Amós Cavalcanti está casado con Mariana Gualano. Actualmente sirve como pastor misionero en la plantación de la Iglesia Presbiteriana Pródigo en Valparaíso, Chile. Amós y Mariana son brasileños y a él le encanta el café y el fútbol.
Gracia para todos
Gracia para todos — Parte I
[embed]https://vimeo.com/187921471[/embed]Gracia para todos — Parte II
[embed]https://vimeo.com/189009231[/embed]Gracia para todos — Parte III
[embed]https://vimeo.com/189055061[/embed]Gracia para todos — Parte IV
[embed]https://vimeo.com/189163188[/embed]Gracia para todos — Parte V
[embed]https://vimeo.com/189308757[/embed]Cuatro razones para animar a tu iglesia a tomar notas durante el sermón
Serie "La imagen del Dios invisible"
La Humildad de Cristo – Luke Foster
El celo de Cristo – Nicolás Fuentes
[embed]https://www.youtube.com/watch?v=JZ0HIe6Y_s8[/embed]La dependencia de Cristo – Amós Cavalcanti
[embed]https://www.youtube.com/watch?v=IeCGqk5jhPI[/embed]La Omnisciencia de Cristo – Juan Esteban Saravia
[embed]https://www.youtube.com/watch?v=0tNuXh6m6_U[/embed]El servicio de Cristo – Felipe Chamy
[embed]https://youtu.be/iOFrQlRzKJQ[/embed]El sufrimiento de Cristo – Jonathan Muñoz
[embed]http://youtu.be/bAr0ewRAB98[/embed]El descanso de Cristo – Eleazar Seguel
[embed]https://youtu.be/Ay8zHSlRHYY[/embed]La resurrección de Cristo - Cristóbal Cerón
[embed]https://www.youtube.com/watch?v=LMcq-XeC4Ko[/embed]¿Por qué el sermón del domingo no es suficiente para pastorear a tu congregación?
- La gente olvida. El mensaje puede ser maravilloso, pero incluso en el mejor de los escenarios, al menos una fracción de su contenido se perderá. Normalmente, una semana después, la mayoría de los miembros no recordará ni el texto que fue Está claro que la predicación dominical es importantísima y tiene valor fundamental para la iglesia, pero debemos reconocer sus limitaciones y esa es una de ellas. La gente escucha y es impactada, pero parte importante también se pierde en el olvido, eso es algo natural. Así que, algo debemos hacer para recuperar esa parte perdida. Ya hablaremos sobre eso.
- No alcanza para todos. La predicación dominical está dirigida a la comunidad como un todo, y esta comunidad está conformada por distintas personas, de distintas edades, trayectorias y conocimiento. El sermón del domingo es un tipo de talla única, y como toda ropa de talla única, quedará grande en algunos y estrecho en otros. Ese fino ajuste debe ser hecho posteriormente. La iglesia es y debe seguir siendo una comunidad multigeneracional, como una familia, y el mensaje debe ser dirigido a una audiencia general y por eso no tiene la especificidad que se podría dar si se tratara de un grupo específico. Y eso no está mal en sí, es parte de la idiosincrasia de la predicación y que cuenta con el pastoreo semanal en grupos pequeños y encuentros personales para ser aterrizada a detalles más específicos.
- ¿Puedo hacer una pregunta? La predicación es una instancia solemne en la cual la Palabra de Dios es explicada de manera continua, sin espacio para intervenciones. Es diferente de una clase o incluso de una charla con preguntas y respuestas al final. El sermón tiene, como toda instancia pedagógica, sus pros y contras. Hay muchas dudas y explicaciones que no encuentran espacio en el formato de la predicación y que deben ser tratadas en otro momento.
- Amplifica el mensaje: la predicación dominical debe determinar la línea de pensamiento de la iglesia como un todo. A partir de tu predicación se establecen los lineamientos para los grupos pequeños, los discipulados e incluso las consejerías. Amplificar el mensaje significa hacerlo resonar por todas las demás actividades de la congregación para volver vez tras vez a los conceptos que fueron enseñados de manera pública, de modo que la congregación haga la conexión entre la predicación y la vida diaria. Una excelente manera de hacer resonar el mensaje es usando el mismo texto o tema en los grupos pequeños durante la semana posterior a la predicación. Eso nos permite examinar nuevamente el texto, pero en otro formato pedagógico para reforzar las ideas del domingo.
