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Gracia para todos

Gracia para todos — Parte I

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Gracia para todos — Parte II

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Gracia para todos — Parte III

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Gracia para todos — Parte IV

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Gracia para todos — Parte V

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Cuatro razones para animar a tu iglesia a tomar notas durante el sermón
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Cuatro razones para animar a tu iglesia a tomar notas durante el sermón

Es un gran desafío para mí poner atención en algo por un tiempo prolongado. Mi mente rápidamente  divaga a otro mundo, a otros temas o al celular. Cuando logro darme cuenta, ya perdí toda noción de lo que sucedió alrededor de mí. Estoy seguro de que esto no me pasa solamente a mí, creo que es algo bastante común en nuestros días. Además, hay tanta información, tantas noticias, tantas aplicaciones en nuestros celulares y sonidos que llaman nuestra atención, que concentrarse es una tarea cada vez más difícil. Como pastor, puedo darme cuenta si las personas están poniendo realmente atención cuando estoy predicando. Puedo ver cuándo su mirada se dirige al vacío y cuándo simplemente dejaron de estar conectados a lo que estoy diciendo. Generalmente, queremos buscar un culpable: las persona displicentes, la falta de habilidad oratoria del predicador, la calidad del sermón, el ambiente o la duración del mensaje. Puede que sea uno o todos estos factores juntos, pero el punto es: nuestra atención se va, incluso cuando son temas importantes a los que debemos atender y entender.  Pues bien, si ya era difícil poner atención al sermón durante una reunión presencial, en la pandemia los servicios por Internet lo hicieron aún más difícil. Son distintas cosas llamando nuestra atención, muchas redes sociales, noticias, sonidos y movimientos naturales de la casa. Es una amplia gama de cosas que no experimentamos usualmente cuando estamos en un servicio presencial. Por eso mismo, para ayudar a nuestra iglesia a sacar más provecho de los mensajes semanales, se nos ocurrió la idea más obvia de todas: ofrecer una guía de apuntes. Tan sencillo como eso. Hicimos una guía especial para la serie de mensajes que estábamos predicando, con un diseño atractivo y con ciertos espacios específicos para completar y para guiar el proceso de la toma de notas.    Es por esto que quiero compartir contigo cuatro razones de por qué esta idea tan sencilla puede hacer una gran diferencia en la participación de tu iglesia en los servicios en línea durante la pandemia. 1. Tomar notas es fundamental en el proceso de guardar la Palabra: Olvidamos fácilmente las cosas que solamente escuchamos. Dudo mucho que te acuerdes con exactitud de todo lo que escuchaste el domingo pasado cuando te conectaste con tu iglesia. Cuando tomamos notas de forma intencional y con una guía preparada específicamente para ello, somos más propensos a entender y recordar el mensaje. Esto es porque en el ejercicio de tomar notas sintetizamos lo que estamos escuchando. Estamos relacionándonos con el contenido entregado. Eso es mucho más que simplemente dejar que las palabras entren en nuestros oídos. Nosotros olvidamos lo que escuchamos (a veces, incluso lo que hablamos), pero cuando aumentamos la interacción con el contenido (haciendo conexiones y relaciones), retenemos más de él en nuestra memoria y así nos involucramos más con la predicación. Por tanto, si queremos crecer espiritualmente, tomar notas es un excelente ejercicio. 2. Tomar notas nos ayuda a cambiar nuestra actitud durante el servicio: La verdad es que si las personas tenían la tendencia de asumir una actitud bastante pasiva y de consumo en los servicios presenciales, en los servicios en línea, esa tendencia se consolidó. La idea de consumir un producto, una charla, un mensaje, se refuerza por el medio en el cual el servicio se realiza: las plataformas digitales. Sin embargo, el servicio del domingo es algo activo, vivo, algo que todos entregamos y en el cual todos participamos y no solamente asistimos y consumimos. Es claro que en la predicación somos oyentes, no solemos interactuar con el predicador, pero al tomar notas intencionalmente, podemos interactuar con el mensaje y participar activamente en ese momento. Debemos estimular a la iglesia a que tome notas de lo que se está predicando, no solamente para que después puedan recordar y aplicar lo que aprendieron a sus vidas  (algo que es genial), sino porque ese ejercicio nos estimula a entregar un culto más verdadero, más honesto, más consciente: nos lleva a ser activamente adoradores, incluso cuando estamos en el momento de la reflexión bíblica. 3. Tomar notas puede ser un excelente ejercicio para toda la familia: Tener a toda tu familia escuchando el mismo mensaje no significa que todos lo entenderán de la misma manera. Por ejemplo, si tus hijos son preadolescentes o adolescentes, puede ser más difícil para ellos poner atención de la misma manera que tú y entender lo que están escuchando, pues su capacidad de atención y vocabulario son diferentes. Muchas familias tienden a individualizar la experiencia educacional durante el servicio dominical y no sacan mayor provecho de ese momento. Usar una guía para tomar apuntes del sermón puede estimular la participación de toda la familia y, posteriormente, ayudar a tener una instancia de comparación y diálogo familiar que puede provocar que el momento de la reflexión bíblica sea realmente interesante y relevante para todos. Te sorprenderás de cómo los distintos miembros de tu familia percibieron el mensaje y de cómo pueden ser tan enriquecidos con la Palabra de Dios unos con otros. También podrás compartir con tu pastor sobre el impacto del mensaje en los distintos miembros de tu familia, para que así también puedas ayudarlo en las próximas predicaciones de modo que el mensaje pueda llegar más fácilmente a todos. 4. Tomar notas es una excelente estrategia misional: Así es. Una vez que la iglesia se ha acostumbrado a tomar notas de los mensajes, cada miembro tendrá más facilidad de compartir el Evangelio con sus amigos no cristianos de una forma más natural. Esto es porque se han apropiado del mensaje. De esta manera, al momento de evangelizar, ellos tendrán más contenidos disponibles que si no lo hicieran. Estimular a la iglesia a que tome notas con la intención de facilitar la evangelización natural es una excelente estrategia misional, pues los miembros se sentirán más confiados al momento de hablar sobre los temas que están escuchando cada domingo. La pandemia no puede ser una excusa para no hacer nada, no podemos simplemente esperar que pase y volver a todo tal como era antes. Debemos buscar con creatividad la mejor manera de ser iglesia hoy, con o sin pandemia, con o sin restricciones sanitarias. Debemos buscar crecer y ser la luz de Cristo en estos tiempos oscuros. Por eso, aprovechar al máximo la predicación de la Palabra cada domingo, nos fortalecerá y nos hará más útiles a cada uno de nosotros para la proclamación del Evangelio. Esto es algo que tú puedes hacer hoy, no te costará nada y será de gran beneficio para ti y para tu iglesia.  Aquí te dejamos distintas plantillas para que toda tu familia, niños, adolescentes y adultos, puedan tomar sus propias notas del sermón.  
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Serie "La imagen del Dios invisible"
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Serie "La imagen del Dios invisible"

Junto a distintos líderes y pastores hemos preparado esta serie de videos que nos ayudará a meditar en las diversas áreas y atributos del carácter de Cristo revelados desde el Domingo de Ramos al Domingo de Resurrección.
Nuestro deseo es que durante esta Semana Santa tu corazón sea avivado y animado a rendir toda tu vida en adoración a Cristo, la imagen del Dios invisible.

La Humildad de Cristo – Luke Foster

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El celo de Cristo – Nicolás Fuentes

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La dependencia de Cristo – Amós Cavalcanti

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La Omnisciencia de Cristo – Juan Esteban Saravia

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El servicio de Cristo – Felipe Chamy

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El sufrimiento de Cristo – Jonathan Muñoz

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El descanso de Cristo – Eleazar Seguel

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La resurrección de Cristo - Cristóbal Cerón

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¿Por qué el sermón del domingo no es suficiente para pastorear a tu congregación?
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¿Por qué el sermón del domingo no es suficiente para pastorear a tu congregación?

