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Cómo no adorar tu adoración
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Cómo no adorar tu adoración

Fue hace casi cuarenta años, pero lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Al final de una reunión vespertina de la iglesia, sin notarlo entramos a un «servicio crepuscular». Por primera vez en mi vida escuché y canté estas palabras, compuestas por Laurie Klein:
Te amo, Rey
Y levanto mi voz
Para adorarte y gozarme en ti
Regocíjate y escucha mi voz
Que sea un dulce sonar para ti.
Me conmovió hasta las lágrimas, no simplemente por la hermosa melodía, sino que por la comprensión de que mi deseo supremo en la vida realmente era amar al Señor. Ser agradable a él, ser deleitable para él. En el aparente constante torbellino de las tentaciones mundanas, las distracciones sensuales y las temporadas de apatía, tuve un momento de claridad: amaba al Señor.

La importancia del corazón

Decirle al Señor lo que sentimos por él es una parte saludable y natural de nuestra relación con él. Proclamar las cosas verdaderas sobre Dios sin en realidad amarlo puede tener consecuencias desastrosas. Como el puritano John Owen nos advierte: «donde la luz deja atrás los afectos, termina en formalidad o ateísmo». Vemos ese énfasis en las páginas de la Escritura. Antes de que los israelitas entraran a la Tierra Prometida, Moisés les recordó su prioridad superior: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Dt 6:5). Los Salmos están llenos de expresiones de pasión por Dios: cantando de alegría a Dios, buscándolo, sediento por él, regocijándose en él, deseándolo y más (Sal 84:2; 63:1; 64:10; 73:25). Jesús, citando a Isaías, exhortó a un pueblo que «con los labios me honra, pero su corazón está muy lejos de mí» (Mt 15:8). Pedro nos recuerda que aunque no hemos visto a Jesús, lo amamos y nos regocijamos con una alegría que es inexpresable y llena de gloria (1P 1:8). Por lo tanto, es correcto que frases de afecto por Dios encuentren su camino en las letras de las canciones que la iglesia canta; y lo hacen: Jesús, te amamos. … Te doy todo lo que soy. … Te adoro. … Quiero adorarte. … Estoy perdido sin ti. … Mi Jesús, te amo.

Cómo no adorar

Sin embargo, es posible llegar a tener una falta de equilibrio. Cuando nuestras canciones y oraciones están dominadas por lo que pensamos y sentimos por Dios y nos enfocamos menos en quién es y lo que él piensa y siente por nosotros, corremos el riesgo de avivar nuestras emociones con más emoción. Podemos terminar adorando nuestra adoración. ¿Qué pensamientos pueden traer equilibrio cuando expresamos nuestros afectos por Dios en canciones? Puedo pensar en al menos cuatro.
1. La evidencia bíblica de alabanza como una expresión de nuestro amor por Dios es escasa
Por extraño que parezca, existen solo dos versículos en Los Salmos donde el escritor dice explícitamente que ama al Señor. El primero es el Salmo 18:1: «Yo te amo, Señor, fortaleza mía». El segundo es el Salmo 116:1: «Amo al Señor porque oye mi voz y mis súplicas». En contraste, los salmistas hacen referencia al amor constante, leal y pactual del Señor por su pueblo mucho más de cien veces.
2. Nuestros sentimientos son inconstantes
Es animante quedar atrapado en un momento de pasión por el Señor, como me pasó hace muchos años. Sin embargo, ¿qué pasa cuando tu amor por Dios decae? ¿Cuándo las palabras, «te amo, Señor», suenan hipócritas en tus labios? Es especialmente en esos periodos en los que necesito recordar que mi relación con Dios no es avivada ni sustentada por mi devoción a él, sino que por la de él hacia a mí. Esa devoción fue demostrada más clara y completamente cuando él dio a su único Hijo al colgarlo en la cruz, soportando así el castigo que yo merecía por mis pecados.
3. Adorar cantando es más que simplemente responder
Contrario a lo que muchos pueden pensar, cantarle a Dios es más que expresarle nuestros sentimientos. Colosenses 3:16 dice que estamos «enseñándonos y amonestándonos» entre nosotros; Efesios 5:19 dice que estamos «hablando entre nosotros». ¡Cantar es una experiencia educacional! Nos estamos recordando mutuamente lo que Dios ha dicho, cómo es el, qué ha hecho y por qué todas esa verdades lo hacen tan digno de nuestra adoración, de nuestros afectos y de nuestra obediencia.
4. Mostramos nuestro amor por Dios al obedecer sus mandamientos, no simplemente al cantarle nuestros sentimientos por él
Mi esposa y yo nos comprometimos a decirnos el uno al otro: «te amo», por mensaje de texto, correo electrónico, llamadas y conversaciones frente a frente. No obstante, si nuestras palabras no son respaldadas por actos de servicio alegre, sacrificio y generosidad, suenan vacías, incluso interesadas. Derramar nuestros corazones a Dios cantando puede ser edificante. Pero también puede sustituir fácilmente la adoración más importante de nuestras vidas que es revelada al obedecer los mandamientos de Dios y al amar a quienes nos rodean.

