Lágrimas llenaban sus ojos mientras me contaba su historia: un antiguo novio, la presión para tener sexo, un embarazo a los catorce años y un aborto para tapar la culpa. Aunque ella fue criada en una familia cristiana, el peso de la culpa que acompañó a estas precoces decisiones la llevó a deambular por años. Se preguntaba, «¿habrá suficiente gracia para mí?».
La marea de culpa por abortar sube muy alto, amenazando con envolver la vida completa de una mujer con vergüenza, remordimiento y sentimientos de indignidad. Las estadísticas dan cuenta de que casi tres de cada diez mujeres se realizan un aborto. Estos números muestran la realidad de que en nuestras iglesias hay muchas mujeres que han realizado abortos (y hombres que lo han promovido).
Quizás ésta también es su historia. Es probable que también se pregunten, «¿existe suficiente gracia para mí?».
En Cristo, podemos ser libres del castigo de los pecados que cometimos en el pasado. Como Pablo escribe: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las viejas cosas pasaron, ahora han sido hechas nuevas» (2Co 5:17). En Cristo, no somos la suma de nuestras decisiones pasadas; más bien, hemos sido hecho hermosos y nuevos por la obra del Espíritu en nosotros. Por lo tanto, sí, hay suficiente gracia para ustedes.
No obstante, a muchas mujeres que han abortado y a muchos hombres que han promovido abortos les parece difícil andar en la libertad que Cristo les ha asegurado. Si ustedes son una de estas personas, entonces es posible que estén prestando más oído al padre de las mentiras, que los condena, los asusta y los hace dudar con sus palabras, que lanza como flechas ardientes para atacar su fe. Podrían verse tentados a recluirse a ustedes mismos, declarándose indignos de ministrar, servir y alegrarse debido al aborto que cometieron o apoyaron en el pasado.
Sin embargo, las buenas nuevas realmente son buenas noticias. Jesús puede sanar completamente al corazón quebrantado por un aborto en el pasado. Si anhelan vivir sus nuevas vidas, él los invita: «Vengan a mí, todos los que están cansados y cargados, y yo los haré descansar» (Mt 11:28). Al buscar a Jesús, la comunidad de la iglesia y la ministración a otros, pueden salir de las sombras a su maravillosa luz: «Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anuncien las virtudes de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1P 2:9)
Busquen a Jesús
En la noche de su muerte, Jesús le dio a sus discípulos la siguiente instrucción:
Ustedes ya están limpios por las palabras que les he hablado. Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco en ustedes si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí nada pueden hacer (Jn 15:3-5).
Jesús declaró limpios a sus discípulos. A ellos no se les pidió que permanecieran en Jesús para ser limpios; más bien, se les dio la capacidad de permanecer porque ya habían sido limpiados. Jesús entrega el único camino a Dios, así también como el alimento que nuestras almas necesitan para caminar en la nueva vida. Pasar tiempo con Jesús es tan necesario como la comida y el agua. Mientras más tiempo pasen en la Palabra y en oración, más moldeará Dios su entendimiento sobre quiénes son en Cristo. Su identidad no está en el aborto que realizaron en el pasado, sino que en su adopción del presente. En Cristo, son hijos amados de Dios.
El entendimiento de Pablo sobre este concepto se refleja en sus cartas a varias iglesias. Pablo llama a los receptores de sus epístolas «los santos» en Roma, en Éfeso, en Corinto, etc., no «los pecadores». Ciertamente los receptores de Pablo aún luchaban con sus decisiones del pasado y las tentaciones del presente (como también lo hacía Pablo; vean Romanos 7), pero Pablo entendía que su identidad era la de personas santas que luchan con el pecado, en vez de personas pecadoras que se esfuerzan para obtener la santificación.
Si el pecado pasado del aborto pronuncia palabras de condenación presente, escuchen esta preciosa verdad: «Por lo tanto, ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús» (Ro 8:1). Jesús los ha llamado santos, hijos amados de Dios. Han sido invitados a acercarse con confianza al trono de la gracia porque tienen un Salvador comprensivo (Heb 4:15-16). La Palabra de Dios ofrece recordatorios diarios de su amor, perdón, misericordia y gracia. Pasar tiempo con Jesús transforma y renueva sus mentes, forteleciéndolos contra los sentimientos de indignidad y vergüenza.
Busquen comunidad
En el proceso de sanidad, además de buscar a Jesús, también es de vital importancia buscar la comunidad de una iglesia. Santiago 5:16 nos anima de la siguiente manera, «por tanto, confiésense sus pecados unos a otros, y oren unos por otros para que sean sanados. La oración eficaz del justo puede lograr mucho».