Para evitar cualquier tipo de activismo que se verifica en algunos contextos, varias iglesias en nuestros días han optado por un formato de mínima actividad: un solo servicio dominical semanal —y eso es todo—, sin grupos pequeños ni nada más. En parte, para fomentar un mayor tiempo en familia o para evitar el legalismo de una agenda llena de actividades eclesiásticas. Esta práctica nos hace reflexionar sobre si sería posible solamente con la predicación dominical, de unos 30 o 40 minutos, pastorear eficazmente a una congregación. Primeramente, asumamos lo fundamental: la Palabra de Dios es más que suficiente para pastorear a tu congregación. La Palabra de Dios, predicada cada domingo, es esencial para la vida y crecimiento de la iglesia, para la exhortación de los creyentes, para la evangelización de los incrédulos, para animar a los desanimados y para fortalecer a los débiles. No hay duda de que la Palabra de Dios debe ser predicada siempre y en cualquier circunstancia. Es por esto que la predicación fiel de la Escritura es la actividad más importante en la vida de una iglesia. Una iglesia saludable nace, crece y vive alrededor de la Palabra y por esa misma razón, la predicación regular, fiel, ordenada y consistente de la Biblia debe ser la principal preocupación de un pastor. Sin embargo, por más importante que sea la predicación dominical, ¿podemos descansar solamente en ella para entregar todo lo que la iglesia necesita? Creo que es bastante razonable la idea de que para el crecimiento adecuado de la iglesia, se hace imperioso el uso de distintas instancias de pastoreo a través de la Palabra de Dios. Por eso mismo, depositar solo en el mensaje dominical todo el peso de la instrucción y pastoreo de la iglesia no parece ser lo más sensato. Aquí algunas razones para ello:
  • La gente olvida. El mensaje puede ser maravilloso, pero incluso en el mejor de los escenarios, al menos una fracción de su contenido se perderá. Normalmente, una semana después, la mayoría de los miembros no recordará ni el texto que fue Está claro que la predicación dominical es importantísima y tiene valor fundamental para la iglesia, pero debemos reconocer sus limitaciones y esa es una de ellas. La gente escucha y es impactada, pero parte importante también se pierde en el olvido, eso es algo natural. Así que, algo debemos hacer para recuperar esa parte perdida. Ya hablaremos sobre eso.
  • No alcanza para todos. La predicación dominical está dirigida a la comunidad como un todo, y esta comunidad está conformada por distintas personas, de distintas edades, trayectorias y conocimiento. El sermón del domingo es un tipo de talla única, y como toda ropa de talla única, quedará grande en algunos y estrecho en otros. Ese fino ajuste debe ser hecho posteriormente. La iglesia es y debe seguir siendo una comunidad multigeneracional, como una familia, y el mensaje debe ser dirigido a una audiencia general y por eso no tiene la especificidad que se podría dar si se tratara de un grupo específico. Y eso no está mal en sí, es parte de la idiosincrasia de la predicación y que cuenta con el pastoreo semanal en grupos pequeños y encuentros personales para ser aterrizada a detalles más específicos.
  • ¿Puedo hacer una pregunta? La predicación es una instancia solemne en la cual la Palabra de Dios es explicada de manera continua, sin espacio para intervenciones. Es diferente de una clase o incluso de una charla con preguntas y respuestas al final. El sermón tiene, como toda instancia pedagógica, sus pros y contras. Hay muchas dudas y explicaciones que no encuentran espacio en el formato de la predicación y que deben ser tratadas en otro momento.
No obstante, no debemos perder la esperanza en la predicación dominical. Por el contrario, debemos sacar su máximo provecho, porque cuesta mucho esfuerzo y preparación, y tiene un profundo impacto en la formación de los creyentes y en la identidad de la iglesia. Y es exactamente haciendo eso que llegaremos a la conclusión de que no basta solo con el sermón dominical para pastorear a una iglesia. Es por esto que aquí comparto cuatro acciones que podemos llevar a cabo para aprovechar al máximo la predicación semanal y, a partir de ella, pastorear a la iglesia de manera integral:
  1. Amplifica el mensaje: la predicación dominical debe determinar la línea de pensamiento de la iglesia como un todo. A partir de tu predicación se establecen los lineamientos para los grupos pequeños, los discipulados e incluso las consejerías. Amplificar el mensaje significa hacerlo resonar por todas las demás actividades de la congregación para volver vez tras vez a los conceptos que fueron enseñados de manera pública, de modo que la congregación haga la conexión entre la predicación y la vida diaria. Una excelente manera de hacer resonar el mensaje es usando el mismo texto o tema en los grupos pequeños durante la semana posterior a la predicación. Eso nos permite examinar nuevamente el texto, pero en otro formato pedagógico para reforzar las ideas del domingo.
  2. Simplifica el mensaje: predica en serie. Podría parecer un poco sospechoso que yo hable de este tema, porque me encantan las series de mensajes. Creo que ayuda mucho tanto en la preparación como en la exposición. Facilita a los asistentes entender hacia dónde apuntarán las temáticas de las semanas siguientes y estimula a entender que el sermón no es un tema aislado y sin contexto. Una hermosa forma de simplificar el mensaje es uniendo el contenido de los niños con el de los adultos. Al usar el mismo texto para el sermón y para la enseñanza de los niños, ayudamos a que las familias aprendan de forma más homogénea y puedan conversar sobre eso durante la semana.
  3. Vive el mensaje: la dinámica de la iglesia va más allá del mensaje del domingo. El proceso de encarnar la verdad se manifiesta en el acercamiento personal a la vida diaria de los hermanos. La Palabra de Dios penetrará más definitivamente cuando sea explicada de forma personal en una visita, en socorro, en consejería, en compañerismo; es decir, en un formato no oficial de enseñanza. Incluso Calvino, que consideraba la predicación como la actividad fundamental del pastor, dedicaba tiempo para visitar enfermos, para exhortar individualmente a las personas y para participar de instancias diversificadas de enseñanza. O sea, la predicación dominical debe venir acompañada de su encarnación en la vida diaria de la iglesia.
  4. Conecta el mensaje: la preocupación fundamental del pastor debe ser la de enseñar toda la Palabra de Dios, de manera que la iglesia esté plenamente alimentada. Para eso, es importante entender que debe haber intencionalidad al conectar las distintas enseñanzas y predicaciones con la gran historia de Dios. Al conectar cada sermón a la gran historia de la Biblia, puedo ayudar a los miembros y asistentes de la iglesia a no solamente aprender sobre los temas que estoy enseñando, sino que también a contribuir eficazmente a que aprendan más sobre la Biblia como un todo. Esta conexión hará que les sea más fácil compartir el Evangelio y también entender otros temas de la Escritura.
El sermón del domingo, de forma aislada, no es suficiente para pastorear a la iglesia cuando es una actividad que tiene un fin en sí mismo. Cuando entendemos la iglesia como ese organismo más complejo que es y veamos todas las oportunidades que la predicación dominical nos abre para sedimentar la Palabra de Dios en la vida de los creyentes, a través de una relación personalizada, encarnacional y dinámica, estaremos no solamente pastoreando a la iglesia de forma integral, sino que también estaremos poniendo la predicación dominical en el lugar de importancia que merece.
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La Reforma y el creyente
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La Reforma y el creyente