- Simplifica el mensaje: predica en serie. Podría parecer un poco sospechoso que yo hable de este tema, porque me encantan las series de mensajes. Creo que ayuda mucho tanto en la preparación como en la exposición. Facilita a los asistentes entender hacia dónde apuntarán las temáticas de las semanas siguientes y estimula a entender que el sermón no es un tema aislado y sin contexto. Una hermosa forma de simplificar el mensaje es uniendo el contenido de los niños con el de los adultos. Al usar el mismo texto para el sermón y para la enseñanza de los niños, ayudamos a que las familias aprendan de forma más homogénea y puedan conversar sobre eso durante la semana.
- Vive el mensaje: la dinámica de la iglesia va más allá del mensaje del domingo. El proceso de encarnar la verdad se manifiesta en el acercamiento personal a la vida diaria de los hermanos. La Palabra de Dios penetrará más definitivamente cuando sea explicada de forma personal en una visita, en socorro, en consejería, en compañerismo; es decir, en un formato no oficial de enseñanza. Incluso Calvino, que consideraba la predicación como la actividad fundamental del pastor, dedicaba tiempo para visitar enfermos, para exhortar individualmente a las personas y para participar de instancias diversificadas de enseñanza. O sea, la predicación dominical debe venir acompañada de su encarnación en la vida diaria de la iglesia.
- Conecta el mensaje: la preocupación fundamental del pastor debe ser la de enseñar toda la Palabra de Dios, de manera que la iglesia esté plenamente alimentada. Para eso, es importante entender que debe haber intencionalidad al conectar las distintas enseñanzas y predicaciones con la gran historia de Dios. Al conectar cada sermón a la gran historia de la Biblia, puedo ayudar a los miembros y asistentes de la iglesia a no solamente aprender sobre los temas que estoy enseñando, sino que también a contribuir eficazmente a que aprendan más sobre la Biblia como un todo. Esta conexión hará que les sea más fácil compartir el Evangelio y también entender otros temas de la Escritura.
La Reforma y el creyente
La Reforma y la iglesia
1. La necesidad de la iglesia
Nuestra cultura es marcadamente individualista. El nivel de comodidad que obtuvimos ayudó a apartarnos en nuestras islas de entretención, razón por la cual muchos en nuestros días creen que pueden perfectamente ser creyentes en plenitud sin ningún compromiso con una iglesia local. El desprecio por la comunidad es un síntoma de la espiritualidad de consumo, donde lo comunitario solo es útil si es provechoso para mis intenciones personales. Con la Reforma protestante, se rescató el valor de la comunión, liberándola del secuestro clerical en la que se encontraba, al enseñar que la verdadera iglesia no tiene otra cabeza que no sea Cristo y que en Cristo estamos todos unidos. La Reforma nos enseñó a amar y a construir comunidad, porque esta ya no era esclava del rito muerto o del autoritarismo de los sacerdotes. La iglesia es una en Cristo, es Él quien construye ese cuerpo y es por medio de ese cuerpo que nos alimenta. Esta unidad no es simbólica, como lo era previo a la Reforma, sino que concreta, donde todos los creyentes tienen el privilegio y el compromiso de construir juntos la comunidad de la fe. Ya no se trata más de escuchar una homilía y recitar un rezo, ahora se puede aprender y enseñar la Escritura, servir y ser servidos, discipular, construir; ser efectivamente la iglesia de Cristo en el mundo. Debemos rescatar la belleza de ser comunidad, porque esa comunidad es absolutamente necesaria para una fe verdadera y verdaderamente sana.2. La libertad de la iglesia
Por siglos la iglesia estuvo bajo la dominación papal. Esa estructura piramidal de poder no solamente se apropió indebidamente de la autoridad de Cristo, sino que también utilizó ese poder para conquistar control terrenal por medio de la opresión espiritual, física, económica y política. Cuando los reformadores se levantaron, ellos estaban enfrentando una poderosísima estructura de poder y control que dominaba a reyes, países y mentes en gran parte del mundo. Como ejemplo de esa dominación, las personas y las familias no podían tomar ninguna decisión sin el conocimiento o autorización del sacerdote de la parroquia (¿esto les suena a algo?). La ruptura de ese sistema maligno costó muchas vidas y mucho esfuerzo, pero trajo esperanza y transformación. La verdadera iglesia de Cristo es libre porque no tiene otro señor que no sea Cristo. Es Cristo y solamente Cristo, quien gobierna la iglesia por medio de su Palabra. Los ministros que Él levanta y establece actúan no para dominar, sino para servir al pueblo. Lamentablemente, a nuestro corazón carnal le encanta el caudillismo y anhela regresar a estructuras de dominación. Eso se da por dos razones:a. La comodidad: obedecer ciegamente a un líder es más fácil que asumir la responsabilidad de pensar, entender y aplicar el Evangelio personalmente.