En esto consiste el amor

Es bueno asombrarse de que amo al Señor, pero si estoy viendo las cosas claramente, la realidad más maravillosa y fundamental es que él me ama: en mi pecado, en mis fracasos, en mi apatía, en mi distracción, en mi ineptitud, en mi orgullo, en mi egocentrismo, en mi hipocresía y en mi autocompasión. Es una verdad que transforma la vida y que necesitamos recordar una y otra vez. Por tanto, sí, cantemos «Te amo, Señor», con gratitud. Pasemos aún más tiempo permaneciendo en el amor infinitamente mayor que aviva y capacita al nuestro: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1Jn 4:10).
Bob Kauflin © 2018 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
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Nueve formas en que la música puede glorificar a Dios
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Nueve formas en que la música puede glorificar a Dios

Usa bien la música

Se supone que la música es un medio para traer gloria a Dios, una forma más en la que podemos «anunci[ar] las virtudes de Aquel que [n]os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1P 2:9). Me gustaría sugerir pasos específicos que nos ayuden a usar la música de una manera que beneficie nuestras almas y honre al Salvador.
1. Evalúa tu consumo actual de música
Si piensas: «no necesito evaluar la calidad o la cantidad de mi música», probablemente estés equivocado. Puesto que el pecado que mora en mí es tan engañoso, a menudo tengo dificultad para ver el efecto que la música tiene en mí. Las áreas que debemos considerar incluyen cuánta música escuchamos, qué tipo de música preferimos, en qué situaciones y momentos del día la escuchamos, y por cuánto tiempo lo hacemos. Dile a tus amigos, a tus padres o a tu pastor que te den sus opiniones sobre si el tipo de música que escuchas se caracteriza por mostrar discernimiento bíblico y deseos de complacer a Dios. Asegúrate de que sus respuestas sean honestas. Bien podría ser el medio que Dios usa para librarte de las garras del mundo.
2. Borra o elimina la música que escucharías solo si te apartaras del Señor
Cuando nos volvemos cristianos, Dios transforma nuestros corazones. Ya no somos aquellos que viven «en las pasiones de nuestra carne, satisfaciendo los deseos de la carne y de la mente» (Ef 2:3). Las actividades que antes nos parecían atractivas ya no nos interesan e incluso, a veces, nos repugnan. Sin embargo, a menudo la música que nos podría tentar queda grabada en nuestros computadores, en nuestra colección de CD o en nuestro MP3. Ya sea por negligencia, por falta de tiempo o por la idea de que la podamos encontrar atrayente en otro momento, es sabio deshacerse de todo lo que podría entorpecer nuestro crecimiento en Cristo.
3. Escucha música con otros
Cuando mis hijos estaban creciendo, teníamos un solo reproductor de CD en casa y nos servía como centro de música para toda la familia. La música era una actividad familiar y nadie desarrolló sus propios hábitos privados de escucharla. Esos días quedaron atrás hace mucho tiempo. Pero escuchar música con otros sigue siendo una buena idea. Parte del gozo que la música comunica está en compartirla. Si solo escuchas música a través de audífonos, considera invertir en un par de parlantes para tu iPod o en un sistema de audio para tu casa. Y no insistas en escuchar música que solo te gusta a ti.
4. Produce música en lugar de escucharla
No tienes que tener un don especial para tocar una guitarra o algunos acordes en un piano. Sin embargo, aunque no toques ningún instrumento, igual puedes obedecer el mandamiento de Dios de cantar (Sal 47:6). Cuando producimos nuestra música, nos liberamos de pensar que el gozo que la música provee depende de la tecnología.
5. Haz un ayuno de música
En la American University, los estudiantes de un curso llamado «comprensión de los medios de comunicación» quedaron impactados cuando descubrieron, en la mitad del semestre, que los requisitos del curso incluían 24 horas de ayuno de todos los medios de comunicación auditiva: «no se permiten televisores, computadoras, iPod u otros dispositivos MP3, radio, videojuegos, reproductores de CD, discos o teléfonos inteligentes (o teléfonos fijos) durante 24 horas». Un estudiante describió la experiencia como «un sufrimiento extenuante»; otro la llamó «uno de los días más difíciles que me ha tocado soportar»[1]. Pero todos vivieron para contarlo y algunos incluso encontraron que la tarea había sido beneficiosa. Quizás no te puedes imaginar lo que es renunciar a tu música por un mes, una semana o incluso un día. No obstante, no hay manera más eficaz de evaluar el lugar que la música ocupa en tu vida, tu pensamiento y tu comportamiento. Ni siquiera tiene que ser un ayuno completo. Puedes intentar conducir en silencio por veinte minutos en lugar de escuchar la radio o tu iPod. Puedes establecer un límite de música para escuchar a diario. Cualquiera que sea el tipo de ayuno que escojas, no hay duda de que tendrás más tiempo para orar, leer tu Biblia y servir a otros.
6. Lleva un registro de la cantidad de música que compras
Rhapsody, iTunes y otros servicios para descargar música hacen muy fácil que perdamos, de hecho, la noción de cuánto dinero estamos gastando en música. Sin darnos cuenta, podemos fácilmente gastar cien dólares en cargos por música que «teníamos» que obtener. En forma realista, algunos de nosotros ni siquiera podemos escuchar todo lo que compramos. Calcula un presupuesto de lo que deberías gastar y apégate a él.
7. Amplía tus gustos musicales
La música no es un demonio al que hay que temer ni un dios al que hay que idolatrar. Es simplemente una parte de la creación de Dios destinada para servir a su gloria y a nuestro bien. Eso significa que podemos apreciar una amplia variedad de estilos y de expresiones musicales diferentes. Pero cuando se trata de música, la mayoría de nosotros sabemos lo que nos gusta, y nos gusta lo que conocemos. Muy rara vez nos aventuramos a escuchar estilos y géneros nuevos. De hecho, nos destacamos por burlarnos de los gustos de aquellos que pensamos están menos informados musicalmente, por ejemplo, de quienes les gusta la música country, la ópera o el pop. Intenta pedirle a tus amigos con un gusto musical distinto al tuyo que te sugieran canciones o álbumes para escuchar. Descubre qué es lo que disfrutan de un estilo o de un artista en particular y qué aspecto de la gloria de Dios podrías estar perdiéndote si no los escuchas.
8. Escucha música antigua
Los seres humanos han estado haciendo música al menos desde el cuarto capítulo de Génesis, donde se nos dice que Jubal «fue padre de todos los que tocan la lira y la flauta» (Gn 4:21). Desde entonces, se ha escrito, cantado y grabado mucha música. Y, sin embargo, podemos seguir pensando que la mejor música se produjo en los últimos diez años o, peor aún, está por salir el próximo mes. Vale la pena poner atención a la música que pasa la prueba del tiempo. Eso no significa que todo lo que se escribió en el pasado es buena música. Pero seremos cortos de vista, orgullosos y más pobres si nunca apreciamos la música que Dios nos ha dado a través de la historia.
9. Intencionalmente, agradécele a Dios cada vez que disfrutas de la música
La música es un don de Dios. No obstante, Dios nunca destina sus dones para reemplazarlo a Él como objeto de nuestro anhelo y deleite. Puede que la música calme nuestros acelerados espíritus, aliente nuestros turbados corazones y fortalezca nuestras cansadas almas, pero nunca como puede hacerlo nuestro Salvador. Él nos ha redimido por medio de su muerte, empatiza con nosotros en nuestras debilidades y es capaz de brindarnos misericordia y gracia en nuestros momentos de necesidad (Ef 1:7; Heb 4:15-16). Igual como todos los dones de Dios, la música está destinada para atraer nuestros corazones y nuestra atención para su gloria, poder y amor. Podemos usar la música para profundizar nuestro amor por Dios de innumerables maneras. La más obvia es proclamar juntos la verdad de Dios en la adoración con otros creyentes, derramando nuestros corazones a Él en las canciones y experimentando su presencia. A algunas personas les es provechoso escuchar o cantar con un CD de adoración durante sus devocionales privados. Pero, como hemos visto, a Dios no le preocupa solo la música en un entorno «religioso». Él quiere que usemos la música para su gloria en todas partes. Cuando escuchamos a un talentoso guitarrista de jazz o a un concertista de piano, podemos agradecerle a Dios por sus dones de creatividad, talento, sonido y belleza. Una mamá reciente que canta una canción de cuna puede reflexionar en la ternura y misericordia de Dios. Reproducir un CD en diferentes ocasiones puede proveer un acompañamiento conmovedor que realza el significado de momentos y relaciones importantes.