La manera en que el creyente evangélico vive hoy su espiritualidad es resultado directo de la Reforma protestante del siglo XVI. Sin importar cuál sea su denominación o línea teológica dentro del espectro evangélico, su adoración, su oración y su espiritualidad son el resultado del impacto de la Reforma protestante.  En primer lugar, debemos entender la Reforma como un proceso más que como un evento. Proceso que se desarrolló por muchos años, con una diversidad de actores importantes involucrados y que culminó en la recuperación de una fe cristiana más coherente con la verdad bíblica. De hecho, podemos decir que la meta y el gran logro de la Reforma protestante fue el reencuentro del creyente con el texto sagrado. Tarea aún en proceso.  El rescate de la Biblia como eje de nuestra espiritualidad fue el cambio más significativo de la Reforma para el creyente común. Antes, estando atormentado por una espiritualidad repleta de temores, de castigos, de indulgencias y de reliquias, el creyente que no tenía acceso a la Escritura, no era capaz de discernir la verdad de la mentira y era rehén de sus líderes espirituales, quienes los amenazaban con la excomunión y el fuego eterno ante cada paso en falso.  Toda la labor de los reformadores se dio en torno a la Escritura, en el sentido de conocerla mejor, de que los creyentes la conocieran y, por medio de ese conocimiento, librarlos de la esclavitud y de la ceguera espiritual en la cual se encontraban. La Biblia, como eje de la espiritualidad cristiana, se enfrentó a tres grandes desafíos: el de la accesibilidad, el de la fidelidad y el de la libertad. En otras palabras, el objetivo de la Reforma era poner una Biblia en la mano de cada creyente, para hacer ver que solo la Biblia era la autoridad última de fe y que esta debía ser interpretada de manera adecuada para disfrutar de sus beneficios. 1. Accesibilidad: poner una Biblia en la mano de cada creyente no era una tarea fácil. La versión oficial utilizada por la Iglesia Católica Romana era la Vulgata Latina, que existía en copias manuscritas en latín, distante del gran público. La Reforma nació del reencuentro con la Escritura y fue la misma Palabra la que guió a los reformadores hacia la necesidad de promover la accesibilidad de la Palabra a los creyentes, porque Dios gobierna a su pueblo por medio de su Palabra y es a través de ella que tenemos comunión con Él. La naturaleza de la Escritura demanda que sea accesible para cada creyente, a fin de que podamos tener una experiencia real con Dios. Desde ahí se desarrolló todo el movimiento de traducción y difusión de la Biblia, acompañando también el surgimiento de la imprenta. Versiones populares en nuestros días, como la Reina Valera, nacieron de ese trabajo. Hoy tenemos más acceso a la Escritura de lo que nunca antes habíamos tenido en la historia, aún así nos quedan dos desafíos: de las 7 361 lenguas activas en el mundo hoy, solo 683 poseen la Biblia completa traducida en su idioma. Después de más de 500 años de la Reforma, aún existen 4 011 lenguas sin ningún versículo bíblico traducido. El desafío de la traducción de la Escritura para pueblos no alcanzados debe estar en el radar de cada creyente como herederos de los beneficios de la Reforma. El segundo desafío es transformar el acceso en lectura: pese a la abundancia de recursos y versiones bíblicas disponibles para el gran público, el creyente promedio lee muy poco. El pequeño espacio que ocupa la Biblia en la espiritualidad diaria de los creyentes es una evidencia de su debilidad espiritual como también de su alta susceptibilidad a todo tipo de nuevas (y raras) doctrinas que vemos en nuestros días. 2. Fidelidad: la segunda línea fundamental del reencuentro con la Escritura fue la fidelidad. Por fidelidad nos referimos al rescate de la doctrina de la Escritura, al ponerla en el lugar que se merece como la única regla de fe y práctica para el creyente. Para la época de la Reforma, la Biblia ocupaba un espacio menor en la formación de la doctrina cristiana, porque la autoridad papal y la tradición dominaban el escenario normativo de la iglesia, lo que facilitaba la enseñanza de doctrinas claramente condenadas por la Escritura como la oración por los muertos o la veneración de reliquias, entre otras. Al reencontrarse con la Escritura, los reformadores nos hicieron ver la verdadera naturaleza de la Palabra: su autoridad intrínseca y última en temas de fe. La autoridad de la Escritura no depende de la Iglesia y resulta de la inspiración del Espíritu Santo de Dios, de modo que es esencial y totalmente Palabra de Dios, infalible e inerrante. Por ser la autoridad única y final para el creyente, las decisiones de los concilios y las tradiciones de la iglesia debían ser rechazados como fuente de autoridad para la iglesia, debiendo ser sometidas al único estándar de verdad: la Biblia.  Para el creyente eso significa que su vida debe ser guiada solamente por la Biblia, no por las seductoras tradiciones y mitos de su época ni por la palabra de líderes carismáticos y manipuladores. En el mundo evangélico actual, debemos luchar contra esos dos peligros: el de las supuestas «nuevas revelaciones», que trasladan la autoridad de la Escritura a estos supuestos profetas y sus experiencias espirituales subjetivas, y el liberalismo teológico, que nace del deseo de tornar la Biblia «compatible» con el pensamiento moderno, lo que transfiere la autoridad de la Escritura a la ciencia y a la cultura contemporánea. Ambos grupos hacen lo mismo: quitan la autoridad de la Escritura para apropiarse del poder de decir cómo el ser humano debe vivir. Ambos distorsionan la Palabra, dañan a la iglesia y deshonran a Cristo. 3. Libertad: tener la Biblia en nuestras manos y creer que ella es nuestra única regla de fe y práctica, no nos llevará muy lejos si nuestra forma de interpretación no es coherente con su naturaleza. Una de las grandes victorias de la Reforma protestante fue devolver al creyente la libertad de acceso y de examen de la Escritura. Anteriormente, la Iglesia Católica era detentadora no solamente de la Biblia, sino que también de su interpretación. La Reforma surgió, entonces, como un clamor por el libre examen de la Escritura; es decir, ya no se necesitaba de un sacerdote para leer y pronunciar lo que la Biblia decía porque cada creyente era libre de entrar en la presencia soberana de Dios por medio de la Escritura y acceder a su verdad revelada sin intermediarios humanos. Con eso la Reforma devolvía al creyente la posibilidad de una espiritualidad mucho más rica y profunda, pues cada creyente podía leer e interpretar la Biblia para su edificación personal. Eso no significa que cada creyente pueda interpretarla como le parezca. El libre examen no es la libre interpretación. La Biblia debe ser interpretada por los estándares que ella misma define: revelación inspirada por Dios, infalible, inerrante, que tiene como eje hermenéutico a Cristo y que nos enseña una única y gran historia de la redención por medio del pacto de gracia consumado por Cristo en la cruz. Cada texto de la Escritura es igualmente inspirado y útil para nuestra vida espiritual y debe ser entendido teniendo un único y no múltiples sentidos, y este sentido es normalmente claro para todo lector. Cuando un texto no es tan claro, puede ser aclarado por otros textos de la misma Escritura. El Espíritu Santo es quien nos ilumina y guía a esa correcta y transformadora interpretación aplicando vida en nosotros por medio de la Escritura.  Toda esa jornada espiritual emocionante era denegada a los creyentes en el tiempo previo a la Reforma, se les negó conocer a Dios por sí mismos y se volvieron dependientes de la versión que entregaban sus líderes. La Reforma trajo libertad a la vida espiritual de los creyentes, permitiéndoles navegar en el inmenso océano de la verdad de Dios dispuesta para nosotros y para que lo conozcamos. Hoy nosotros tenemos acceso, recursos interpretativos y toda la información necesaria para estudiar libremente la Escritura. Somos esclavos solamente de su verdad y estamos limitados solamente por los límites impuestos por la Biblia misma.  Como creyentes evangélicos tenemos una gran deuda con todos aquellos hombres y mujeres que dedicaron sus vidas en la búsqueda de la pureza del Evangelio. Todos los días podemos disfrutar de las consecuencias de su fidelidad a Dios y de su obediencia al llamado del Espíritu de vivir para la gloria de Dios. A nosotros nos queda el desafío de perseverar en esa lucha que aún no termina: la de buscar que nuestras vidas sean dominadas solo por la Escritura, de hacerla accesible a todos los pueblos y tribus del mundo y de enseñar su valor a las siguientes generaciones. Es así cómo vivimos la Reforma hoy. 
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La Reforma y la iglesia