b. La ambición por una porción de poder: aquellos que validan liderazgos absolutistas esperan gozar de su parcela de poder. Así que no es raro hallar sujetos que, sin influencia en la sociedad, encuentran en la iglesia un espacio para obtener poder y así validarse como individuos.
En nuestros días, aún se ve el caudillismo en las iglesias. Existen muchos que se apropian de una autoridad que no les corresponde y abusan espiritual y financieramente del pueblo de Cristo. Estos cuentan con el respaldo de aquellos que voluntariamente se someten a estos liderazgos narcisistas con la esperanza de ganar un pedazo de su pequeño reino. La Reforma nos enseña a condenar a todos aquellos que buscan apropiarse de la iglesia para ganancia personal y nos recuerda que la iglesia sana es aquella cuyos líderes son ejemplo de piedad y servicio y no dominadores del pueblo. La verdadera iglesia es libre de caudillismo y sierva de Cristo solamente.3. El propósito de la iglesia
La Reforma fue un gran cambio de ruta para la iglesia. El cambio más significativo hizo referencia al mismo propósito de la iglesia. Debido a los siglos de desvíos, la iglesia se transformó en una máquina de poder y dinero. La gloria de la institución era el elemento controlador de todas las acciones; mientras más rica, más poderosa era la iglesia. Si bien podemos claramente condenar los abusos del pasado, vemos la historia repitiéndose en muchas iglesias evangélicas actualmente, seducidas por construir una institución de tamaño y grandeza que hace olvidar que el propósito real de la iglesia es vivir para la gloria de Cristo. Es muy fácil caer en la tentación de los grandes escenarios, multitudinarias audiencias, miles de seguidores y una gran estructura. El brillo de este mundo intenta cegarnos de la maravillosa gloria del Cordero. Eso, evidentemente, no afecta solo a las grandes iglesias, sino que también al corazón de muchos líderes de pequeñas iglesias que poco a poco se van acomodando a la idea de que una iglesia exitosa es la que brilla por su grandiosidad institucional. La iglesia existe por causa de Cristo y para la gloria de Cristo: su propósito no reside en existir para sí misma, sino en dar a Cristo la gloria porque grande es Él por sobre todas las cosas. La iglesia es el cuerpo de Cristo, creada no para acariciar nuestro ego, sino para guiarnos a la cruz, donde muere el yo y recibimos nueva vida. La Reforma dejó grandes enseñanzas y desafíos para la iglesia, y debemos hacernos cargo de este legado. Los tiempos son malos, la tentación y los ataques de Satanás permanecen, pero sabemos que al final la iglesia de Cristo triunfará. Con los ojos puestos en el Cordero, vivamos siendo la iglesia necesaria y libre para la gloria de Dios.La Reforma y la sociedad
1. La soberanía de Dios
Toda la realidad es entendida desde la perspectiva de que Dios, como creador y fuente de toda autoridad, gobierna al mundo. La manera en la cual la vida en sociedad debe ser comprendida nace del principio de que la sociedad tiene su origen en Dios y que todo poder político para la gestión de la polis proviene de Él. La autoridad con la que gobiernan los representantes del pueblo viene de Dios y Jesús dejó eso bastante claro ante Pilato cuando dijo: «Ninguna autoridad tendrías sobre mí si no se te hubiera dado de arriba [...]» (Jn 19:11). Entender la soberanía de Dios en la sociedad implica entender que los líderes de las naciones son ministros de Dios para el cuidado de la sociedad y para ejecutar la justicia, y son instrumentos de Dios para frenar los efectos del pecado, independientemente de ser o no creyentes. Esto quiere decir que ellos son responsables ante Dios de sus actos y que no tienen derecho a subyugar al pueblo según sus placeres, dado que el pueblo no les pertenece. Todo esto se contrasta con el modelo autocrático de la Iglesia Católica. El poder no está en la iglesia, ya que la autoridad que tienen los magistrados viene directamente de Dios y no por medio de la iglesia. Esto consagra así la separación entre iglesia y Estado, puesto que el poder de la iglesia no proviene del Estado, sino directamente de Dios. La Iglesia Católica defendía que el poder de los monarcas