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Los predicadores son siervos, no celebridades
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Los predicadores son siervos, no celebridades

La mañana del domingo del 5 de agosto de 1855, Charles Haddon Spurgeon, de 21 años, se paraba detrás del púlpito de la iglesia New Park Street para desafiar a su congregación a seguir el ejemplo de uno de los santos que había inspirado su ministerio: el apóstol Pablo. «Como predicador de la Palabra», dijo Spurgeon sobre Pablo, «sobresale especialmente como el príncipe de los predicadores y un predicador de reyes». La descripción que hizo el joven Spurgeon de Pablo fue una profecía de su propio futuro ministerio. Dentro de un par de años desde esa mañana de domingo, Spurgeon también ganó el apodo de «príncipe de los predicadores» a medida que proclamaba la Palabra de Dios a los fieles de cada estrato de la sociedad. El niño predicador de origen humilde llegó incluso a convertirse en «el predicador de reyes», puesto que miembros de la familia real británica llenaron las bancas de su iglesia.

Lecciones del príncipe de los predicadores

Escuché por primera vez el nombre de «Spurgeon» cuando yo era un pequeño niño que vivía en Escocia. Sin embargo, cuando me convertí en un adulto y comencé a leer sus sermones y escritos, se ganó aún más mi simpatía. En la actualidad, como ministro, encuentro en su obra y en su vida un ejemplo maravilloso de lo que significa ser un predicador del Evangelio.
1. Predica la Palabra
Cuando Spurgeon se paró frente a la congregación de la iglesia de New Park Street ese mismo domingo de agosto para discutir lo que significa predicar la Palabra, él les señaló a quienes lo escuchaban la veracidad y la suficiencia de la Escritura. «¿Debo tomar la Biblia de Dios, cortarla y decir, “esto es cascarilla y esto es trigo”?», dijo Spurgeon, «¿Debo desechar cualquier verdad y decir, “no me atrevo a predicarla”? No, ¡Dios no lo quiera!». A lo largo de su ministerio, Charles Spurgeon mantuvo un compromiso inquebrantable con la Palabra de Dios. Con el tiempo, se hizo evidente que, ya fuera predicando en el Crystal Palace, ante miles en el Tabernáculo Metropolitano o ante sus alumnos, Spurgeon era un hombre íntegro. Su integridad, sin embargo, se extendió más allá de su propia vida personal para abarcar su preocupación por el Evangelio y por la teología. Su predicación siempre fue muy clara y centrada en Jesús (cualidades que me han perseguido por los corredores del tiempo para transformarme en un fan descarado de Spurgeon).
2. Cultiva el corazón de un pastor
Al seguir el ejemplo de su Buen Pastor, Spurgeon estaba lleno de compasión por los pecadores y anhelaba verlos regresar seguros al redil de Dios. Spurgeon creía con firmeza que Dios ama salvar a los perdidos. Era una convicción que encendió su ministerio. Su tremendo anhelo por ver a hombres y a mujeres responder al ofrecimiento del Evangelio solo fue igualado por su intolerancia hacia aquellos que mancharon el Evangelio de gracia con la falacia de las buenas obras. «Encuentro muchísimos predicadores que están predicando ese tipo de doctrina», dijo Spurgeon. «Le dicen a un pobre pecador convicto, “debes volver a casa, orar y leer la Escritura; debes ocuparte del ministerio”. Obras, obras, obras; en vez de, “por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe”» (ver Ef 2:8). Spurgeon también estuvo comprometido a alimentar tiernamente a su rebaño. Aunque tuvo muy poca educación formal, había algo de genio en él. Él leyó las primeras fuentes de las obras teológicas, luego tomó esos conceptos increíblemente complejos y los extrajo de una manera que aseguraba que el más joven y el menos educado del salón pudieran entenderlas. Sus sermones claros y simples son un ejemplo brillante para que todos los predicadores modernos imiten.
3. Busca la piedad por sobre los dones
Spurgeon fue una sensación absoluta en su tiempo, predicando a más de diez millones de personas. Durante cada servicio, taquígrafos registraban su mensaje. Al final de cada tarde, el sermón era enviado para ser impreso y vendido en tiendas y estaciones de trenes a la mañana siguiente. Sin embargo, a pesar de todos sus dones e influencia, era un hombre humilde. No había nada superficial u ostentoso en él. Se acercaba a la Biblia de rodillas. Parecía tener una profunda consciencia de que había sido llamado por la gracia de Dios y que era esa misma gracia la que lo facultaba y equipaba para el privilegio del ministerio. Esta genuina humildad de corazón le permitió darse cuenta de que él podía plantar y regar, pero solo Dios podía hacer crecer las cosas. «Recuerden», amonestó Spurgeon a la congregación de la iglesia New Park Street, «tanto el desplantador como el mortero deben venir de Él. La vida, la voz, el talento, la imaginación, la elocuencia, ¡todos son regalos de Dios!». Spurgeon estaba convencido de que el peligroso pecado del orgullo podría encontrarlo en cualquier lugar, incluso en el púlpito. Quizás los ministros de hoy están aún más vulnerables al orgullo desmedido que en el tiempo de Spurgeon. Con la llegada de las redes sociales en las que los «me gusta» y «los seguidores» son la línea base para el éxito, es demasiado fácil para un pastor perder de vista la vida de sacrificio a la que él ha sido llamado. Como pastores del pueblo de Dios, debemos entregarnos a la oración y al ministerio de la Palabra, pero es muchísimo más fácil pasar cinco horas preparando un sermón que consagrar cinco minutos a la oración por nuestra gente. Pensamos que la congregación necesita nuestros dones, pero la verdad es que lo que realmente necesita es nuestra piedad. Dios nos ha llamado a ser siervos, no celebridades. Es importante para nosotros ir a los hospitales para visitar a los enfermos y estar junto a las camas de quienes están enfrentando la muerte. Cuando permitimos que «la maleza del orgullo» se enraíce en nuestros ministerios, manchamos la reputación del Evangelio al abrazar un doble estándar que nos permite proclamar ciertas verdades sin vivir a la luz de los mismos mensajes que proclamamos. No nos engañemos. Lo que importa no es lo que las personas dicen de nosotros o lo que nosotros decimos de nosotros mismos, sino lo que Dios dice sobre nosotros. Jesús es el gran Pastor; nosotros somos los subpastores. Fue este patrón de ministerio que Spurgeon ejemplificó para mí. Que yo, junto con todos los siervos de Dios que se empeñan en predicar el Evangelio, nos mantengamos firmes en el modelo establecido frente a nosotros, cumpliendo nuestro llamado al ministerio con una reverencia santa. Que todos nosotros digamos junto con el apóstol Pablo y con Spurgeon, «¡ay de nosotros si no predicamos el Evangelio!».
Alistair Begg © 2018 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
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Reseña: La predicación como prioridad
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Reseña: La predicación como prioridad