Yo nací en la iglesia. Mis padres siempre me llevaron y siempre me gustó participar en todo tipo de actividad. Puedo decir que los mejores recuerdos de mi infancia y adolescencia están vinculados a mi vida en esa comunidad de fe.  Lo rico de esa experiencia comunitaria se daba por razones que yo en aquel momento desconocía, pero que aun así lograba disfrutar. Yo no solo asistía a eventos, sino que sentía que era parte de algo. Mi fe fue forjada y desarrollada dentro de un contexto que entendía que la iglesia era la comunidad de los santos, donde todos los creyentes eran parte del mismo cuerpo espiritual y tenían acceso directo al trono de gracia por medio de Cristo.  Eso significaba que tenía pastores y líderes que me guiaban, pero que, al igual que ellos, yo tenía el mismo acceso a Dios. Es más, me enseñaron mi deber y responsabilidad hacia el cuerpo, hacia los demás hermanos y amigos, porque la iglesia no era propiedad de alguien, sino de Cristo y en Cristo todos nosotros estábamos unidos. Tampoco existía alguien a quien yo debía obediencia ciega y absoluta bajo pena de ser lanzado al fuego del infierno. La única autoridad última era la Palabra y, por medio de ella, los líderes llamados por Dios para este oficio ejercían ese gobierno espiritual en nombre de Cristo.  Esa experiencia personal con la iglesia, que yo y miles de personas actualmente también tienen, es resultado de la Reforma protestante, que, por medio de la Palabra, denunció los desvíos en cuanto al concepto de iglesia que se vivía en aquella época. La Reforma afirmó que la iglesia es la comunidad conformada por todos los creyentes, no solo por el clero. También trajo de vuelta la doctrina del sacerdocio universal, la que nos enseña que todos somos un reino de sacerdotes (1P 2:9) y que no necesitamos de la mediación de un cura o de la iglesia para que Dios reciba nuestras oraciones o perdone nuestros pecados, porque ya tenemos un único y suficiente mediador, que es Cristo. Además, por medio de la Reforma, recordamos que los sacramentos son solo dos: el Bautismo y la Santa Cena y, si bien son buenos, útiles y necesarios, no son un medio de salvación, de manera que la iglesia no puede vincular su ministración al destino eterno de las almas.  Es evidente que la Reforma también provocó muchas diferencias en cuanto a la manera en la cual la iglesia debía organizarse y sobre detalles específicos relacionados a los sacramentos y a otros aspectos que terminaron formando distintos grupos, tales como luteranos, presbiterianos, anglicanos, bautistas, metodistas, entre otros denominados protestantes históricos. La diversidad en sí no fue un problema, sino más bien la expresión de la multiforme gracia de Dios que opera en su iglesia como Él bien entiende.  Lo que nos debe llamar la atención son los desafíos y enseñanzas que la Reforma dejó para la iglesia en el siglo XXI. Los desafíos son grandes y la Reforma aún no termina:
1. La necesidad de la iglesia
Nuestra cultura es marcadamente individualista. El nivel de comodidad que obtuvimos ayudó a apartarnos en nuestras islas de entretención, razón por la cual muchos en nuestros días creen que pueden perfectamente ser creyentes en plenitud sin ningún compromiso con una iglesia local. El desprecio por la comunidad es un síntoma de la espiritualidad de consumo, donde lo comunitario solo es útil si es provechoso para mis intenciones personales. Con la Reforma protestante, se rescató el valor de la comunión, liberándola del secuestro clerical en la que se encontraba, al enseñar que la verdadera iglesia no tiene otra cabeza que no sea Cristo y que en Cristo estamos todos unidos. La Reforma nos enseñó a amar y a construir comunidad, porque esta ya no era esclava del rito muerto o del autoritarismo de los sacerdotes. La iglesia es una en Cristo, es Él quien construye ese cuerpo y es por medio de ese cuerpo que nos alimenta. Esta unidad no es simbólica, como lo era previo a la Reforma, sino que concreta, donde todos los creyentes tienen el privilegio y el compromiso de construir juntos la comunidad de la fe. Ya no se trata más de escuchar una homilía y recitar un rezo, ahora se puede aprender y enseñar la Escritura, servir y ser servidos, discipular, construir; ser efectivamente la iglesia de Cristo en el mundo. Debemos rescatar la belleza de ser comunidad, porque esa comunidad es absolutamente necesaria para una fe verdadera y verdaderamente sana.
2. La libertad de la iglesia
Por siglos la iglesia estuvo bajo la dominación papal. Esa estructura piramidal de poder no solamente se apropió indebidamente de la autoridad de Cristo, sino que también utilizó ese poder para conquistar control terrenal por medio de la opresión espiritual, física, económica y política. Cuando los reformadores se levantaron, ellos estaban enfrentando una poderosísima estructura de poder y control que dominaba a reyes, países y mentes en gran parte del mundo. Como ejemplo de esa dominación, las personas y las familias no podían tomar ninguna decisión sin el conocimiento o autorización del sacerdote de la parroquia (¿esto les suena a algo?). La ruptura de ese sistema maligno costó muchas vidas y mucho esfuerzo, pero trajo esperanza y transformación. La verdadera iglesia de Cristo es libre porque no tiene otro señor que no sea Cristo. Es Cristo y solamente Cristo, quien gobierna la iglesia por medio de su Palabra. Los ministros que Él levanta y establece actúan no para dominar, sino para servir al pueblo. Lamentablemente, a nuestro corazón carnal le encanta el caudillismo y anhela regresar a estructuras de dominación. Eso se da por dos razones: 

a. La comodidad: obedecer ciegamente a un líder es más fácil que asumir la responsabilidad de pensar, entender y aplicar el Evangelio personalmente.

b. La ambición por una porción de poder: aquellos que validan liderazgos absolutistas esperan gozar de su parcela de poder. Así que no es raro hallar sujetos que, sin influencia en la sociedad, encuentran en la iglesia un espacio para obtener poder y así validarse como individuos.

En nuestros días, aún se ve el caudillismo en las iglesias. Existen muchos que se apropian de una autoridad que no les corresponde y abusan espiritual y financieramente del pueblo de Cristo. Estos cuentan con el respaldo de aquellos que voluntariamente se someten a estos liderazgos narcisistas con la esperanza de ganar un pedazo de su pequeño reino. La Reforma nos enseña a condenar a todos aquellos que buscan apropiarse de la iglesia para ganancia personal y nos recuerda que la iglesia sana es aquella cuyos líderes son ejemplo de piedad y servicio y no dominadores del pueblo. La verdadera iglesia es libre de caudillismo y sierva de Cristo solamente.
3. El propósito de la iglesia
La Reforma fue un gran cambio de ruta para la iglesia. El cambio más significativo hizo referencia al mismo propósito de la iglesia. Debido a los siglos de desvíos, la iglesia se transformó en una máquina de poder y dinero. La gloria de la institución era el elemento controlador de todas las acciones; mientras más rica, más poderosa era la iglesia. Si bien podemos claramente condenar los abusos del pasado, vemos la historia repitiéndose en muchas iglesias evangélicas actualmente, seducidas por construir una institución de tamaño y grandeza que hace olvidar que el propósito real de la iglesia es vivir para la gloria de Cristo. Es muy fácil caer en la tentación de los grandes escenarios, multitudinarias audiencias, miles de seguidores y una gran estructura. El brillo de este mundo intenta cegarnos de la maravillosa gloria del Cordero. Eso, evidentemente, no afecta solo a las grandes iglesias, sino que también al corazón de muchos líderes de pequeñas iglesias que poco a poco se van acomodando a la idea de que una iglesia exitosa es la que brilla por su grandiosidad institucional. La iglesia existe por causa de Cristo y para la gloria de Cristo: su propósito no reside en existir para sí misma, sino en dar a Cristo la gloria porque grande es Él por sobre todas las cosas. La iglesia es el cuerpo de Cristo, creada no para acariciar nuestro ego, sino para guiarnos a la cruz, donde muere el yo y recibimos nueva vida. La Reforma dejó grandes enseñanzas y desafíos para la iglesia, y debemos hacernos cargo de este legado. Los tiempos son malos, la tentación y los ataques de Satanás permanecen, pero sabemos que al final la iglesia de Cristo triunfará. Con los ojos puestos en el Cordero, vivamos siendo la iglesia necesaria y libre para la gloria de Dios.
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La Reforma y la sociedad