procedía de la iglesia, o sea del Papa, lo que le confería a este último un poder soberano absoluto (tanto político como religioso) y el convertirse en un instrumento de tantos abusos como hemos visto en la historia. La visión protestante también contrastó el modelo revolucionario. Este surgió en la Revolución francesa y buscaba levantarse directamente contra la soberanía de Dios en la sociedad al eliminarlo de ella —como si esto fuera posible—. La revolución tenía por fin poner al pueblo como fuente de toda autoridad y por lo tanto buscaba una supuesta lucha por la autonomía en beneficio del destino de los pueblos. Al final, toda esa revolución secular termina como el modelo católico: con una cúpula que detiene todo el poder en «beneficio» del pueblo. Como sus antagonistas religiosos, la revolución se apropia del pueblo para fines absolutistas. En el margen opuesto a todo eso, vemos al modelo reformado de sociedad. Este parte bajo el principio de la soberanía de Dios en la sociedad, fomenta pueblos libres debido a que saben que están bajo la autoridad de Dios solamente y no bajo el dominio de la iglesia o de algún tirano de turno.2. La responsabilidad humana
Asociado al concepto de la soberanía de Dios sobre la sociedad está el concepto de la responsabilidad humana en la sociedad. La visión reformada de la vida en comunidad entrega a cada miembro de esta su cuota de responsabilidad. La responsabilidad individual contrasta al colectivismo que anula las individualidades, disuelve las responsabilidades y abre espacio para liderazgos que surgen como «padres de la nación», «los salvadores de la patria». Cada ciudadano es libre y, por eso mismo, responsable de la vida en la ciudad. Si la autoridad no tiene otro dueño que no sea Dios y es Él quien la entrega a los magistrados, cuidar de la ciudad bajo el gobierno de esos líderes es también cooperar con Dios. Esto es también parte de la misión de Dios. Por eso la Reforma dejó en evidencia la responsabilidad social que tienen los creyentes de construir una sociedad mejor, debido a que esta no está separada de la misión cristiana. La Iglesia Católica trató de adueñarse de todo el actuar de los creyentes en la sociedad, lo que generó así un actuar que solo sería posible a través de la infraestructura pesada del poder religioso. La revolución trató de eliminar la iglesia de la sociedad, al decir que esta no tiene nada que aportar a la construcción de ella. La Reforma dice, en contrapartida, que cada creyente, es más, que cada persona es responsable de construir la vida en comunidad, al contribuir con su vocación, con su trabajo, con la ejecución de la justicia en todos los niveles, con la cooperación hacia los menos favorecidos y con el desarrollo de la paz. Esta responsabilidad no se delega al Estado ni a la iglesia: cada ciudadano es libre y por ser libre es responsable de la sociedad en la que vive y es fuente de las soluciones a los problemas urbanos y no solo el destinatario del cuidado estatal. Así es como contribuye al trabajo de las autoridades, al no ser una carga, sino que un apoyo. Toda esa reflexión nos deja un gran desafío como pueblos latinos. El modelo de sociedad que la Reforma presentó nos llegó tardíamente y nos encontró con los conflictos del modelo católico-revolucionario. Eso explica muchas cosas en el escenario actual. Explica por qué nos encanta todo tipo de caudillismo y por qué se cree que la salida está en un gran líder o en una gran revolución. La perspectiva reformada de la sociedad, al contrario, no nos promete un mundo utópico construido por el ser humano, sino que nos presenta un retrato de la realidad: qué tipo de mundo es en el que realmente vivimos, quién lo gobierna y cuál es su destino. El modelo reformado de la sociedad nos libera de los mitos de la sociedad perfecta enseñándonos a ser una sociedad que sí es posible y que vive a la espera de la sociedad gloriosa que Cristo traerá de los cielos. Mientras tanto, debemos vivir la ética del Reino, acá, en este mundo caído, al ser instrumentos de justicia, verdad, paz y prosperidad.[1] De Quental, Antero. Prosas (Vol. 2) (Coimbra: Imprensa da Universidade. 1926), pp. 113-114. Traducción propia.