Deja que la música te conduzca hacia Dios

En última instancia, la música es un medio de profundizar nuestro amor y disfrute en Aquel que nos dio este don en primer lugar. En El peso de la gloria, C. S. Lewis lo expresó así:
Los libros o la música en donde nosotros pensamos que se localizaba la belleza nos traicionarían si confiáramos en ellos… Porque no son esa cosa en sí; solo son el aroma de una flor que no hemos encontrado, el eco de una melodía que no hemos escuchado, noticias de un país que aún no hemos visitado.[2]
Ninguna música, por más hermosa, impresionante, técnicamente creativa o emocionalmente conmovedora que sea, puede rivalizar con la maravillosa e imponente hermosura del Salvador, quien vino como hombre a vivir una vida perfecta y a morir una muerte expiatoria en nuestro lugar. Puede que renunciar, reducir o cambiar tu dieta musical se sienta como un sacrificio. Quizás lo sea. Es posible que tengas que sacrificar verte bien delante de tus amigos para complacer a tu Padre celestial. Puede que tengas que sacrificar la esclavitud a los apetitos y placeres terrenales para buscar y disfrutar los eternos. (¿Podemos llamarlos sacrificios realmente?). Sin embargo, ningún sacrificio se puede comparar con el sacrificio supremo de Jesucristo. Él nos redimió para comprar nuestro perdón y darnos un lugar entre aquellos que «ya no viv[en] para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2Co 5:15). Eso significa que la música ya no nos pertenece para usarla como queramos. Nunca lo fue. Nunca estuvo destinada a proveernos de aquello que solo puede encontrarse en una relación con el Salvador. La música es un don precioso, pero es un dios terrible. Por la gracia de Dios, que siempre conozcamos la diferencia.
Este artículo es una adaptación del libro Mundanalidad: resistiendo la seducción de un mundo caído, editado por C. J. Mahaney.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.

[1] En Washington Post Magazine , 5 de agosto de 2007, p. 20.

[2] C. S. Lewis, El peso de la gloria (New York: Harper Collins Español, 2016), 30-31.

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¿Qué debemos cantar?
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¿Qué debemos cantar?

¿Qué hace que una canción sea una buena canción congregacional? He luchado con esa pregunta por décadas, no sólo como compositor, sino también como pastor de mi iglesia local. Por supuesto, las multitudes cantan juntas a viva voz en varias partes (juegos de fútbol americano de las universidades, conciertos de Taylor Swift, coros de escuelas, fiestas de cumpleaños), pero cantar con la iglesia es único y sagrado. ¿Por qué? La iglesia es el cuerpo de Cristo, un templo que está siendo «juntamente edificado para morada de Dios en el Espíritu» (Ef 2:22). Cantamos para que la palabra de Cristo habite en nosotros abundantemente (Col 3:16). Y cuando nos reunimos, nuestra iglesia no está sola. Nuestro pequeño coro de voces terrenales se une a los coros celestiales y a «la asamblea general e iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos» para ensalzar al Cordero que fue sacrificado (Heb 12:23; Ap 5:11-13). Por lo tanto, para la iglesia, cantar importa. Pero ¿qué tipo de canciones debemos cantar?

¿Qué hace que una canción sea buena?