Si nunca le han contado a alguien sobre el aborto que realizaron, los animo a hablar con su pastor o a buscar un creyente maduro con quien puedan compartir sus historias. Muchos centros de apoyo para el embarazo ofrecen consejería y grupos de apoyo para personas que ya se han realizado abortos. Por ejemplo, el centro que está en el área donde yo vivo tiene un programa que se llama Surrending the Secret [Renunciemos al secreto] para ayudar a mujeres a que caminen juntas en el dolor, el perdón y la sanidad.
Recientemente, un pastor me contó la historia de que una vez realizó un servicio fúnebre en su iglesia para los bebés que habían sido abortados. Una mujer que había abortado hace veinte años se acercó después del servicio para decirle esto: «la sangre de Cristo se llevó mi culpa, pero hoy el cuerpo de Cristo se llevó mi vergüenza». La compasión y el amor que ofrece la comunidad de la iglesia es una parte poderosa del proceso de sanidad.
Busquen ministrar
La vergüenza de las decisiones del pasado podría haber provocado que huyeran de la iglesia y de una relación con Jesús. Pudieron haber pasado años cayendo en un espiral de patrones de pecado y comportamiento. Sin embargo, a medida que experimentan el poder sanador del evangelio, aparecen nuevos patrones, liberándolos para pasar una vida ministrando a otros.
Como escribió Pablo, «para libertad fue que Cristo nos hizo libres. Por tanto, permanezcan firmes, y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud» (Ga 5:1). En Cristo, no sólo somos hechos nuevos, sino que también podemos caminar en nuestra nueva vida. En la cruz, Cristo venció al castigo que merecíamos por el pecado y al poder que éste tenía en nuestras vidas. Su pasado no los hace esclavos en su futuro.
La libertad en Cristo les permite comenzar a compartir sus historias con otros. No tienen que esconderse en el miedo, más bien pueden ministrar la gracia que han recibido a otros. Casi el 40 % de las mujeres que trabajan en el centro de apoyo para el embarazo de mi localidad son mujeres que se han realizado un aborto. Ellas han decidido compartir su historia con otros con la esperanza de rescatar a otras mujeres y bebés del error que han cometido.
En el clásico de John Bunyan, El progreso del peregrino, Cristiano [el personaje principal] se desvía del camino angosto para andar en el camino ancho del pecado. Él se encuentra a sí mismo atrapado en el Castillo de la Duda, lleno de desesperación. Cuando finalmente recuerda que tiene una llave en su bolsillo (llamada Promesa), se escapa y encuentra el camino de vuelta al camino angosto. Más tarde, insiste en volver al lugar donde él dejó el camino angosto para ir al camino ancho con el fin de poner un letrero, para así advertir a otros:
Por dejar nuestra senda hemos sabido
Lo que es pisar terreno prohibido.
Cuide de no salir de su sendero
El que no quiera verse prisionero
Del Gigante cruel, que vive en guerra
Con Dios, y al peregrino extraviado
En el Castillo de la Deuda encierra
Por verle para siempre desgraciado.
Cristiano entendió las profundidades de la duda y de la desesperanza que acompañan a las decisiones pecaminosas. Por lo tanto, él quería advertirle a otros que no cometieran el mismo error.
Una de las tiernas misericordias de Dios es que él puede tomar las malas acciones y usarlas para ayudar a otros. Sus historias podrían ayudar a otra mujer a optar por la vida o a un hombre a defender y proveer para su hijo. Ser voluntario de un centro de apoyo para el embarazo o compartir con las mujeres y los hombres de sus iglesias podría ser una manera en la que el Señor los puede usar poderosamente en la vida de otros. Después de que el rey David pecara con Betsabé, él abrió su corazón en confesión al Señor, pidiéndole que renovara la sensación de la presencia y la esperanza que Dios da. «Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti» (Sal 51:13).
Ministrar a otros produce que sientan su gozo renovado en el Señor. Mientras comparten su gracia con otros, estas verdades del evangelio se asentarán profundamente en sus corazones. En medio del duelo de las decisiones pasadas, pueden alegrarse en el regalo gratuito de la salvación. Dios los viste con trajes de justicia y cambia su lamento en alegría. Isaías 61:1-3 dice:
El Espíritu de DIOS está sobre mí, porque me ha ungido el SEÑOR para traer buenas nuevas a los afligidos. Me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar la libertad a los cautivos y liberación a los prisioneros; para proclamar el año favorable del SEÑOR, y el día de venganza de nuestros Dios; para consolar a los que lloran, para conceder que a los que lloran en Sion se les dé diadema en vez de ceniza, aceite de alegría en vez de luto, manto de alabanza en vez de espíritu abatido; para que sean llamados robles de justicia, plantío del Señor para que él sea glorificado.
Busquen a Jesús, busquen comunidad y busquen ministrar. El Señor les ofrece amablemente una diadema en vez de ceniza y aceite de alegría en vez de luto para que sus vidas brillen por su gloria.