[2] Peyrefitte, Alain. Le Mal français. (París: Editorial Plon. 1976), p. 29. Traducción propia.
[3] Peyrefitte, Alain. Le Mal français. (París: Editorial Plon. 1976), p. 42. Traducción propia.
[4] Peyrefitte, Alain. Le Mal français. (París: Editorial Plon. 1976), p. 174. Traducción propia.
[5] Kuyper, Abraham. Calvinismo. (São Paulo: Cultura Cristã, 2004) p. 92.
Tres consejos para una lectura bíblica devocional centrada en el Evangelio
1. Lee la Biblia como una sola historia
Gran parte del problema con la lectura diaria de la Biblia es que la tratamos como si fuera algo que ella no es. A veces lo que buscamos son ideas interesantes, frases cortas que nos hablen al corazón de forma inmediata e impactante. Sin embargo, la Biblia no tiene la intención de entregarnos eso. La Biblia nos introduce, por medio de distintos estilos literarios, a una gran historia de redención y, por lo tanto, cualquier tipo de lectura de la Biblia debe realizarse dentro de ese contexto básico. Leer la Biblia, como una sola historia, significa ver el plan de redención desarrollándose por los 66 libros que la componen, apreciando los detalles de la gracia de Dios derramada en cada página y entendiendo que los personajes no son héroes que debamos imitar o enemigos que debamos odiar, sino más bien personas iguales a nosotros —complejas, con conflictos y angustias, derrotas y victorias—. Leer la Biblia como una sola historia es leerla como lo que ella es: la revelación del plan redentor en Cristo. De ese modo, leer la Biblia como una sola historia de forma devocional nos ayudará a apreciar mucho más la gracia y a entender más profundamente el Evangelio.2. Lee la Biblia de principio a fin
Los libros de la Biblia no fueron escritos en el orden en el que están en nuestras Biblias hoy en día. Pero aun así, ese orden entrega una lógica tanto cronológica como temática que nos ayuda bastante. Creo que toda persona puede tener profundos momentos devocionales al iniciar su lectura en cualquier libro de la Biblia y profundizar en él por algunas semanas; sin embargo, a largo plazo, hay muchos beneficios al leer la Biblia de forma regular de principio a fin. La primera razón es que te permite tener una comprensión global. Nadie comienza una película por la mitad. Si comienzo mi lectura por el evangelio de Mateo, habrá una serie de afirmaciones que no tendrán sentido si no tengo información previa como: ¿quién fue toda esa gente mencionada en la genealogía del capítulo 1? ¿Por qué esperaban un Mesías? ¿De dónde salieron esas profecías? Claramente, podemos notar que esa historia tiene un inicio previo a Mateo 1 y esa información es muy importante para entender, no solo lo que enseña el texto, sino también la reacción de los mismos personajes. Una lectura del Antiguo Testamento te dará el contexto mínimo para entender mejor el Nuevo Testamento, así como lo es una lectura de los libros históricos para comprender los poéticos y proféticos. La segunda razón para leer la Biblia de principio a fin es que Dios quiso revelarse de esa manera: progresivamente. Esto es lo que dice Hebreos 1:1-2: «Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por su Hijo [...]». Leer la Biblia de principio a fin, además de proveernos una mejor comprensión cronológica, nos ayuda a entender la historia en su contexto específico. Por ejemplo, muchos cristianos meditan el relato de la vida de David o de José como si fueran casi contemporáneos, o peor, como si lo que ellos hicieron es lo que debemos hacer nosotros hoy. Solamente cuando leo la Biblia en su desarrollo histórico, puedo conectar los distintos relatos y entender más profundamente su significado para no caer en aplicaciones simplistas y equivocadas como: «tienes que derrotar a tu gigante como David» o «vas a reinar como José» —estoy seguro de que esos relatos no fueron escritos para que lleguemos a esas conclusiones—. Y una tercera razón es que este tipo de lectura nos ayuda a tener una correcta esperanza en el Reino venidero de Cristo. Leerla así me permite caminar con todos esos hijos de Dios del pasado, entendiendo que somos parte de una misma historia y notando cómo Dios apunta hacia su clímax. Evidentemente, una lectura fragmentada y atomizada de la Escritura no nos brindará esa misma clase de experiencia con Dios.3. Lee a un ritmo natural