El poeta portugués, Antero de Quental, dijo en 1871 en su charla intitulada Causas de la decadencia de los pueblos peninsulares: ¿Quién puede negar hoy que, es en gran parte gracias a la Reforma que los pueblos reformados deben los progresos morales que los pusieron naturalmente al frente de la civilización? ¡Contraste significativo que nos presenta hoy el mundo! Las naciones más inteligentes, más moralizadas, más pacíficas y más industrializadas son exactamente aquellas que siguieron la revolución religiosa del siglo XVI: Alemania, Holanda, Inglaterra, Estados Unidos, Suiza. ¡Las más decadentes son las más católicas! Con la Reforma, estaríamos hoy quizás a la altura de esas naciones: seríamos libres, prósperos, inteligentes y morales… ¡Pero Roma habría caído! Roma no quería caer[1]. Ya han pasado 150 años de esa dura y potente declaración entregada por un poeta y actor político que estaba lejos de ser protestante, quien incluso murió persiguiendo el budismo como religión personal. Antero de Quental estaba viendo el impacto del protestantismo en sus primeros tres siglos y se dio cuenta del gran contraste con el mundo católico latino. España y Portugal pasaron de ser potencias globales a países de la segunda línea en Europa. La Reforma protestante no fue el único factor, pero sí uno decisivo en el destino de las naciones occidentales. Alain Peyrefitte, un político católico, describió en su libro Le Mal français [El mal francés] de 1978 otro contraste entre las sociedades influenciadas por el protestantismo y las influenciadas por el catolicismo. En esa obra, el autor explica que ese mal que sufre Francia es el de una «sociedad jerárquica y desconfiada»[2]. Tal sociedad siempre ha estado amenazada por el «riesgo de cesarismo», debido a que la autoridad política en ella «detiene todos los poderes en vez de ejercerlos»[3]. Acto seguido, el ciudadano se siente impotente frente a una máquina ciega. Esta situación conduce a la pasividad del ciudadano, esta última interrumpida por importantes revoluciones. El autor destaca que ese «cesarismo» de la sociedad civil es la herencia tanto del modelo autocrático de la Iglesia Romana como de su contramodelo laico levantado bajo el mismo esquema, el centralismo de la Revolución francesa, de apariencias democráticas. En contraste, el autor destaca que «la Reforma elimina poco a poco la autoridad cesariana, liberando una energía emancipadora. La contrarreforma aplasta a la libertad emancipadora, reforzando la tendencia opresora. Los países protestantes evolucionaron hacia la tolerancia y el policentrismo. Los países católicos, en su obsesión unitaria, persiguieron el pluralismo y construyeron el monocentrismo»[4]. El autor destaca que la Reforma calvinista fue una revolución cultural y que el mensaje principal del protestantismo es emancipador, en el sentido de que llama a sus correligionarios a que se hagan cargo de sí mismos, en vez de vivir en dependencia de una estructura centralizada de poder. En esa misma línea, el filósofo suizo, Denis de Rougemont, afirma que ninguna dictadura moderna se estableció en un país influenciado por la Reforma calvinista. Sin embargo, ¿qué hizo el protestantismo para ser esa influencia tan civilizadora para el mundo? Una de las más reconocidas autoridades sobre este tema es Abraham Kuyper, teólogo, filósofo y político neerlandés. Su biografía por sí sola ya es impresionante. Fundó un partido político y fue primer ministro de los Países Bajos entre 1901-1905. También fundó la Universidad Libre de Amsterdam y fue un gran filósofo y teólogo reformado. Kuyper es muy conocido por enseñar el concepto de la soberanía de las esferas, la que reafirma la soberanía de Dios sobre todas las áreas de la vida humana: Dios es soberano en la política, en la ciencia, en las artes, en la economía y en la religión. Kuyper nos recuerda que la visión reformada sobre la política es aquella donde solamente Dios, y ninguna otra criatura, posee derechos soberanos sobre el destino de las naciones, ya que solamente Dios las creó, las sostiene y las gobierna por medio de sus ordenanzas. También afirma que el pecado ha demolido el gobierno directo de Dios en el campo de la política, por esa razón el ejercicio de la autoridad como forma de gobierno ha sido entregado a los hombres como un remedio mecánico; es decir, parcial y provisorio[5]. El tercer principio que la visión reformada sobre la política enseña que en cualquier forma que esa autoridad pueda revelarse, el hombre nunca posee algún poder ante su semejante que no sea por una autoridad que descienda sobre él desde la majestad de Dios. A la luz de todos estos relatos, podemos ver que la Reforma protestante provocó un profundo impacto en las sociedades occidentales y en todo el mundo al rescatar los fundamentos de la cosmovisión cristiana. Dos elementos esenciales de la cosmovisión cristiana rescatada por la Reforma nos ayudan a entender el impacto del protestantismo en el mundo:
1. La soberanía de Dios
Toda la realidad es entendida desde la perspectiva de que Dios, como creador y fuente de toda autoridad, gobierna al mundo. La manera en la cual la vida en sociedad debe ser comprendida nace del principio de que la sociedad tiene su origen en Dios y que todo poder político para la gestión de la polis proviene de Él. La autoridad con la que gobiernan los representantes del pueblo viene de Dios y Jesús dejó eso bastante claro ante Pilato cuando dijo: «Ninguna autoridad tendrías sobre mí si no se te hubiera dado de arriba [...]» (Jn 19:11). Entender la soberanía de Dios en la sociedad implica entender que los líderes de las naciones son ministros de Dios para el cuidado de la sociedad y para ejecutar la justicia, y son instrumentos de Dios para frenar los efectos del pecado, independientemente de ser o no creyentes. Esto quiere decir que ellos son responsables ante Dios de sus actos y que no tienen derecho a subyugar al pueblo según sus placeres, dado que el pueblo no les pertenece. Todo esto se contrasta con el modelo autocrático de la Iglesia Católica. El poder no está en la iglesia, ya que la autoridad que tienen los magistrados viene directamente de Dios y no por medio de la iglesia. Esto consagra así la separación entre iglesia y Estado, puesto que el poder de la iglesia no proviene del Estado, sino directamente de Dios. La Iglesia Católica defendía que el poder de los monarcas procedía de la iglesia, o sea del Papa, lo que le confería a este último un poder soberano absoluto (tanto político como religioso) y el convertirse en un instrumento de tantos abusos como hemos visto en la historia. La visión protestante también contrastó el modelo revolucionario. Este surgió en la Revolución francesa y buscaba levantarse directamente contra la soberanía de Dios en la sociedad al eliminarlo de ella —como si esto fuera posible—. La revolución tenía por fin poner al pueblo como fuente de toda autoridad y por lo tanto buscaba una supuesta lucha por la autonomía en beneficio del destino de los pueblos. Al final, toda esa revolución secular termina como el modelo católico: con una cúpula que detiene todo el poder en «beneficio» del pueblo. Como sus antagonistas religiosos, la revolución se apropia del pueblo para fines absolutistas. En el margen opuesto a todo eso, vemos al modelo reformado de sociedad. Este parte bajo el principio de la soberanía de Dios en la sociedad, fomenta pueblos libres debido a que saben que están bajo la autoridad de Dios solamente y no bajo el dominio de la iglesia o de algún tirano de turno.
2. La responsabilidad humana
Asociado al concepto de la soberanía de Dios sobre la sociedad está el concepto de la responsabilidad humana en la sociedad. La visión reformada de la vida en comunidad entrega a cada miembro de esta su cuota de responsabilidad. La responsabilidad individual contrasta al colectivismo que anula las individualidades, disuelve las responsabilidades y abre espacio para liderazgos que surgen como «padres de la nación», «los salvadores de la patria». Cada ciudadano es libre y, por eso mismo, responsable de la vida en la ciudad. Si la autoridad no tiene otro dueño que no sea Dios y es Él quien la entrega a los magistrados, cuidar de la ciudad bajo el gobierno de esos líderes es también cooperar con Dios. Esto es también parte de la misión de Dios. Por eso la Reforma dejó en evidencia la responsabilidad social que tienen los creyentes de construir una sociedad mejor, debido a que esta no está separada de la misión cristiana. La Iglesia Católica trató de adueñarse de todo el actuar de los creyentes en la sociedad, lo que generó así un actuar que solo sería posible a través de la infraestructura pesada del poder religioso. La revolución trató de eliminar la iglesia de la sociedad, al decir que esta no tiene nada que aportar a la construcción de ella. La Reforma dice, en contrapartida, que cada creyente, es más, que cada persona es responsable de construir la vida en comunidad, al contribuir con su vocación, con su trabajo, con la ejecución de la justicia en todos los niveles, con la cooperación hacia los menos favorecidos y con el desarrollo de la paz. Esta responsabilidad no se delega al Estado ni a la iglesia: cada ciudadano es libre y por ser libre es responsable de la sociedad en la que vive y es fuente de las soluciones a los problemas urbanos y no solo el destinatario del cuidado estatal. Así es como contribuye al trabajo de las autoridades, al no ser una carga, sino que un apoyo. Toda esa reflexión nos deja un gran desafío como pueblos latinos. El modelo de sociedad que la Reforma presentó nos llegó tardíamente y nos encontró con los conflictos del modelo católico-revolucionario. Eso explica muchas cosas en el escenario actual. Explica por qué nos encanta todo tipo de caudillismo y por qué se cree que la salida está en un gran líder o en una gran revolución. La perspectiva reformada de la sociedad, al contrario, no nos promete un mundo utópico construido por el ser humano, sino que nos presenta un retrato de la realidad: qué tipo de mundo es en el que realmente vivimos, quién lo gobierna y cuál es su destino. El modelo reformado de la sociedad nos libera de los mitos de la sociedad perfecta enseñándonos a ser una sociedad que sí es posible y que vive a la espera de la sociedad gloriosa que Cristo traerá de los cielos. Mientras tanto, debemos vivir la ética del Reino, acá, en este mundo caído, al ser instrumentos de justicia, verdad, paz y prosperidad.

[1] De Quental, Antero. Prosas (Vol. 2) (Coimbra: Imprensa da Universidade. 1926), pp. 113-114. Traducción propia.