Este libro comenzó como una serie de conferencias en la Evangelical Ministry Assembly el 2008 en Londres. Está escrito para el ministro «común y corriente» que predica regularmente a personas comunes y corrientes en lugares comunes y corrientes (¡cualquier otro ministro debe dejar de leer en este punto!). El autor propone «persuadir —o al menos invitar a la reflexión— a quienes experimentan dudas con respecto a la predicación, e intensificar la convicción de aquellos que ya están abonados a la predicación como algo prioritario». Con un saludo cordial al comentario de Gordon McConville, Ash aborda la cuestión de la predicación como prioridad desde Deuteronomio. Esta tremenda audacia debe captar inmediatamente nuestra atención.

La autoridad del predicador (expositivo)

En el capítulo uno, se considera la autoridad del predicador expositivo mientras habla las mismísimas palabras de Dios. Comenzando por Moisés, Ash establece razones bíblicas y teológicas para afirmar la predicación como una prioridad. Por ejemplo, Ash escribe que «Dios no se limitó a darles el libro: les entregó predicadores de este para que se les pudiera enseñar, desafiar, reprender y exhortar al arrepentimiento y la fe, cara a cara».  En este contexto, Ash tiene un par de cosas provocativas que decir con relación al lugar de los grupos de estudio bíblico. Él también argumenta que los predicadores deben continuar «la obra de proclamación de los profetas». Es «la predicación» —dice Ash— la que «fomenta una actitud adecuada de sumisión a la Palabra de Dios». En una época en el que las personas están mucho más interesadas en discutir la Biblia que someterse a ella, la necesidad de la predicación se torna mucho más urgente. 