¿Qué hace que una canción congregacional sea «buena»? Veremos brevemente dos características y luego pasaremos la mayoría de nuestro tiempo en la tercera.  En primer lugar, una buena canción congregacional es una que en realidad las personas puedan cantar. No es difícil de aprender porque la melodía se repite o es fácil de seguir. Las canciones que contienen cambios o saltos inesperados pueden ser confusas. De igual manera, las personas tienden a quedarse en silencio cuando el rango de la canción excede las capacidades vocales del ser humano promedio. En segundo lugar, una buena canción congregacional es una que las personas quieren cantar. Las personas comentan cuánto la disfrutaron. La melodía crece en ti en lugar de sonar cansada hacia el final de la canción. Es por eso que una letra teológicamente rica puede pasar décadas sin ser escuchada, si es que no siglos, al estar unida a la melodía incorrecta. La popularidad de las canciones como Sublime gracia y Ante el trono celestial se disparó después de que se encontró una melodía que la gente apreciara. En tercer lugar, y más importante, una buena canción congregacional es una que las personas deben cantar. Esto significa que las letras están enraizadas en la Palabra de Dios. Pero eso levanta algunas preguntas. ¿Citar versículos bíblicos hace que una canción sea buena congregacionalmente? ¿Sólo debemos cantar los Salmos (conozco a algunos que dicen: «¡por supuesto!»)? ¿Deberíamos ponerle música a nuestros libros de estudio de teología sistemática? ¿Cuánto de la Biblia necesitamos incluir para que una canción sea bíblica?

¿Quién decide qué cantar?

Estas preguntas son importantes porque la responsabilidad de escoger qué canciones cantar se ha convertido cada vez más en un asunto de la iglesia local. En los años pasados (y aun entre algunas iglesias hoy), los líderes denominacionales buscaron proteger a las iglesias de la herejía y las guiaron hacia expresiones bíblicamente apropiadas de alabanza al publicar himnarios. El mensaje fue claro: «estas son canciones que queremos que canten nuestras iglesias». Eran los responsables de la dieta de canciones de la iglesia. Hoy, los responsables de facto son YouTube, Spotify, Apple Music, las conferencias y la radio. Aún podemos usar himnarios, pero también tenemos acceso a más canciones que en cualquier otro momento de la historia. No obstante, puedo confirmar desde la experiencia personal: no todas son buenas. Por lo tanto, ¿cómo determinamos si una canción es bíblica? ¿Qué hace que una canción no sea bíblica? Esa es una pregunta que planteé en redes sociales hace poco. Después de citar mala teología, muchos verbalizaron quejas comunes como: «demasiados pronombres en primera persona»; «demasiada repetición»; «demasiado enfocadas en la emoción». Otros simplemente escribieron el nombre de una canción. Aun cuando no creo que Dios requiera que limitemos nuestro repertorio a los Salmos, ellos nos muestran que Él recibe una gran diversidad en nuestras canciones. Pueden ser cortas, largas o algo en el medio (Sal 117; 119; 89). Pueden capacitarnos para hablar con Dios, con otros o con nosotros mismos, a veces en el mismo salmo (Sal 86; 100; 62:5-7; 42). Podemos tener salmos sobre Dios y sobre nosotros mismos (Sal 145; 133). Y con relación a los pronombres en primera persona, el Salmo 71 contiene 58 en 24 versículos. Dios nos dio salmos que nunca repiten y otros que dicen lo mismo 26 veces (Sal 2; 136). Nos dan palabras para regocijarnos y reflexionar (Sal 47; 23). Algunos salmos explotan en emoción, mientras que otros son más doctrinales (Sal 150; 111). Nos dicen que hay un tiempo para alabar y un tiempo para lamentar (Sal 96; 38). En otras palabras, determinar si las palabras de una canción congregacional son bíblicas o no es un tanto más matizado de lo que podríamos pensar.

¿Qué hace que una canción no sea bíblica?

Comencemos mirando aquello que no es bíblico. Una canción congregacional que no es bíblica puede ser definida como una que no se alinea con la totalidad de la Palabra de Dios en verdad, tono y énfasis.

Verdad

Si una canción contradice lo que enseña la Escritura, no debemos cantarla. Las letras que niegan nuestra necesidad de expiación sustitutoria, que le atribuyen la adoración a alguien aparte del Dios Trino o que rechazan la realidad del castigo eterno, son herejías y no tienen lugar en el repertorio de la iglesia. No obstante, las letras pueden ser no bíblicas en maneras más sutiles. Pueden ser vagas, no claras o fácilmente malinterpretables. En ocasiones, en un esfuerzo por ser creativos e impactantes, los compositores usan frases que distorsionan o incluso contradicen la verdad bíblica. Pero Pablo nos advierte: «que la palabra de Cristo habite en abundancia en ustedes» mientras cantamos (Col 3:16). Asimismo nos instruye a asegurarnos de que todo lo que hagamos en nuestras reuniones sea comprensible (1Co 14:6-12). Eso incluye las letras de nuestras canciones. De igual manera, una canción no es bíblica cuando tuerce o ignora las categorías, los temas, los tópicos o los objetivos de la Escritura. Mientras estoy en mi auto, no hay problema en que cante sobre cuán feliz estoy sin dar una razón. Pero cuando la iglesia se reúne, se supone que debemos enfocarnos en la gloria de Dios en Cristo, no simplemente en cómo nos sentimos (2Co 3:18; 4:6).

Tono

Una segunda manera en que una canción puede ser no bíblica es en su tono. Aunque los Salmos no venían con una banda sonora, modelan una variedad de maneras de expresarnos en el canto. Y en cada caso, el tono o el sentimiento está conectado y es guiado por el contenido. No tenemos ejemplos de pasión desenfrenada desconectada de una visión clara de las obras, las palabras y el valor de Dios (Sal 33). Nunca encontramos una repetición emocional sin recordatorios consistentes de por qué debemos estar tan afectados (Sal 136). Tampoco debemos encontrar un lenguaje marcado por la sensualidad o frivolidad, sino que al contrario, por el amor, la honestidad, la humildad, la reverencia, el asombro, el gozo, la pena por el pecado, el agradecimiento y el deseo siempre presente de conocer y seguir los caminos de Dios. El tono en los Salmos es un equilibrio entre doctrina y devoción; mente y corazón; edificación y emoción. El propósito no es sacrificar ni lo uno ni lo otro. Por lo tanto, una canción bíblica es aquella que busca intencionalmente involucrar los afectos a través de las realidades de quién es Dios, de lo que ha dicho, de lo que ha hecho y está haciendo.