Cada uno tiene su propio método de estudio y de lectura; cada uno sabe cómo sacar mejor provecho de un texto, pero a veces nos imponemos métodos y ritmos de lecturas diseñados por otras personas y que se convierten más en un peso que en una dinámica natural. Es importante que leas una cantidad de texto que no sea para ti una excusa para decir que no tienes tiempo ni tampoco una pequeña cantidad simbólica de dos o tres versículos. Debemos entender que la meta es caminar con Dios diariamente. Para esto, debes crear un ritmo sostenible en el tiempo, entendiendo que tendremos días en que no desearemos leer la Biblia, pero que de todos modos la leeremos igual, luchando contra nuestra carne con el fin de que Dios hable a nuestro duro corazón. Habrá días en que vas a querer leer quince capítulos y otros días ninguno. En otros momentos, te encontrarás a ti mismo en el típico juego: «bueno, hoy no leo, pero mañana compenso» u «hoy fui a la iglesia y ya leímos la Biblia en el culto, así que estoy listo». La meta no es leer capítulos o versículos porque sí, sino encontrarme con Dios cada día. Encontrarme con Él diariamente en su Palabra me llevará a encontrarme con Él en los días buenos y malos, donde recibiré de su parte confrontación o consuelo. Por otro lado, leerás muchas cosas que no entenderás, pero esto es bueno porque es Dios quien determina el tema de conversación y no yo. Cuando me doy cuenta de que estoy caminando con Él puedo descansar en la certeza de que todas esas cosas que no entiendo bien en un primer momento se aclararán a medida en que crezca mi relación con Él. En el transcurso del tiempo entenderé mejor su Palabra debido a que estoy en un proceso, en una escuela, en un camino de discipulado, guiado por el Espíritu, alimentado por la Palabra y con los ojos puestos en Cristo. ¿Cómo lees la Biblia a diario? Que la culpa no te detenga; que tu determinación no sea tu orgullo. Camina con Jesús cada día. Sométete al ritmo y al contenido de su revelación. Deja que Él te enseñe cosas que no quieres aprender para que seas formado a su imagen y no al revés. Camina con Cristo, en una relación única, verdadera y fructífera.Discipulado centrado en el Evangelio
Llamado
Esto no tiene que ver con tener una designación especial dentro del discipulado de Jesús. El llamado de Jesús al discipulado es un llamado a ser, más que a hacer algo. Cuando Jesús nos llama a seguirlo, nos llama a abrazar la identidad del Reino; esa nueva humanidad que Él está formando. Debemos entender el llamado al discipulado como nuestra propia identidad en Cristo. Esto significa que debemos reconocer que en Cristo ya no somos lo que antes éramos y que un nuevo destino, un nuevo propósito y un nuevo valor nos ha sido dado. Hemos sido resignificados por Cristo. Estábamos muertos, pero Cristo nos ha dado vida.Fe
Solemos ver la fe como la aceptación racional de ciertas doctrinas, pero la fe que Jesús demanda de sus discípulos tiene que ver con una sumisión total a Él y a sus propósitos. Es por eso que Jesús llamaba a sus discípulos a dejarlo todo y a seguirlo. La fe es la comprensión plena de que Jesús es el Cristo de Dios y la única reacción posible a esa comprensión es una entrega total. Por lo tanto, el discipulado de Jesús no solo profesa las doctrinas correctas, sino que expresa una entrega correcta y total: la verdadera disposición de morir por Él. Sin embargo, solo llegaremos a ese punto cuando entendamos que la fe es un constante asombro ante la persona de Cristo, de sus obras, de su poder y de su amor. La fe es estar tan dominado por la persona de Cristo que todas las cosas solo tienen sentido en Él, por Él y para Él.Servicio
