Una de las historias de Navidad más extraordinarias nace de uno de los momentos más oscuros de la historia moderna. La Primera Guerra Mundial causó estragos en un continente, dejando una estela de destrucción y de escombros. Los costos humanos, que bien fueron millones, nos dejaron pasmados. Sin embargo, en medio de este gran conflicto nace la historia de la Tregua de Navidad de 1914. El frente occidental, a solo un par de meses de haber estado en la guerra, era una imagen de lamentable devastación. Quizás como una forma de darles a los combatientes un día para volver a respirar, se declaró una tregua desde la Víspera de Navidad hasta el día de Navidad.
Mientras que la oscuridad cubría el frente como un manto, el sonido de las explosiones y el ra-ta-tá de los disparos se desvaneció. Las débiles voces francesas o inglesas por un lado y alemanas por el otro cantaban villancicos cada vez más fuerte para llenar el silencio de la noche.
Por la mañana, los soldados, vacilantes al principio, comenzaron a salir del laberinto de trincheras en fila hacia el aterrador y reseco suelo de la tierra de nadie. Se escuchaban más canciones. Como regalos, se intercambiaron víveres y cigarros. Se mostraban las fotos de sus familiares entre ellos. Aparecieron balones de fútbol. A lo largo del frente occidental, los soldados, que tan solo horas antes habían estado encerrados en un combate mortal, ahora se enfrentaban en partidos de fútbol.
Por un breve pero extraordinario día, hubo paz en la tierra. Algunos han llamado a esta Tregua de Navidad de 1914 «el milagro del frente occidental».
Ansiosos por publicar alguna buena noticia, el diario The Times de Londres informó sobre los eventos sucedidos en esta tregua. Los soldados registraron ese día en cartas que enviaron a sus hogares y en sus diarios de vida. Algunas de esas líneas llegaron a los periódicos, mientras que otras permanecieron en secreto hasta que salieron a la luz más adelante. Estas son unas increíbles palabras tomadas del diario de vida de un soldado de infantería alemana:
Los ingleses trajeron un balón de fútbol desde la trincheras y rápidamente comenzó un alegre partido. Qué maravillosamente increíble fue ese momento, pero extraño a la vez. Los oficiales ingleses se sentían de la misma manera al respecto. Así fue cómo la Navidad, la celebración del amor, pudo reunir a enemigos mortales como si por un instante fueran amigos.
«Amigos por un instante», «la celebración del amor», «paz en la tierra»: este es el significado de la Navidad. No obstante, estas celebraciones, estas treguas, no perduraron. Después del día de Navidad, los balones de fútbol y los soldados regresaron a las trincheras. Los villancicos navideños se dejaron de cantar y la guerra continuó. Y aun cuando la Primera Guerra Mundial finalmente terminó, un par de décadas más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, los campos y las ciudades de Europa nuevamente se convirtieron en el campo de batalla, como también África y el Pacífico.Vale la pena celebrar eventos como la Tregua de Navidad. Sin embargo, hay algo que estos acontecimientos no tienen: permanencia. Tan efímera paz es lo que a menudo encontramos en nuestra búsqueda por el verdadero sentido de la Navidad. Si buscamos permanente y suprema benevolencia, amor y paz, debemos buscar más allá de la entrega de regalos, de las reuniones y de las fiestas de oficina. No debemos buscar en ningún otro lugar que no sea en un pesebre.
Debemos mirar a un bebé que no nació con fanfarria, con pompa ni con buena situación económica, sino que con padres pobres en tiempos terribles. José, María y el bebé Jesús sí fueron personajes históricos. Sin embargo, en cierta forma, José y María apuntan más allá de sí mismos, del lugar y del tiempo particular donde estaban. Nos representan a todos nosotros, pues somos todos pobres y todos vivimos en tiempos terribles. Aun cuando algunos de nosotros somos mejores que otros en camuflarlo. No obstante, todos somos pobres y estamos desesperados, así que todos necesitamos la promesa vinculada a ese bebé.
Todos necesitamos una salida de nuestra pobreza del alma y del estado desesperado de nuestra condición humana. Esta la encontramos en aquel niño recostado en un pesebre, quien fue y es Jesucristo, el Mesías, la simiente, el Redentor y el Rey prometido.
El nacimiento de Jesús, hace muchos siglos, debió haber sido un nacimiento algo fuera de lo común. Incluso en tiempos antiguos, no era típico que los establos funcionaran como salas de partos ni los pesebres como cunas para bebés recién nacidos. Además, ese recién nacido era un bebé muy fuera de lo común. Por supuesto que, en algunas aspectos, era perfectamente común y corriente. Él era un ser humano, un bebé. Él tuvo hambre, estuvo sediento y se cansó. Cuando nació, estuvo envuelto en pañales (el antiguo equivalente de Pampers).
Un bebé. Indefenso, hambriento, helado y cansado.
Sin embargo, este niño era el Hijo de Dios encarnado. Él era Emmanuel, que traducido significa, «Dios con nosotros». Según cuenta el apóstol Pablo, este bebé creó todas las cosas. Este bebé creó su propio pesebre y este bebé, este Rey, trae paz a la tierra; la suprema y permanente paz.