Énfasis

El énfasis ofrece una tercera manera en que podemos evaluar la fidelidad bíblica de una canción. Nuestras canciones deben reflejar el consejo completo de la Palabra de Dios y hacer nuestras las prioridades de Dios. Por supuesto, no toda canción contendrá un equilibrio perfecto entre la enseñanza de la Escritura sobre un tema o todo lo que podría decirse. No obstante, algunas canciones presentan un aspecto de la verdad bíblica de tal forma que subestiman, distorsionan o minimizan otras verdades bíblicas. Por ejemplo, cantar que Dios va a bendecirnos o «darnos la victoria» sin mencionar el sufrimiento, la soberanía de Dios o los beneficios de la perseverancia puede malinterpretarse fácilmente y aplicarse erróneamente. Otros ejemplos que podrían caer en esta categoría incluyen canciones que hablan del amor incesante de Dios sin mencionar a Cristo o a la cruz (Ro 5:8; 1Jn 3:16), las letras que nunca dicen a quién le estamos cantando o las canciones que dan la impresión de que buscar vivir vidas santas no importa.

¿Qué hace que una canción sea bíblica?

Aunque no es exhaustivo, estas son algunas marcas de una canción congregacional que no es bíblica. Sin embargo, la pregunta más importante es: «¿qué hace que una canción sea bíblica?». Las canciones bíblicas no sólo usan la Escritura en sí, sino que reflejan las prioridades y las categorías de la Escritura. Nos dan la oportunidad de cultivar o expresar afectos escriturales. Son claras, no distractoras y contribuyen a construir la unidad de la iglesia (1Co 14:12; Ef 4:3). Por sobre todo, las canciones bíblicas permiten que la palabra de Cristo habite abundantemente en las personas. Pueden ser descritas como teológicamente impulsadas en lugar de ser descritas como simplemente teológicamente conscientes. Toman en cuenta la historia redentora que comienza y termina en Cristo. De esa manera, las canciones congregacionales bíblicas entregan música y letra que nos llevan hacia la conformidad con Cristo en nuestras mentes, corazones y vidas. Nos enseñan, nos mueven y nos obligan a vivir de una manera digna del Evangelio de la gracia en el poder del Espíritu Santo. ¿Puede cada canción que cantamos lograr esos objetivos? Probablemente no. Es por eso que, si queremos ser bíblicos, necesitamos evaluar nuestra dieta de canciones en su conjunto. Lo que nuestras canciones dicen en el tiempo es tan importante como lo que dicen por separado. Entonces, es útil hacernos esta pregunta: si la única teología que recibiéramos estuviera contenida en las canciones que cantamos, ¿qué tan bien conoceríamos a Dios después de cinco años? Tu respuesta te dará una idea de cuán bíblicas son tus canciones. Las canciones sólo son una parte de nuestras reuniones, pero Dios puede usarlas para transformar vidas desde un grado de gloria a otro, hasta que lo veamos cara a cara. Aprovechemos al máximo la oportunidad.
Bob Kauflin © 2024 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
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Las expresiones físicas de la adoración fiel
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Las expresiones físicas de la adoración fiel

Puedo imaginar muchas respuestas posibles a un artículo con un título como este.
  • «Oh, genial. Otro extrovertido que no tiene idea de que Dios hizo a las personas diferentes». 
  • «¡Sí! Una palabra de exhortación a los escogidos fríos».
  • «Ya, basta. Simplemente dejen que las personas adoren con tranquilidad a Dios».
  • «Por cierto, ¿por qué seguimos hablando de esto?».
Es esa última pregunta la que más me inquieta, mientras escribo otro artículo sobre lo que hacemos con nuestros cuerpos en la adoración congregacional. «¿Acaso no hemos hablado lo suficiente de esto? ¿Las personas no van a hacer simplemente lo que siempre han hecho? ¿Acaso no es más importante enfocarse en lo que está pasando en nuestros corazones que lo que hacemos con nuestros cuerpos?». Buenas preguntas. No obstante, la Biblia no nos da la opción de minimizar o ignorar lo que hacemos físicamente cuando nos reunimos como su pueblo en su presencia. Importa. Pero ¿por qué? Ya sea que los domingos en la mañana levantes tus manos o las mantengas abajo a la altura de tu cintura, Dios nos da al menos tres razones de por qué es importante exponer el valor de Cristo con nuestros cuerpos.

1. Le importa a Dios

Piénsalo. Dios nos creó como almas encarnadas, no como espíritus sin cuerpo (Gn 2:7). En el nuevo cielo y en la nueva tierra, no perderemos nuestros brazos, pies, manos ni torsos; serán glorificados (Fil 3:20-21). Y hasta que disfrutemos de ese futuro, la Escritura nos anima y modela una respuesta integral a la grandeza de Dios con los cuerpos que tenemos.
Mi corazón está confiado en ti, oh Dios;     ¡con razón puedo cantar tus alabanzas con toda el alma! (Salmo 108:1, [NTV, énfasis del autor]).  Darán voces de júbilo mis labios, cuando te cante alabanzas, y mi alma, que Tú has redimido (Salmo 71:23 [énfasis del autor]). [...] Les ruego [...] que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto racional de ustedes (Romanos 12:1 [énfasis del autor]). 
Repetidamente, Dios conecta los pensamientos de nuestros corazones con el movimiento de nuestros cuerpos. Por supuesto, las expresiones físicas no lo son todo. Las manos levantadas pueden ser un acto mecánico o un intento superficial de impresionar a otros con nuestra espiritualidad (Mt 6:2). Podemos saltar como una manera de alimentar nuestras emociones y «sentir» la presencia de Dios. Además, Jesús reprendió a aquellos que lo honraban con sus labios mientras que sus corazones estaban lejos de Él (Mt 15:8). Sí, se puede abusar de la expresión física o puede ser engañoso. Sin embargo, Dios aún tiene el propósito de que nuestros cuerpos respondan a Él en adoración. Desde Génesis hasta Apocalipsis, las criaturas de Dios responden a su valor de maneras externas: cantan, aplauden, gritan, bailan; inclinan sus cabezas; se arrodillan; quedan parados en asombro, y sí, a veces, incluso levantan sus manos. Y Dios recibe la gloria cuando lo hacen. Por supuesto, la expresión corporal no siempre es posible. Hace poco, una mujer en nuestra iglesia en las últimas etapas de ELA compartió (a través de su hija) cómo ella está perdiendo la capacidad de hablar y moverse. Pero nada evita que adore a Dios con todo lo que tiene. Ella no puede cantar, pero adora mientras otros alzan sus voces. Ya no puede levantar sus manos, pero se goza mientras otros lo hacen. Jesús dijo que debemos amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza (Mr 12:30). En la medida que podamos, ese amor debe mostrarse en y a través de nuestros cuerpos.

