Dr. Derek W.H. Thomas es el pastor a cargo de la Primera Iglesia Presbiteriana en Columbia, Carolina del Sur y es profesor honorario de Teología Sistemática y Pastoral en Reformed Theological Seminary. Es docente en Ligonier Ministries y autor de muchos libros, entre los cuales se encuentran How the Gospel Brings Us All the Way Home [Cómo el Evangelio nos lleva a todos al camino a casa], Calvin’s Teaching on Job [La enseñanzas de Calvino sobre Job], Strength for the Weary [Fuerza para el cansado] y con el Dr. Sinclair B. Ferguson, Ichthus: Jesus Christ, God’s Son, the Saviour [Ictus: Jesucristo, Hijo de Dios, el Salvador].
El pueblo, el lugar y la presencia de Dios
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
La importancia de lo que hacemos en secreto
- Da “en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6:4).
- Ora “en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6:6).
- Ayuna “en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 18).
Ha habido un aumento en el uso de las “oraciones escritas” en los servicios presbiterianos en la última década. En parte, es un reflejo del deseo de mejorar la adoración. Ciertamente, las oraciones litúrgicas, escritas y preparadas se prefieren por sobre la insuficiencia y el vacío de algunas oraciones improvisadas. No obstante, las oraciones escritas (sacadas de El valle de la visión, por ejemplo) también podrían enmascarar el vacío del corazón. Thomas Cranmer parecía comprender el peligro de usar la máscara de la hipocresía al incluir La Colecta de Pureza en el Libro de Oración Común de la Iglesia Anglicana. Cranmer la puso justo antes de la celebración de la Cena del Señor:Quizás se ocupan de ella el sábado y a veces en otros días. Sin embargo, han dejado de hacerla una práctica constante diaria para apartarse a adorar sólo a Dios y para buscar su rostro en lugares secretos. En ocasiones, oran un poco para calmar sus conciencias y para mantener viva su esperanza, porque sería estremecedor para ellos, después de todo su sutil trabajo para lidiar con sus conciencias y llegar a llamarse a sí mismos “conversos”, y sin embargo llevar una vida completamente sin oración. Además, han dejado de practicar en gran medida la oración en secreto.
Ésta es una oración para toda ocasión.Todopoderoso Dios, para quien todos los corazones están manifiestos, todos los deseos conocidos, y ningún secreto encubierto; purifica los pensamientos de nuestros corazones con la inspiración de tu Santo Espíritu, para que te podamos amar perfectamente y celebrar dignamente tu santo nombre; por Jesucristo nuestro Señor.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: María José Ojeda
La soberanía y la gloria de Dios
La responsabilidad humana
La afirmación de la soberanía divina levanta más preguntas que deben abordarse. En primer lugar, el evangelismo. Si Dios es soberano en todas las áreas de la providencia, entonces, ¿cuál es el sentido del esfuerzo humano en el evangelismo y la misión? Sin duda la voluntad de Dios se cumplirá ya sea que evangelicemos o no. Sin embargo, no debemos razonar de esta manera. Además del hecho de que Dios nos ordena evangelizar («por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones...» Mt 28:19), tal forma de pensar ignora el hecho de que Dios cumple su plan soberano a través de medios e instrumentos humanos. En ningún lugar en la Biblia se nos anima a ser pasivos e inertes. Pablo ordena a sus lectores filipenses a que «lleven a cabo su salvación con temor y temblor, pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad» (Fil 2:12-13). En segundo lugar, la ética. Somos responsables por nuestras propias acciones y por nuestro comportamiento. Somos culpables en la transgresión y dignos de elogio en la obediencia. En tercer lugar, en relación con el poder cívico y la autoridad, nace la pregunta sobre la soberanía de Dios en la determinación de los gobernantes y del gobierno. Dios ha levantado gobiernos civiles para que sean un sistema de equidad, bondad y paz; para el castigo de quienes hacen el mal y para el elogio de quienes hacen el bien (Ro 13:3; 1Pe 2:14). No obstante, esto también es cierto para los poderes malignos y los regímenes corruptos que violan los principios del gobierno mismo; ellos también están bajo el gobierno soberano del Dios Todopoderoso. En cuarto lugar, respecto al origen y a la existencia continua del mal, la soberanía de Dios se encuentra con su problema más profundo. El hecho de que Dios no evite que exista el mal parece poner en duda su omnipotencia o su benevolencia. Algunas religiones no cristianas intentan solucionar este problema al postular que el mal es imaginario (la ciencia cristiana) o una ilusión (el hinduismo). Agustín y muchos pensadores medievales creían que parte del misterio podría solucionarse al identificar el mal como una privación del bien y sugerían que el mal no tiene existencia en sí misma ni viene de ella. El mal es un asunto ontológico (del ser). El pensamiento reformado respecto a este asunto se resume en la Confesión de fe de Westminster:Dios, desde toda la eternidad, por el sapientísimo y santísimo consejo de su propia voluntad, ordenó libre e inmutablemente todo lo que acontece; pero de tal manera que Él no es el autor del pecado, ni violenta la voluntad de las criaturas, ni quita la libertad o contingencia de las causas secundarias, sino que más bien las establece. (3:1).Dios es la «primera causa» de todas las cosas, pero el mal es un producto de «segundas causas». En palabras de Juan Calvino, «en primer lugar, se debe observar que la voluntad de Dios es la causa de todas las cosas que pasan en el mundo; sin embargo, Dios no es el autor del mal»; luego agrega, «puesto que la causa inmediata es una cosa y la causa remota es otra». En otras palabras, Dios mismo no puede hacer el mal y no se le puede culpar por el mal aun cuando es parte de su decreto soberano. Dios es soberano y en su soberanía él muestra su majestuosa gloria. Sin ella, no habríamos sido, no habría salvación y no habría esperanza. Soli deo gloria.