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Digo, pues: Andad por el Espíritu, y no cumpliréis el deseo de la carne. (Gálatas 5:16)

«Si los perros ladran, es señal de que avanzamos». Esta frase, erróneamente atribuida al Quijote, suele ser usada para ilustrar que los primeros en reconocer los progresos de alguien son sus enemigos: éstos no se quedan de brazos cruzados, y al intentar detenerlo, hacen evidente que se ha estado moviendo.

Algo similar sucede en la vida del cristiano. Hasta antes de convertirse, la persona se entrega de buena gana a los impulsos de sus pasiones, pero cuando el Espíritu Santo se instala, lo que comienza es una batalla: el Espíritu genera impulsos nuevos (un anhelo de agradar a Dios), pero la naturaleza pecaminosa (o «carne») ofrece la más feroz de las resistencias. Pablo dice: «…el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro…» (v. 17).

El apóstol ha promovido la libertad, pero como vimos en la sección anterior, se trata de una libertad para servir al prójimo. ¿Cómo podemos lograrlo teniendo aún este avasallador instinto de autosatisfacción? Aquí es donde entra el Espíritu. Él nos da la fuerza para sobreponernos a la carne, pero como lo expresa Pablo, será necesario que tomemos una decisión consciente: «Digo, pues: Andad por el Espíritu…» (v. 16).

Anteriormente ha dicho que debemos permanecer firmes (5:1), y ahora, y al decirnos «andad», nos llama una vez más a la constancia. El Espíritu es capaz de vencer a la carne, pero ésta jamás se tomará vacaciones (todos los días debemos tomar la decisión de contrarrestarla).

Pablo, entonces, nos llama a no «soltar» la guía del Espíritu, y considerando el conflicto que describe, cobra aun más sentido lo dicho en 3:3: «¿Tan insensatos sois? Habiendo comenzado por el Espíritu, ¿vais a terminar ahora por la carne?» La carne, en ese contexto, indicaba el deseo de hacer méritos cumpliendo la ley, pero Pablo, en esta nueva sección de su carta, afirma que el Espíritu nos libra de ello: «…si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley» (v. 18).

¿Por qué, sin embargo, el cristiano muchas veces cumple aún el deseo de la carne? Es posible que la presencia continua de ella nos esté induciendo a creer que es normal o invencible. No caigamos en ese error sino entendamos que, en esta vida, nuestro corazón está destinado a ser un campo de batalla. La carne, como sabemos, no nos dará tregua, pero nuestro objetivo no es eliminarla sino resistirla con la ayuda del Espíritu. Renovemos esta intención cada día.