[2] Peyrefitte, Alain. Le Mal français. (París: Editorial Plon. 1976), p. 29. Traducción propia.

[3] Peyrefitte, Alain. Le Mal français. (París: Editorial Plon. 1976), p. 42. Traducción propia.

[4] Peyrefitte, Alain. Le Mal français. (París: Editorial Plon. 1976), p. 174. Traducción propia.

[5] Kuyper, Abraham. Calvinismo. (São Paulo: Cultura Cristã, 2004) p. 92.

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Tres consejos para una lectura bíblica devocional centrada en el Evangelio
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Tres consejos para una lectura bíblica devocional centrada en el Evangelio

A la mayoría de los cristianos les cuesta mantener una vida devocional saludable. Una actividad que parece tan sencilla como leer la Biblia y orar diariamente se convierte en un desafío de proporciones para muchos creyentes. Gran parte del problema se da por no entender lo que es una vida devocional y por no saber cómo llevarla a cabo eficazmente. Para solucionar esto, solemos echar mano a todo tipo de métodos, planes de lectura, libros devocionales, pódcast, videos de mensajes; en fin, todo lo que sirva para alimentarnos espiritualmente. No obstante, al cabo de un tiempo, dejamos de hacerlo por un día, luego por otro, pasa una semana o un poco más y nos sentimos muy decepcionados con nuestro compromiso de crecer espiritualmente. Por esta razón, debemos tener en cuenta que para una vida devocional saludable necesitamos recordar algunos principios que nos ayudarán a quitar el peso del legalismo que muchas veces se enreda con la vida cristiana y a sacar un mejor provecho de la lectura bíblica.
1. Lee la Biblia como una sola historia
Gran parte del problema con la lectura diaria de la Biblia es que la tratamos como si fuera algo que ella no es. A veces lo que buscamos son ideas interesantes, frases cortas que nos hablen al corazón de forma inmediata e impactante. Sin embargo, la Biblia no tiene la intención de entregarnos eso. La Biblia nos introduce, por medio de distintos estilos literarios, a una gran historia de redención y, por lo tanto, cualquier tipo de lectura de la Biblia debe realizarse dentro de ese contexto básico. Leer la Biblia, como una sola historia, significa ver el plan de redención desarrollándose por los 66 libros que la componen, apreciando los detalles de la gracia de Dios derramada en cada página y entendiendo que los personajes no son héroes que debamos imitar o enemigos que debamos odiar, sino más bien personas iguales a nosotros —complejas, con conflictos y angustias, derrotas y victorias—. Leer la Biblia como una sola historia es leerla como lo que ella es: la revelación del plan redentor en Cristo. De ese modo, leer la Biblia como una sola historia de forma devocional nos ayudará a apreciar mucho más la gracia y a entender más profundamente el Evangelio.
2. Lee la Biblia de principio a fin
Los libros de la Biblia no fueron escritos en el orden en el que están en nuestras Biblias hoy en día. Pero aun así, ese orden entrega una lógica tanto cronológica como temática que nos ayuda bastante. Creo que toda persona puede tener profundos momentos devocionales al iniciar su lectura en cualquier libro de la Biblia y profundizar en él por algunas semanas; sin embargo, a largo plazo, hay muchos beneficios al leer la Biblia de forma regular de principio a fin. La primera razón es que te permite tener una comprensión global. Nadie comienza una película por la mitad. Si comienzo mi lectura por el evangelio de Mateo, habrá una serie de afirmaciones que no tendrán sentido si no tengo información previa como: ¿quién fue toda esa gente mencionada en la genealogía del capítulo 1? ¿Por qué esperaban un Mesías? ¿De dónde salieron esas profecías? Claramente, podemos notar que esa historia tiene un inicio previo a Mateo 1 y esa información es muy importante para entender, no solo lo que enseña el texto, sino también la reacción de los mismos personajes. Una lectura del Antiguo Testamento te dará el contexto mínimo para entender mejor el Nuevo Testamento, así como lo es una lectura de los libros históricos para comprender los poéticos y proféticos. La segunda razón para leer la Biblia de principio a fin es que Dios quiso revelarse de esa manera: progresivamente. Esto es lo que dice Hebreos 1:1-2: «Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por su Hijo [...]». Leer la Biblia de principio a fin, además de proveernos una mejor comprensión cronológica, nos ayuda a entender la historia en su contexto específico. Por ejemplo, muchos cristianos meditan el relato de la vida de David o de José como si fueran casi contemporáneos, o peor, como si lo que ellos hicieron es lo que debemos hacer nosotros hoy. Solamente cuando leo la Biblia en su desarrollo histórico, puedo conectar los distintos relatos y entender más profundamente su significado para no caer en aplicaciones simplistas y equivocadas como: «tienes que derrotar a tu gigante como David» o «vas a reinar como José» —estoy seguro de que esos relatos no fueron escritos para que lleguemos a esas conclusiones—. Y una tercera razón es que este tipo de lectura nos ayuda a tener una correcta esperanza en el Reino venidero de Cristo. Leerla así me permite caminar con todos esos hijos de Dios del pasado, entendiendo que somos parte de una misma historia y notando cómo Dios apunta hacia su clímax. Evidentemente, una lectura fragmentada y atomizada de la Escritura no nos brindará esa misma clase de experiencia con Dios.
3. Lee a un ritmo natural
Cada uno tiene su propio método de estudio y de lectura; cada uno sabe cómo sacar mejor provecho de un texto, pero a veces nos imponemos métodos y ritmos de lecturas diseñados por otras personas y que se convierten más en un peso que en una dinámica natural. Es importante que leas una cantidad de texto que no sea para ti una excusa para decir que no tienes tiempo ni tampoco una pequeña cantidad simbólica de dos o tres versículos. Debemos entender que la meta es caminar con Dios diariamente. Para esto, debes crear un ritmo sostenible en el tiempo, entendiendo que tendremos días en que no desearemos leer la Biblia, pero que de todos modos la leeremos igual, luchando contra nuestra carne con el fin de que Dios hable a nuestro duro corazón. Habrá días en que vas a querer leer quince capítulos y otros días ninguno. En otros momentos, te encontrarás a ti mismo en el típico juego: «bueno, hoy no leo, pero mañana compenso» u «hoy fui a la iglesia y ya leímos la Biblia en el culto, así que estoy listo». La meta no es leer capítulos o versículos porque sí, sino encontrarme con Dios cada día. Encontrarme con Él diariamente en su Palabra me llevará a encontrarme con Él en los días buenos y malos, donde recibiré de su parte confrontación o consuelo. Por otro lado, leerás muchas cosas que no entenderás, pero esto es bueno porque es Dios quien determina el tema de conversación y no yo. Cuando me doy cuenta de que estoy caminando con Él puedo descansar en la certeza de que todas esas cosas que no entiendo bien en un primer momento se aclararán a medida en que crezca mi relación con Él. En el transcurso del tiempo entenderé mejor su Palabra debido a que estoy en un proceso, en una escuela, en un camino de discipulado, guiado por el Espíritu, alimentado por la Palabra y con los ojos puestos en Cristo. ¿Cómo lees la Biblia a diario? Que la culpa no te detenga; que tu determinación no sea tu orgullo. Camina con Jesús cada día. Sométete al ritmo y al contenido de su revelación. Deja que Él te enseñe cosas que no quieres aprender para que seas formado a su imagen y no al revés. Camina con Cristo, en una relación única, verdadera y fructífera.
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Discipulado centrado en el Evangelio
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Discipulado centrado en el Evangelio

Cuando se habla de discipulado, rápidamente imaginamos que se trata de un curso de seis semanas que se realiza uno a uno. Tanto es así que cuando se piensa en el discipulado, automáticamente se viene a la mente el material para el discipulado. No tengo nada en contra de este tipo de actividad —que, en lo personal, encuentro útil para el desarrollo del creyente—. Sin embargo, definir y delimitar el discipulado a solo eso, es demasiado reduccionista. Ahora, no podemos dejar de admitir que esta ha sido la tendencia. Para muchos, el discipulado es un curso y ser un discípulo es ser un tipo de creyente más avanzado. A pesar de todo esto, no necesitamos una nueva definición de discipulado, sino volver al concepto original. El modelo neotestamentario de discipulado de Jesús era diferente al modelo de discipulado rabínico de su época. Los rabinos entrenaban a los jóvenes para que estos, al crecer y al llegar a la plena madurez teológica, pudiesen ser ellos mismos rabinos. Era un proceso profundamente racional, de formación escolar, académica y moral. En el modelo de Jesús, los discípulos siguen siendo discípulos, incluso cuando hacen discípulos. El discipulado de Jesús nunca termina, porque el discipulado de Jesús no es un curso, sino una relación con Él. La única forma de expresar fe en Jesús es siendo su discípulo, lo que no hace del discipulado una actividad extra, sino la misma confesión de fe en Cristo. En el discipulado de Jesús, había cuatro características que estaban bien marcadas: llamado, fe, servicio y misión. Estos son conceptos conocidos, pero que normalmente son malinterpretados. Para una correcta comprensión del discipulado debemos desmitificar esos conceptos y aplicarlos más conscientemente a nuestras vidas. También es importante destacar que no son fases cronológicas ni etapas, sino que características que se manifiestan al mismo tiempo. Veamos cada una de ellas.