2. Le importa a otros

Dios recibe la gloria cuando respondemos a su grandeza con expresiones visibles de adoración y dependencia. No obstante, esas respuestas envían un mensaje a quienes nos rodean también. A un visitante el domingo por la mañana rodeado de miembros de la iglesia murmurando letras o que están de pie estoicos con los brazos cruzados le podría ser difícil comprender que Jesús es un Salvador glorioso. Por supuesto, el Espíritu Santo puede usar solo las letras para magnificar a Cristo en el corazón de alguien. No obstante, la bondad satisfactoria de Jesús no es algo de lo que simplemente cantamos. Nuestro lenguaje corporal le comunica a otros nuestra gratitud por quién es Dios y por lo que ha hecho (o la ausencia de ello). Después de todo, «los que a Él miraron, fueron iluminados» (Sal 34:5). Dios nos creó para que nos afecte lo que le afecta a los demás. Cuando las personas ven mi rostro iluminarse instantáneamente en el momento que mi esposa, Julie, entra a la sala, entienden que valoro su presencia. Serán atraídos a compartir mi gozo y aprecio, aun si no la conocen bien. De manera similar, David dice que alabar a Dios con un cántico nuevo provocará que muchos «verán esto, y temerán y confiarán en el Señor» (Sal 40:3). ¿Las personas tienen la oportunidad de «ver y temer» como resultado de observarnos los domingos por la mañana? ¿Nuestras acciones revelan que Dios nos ha levantado del foso de la destrucción y ha puesto nuestros pies sobre la roca de Jesucristo (Sal 40:2)? ¿Podríamos estar perdiendo una oportunidad de usar nuestras manos, brazos, rostros y cuerpos para comunicar que Dios está realmente presente entre nosotros y que estamos maravillados, humillados y agradecidos? 

3. Nos importa a nosotros

Los movimientos de nuestros cuerpos funcionan de dos maneras. Primero, expresan por fuera una emoción o pensamiento interno. Los fanáticos del fútbol saltan y vitorean cuando su equipo anota el gol ganador. Los padres aplauden y sonríen cuando su hija da su primer paso. Los golfistas profesionales alzan sus manos en júbilo después de embocar el putt ganador. Un futuro esposo se arrodilla mientras se prepara para ponerle el anillo en el dedo a su futura esposa.  ¿Por qué hacemos estas cosas? Porque las palabras solas no son suficientes. Dios nos dio cuerpos para profundizar y amplificar lo que pensamos y sentimos. Nadie nos enseña directamente estos movimientos corporales (aunque aprendemos bastante por medio de la observación). A lo largo del mundo, en todas las culturas, las personas responden de manera externa para comunicar lo que está ocurriendo dentro de ellos.  No obstante, las expresiones físicas funcionan de una segunda manera. Nos animan hacia lo que debemos pensar y sentir. Nos ayudan a entrenar nuestros corazones en lo que es verdadero, bueno y hermoso. Esa es una razón por las que las prácticas litúrgicas de algunas iglesias incluyen pararse, sentarse y arrodillarse juntos. En su comentario sobre Hechos 20:36, el pastor y teólogo Juan Calvino explicó en detalle por qué Pablo se arrodillaba para orar mientras se despedía de los ancianos efesios. Sus comentarios son tan relevantes para el siglo xxi como lo fueron para el siglo xvi
El afecto interno es de hecho lo más importante en la oración; sin embargo, los signos externos, como arrodillarse, descubrir la cabeza, levantar las manos, tienen un doble uso: el primero es que ejercitamos a todos nuestros miembros para la gloria y adoración de Dios; segundo, que con este ejercicio nuestra lentitud pueda despertarse, por así decirlo. También hay un tercer uso en la oración solemne y pública, porque los hijos de Dios por este medio hacen profesión de su piedad, y uno de ellos provoca a otro para la reverencia de Dios. Y, como levantar las manos es una muestra de valentía y de un deseo sincero, entonces, para testificar nuestra humildad, caemos sobre nuestras rodillas[efn_note]Calvino, Juan. Comentario bíblico de Juan Calvino, «Hechos». Hechos 20:26.[/efn_note]
Calvino destaca tres razones por las que las expresiones físicas importan en nuestra relación con Dios (similares a las tres razones en este artículo). Primero, Dios recibe la gloria a través de nuestro ser completo, en lugar de sólo una parte de nosotros. En segundo lugar, las expresiones físicas nos asisten cuando nuestros afectos no se alinean con las verdades que proclamamos y apreciamos. Tercero, inspiran reverencia en otros. Quiero llevar la atención al segundo punto aquí. A veces necesitamos ser «despertados de nuestra lentitud». Ocasionalmente, el domingo por la mañana, me siento desconectado de lo que está ocurriendo. Encuentro mis pensamientos y afectos vagantes y adormecidos. En esos momentos, me he arrodillado o he alzado mis manos para reconocer que Dios es Dios y yo no lo soy, y que sólo Él es digno de mi reverencia, obediencia y adoración. Finalmente, esas acciones ayudan a llevar a mi corazón a apreciar más profundamente lo que estoy cantando o escuchando. He hecho lo mismo cuando he estado solo. En ambos casos, mi cuerpo entrena mi corazón para reconocer lo que es real, lo que es verdadero y lo que importa. 

