libros de la Biblia), nos encontramos con leyes sobre diversos aspectos de la vida y, a menudo, apelamos a ellas en discusiones sobre conducta cristiana y la ética de la sociedad en general. Recitamos los Diez Mandamientos en nuestra liturgia como una declaración de las rectas normas de Dios. Sostenemos la obligatoriedad actual de algunas leyes (p. ej. no asesinar) pero renunciamos a otras (p. ej. prohibiciones contra la ingesta de ciertos alimentos). Esto puede crear un dilema serio porque, en la superficie, parece un enfoque arbitrario —una retención puramente selectiva de aquellas leyes que nos convienen y el rechazo de aquellas que no—. En verdad, así es como muchos caricaturizan nuestro manejo de la Escritura. Desafortunadamente, en muchos casos tienen razón. No hemos pensado de una manera lo suficientemente cuidadosa en la interpretación de las leyes del Antiguo Testamento para asegurarnos de no proceder arbitrariamente. Debemos hacer justicia a estas leyes como partes esenciales de la palabra autoritativa de Dios para nosotros, y eso significa tener una base racional para interpretarlas. Un método popularmente adoptado consiste en dividir la ley en tres categorías: (1) leyes civiles relacionadas con la vida de Israel como una entidad nacional en los tiempos antiguos; (2) leyes ceremoniales concernientes a la forma en que Israel adoraba a Dios en el tabernáculo o en el templo; y (3) leyes morales que indican los estándares éticos que Dios desea ver en la gente. De acuerdo a este esquema, se piensa que las leyes civiles y ceremoniales ya no se aplican a los cristianos porque se han cumplido en Cristo, mientras que las leyes morales continúan en vigor porque los estándares de Dios no han cambiado. En consecuencia, esta visión toma muy en serio el cumplimiento del Antiguo Testamento por parte de Jesús y los altos estándares éticos de los creyentes. No obstante, este enfoque presenta algunos problemas. Primero, la ley misma no hace esta clase de distinción triple. Las leyes constituyen juntas un todo singular. Aunque podemos seguir dividiéndolas para analizarlas, se vuelve fácil tomar estas divisiones como rasgos absolutos de la ley en lugar de verlas como herramientas útiles. Es un poco como si tomáramos una casa de tres habitaciones y la tratáramos como si fueran tres casas distintas. Segundo, el Nuevo Testamento ve a Jesús como el cumplimiento de la ley en su totalidad y no sólo de dos partes de ella. Y tercero, la ley es propuesta como un todo-o-nada. Esto queda demostrado en la interacción de Pablo con los creyentes gentiles de Galacia. Cuando los judaizantes llegaron a Galacia e instaron a los creyentes gentiles a recibir la circuncisión para ser parte del pueblo de Dios, Pablo reaccionó enérgicamente. Les dijo a los gálatas que, si querían caracterizarse por observar la ley, debían guardar todas las leyes y no sólo partes de ella (Gá 5:3). Sin embargo, de todos modos esto sería inútil puesto que, en último término, nadie puede justificarse mediante la ley (Gá 3:11). No obstante, Pablo también afirma que, cuando los cristianos andan según el Espíritu que han recibido (Gá 5:16, 25) y aman a su prójimo como a sí mismos, cumplen la ley entera —y no sólo una parte de ella (Gá 5:14)—. Trozar la ley en rebanadas aplicables y no aplicables simplemente no le hace justicia. ¿De qué manera, entonces, deberíamos acercarnos a la ley como cristianos? Contestar esta pregunta requeriría extendernos mucho más de lo que este artículo permite. Sin embargo, a continuación expongo algunos principios e ideas vitales para comenzar al considerar el lugar de la ley en la actualidad.