Llamado

Esto no tiene que ver con tener una designación especial dentro del discipulado de Jesús. El llamado de Jesús al discipulado es un llamado a ser, más que a hacer algo. Cuando Jesús nos llama a seguirlo, nos llama a abrazar la identidad del Reino; esa nueva humanidad que Él está formando. Debemos entender el llamado al discipulado como nuestra propia identidad en Cristo. Esto significa que debemos reconocer que en Cristo ya no somos lo que antes éramos y que un nuevo destino, un nuevo propósito y un nuevo valor nos ha sido dado. Hemos sido resignificados por Cristo. Estábamos muertos, pero Cristo nos ha dado vida.

Fe

Solemos ver la fe como la aceptación racional de ciertas doctrinas, pero la fe que Jesús demanda de sus discípulos tiene que ver con una sumisión total a Él y a sus propósitos. Es por eso que Jesús llamaba a sus discípulos a dejarlo todo y a seguirlo. La fe es la comprensión plena de que Jesús es el Cristo de Dios y la única reacción posible a esa comprensión es una entrega total. Por lo tanto, el discipulado de Jesús no solo profesa las doctrinas correctas, sino que expresa una entrega correcta y total: la verdadera disposición de morir por Él. Sin embargo, solo llegaremos a ese punto cuando entendamos que la fe es un constante asombro ante la persona de Cristo, de sus obras, de su poder y de su amor. La fe es estar tan dominado por la persona de Cristo que todas las cosas solo tienen sentido en Él, por Él y para Él.

Servicio

Normalmente, nosotros tendemos a glamorizar el servicio que la Biblia realmente nos muestra. Lo ponemos en un pedestal; no obstante, cuando hacemos esto, idealizamos el servicio y nos alejamos de él, transformándolo en hechos aislados más que en una conducta frecuente. Jesús llamó a sus discípulos a que sean siervos los unos de los otros, dando ejemplo Él mismo al lavarles los pies. El servicio debiera ser entendido como una forma común de vivir y no como hechos aislados de bravura servicial. El discipulado muestra nuestro entendimiento de quién es Jesús y lo que ha hecho cuando lo imitamos al poner a los demás primero. En otras palabras, la postura de siervo es la expresión de que hemos entendido completamente la gracia. No olvides que no solo hemos aceptado la gracia que nos fue ofrecida, sino que fuimos transformados por ella para ser agentes de misericordia en el mundo: imitadores de Cristo. Servir, por lo tanto, es poner las prioridades de los demás por sobre las nuestras y, eso no es fácil, no es «hermoso» y tampoco indoloro. Servir cuesta, duele; servir es difícil y se manifiesta en una constante lucha contra nuestro ego y bienestar. Servir no es hacer el bien al otro para que yo me sienta bien conmigo mismo, sino que es hacer el bien a los demás independiente, incluso, de cómo me sienta.

Misión

Un error común es entender la misión como una tarea para algunos, y eso está en el corazón del problema del discipulado. Para que quede claro, ser un creyente es ser un discípulo y ser un discípulo es ser llamado a la misión del Maestro. No se puede separar el discipulado de la misión, porque la misión es mucho más que ir a otros lugares y hablar de Jesús a otras personas. La misión del discípulo es ser el modelo de la Nueva Creación en el mundo; la manifestación del Reino de Cristo en la sociedad; la luz a las naciones; un elemento sanador en la sociedad. Hacer misión es más que hablar de Jesús, es vivir como Él vivió, andar como Él anduvo, romper con los ídolos de nuestra cultura humanista y denunciarlos, al anunciar con palabras y hechos la venida del Reino de Cristo. Así que el discípulo siempre está en misión y hace misión cuando vive una vida santa en un mundo roto: cuando cuida su familia según los valores del Reino, cuando participa activa y decididamente en su iglesia local, cuando ejerce su profesión con honestidad y amor, y cuando su esperanza de días mejores no está en las ideologías políticas y económicas de su época, sino que en la venida definitiva y gloriosa de Cristo y su Reino. El discipulado no es un curso. El discipulado es la vida común del creyente que entiende que fue llamado por Cristo y que en Cristo tiene una nueva identidad. Un creyente que no se cansa de maravillarse de Jesús, que lo ama de todo corazón y que ha dejado todo por Él. Un creyente que encuentra su mayor gozo al imitar a Cristo sirviendo como Él sirvió y entregándose tan completamente a su causa que no encuentra otro propósito en la vida que vivir para la gloria de Dios con la expectativa de la venida de su Reino. Este es un verdadero discipulado centrado en el Evangelio.
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La experiencia espiritual del descanso en una sociedad de consumo
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La experiencia espiritual del descanso en una sociedad de consumo

Nunca antes en la historia habíamos tenido tantas facilidades tecnológicas para evitar el trabajo físico como ahora. Nunca antes habíamos tenido tanta entretención, tanta comodidad, tanta tecnología; sin embargo, nunca nos habíamos sentido tan cansados. Podemos percibir una sensación de insatisfacción, frustración y cansancio que ninguna maratón de Netflix puede saciar. Aun cuando todo es más fácil, pareciera ser que todo nos cuesta más que antes. A pesar de que los expertos nos digan que existen variadas razones para esta situación, el problema persiste: ¿cómo podemos administrar nuestro tiempo para vivir vidas plenas? En un mundo lleno de distracciones, de tanta información y recursos, ¿cómo nuestra mente y corazón pueden descansar de modo que podamos vivir en un piadoso equilibrio? Hay algunas cosas que debemos tener en consideración. Lo primero es que el descanso, más allá de la reparación física y emocional, es también un ejercicio espiritual. No podemos descansar plenamente si no descansamos totalmente y, como el ser humano es un ser espiritual, es necesario que entendamos la dimensión espiritual del descanso. No es casualidad que dentro de los cinco primeros mandamientos que Dios entregó a su pueblo encontremos uno específicamente relacionado con el descanso. Dios dijo en el cuarto mandamiento:

Acuérdate del sábado, para consagrarlo. Trabaja seis días, y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el día séptimo será un día de reposo para honrar al Señor tu Dios. No hagas en ese día ningún trabajo, ni tampoco tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni tampoco los extranjeros que vivan en tus ciudades. Acuérdate de que en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, y que descansó el séptimo día. Por eso el Señor bendijo y consagró el día de reposo (Éxodo 20:8-11).

Básicamente, lo que este pasaje nos muestra es:

Dios es el Señor del tiempo

Es altamente relevante que exista un mandamiento que nos impulse a evaluar la manera en que estamos administrando nuestra agenda semanalmente. Dios nos está diciendo que a Él le importa cómo vivo y cómo manejo mi agenda. De hecho, cada uno de nosotros debe vivir a la luz del orden creado por Dios para vivir plenamente, y nuestras agendas deben reflejar esto. Dios debe ser el centro de nuestra agenda y todo lo que hagamos debe girar en torno a ese encuentro especial con Él. El hecho de que Dios haya descansado en el séptimo día no significaba que Él estuviera cansado, más bien era una señal del ritmo que Dios estableció para que su pueblo lo llevara a cabo. Él diseñó ese ritmo para nosotros y para nuestro beneficio.