Normalmente, nosotros tendemos a glamorizar el servicio que la Biblia realmente nos muestra. Lo ponemos en un pedestal; no obstante, cuando hacemos esto, idealizamos el servicio y nos alejamos de él, transformándolo en hechos aislados más que en una conducta frecuente. Jesús llamó a sus discípulos a que sean siervos los unos de los otros, dando ejemplo Él mismo al lavarles los pies. El servicio debiera ser entendido como una forma común de vivir y no como hechos aislados de bravura servicial. El discipulado muestra nuestro entendimiento de quién es Jesús y lo que ha hecho cuando lo imitamos al poner a los demás primero. En otras palabras, la postura de siervo es la expresión de que hemos entendido completamente la gracia. No olvides que no solo hemos aceptado la gracia que nos fue ofrecida, sino que fuimos transformados por ella para ser agentes de misericordia en el mundo: imitadores de Cristo. Servir, por lo tanto, es poner las prioridades de los demás por sobre las nuestras y, eso no es fácil, no es «hermoso» y tampoco indoloro. Servir cuesta, duele; servir es difícil y se manifiesta en una constante lucha contra nuestro ego y bienestar. Servir no es hacer el bien al otro para que yo me sienta bien conmigo mismo, sino que es hacer el bien a los demás independiente, incluso, de cómo me sienta.Misión
Un error común es entender la misión como una tarea para algunos, y eso está en el corazón del problema del discipulado. Para que quede claro, ser un creyente es ser un discípulo y ser un discípulo es ser llamado a la misión del Maestro. No se puede separar el discipulado de la misión, porque la misión es mucho más que ir a otros lugares y hablar de Jesús a otras personas. La misión del discípulo es ser el modelo de la Nueva Creación en el mundo; la manifestación del Reino de Cristo en la sociedad; la luz a las naciones; un elemento sanador en la sociedad. Hacer misión es más que hablar de Jesús, es vivir como Él vivió, andar como Él anduvo, romper con los ídolos de nuestra cultura humanista y denunciarlos, al anunciar con palabras y hechos la venida del Reino de Cristo. Así que el discípulo siempre está en misión y hace misión cuando vive una vida santa en un mundo roto: cuando cuida su familia según los valores del Reino, cuando participa activa y decididamente en su iglesia local, cuando ejerce su profesión con honestidad y amor, y cuando su esperanza de días mejores no está en las ideologías políticas y económicas de su época, sino que en la venida definitiva y gloriosa de Cristo y su Reino. El discipulado no es un curso. El discipulado es la vida común del creyente que entiende que fue llamado por Cristo y que en Cristo tiene una nueva identidad. Un creyente que no se cansa de maravillarse de Jesús, que lo ama de todo corazón y que ha dejado todo por Él. Un creyente que encuentra su mayor gozo al imitar a Cristo sirviendo como Él sirvió y entregándose tan completamente a su causa que no encuentra otro propósito en la vida que vivir para la gloria de Dios con la expectativa de la venida de su Reino. Este es un verdadero discipulado centrado en el Evangelio.La experiencia espiritual del descanso en una sociedad de consumo
Acuérdate del sábado, para consagrarlo. Trabaja seis días, y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el día séptimo será un día de reposo para honrar al Señor tu Dios. No hagas en ese día ningún trabajo, ni tampoco tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni tampoco los extranjeros que vivan en tus ciudades. Acuérdate de que en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, y que descansó el séptimo día. Por eso el Señor bendijo y consagró el día de reposo (Éxodo 20:8-11).
Básicamente, lo que este pasaje nos muestra es: