Hace poco, recibí un correo electrónico de una mujer soltera de unos veinte años pidiéndome un consejo. El deseo de su corazón era casarse, pero ella no veía ninguna posibilidad cercana. Me contaba de su amor por Jesús y de su deseo de buscar la pureza. Ese deseo la había llevado a abstenerse de tener relaciones románticas frívolas que muchos adultos jóvenes alrededor de ella disfrutaban.
El correo electrónico de esta preciosa mujer me hizo llorar mientras leía como ella dejaba al descubierto la soledad que sentía, el deseo intenso de que un hombre piadoso la buscara y los sentimientos dolorosos al no ser deseada, pues no había a quien amar.
El dolor del amor perdido
Puedo identificarme con ella en muchas de sus emociones. En mi tiempo de soltera, recuerdo haber tenido esos mismos sentimientos. Anhelaba ser amada incondicionalmente por alguien que me valorara tal como soy, con cada mancha, imperfección y pecado. Mi corazón añoraba al joven que había terminado conmigo después de dos años de relación y yo luchaba con sentimientos de rechazo.
Sin embargo, Dios, en su misericordia, no me dejó ahí. A través de mi angustia, me acercó más a Él para encontrar consuelo en su Palabra, donde aprendí a confiar en que el Señor no niega nada bueno a aquellos que andan en integridad (Sal 84:11).
Durante ese periodo de espera, leí un libro que me enseñó a ver correctamente las relaciones. Se llama Quest for Love [La búsqueda del amor] escrito por Elisabeth Elliot. Me inspiró a vivir una vida contracultural al negarme a ser parte de aquellas mujeres que buscan un hombre desesperadamente; más bien, decidí esperar a que el hombre correcto me buscara a mí. Un capítulo en particular de ese libro alteró mi vida. Se titula, «El matrimonio: ¿un derecho o un regalo?».
La ayuda de Elisabeth Elliot
En este corto capítulo, fui confrontada con la realidad de que había crecido con la expectativa de casarme. «Eso era lo que yo quería, así que por supuesto que Dios me lo iba a dar», pensaba. Sin embargo, de una manera sensata, Elisabeth Elliot corrigió mi imperfecta forma de pensar y volvió a alinear completamente mi perspectiva.
Si estás soltera ahora, la porción asignada para ti hoy es la soltería. Es un regalo de Dios. La soltería no debe verse como un problema, tampoco el matrimonio como un derecho. Dios en su sabiduría y amor nos concede cualquiera de ellos como un regalo.
¡La soltería es un regalo! ¿¡Acaso esto es una broma!? Estaba en shock y me sentí ofendida la primera vez que mis ojos leyeron esas palabras. Sin embargo, fueron la voz de Elisabeth Elliot junto con la del apóstol Pablo (1Co 7:7) las que me impulsaron a dejar de anhelar una relación inexistente para buscar a Jesús con todo el corazón y para vivir la vida que Él me había dado.
Si quieren aprovechar al máximo la soltería mientras anhelan casarse, a continuación les comparto algunos puntos prácticos que aprendí durante el tiempo que me tocó esperar.
1. Acepten las oportunidades únicas que tienen como solteros
Como nos recuerda el apóstol Pablo, el casado tiene la doble responsabilidad de agradar tanto al Señor como a su esposa. No obstante, quienes aún no se han casado solo necesitan preocuparse de agradar a Jesús.
Sin embargo, quiero que estén libres de preocupación. El soltero se preocupa por las cosas del Señor, cómo puede agradar al Señor. Pero el casado se preocupa por las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer, y sus intereses están divididos. La mujer que no está casada y la virgen se preocupan por las cosas del Señor, para ser santas tanto en cuerpo como en espíritu; pero la casada se preocupa por las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido (1 Corintios 7:32-34).
Como solteros, tienen una libertad única que les permite servir en maneras que podrían ser imposibles con una familia. Disfruten la libertad que les permite su agenda. Vayan de misiones, construyan relaciones profundas con amigos, pasen un poco más de tiempo en la Palabra de Dios y lean libros inspiradores que aviven su fe. Usen su don de la soltería como una forma de edificar y de bendecir a la iglesia.
2. Tomen riesgos
Confíen en que no importa el lugar en donde estén, si Dios planea que se casen, Él justamente los guiará a la persona indicada y en el tiempo correcto. Tenemos unos amigos muy amorosos que son un gran ejemplo de esto. Como solteros no se conocían. Ambos se fueron a vivir a un lejano lugar en África para servir con la misma agencia de misiones. No se imaginaban que Dios juntaría sus caminos en esas calientes arenas del desierto y que volverían a casa un año después comprometidos para casarse.
Mi amiga me dijo, «mi marido me vio casi sin ducharme y sin maquillaje por un año. ¡Aún así quería casarse conmigo! ¡Eso es amor!». No dejen que el miedo los paralice y evite que vayan a lugares que pueden ser difíciles por temor a no conocer a sus futuros cónyuges. Dios es más grande que nuestros mejores planes.
3. Recuerden que el sexo no es lo principal
A la sociedad le encanta mentirnos diciéndonos que no podemos vivir sin romance ni sexo. Lamentablemente, vemos que cada vez más y más jóvenes lo creen. No obstante, Dios promete satisfacer todas nuestras necesidades en Jesucristo (Fil 4:19). Nuestra alegría, nuestra plenitud y nuestra satisfacción en la vida vienen al conocerlo a Él, no al buscar placeres momentáneos en una relación o incluso en un matrimonio.
Vivir una vida de pureza y devoción a Dios les traerá mucho más alegría que lo que cualquier placer físico o relacional jamás podría darles.
4. Encuentren el amor completo e incondicional en Jesús primero
El anhelo de ser conocidos y amados completamente solo es satisfecho por medio de una relación real con Cristo. Ninguna persona puede amarlos mejor que Él. Él conoce cada pecado secreto, cada imperfección evidente. Si están escondidos en Él por fe, están cubiertos por su preciosa sangre. Son perdonados, libres y amados. Atesoren esta verdad y confíen en que Él puede ser y será suficiente para ustedes.
En cualquier temporada de espera en la que Dios pudiera tenerles, elijan florecer donde estén plantados. Acepten la vida que Dios los ha llamado a vivir, ya sea como solteros o como casados. Confíen que ambos llamados son preciosos regalos de gracia, ambos con dificultades dolorosas y abrumadoras.
La felicidad no se encuentra al hallar un alma gemela, sino que al encontrar satisfacción en un amoroso Salvador que los ha comprado y que los ha hecho hijos e hijas amados del Rey.