Dios demanda tiempo de calidad

Dios nos da aquí un detalle muy importante sobre cómo Él desea ser adorado. En los mandamientos anteriores, Dios ya había dicho que solo Él debía ser adorado, que no se debía hacer ninguna imagen para adorarlo y que su nombre debía ser respetado. Ahora, Él le dice a su pueblo que desea ser adorado por medio de la dedicación de un tiempo exclusivo. Esto tiene mucho sentido. Dios es un ser personal y quiere una relación personal con su pueblo, y no hay nada más natural en una relación que dedicar tiempo exclusivo para estar con el otro. Por lo tanto, para simbolizar que Dios está al centro de nuestras vidas, Él quiere que entendamos que la adoración a su nombre debe ser el centro de nuestras vidas, de nuestras agendas, de nuestras semanas. Es imposible concebir cualquier idea sobre el descanso sin la adoración como el eje central de la vida humana. Esto es, básicamente, porque el descanso que anhelamos Dios lo ofrece cuando lo adoramos a Él.

Dios ordena parar las máquinas

En una sociedad de consumo, los corazones inquietos no pueden parar de consumir ni de producir. Queremos más y para tener más es necesario trabajar más. La idea de no perder el tiempo «al hacer nada» sigue moviendo nuestra sociedad. No obstante, Dios nos dice que durante el día que ha sido dedicado a Él todo trabajo debe ser interrumpido. Y esto no es solo una indicación para el líder de la familia o para el jefe de la empresa. Descansar —dejar de trabajar— incluye a todos los elementos de la sociedad: los hijos, los funcionarios, los animales, incluso a aquellos que están fuera del pacto, aquellos que supuestamente no sirven al mismo Dios. El concepto de Dios sobre el descanso es un concepto humanitario, diseñado para proteger la vida y la salud de las personas, independiente de si son parte del pueblo de Dios o no. Tampoco es únicamente para los que puedan pagar —como lo es en nuestros días—. Debemos saber que el descanso tiene un costo financiero e implica pérdidas económicas, debido a que la vida humana está por sobre las ganancias monetarias. Por otro lado, el concepto de Dios sobre el descanso preserva la creación, porque descansan los animales y la tierra. Entendiendo que Dios es el gran proveedor y sustentador, el ser humano es llamado a cuidar la creación y a preservarla como expresión de su adoración a Él. Así que el descanso es la obediencia a los mandatos de Dios dados al inicio de la historia humana. Es descansar y hacer descansar la declaración de que yo no necesito trabajar hasta la muerte para tener lo necesario, ya que Dios es quien me sustenta. También significa ser protector de los que están a mi servicio, permitiendo que ellos tengan también un tiempo de reposo en el cual podrán dedicarse a otras cosas que no sea el trabajo. En pocas palabras, significa cuidarse, cuidar al otro y al mundo en el que vivimos como un acto de adoración a Dios. Para aplicar en nuestros días este mandamiento debemos entender que:
1. El domingo es el día del Señor y la adoración a Dios es prioridad en ese día por sobre cualquier cosa
El domingo no es un segundo sábado ni un día libre para hacer cualquier cosa o actividades religiosas. La adoración presencial y comunitaria en el día del Señor debe ser el compromiso semanal más inamovible, más intransable y más importante de tu semana. Es la declaración de que Dios es el Señor de tu agenda, el sustentador de tu familia, el descanso de tu corazón. Recuerda que Dios demanda tiempo de calidad y exclusividad como una expresión de adoración verdadera.
2. El domingo es un día para dejar a un lado el trabajo
No trabajar en ese día es reconocer que Dios me sostendrá mañana. No es un día para adelantar alguna tarea, adelantar la preocupación del lunes o hacer un dinero extra. Es un día para honrar al Señor, primeramente, al dedicar tiempo exclusivo a Él, y también para cuidar a tu familia, a tu cuerpo, y para disfrutar los hermosos regalos que Dios ha dispuesto en la creación: dar un paseo, preparar un almuerzo especial, compartir con amigos, entre otros. Dios sabe que necesitamos todas esas cosas.
3. No confundas descanso con distracción
El consumo excesivo de entretenimiento no es sinónimo de descanso verdadero. Hacer nada frente a una pantalla te distrae, pero no te provee el descanso que necesitas. El ídolo del consumo se manifiesta en la búsqueda constante de comodidad por sobre cualquier cosa. Sin embargo, adorar a Dios nos impulsa a salir de nuestra zona de comodidad: despertar temprano un domingo, salir cuando hace frío, servir, amar, dar, compartir, aprender y celebrar. Esto es lo que te hará descansar verdaderamente. Esto te hará crecer, te hará parte de lo que Dios está haciendo, te llevará a amarlo más a Él y a su misión. No te rindas al ídolo de nuestra época que va tras la comodidad egoísta, individualista e improductiva, que celebra sus propios deseos y pasiones escondiéndose en casa o en cualquier distracción que le roba el primer lugar a Dios en tu agenda. He escuchado a mucha gente decir superficialmente: «ah, hoy no fui a la iglesia porque estaba muy cansado, me quedé en casa descansando». Esto no debiera ser una normalidad, y siempre me pregunto: «¿De qué manera dejar de adorar a Dios me ayudará a descansar?».
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Furia en línea
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Furia en línea

William Foster hizo lo que todos nosotros algún día quisimos hacer. Muchos nos hemos sentido tentados a ser William Foster por un día —y algunos lo han logrado— al menos digitalmente.  William Foster es el personaje interpretado por Michael Douglas en el clásico, Un día de furia, de 1993. William es un hombre frustrado en todas las áreas de la vida: divorciado, cesante y con la percepción de que todo en su vida conspira en su contra. Él decide desquitarse de todo el que se le cruce por delante de forma violenta, dando expresión a toda su furia interna. Esta película hace una crítica al estrés de la vida contemporánea y al agotamiento emocional en el que podemos caer. La violencia de William revela todo su dolor y frustración frente al estado de su vida, pero sus acciones no ayudan en nada a que su vida mejore.  Más recientemente, siguiendo el ejemplo de William, muchos creyentes han trasladado la indignación que sienten por sus vidas al ambiente virtual, descargando en las redes sociales su ira por medio de discusiones, comentarios, críticas ácidas y declaraciones infelices. Lamentables peleas teológicas, que de teología traen muy poco, han sacado a la luz cristianos violentos, impulsivos y descontrolados. La premisa de defender la verdad ha servido para muchos como la oportunidad de descargar ira injusta contra conocidos y desconocidos.  Dejando atrás el paradigma de William Foster sobre cómo manejar la ira, repensemos la manera en la que estamos interactuando en las redes sociales, considerando estos tres consejos:

1. Ejercita el silencio

Yo sé que a veces es muy difícil ver algo que nos molesta mucho y no decir nada, pero recuerda las palabras de Proverbios 17:27-28: «el que es entendido refrena sus palabras; el que es prudente controla sus impulsos. Hasta un necio pasa por sabio si guarda silencio; se le considera prudente, si cierra la boca» (NVI). No estás obligado a dar tu opinión ante todo lo que sucede y menos a entrar en cualquier pelea o discusión. Sigue el consejo de Pablo a Tito en Tito 3:9 y evita controversias necias e inútiles.

2. Decide bendecir

Mucho silencio puede conducir a la omisión, lo que tampoco es saludable. Debemos filtrar nuestras interacciones por el paradigma del impacto positivo que debemos producir en otros. En palabras de Pablo: «[...] que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan» (Ef 4:29, NVI). Si quieres bendecir, tienes que decidir amar a la persona a la que interpelas, buscar el beneficio del otro y tratar de hacerlo de la forma más adecuada a las circunstancias.

3. Cuida tu corazón

Las motivaciones que hay detrás de tus duras palabras en línea son más relevantes que la supuesta verdad que puedas estar defendiendo. La intención importa y revela lo que hay en el corazón, y por eso mismo, debe ser un motivo de especial cuidado. Evaluar por qué determinados temas o personas nos sacan del sano juicio puede conducirnos a una percepción más profunda de lo que realmente estamos amando. Muchos, como William Foster, están expresando toda su frustración en temas y personas que no tienen ninguna relación con el problema real. Recuerda las palabras de Dios a Jonás: «¿tienes razón de enfurecerte tanto?» (Jon 4:4, NVI). La ira desproporcionada del profeta revelaba el caos en el que se encontraba su corazón, y la llamada de atención de Dios apuntaba al centro del problema: «¿cómo está tu corazón?». Hay muchos que se entretienen en debates y encuentran didáctico ese ejercicio; no obstante, ya sea en plataformas digitales o de manera presencial, no seas como William Foster. Si lo puedes evitar, evítalo, para tu propia salud mental y la de los demás. Si tienes que hablar, que sea por amor y para el beneficio del otro; sin embargo, cuida siempre tus motivaciones, para que tu forma de hablar no destruya tus palabras.