Moisés: un modelo de predicación transformadora

En el capítulo dos, Ash presenta a Moisés como un modelo de predicación transformadora al considerar cuatro temas extraídos de Deuteronomio.  El primero es la realidad de Dios. El impacto de la predicación de Moisés está directamente relacionado con el hecho de que el Dios que predica es «el Creador del mundo y no alguna clase de diosecillo de barrio». En el segundo, la proclamación de Moisés toma en cuenta la contumacia del pueblo. Un sentido de la realidad de Dios les da a los predicadores la autoridad con la cual hablar y un sentido de la terquedad del corazón humano envía a los predicadores de vuelta a sus rodillas en dependencia a Dios. El tercer aspecto de la predicación de Moisés es el apremio de la fe. Ash escribe: 
Está muy bien que se nos expliquen las cosas pacientemente para que las entendamos, pero si alguien nos ama nos impulsará con todas sus fuerzas a actuar sobre la base de lo que hemos comprendido, y a hacerlo hoy mismo. 
Fue el fallecido profesor John Murray quien explicó la predicación en términos de un ruego apasionado y personal: «te suplico en nombre de Cristo que te reconcilies con Dios». El segundo capítulo termina con un cuarto tema: el prodigio de la gracia. Moisés llamó al pueblo a creer en las promesas de gracia de Dios y así escoger la vida. El capítulo no termina con un llamado a trabajar duro en la tarea de la exposición, sino a depender completamente de la obra del Espíritu Santo. 

La predicación y la congregación

En el tercer capítulo, Ash vuelca su atención a la congregación o asamblea. Este podría resultar ser el capítulo más desafiante de todos, puesto que Ash plantea que la predicación y la asamblea son inseparables. La asamblea —dice él— «no es un conjunto de individuos que se reúne en ocasiones, sino una asamblea cuyos miembros a veces están dispersos». Al citar Deuteronomio 4, Ash apunta a que Moisés advirtió al pueblo que, si no se reunían bajo la Palabra de Dios, sino que, al contrario, escogían su propia adoración, entonces el Señor los dispersaría. A medida que Ash rastrea el tema de la asamblea a lo largo del Antiguo y el Nuevo Testamentos, Él nos ayuda a entender que «Jesús es “el lugar” donde “todo Israel” se reúne en la asamblea de la iglesia local». Al señalar que Jesús está «en los asuntos de la asamblea», él muestra cómo la iglesia cristiana debe sobresalir en un mundo que está marcado por la desintegración y la fragmentación. Ash subraya la necesidad de esto de una manera que algunos lectores podrían encontrar inquietante. Él dice, primero que todo, que no nos reunimos solamente para escuchar; al contrario, toda reunión de la iglesia local apunta hacia el tiempo cuando toda la humanidad redimida se reunirá en torno al trono de Dios. Ash escribe sugerentemente: «Podríamos prescindir de los estudios bíblicos y seguir siendo una iglesia (puede que una iglesia empobrecida, pero iglesia al fin y al cabo). Sin embargo, si dejamos de congregarnos en nuestras reuniones principales bajo la palabra predicada de Dios, dejamos de ser una iglesia». Ash señala que las reuniones semanales de la iglesia local para escuchar la Palabra predicada deben entenderse como la fuerza primordial que conduce la vida de la iglesia. De nuevo, de una manera que desafiará muchas visiones contemporáneas, él sugiere que todos los otros contextos en los cuales la Biblia se lee y se discute tienen un rol de apoyo en lugar de primordial en la vida de la iglesia local. Además, pienso que, al igual que a mí, te será de ayuda considerar la afirmación de Ash que dice que el objetivo de la Biblia es su cumplimiento y no su interpretación. Finalmente, Ash observa que Dios alcanza el mundo conformando la iglesia por medio de la Palabra predicada. El mundo considera y aprende algo de la gracia de Dios en estas comunidades transformadas. Solo me hubiese gustado que él hubiese tenido el tiempo de desarrollar sus breves comentarios en relación al hecho de que «la iglesia es el contexto adecuado y habitual para la evangelización». Asimismo, hay un apéndice útil en el cual Ash hace una lista de siete bendiciones de la predicación expositiva consecutiva. Su deseo de exorcizar los demonios de la pertinencia, el entretenimiento y la inmediatez sin duda provocarán enérgicas conversaciones entre pastores mientras toman un café.

Recomendado sin reservas a todos

En general, encuentro que este corto libro es lo más útil que he leído por un largo tiempo sobre predicación expositiva. Se lo recomiendo a todos sin reservas.

La predicación como prioridad. Christopher Ash. Editorial Peregrino, 157 páginas.

Esta reseña fue publicada originalmente en 9Marks.