Y a todos les decía: «Si alguien quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por causa de mí, ese la salvará» (Lc 9:23-24).
La familiaridad con estos versículos a menudo puede nublar su obvio significado: seguir a Jesús es morir. Y aunque podríamos pegarlos en los muros de nuestras cuentas de Facebook o citarlos en las firmas de nuestros correos electrónicos, nuestra experiencia rara vez está alineada con la muerte diaria ordenada en las palabras de Jesús.
La cruz de la que habla Jesús no es una joya o una decoración para el hogar; es un instrumento de muerte brutal. Se nos pide que tomemos esta herramienta letal diariamente; cada día. Seguir a Jesús es morir diariamente.
Una muerte inesperada
Había estado siguiendo a Jesús por muchos años cuando me casé con Jimmy. Sin embargo, mi aversión a morir a mí misma te habría convencido de que recién había comenzado a seguirlo. La carrera floreciente de Jimmy como cantante sostenía un cuchillo en la garganta de mi propia arrogancia. A medida que su fama aumentaba, la mía se desvanecía en su sombra. Ya no era reconocida por mi propia espiritualidad o logros, simplemente era la afortunada esposa de un hombre muy talentoso y espiritualmente maduro: su compañera; su acompañante.
Por primera vez, sentí el aguijón de la muerte rodeándome… y yo no estaba preparada para él. Pensé que sabía cómo perder mi vida por Jesús, pero claramente cualquier muerte que haya hecho no había sido así de dolorosa. Y ahora, estaba rodeada por la inevitable muerte de mi reputación y hábitos de autosuficiencia, y no había escapatoria. La importancia que encontré en ser una buena chica cristiana, el deleite que me provocaba ser admirada y todos los beneficios adicionales de mi vieja vida de ministerio como una persona soltera estaban siendo mortificados. Y se sintió así.
Casarme fue la primera de las muchas etapas de muerte, perder mi vida por causa de Cristo. Aunque estaba confundida y enojada en el momento, ahora me doy cuenta de que Dios me estaba dando el mejor regalo que jamás recibiría: libertad de mí misma. Debido a que las sutilezas de mi carne pecaminosa se manifestaban generalmente en un «buen comportamiento cristiano», el orgullo y el amor propio me habían resultado imposibles de detectar. Puesto que no estaba consciente de esta fortaleza cada vez más grande en mi vida, Dios tomó la iniciativa de liberarme. Nunca he estado tan agradecida.
La mayoría de nosotros nos sorprendemos cuando tomar nuestra cruz en realidad duele. Erróneamente, asumimos que nuestros deseos carnales morirán fácil y rápidamente. Después de todo, somos una nueva creación con el Espíritu de Dios viviendo en nosotros. No obstante, los antiguos amores y los viejos hábitos aún se retuercen de dolor en su último aliento. La muerte física es complicada, dolorosa y aterradora. En mi experiencia, perder mi vida por causa de Cristo a menudo se ha sentido igual.
La muerte es complicada
No lo vi venir. Dado que nuestra relación, en el noviazgo y el compromiso, había sido como un sueño, asumí que estar casada no sería algo menos que eso. Ese viaje inicial a Nashville, dos semanas después de caminar hacia el altar, me hizo pasar al año más confuso de mi vida. Había sido golpeada por una ola más grande de la que podía manejar y di vueltas bajo el agua, insegura de cuál era el camino que iba hacia arriba o cuál iba hacia abajo.
La crucifixión de mi carne en esos momentos iniciales fue complicada, dura y confusa. Estaba convencida de que lo que Dios buscaba destruir era algo bueno, una ayuda y ventaja para mi vida. Sin embargo, la carne, por muy noble que nos pueda parecer, no puede agradar a Dios ni ocasionar ninguna cosa buena. Incapaz de ver tan claramente en ese momento, quedé errante y confundida.
Me tomó un par de años y un poco de consejería, pero finalmente pude comunicar con cierta precisión la buena obra que Dios estaba haciendo en mi vida. Pero hasta entonces, solo fue complicado.
La muerte es dolorosa
Morir es doloroso porque algo muy amado se pierde para siempre. En el caso de los seguidores de Cristo, estamos perdiendo los caminos de autosuficiencia y arrogancia a los que nos hemos acostumbrado, el pecado preferido que mantenemos para consolarnos en días lluviosos y los hábitos mundanos que disfrutamos y que nos ayudan a encajar en esta tierra. Estas cosas, aunque son dañinas para nuestra relación con Dios, no mueren sin una pelea. Aún puedo sentir el doloroso retorcimiento dentro de mi alma a medida que mis antiguos modos y mis viejos amores exhalaban su último suspiro. La tristeza acompañaba mi dolor interior a medida que los caminos antiguos y conocidos son destruidos para siempre.
La muerte es aterradora
La muerte nos lanza a un territorio desconocido sin vuelta atrás. ¿Cómo será la vida al otro lado? No existe prueba previa, no hay una política de devolución después de 30 días. Algo muere y una completa nueva vida comienza. Sí, la nueva vida prometida es buena, pero ¿cómo es una vida de dependencia en Dios? Nos preguntamos: ¿cómo sobreviviremos sin nuestro bien recorrido camino de autosuficiencia? ¿Cuán peligroso es este nuevo camino? ¿Cuán doloroso? ¿Cómo se manifiesta la ayuda de Dios? El desafío es que no lo sabremos realmente hasta que la autosuficiencia esté a unos 2 metros bajo tierra y tengamos ambos pies en la roca de Cristo.
La muerte es algo bueno
Sí, la muerte es complicada. Sí, la muerte es dolorosa. Sí, la muerte es aterradora. Sin embargo, la muerte, para los seguidores de Cristo, es algo bueno. Asegura la desaparición de todo lo que nos aleja de Dios. Promete que el pecado y la carne pueden ser conquistados definitivamente por una tumba.
¿O no saben ustedes que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Por tanto, hemos sido sepultados con Él por medio del bautismo para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida. Porque si hemos sido unidos a Cristo en la semejanza de su muerte, ciertamente lo seremos también en la semejanza de su resurrección. Sabemos esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo, para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado; porque el que ha muerto, ha sido libertado del pecado (Romanos 6:3-7, [énfasis de la autora]).
La invitación a morir (a tomar nuestra cruz y perder nuestras vidas por causa de Jesús) es verdaderamente una invitación a la novedad de vida, a la unión con Cristo y a la libertad total del pecado. ¡Porque el que ha muerto, ha sido libertado del pecado!
Mi deseo es que escojamos morir a nosotros mismos para que podamos estar unidos con Jesús, ¡sabiendo que solo Él tiene el poder de salvar nuestras vidas a medida que se las confiamos a Él!