Adoración expresada y eterna

Nuestros cuerpos son un regalo de Dios que Él quiere que usemos para su gloria, el bien de aquellos que nos rodean y nuestra alegría. Él es digno de nuestros más profundos, fuertes y puros afectos y Él quiere que nuestros cuerpos lo demuestren. Obviamente, aquí sólo tenemos espacios para cubrir un par de principios y expresiones básicas. Estoy convencido de que las discusiones sobre las expresiones físicas de la adoración en la iglesia reunida continuará y dará fruto hasta que Jesús finalmente regrese. No obstante, ahí las discusiones cesarán. Con cada fibra de nuestro ser —cada pensamiento de nuestras mentes, cada palabra de nuestros labios, cada acto de nuestros cuerpos glorificados— adoraremos sin cesar al Dios trino que nos redimió. ¿Qué nos impide comenzar ahora?
Bob Kauflin © 2023 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.

Photo of Ven, Espíritu Santo
Ven, Espíritu Santo
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Ven, Espíritu Santo

«Ven, Espíritu Santo».  Para muchos cristianos hoy, esa breve oración a menudo está relacionada con emociones intensificadas, experiencias espontáneas sin dirección y una intensa expectativa de la cercanía de Dios. Algo inusual y poderoso está por ocurrir. Sin embargo, invitar al Espíritu a venir, no es un fenómeno nuevo. Los cristianos de todas las creencias han hablado y cantado sinceramente estas palabras por siglos. Lo que levanta un par de preguntas.
  • Si Dios está presente en todas partes, ¿acaso el Espíritu no está ya aquí?
  • ¿Deberíamos orar al Espíritu Santo?
  • ¿Y qué es lo que exactamente le estamos pidiendo al Espíritu que venga a hacer
Buscaremos responder esas preguntas, específicamente en relación a las reuniones de la iglesia. ¿Cómo debemos pensar sobre la presencia del Espíritu Santo y nuestro involucramiento con Él?

En todas partes y a la vez presente

En un sentido, no podemos escaparnos del Espíritu. El rey David preguntó: «¿adónde me iré de tu Espíritu, o adónde huiré de tu presencia?» (Sal 139:7). La Escritura también nos dice que el Espíritu está presente cuando nos reunimos, habitando tanto dentro de cada persona como en su iglesia (1Co 3:16-17; 6:19). El Espíritu Santo está siempre con nosotros. No obstante, en otro sentido, el Espíritu da a conocer su presencia de maneras únicas y en tiempos específicos. Él «localiza» su presencia. Uno de esos momentos es cuando la iglesia se reúne. Cuando nos reunimos, dice Pablo: «a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común» (1Co 12:7). El Espíritu se manifiesta o «viene» de diversas maneras y en distintos grados, dependiendo de sus intenciones. Eso nos lleva a nuestra segunda pregunta: ¿es apropiado orar al Espíritu? Las oraciones en el Nuevo Testamento son casi siempre al Padre, a veces al Hijo. No obstante, no encontramos ningún ejemplo de oración al Espíritu directamente. ¿Eso significa que orar al Espíritu es incorrecto? No. Al Espíritu Santo, como la tercera persona del Dios trino, se le puede adorar, obedecer y sí, orar. Orar al Espíritu no está prohibido ni es un mandato en la Escritura, y puede recordarnos que el Espíritu ciertamente es Dios. Lo más importante es reconocer nuestra necesidad de su obra divina cada vez que nos reunimos.

Siete maneras en que viene el Espíritu

Cualquiera sea el idioma en que escojamos invocar la actividad del Espíritu, a menudo hay una vaguedad en nuestras peticiones por su obra que puede ser engañosa, inútil y a veces peligrosa. Entonces, ¿qué podemos pedirle y esperar que haga consistentemente el Espíritu Santo cuando nos reunimos?

1. El Espíritu viene a capacitarnos para adorar a Dios

Somos los que adoramos por el Espíritu de Dios y podemos reconocer el señorío de Jesús sólo por su obra (Fil 3:3; 1Co 12:3). Sin el Espíritu, no veríamos ni querríamos responder a la gloria de Dios. John Webster nos recuerda:
Necesitamos pedirle a Dios que nos ayude a adorarlo. La adoración no nos es natural (no podemos simplemente abrir el grifo y dejar que fluya). Al final, la adoración es algo que Dios obra en nosotros. No es un asunto de habilidades o capacidades en las que podamos esforzarnos y pulir a la perfección. La adoración es un regalo del Espíritu[efn_note]Webster, John. (2020) Christ Our Salvation: expositions and proclamations [Cristo nuestra salvación: exposiciones y proclamaciones]. (Bellingham, WA: Lexham Press), p. 101. N. del. T.: traducción propia.[/efn_note].
Mientras Jesús hace aceptables nuestras ofrendas de adoración a Dios (1P 2:5), el Espíritu en realidad cambia nuestros corazones para atesorar a Cristo por sobre los ídolos venenosos que nos tientan desde afuera y desde adentro.

2. El Espíritu viene a asegurarnos

Aun cuando conocer y creer la verdad del Evangelio es un asunto de importancia eterna, Dios quiere darnos más que conocimiento intelectual. Le pedimos al Espíritu que venga para que podamos sentir el amor adoptivo del Padre. Es normal valorar la doctrina, la teología, el estudio y la ortodoxia y aun así desanimarnos por nuestra continua lucha con el pecado. Podemos comenzar a pensar que Dios se ha cansado de nosotros, que está indignado con nosotros o simplemente que nos ha olvidado. La Escritura nos recuerda que: «porque ustedes son hijos, Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, clamando: “¡Abba! ¡Padre!”» (Gá 4:6). Somos personal, apasionada y particularmente amados por nuestro Padre celestial y el Espíritu nos asegura esa realidad.

