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Hace doce años, me diagnosticaron glaucoma (una enfermedad ocular que daña el nervio óptico, oscureciendo el campo visual de una persona). Ponme a prueba en los extremos y mi vista es impecable. Pero ¿ver el centro con claridad? Bien, esa es mi criptonita.

Parece que Pedro, el apóstol, también tenía glaucoma, pero en su caso, la enfermedad era espiritual. Pablo describió la ocasión en la que él le realizó un examen ocular:

Pero cuando Pedro vino a Antioquía, me opuse a él cara a cara, porque él era digno de ser censurado. Porque antes de venir algunos de parte de Jacobo, él comía con los gentiles, pero cuando aquellos vinieron, Pedro empezó a retraerse y apartarse, porque temía a los de la circuncisión. Y el resto de los judíos se le unió en su hipocresía, de tal manera que aun Bernabé fue arrastrado por la hipocresía de ellos. Pero cuando vi que no andaban con rectitud en cuanto a la verdad del Evangelio, dije a Pedro delante de todos: «Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como los judíos, ¿por qué obligas a los gentiles a vivir como judíos?» (Gálatas 2:11-14).

¿Viste lo que Pedro no vio? Pedro y su equipo habían perdido de vista el centro: «no andaban con rectitud en cuanto a la verdad del Evangelio». Sufrían de lo que podríamos llamar «glaucoma del Evangelio», una condición donde los líderes pierden de vista el centro. Exploramos el bosque del ministerio, pero pasamos por alto al viejo y robusto árbol. Pedro la contrajo en Antioquía. Pablo no.

Y cualquier líder que pueda asumir que su entrenamiento o su equipo lo hace inmune, considera las credenciales del líder afligido.

Líder perdido

Pedro era un apóstol con «A» mayúscula. Parte del círculo íntimo. Pupilo personal del Hijo de Dios. Apodado «la Roca». En cuanto al entrenamiento del Evangelio, el mentor de Pedro fue el Evangelio mismo.

Pedro también conocía su necesidad del Evangelio. Él traicionó a Jesús para salvar su propio pellejo. Pero el Salvador resucitado perdonó y restauró a este pecador desgraciado. En todos los sentidos, Pedro conoció la gracia. En la categoría de la centralidad del Evangelio, las credenciales de Pedro eran irreprochables.

No obstante, su experiencia no lo inoculó para el glaucoma del Evangelio. Lo que nos lleva a Antioquía.

Cuando Pedro llegó a Antioquía, estableció una cita fija para cenar en compañía de los gentiles. La circuncisión y las leyes de alimentación ya no determinaban su lista de invitados. El encuentro de Pedro con Cornelio en Hechos 10 había clarificado que los gentiles eran salvos no por vivir como judíos, sino por amar al Mesías. La aceptación de Dios vino sólo por gracia por medio de sólo la fe, sólo en Cristo.

Sin embargo, de pronto, Pedro comenzó a ignorar a los gentiles. Por temor al partido de la circuncisión, «empezó a retraerse y apartarse» (Gá 2:12). Su retirada fue tan públicamente evidente que «el resto de los judíos se le unió en su hipocresía, de tal manera que aun Bernabé fue arrastrado por la hipocresía de ellos» (v. 13). La hipocresía ocurre cuando el comportamiento entra en conflicto con la fe. Pedro aún creía que los pecadores eran justificados ante Dios sólo por la fe, pero sus acciones públicas estaban enviando un mensaje diferente. Su conducta, como diagnosticó Pablo, «no andaban con rectitud en cuanto a la verdad del Evangelio» (v. 14). Cuando esto ocurre, el doctor se convierte en paciente. El líder se pierde.

¿Qué lecciones deben extraer los líderes para mantener una visión clara del Evangelio y sus implicaciones?

1. Los equipos pueden curvarse hacia adentro

Pedro se aísla de los gentiles. Bernabé, atrapado por la gravedad del liderazgo de Pedro, se une a la órbita de hipocresía. «El resto de los judíos» expande el círculo de consenso. El adjetivo inquietante apenas describe este desarrollo ni la profunda amenaza que representa. El núcleo del liderazgo en Antioquía estaba creando y recompensando una cultura que se encaminaba hacia el declive, la división y quizás incluso la extinción.