3. El Espíritu viene a unificarnos 

Dios no nos ordena crear unidad con otros creyentes. En lugar de ello, debemos «esforz[arnos] por preservar la unidad del Espíritu» (Ef 4:3) [énfasis del autor]. Mientras Cristo hizo posible nuestra unidad por medio de su sacrificio sustitutorio, Pablo llama a lo que disfrutamos juntos «la comunión del Espíritu Santo» (2Co 13:14). ¿Nuestra unidad puede fortalecerse y profundizarse? Absolutamente. Pero nosotros no tenemos la capacidad de producir eso. Es el Espíritu quien nos capacita para perdonar a otros, para encontrar evidencias de la obra de Dios en quienes nos rodean y para amar a otros con un amor que trasciende nuestras peleas insignificantes y corazones fríos.

4. El Espíritu viene a transformarnos 

Dios nunca quiere que salgamos de nuestras reuniones dominicales sin cambios ni sin ser afectados. Así como Dios nos salva para hacernos más como su Hijo (Ro 8:29), Él nos reúne para el mismo propósito. ¿Y cómo cambiamos? No al escuchar otra lista de cosas que no estamos haciendo, resolviendo hacerlo mejor la próxima vez o arrastrándonos en nuestra pecaminosidad. El Espíritu nos cambia a medida que contemplamos la gloria de Cristo en el Evangelio y en su Palabra (2Co 3:18). Él es el Espíritu Santo, que obra para librarnos de todos los efectos corrompidos del pecado.

5. El Espíritu viene a darnos poder

¿Qué hace que una reunión dominical en tu iglesia sea poderosa? Sin duda, la predicación fiel y el liderazgo musical hábil son factores, pero esas no son las únicas maneras en que Dios quiere desplegar su poder cuando nos reunimos. «Pero a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común» (1Co 12:7). No a algunos, sino a cada uno. Cada uno de nosotros es un medio potencial a través del cual Dios quiere manifestar el Espíritu al desplegar su poder, bondad y verdad a otros. Así como deseamos fervientemente dones espirituales de todas las variedades (1Co 14:1), le pedimos al Espíritu que venga y haga lo que nosotros nunca podríamos hacer por nuestra cuenta. ¡Cuán diferentes se verían nuestras iglesias si cada miembro le pidiera al Espíritu que viniera y le diera poder para servir a otros para la gloria de Cristo!

6. El Espíritu viene a iluminarnos 

Más veces de las que puedo contar, me he sentado bajo la predicación fiel de la Palabra de Dios y he visto algo que nunca había visto antes. Esa es la obra del Espíritu. Sin el Espíritu en nosotros, seríamos incapaces de comprender o beneficiarnos de la Biblia. Pablo le dice a la iglesia corintia que «nosotros hemos recibido, no el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos lo que Dios nos ha dado gratuitamente» (1Co 2:12). Ninguna cantidad de sabiduría humana, estudios, experiencia o esfuerzo puede reemplazar la necesidad de que el Espíritu de Dios abra los ojos de nuestros corazones para recibir la verdad de Dios y para contemplar la belleza de Cristo.

7. El Espíritu viene a revelar la presencia de Dios

El énfasis moderno entre algunas iglesias respecto a buscar la presencia de Dios ha provocado que otras iglesias minimicen o ignoren por completo esta búsqueda. No obstante, la presencia del Espíritu es más que mera doctrina. Es un don indecible que se debe sentir y apreciar. Él es la garantía de nuestra herencia, un anticipo de ese día cuando la morada de Dios esté con el hombre y lo veamos cara a cara (Ap 21:3; 22:4). Por nuestro bien y para la gloria de Dios, a veces el Espíritu nos hará conscientes de que Dios está con nosotros (inexplicable, maravillosa y misericordiosamente). Y Él no se restringe a eventos que sean planificados o espontáneos. Él obra a través de ambos para traer convicción, paz, gozo y asombro. Entonces, ¿por qué no quisiéramos experimentar su presencia con más frecuencia?

Espíritu Santo, ven

Graham Harrison, un pastor británico que ahora está con el Señor, dijo:
No puede existir un sustituto para esa presencia manifestada de Dios que siempre es una posibilidad bíblica para el pueblo de Dios. Cuando no se experimenta, deben buscarlo humildemente, sin descuidar sus responsabilidades continuas ni negando sus bendiciones actuales, sino que reconociendo que siempre hay infinitamente más en su Dios y Padre, quien desea comunión con aquellos redimidos por la sangre de su Hijo y regenerados por la obra de su Espíritu[efn_note]N. del T.:  traducción propia.[/efn_note].
Sin descuidar lo que Dios nos ha llamado a hacer ni negando su promesa de estar con nosotros todo el tiempo, podemos anhelar y orar por una manifestación mayor de la obra del Espíritu en nuestro medio. Podemos pedirle al Espíritu Santo que venga y haga lo que sólo Él puede hacer. ¿Y para qué fin? Sin duda, para nuestra edificación y gozo. No obstante, para que, en última instancia, Jesús reciba más de la gloria que sólo Él merece: «[el Espíritu Santo] me glorificará, porque tomará de lo mío y se lo hará saber a ustedes» (Jn 16:13-14). Por lo tanto, Webster dice: «el movimiento básico de nuestra vida juntos, el movimiento básico de la asamblea para la adoración, tiene que ser la oración para que el Espíritu venga a hacernos nuevos. Eso, domingo tras domingo, es el asunto principal de nuestras vidas»[efn_note]Webster, John. (2020) Christ Our Salvation. (Bellingham, WA: Lexham Press), p. 96. N. del. T.: traducción propia.[/efn_note]. Por tanto, oremos, una y otra vez: «Espíritu Santo, ven».
Bob Kauflin © 2022 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.