El glaucoma del Evangelio nos blinda en burbujas de liderazgo no saludables infladas por nuestras culturas. A medida que el centro se difumina, una cultura más antigua recompensa a quienes encarnan mejor y defienden mejor nuestras costumbres culturales. El eco de la afirmación interna aviva la sensación de éxito. Nuestra identidad se hincha.

No me malentiendas: un equipo de ancianos saludable es algo hermoso. La primera línea de defensa siempre deben ser aquellos con los que vives y lideras, aquellos que conocen tu alma y tu familia. Donde los buenos ancianos lideran, las culturas del Evangelio florecen. Pero ¿qué ocurre cuando, como Pedro y Bernabé, un consejo de ancianos ya no puede ver más allá de sí mismo? ¿Cuándo nuestra cultura castiga la discordia y recompensa el pensamiento grupal? 

Nadie en una proximidad cercana a Pedro señaló su hipocresía. Después de todo, él era el líder excepcional que literalmente anduvo con Cristo. «¡Es un apóstol, por favor! ¡Por supuesto que sabe lo que está haciendo!». No obstante, Pedro se desvió; Bernabé lo siguió. Los líderes pueden perder de vista la razón por la que existen.

Como alguien que escribe mucho sobre pluralidad, creo que los líderes de la iglesia también deben estar conectados a otros líderes de la iglesia. Las culturas de liderazgo pueden curvarse hacia adentro, orientándose más a proteger el modelo que a mejorarlo. Las burbujas los envuelven.

Afortunadamente, Pedro tenía a alguien fuera de la burbuja. Pablo vio la hipocresía, pero con sabiduría discernió el mayor compromiso del Evangelio. ¿Y tú? ¿Tienes pares que son lo suficientemente valientes y perspicaces para reventar tu burbuja cuando te desvías del centro?

2. El temor distorsiona nuestro enfoque

Pedro «[temía] a los de la circuncisión» (Gá 2:12). Quien quiera que hayan sido estos tipos, Pedro no quería arriesgarse a su desaprobación. La anticipación de su desaprobación cambió a sus acompañantes de cena. El temor al hombre hace eso. Pone la palanca de nuestro liderazgo en las manos de otros. La brújula para nuestra dirección ya no es la convicción del Evangelio, sino el grupo al que tememos.

La razón para el temor de Pedro se debate. Quizás su pasaporte de identidad requería el timbre del «partido de la circuncisión». Estaba hambriento de su afirmación. O quizás temía lo que este partido podría hacerles a los cristianos en Jerusalén si supieran que Pedro, uno de los líderes de la iglesia más prominentes, rompió tan descaradamente las costumbres judías. Quizás tenía celo de proteger a sus amigos cristianos de la persecución.

De cualquier manera, el temor a los «partidos» les otorga control sobre nuestra salud emocional y relacional. Cuando las personas llegan a ser demasiado grandes, sus opiniones nos encarcelan. La toma de decisiones llega a ser más política, buscando proteger relaciones personales más que el avance de la misión. Como Pedro, nosotros también podemos «retraernos y apartarnos», renunciando a una multitud para asegurar la aprobación de otra. Nadie es inmune. Ni siquiera Bernabé.

Yo también me he desviado. Más veces de lo que me gustaría admitir. Mientras escribo estas palabras, pienso en las veces cuando he actuado para un grupo a fin de sentirme aceptado por ellos: momentos cuando, en temor, me quedé callado cuando debí haber hablado. Ocasiones en las que hablaba sólo para impresionar. Veces que abogué por Dios de una manera que en realidad estaba diseñada para quedar bien ante los hombres.

¿Por qué? Porque, como Pedro, estaba jugando para un grupo a expensas de otro. O a expensas de mi alma. Mi campo de visión cambia. A veces pierdo de vista el centro.

3. La claridad del Evangelio incita el coraje en el liderazgo

Pablo merece una medalla de valor. Las credenciales de Pedro e incluso el silencio de los líderes respetados alrededor de él, no intimidaron al hombre de Tarso. Pablo no evitó el conflicto ni sobrempatizó con la lucha de Pedro ni mitigó su diagnóstico. «¿Por qué obligas a los gentiles a vivir como judíos?» (Gá 2:14).

Al detectar el humo de la hipocresía, Pablo sacó a la luz el temor de Pedro. Lo que encontró fue que la conducta de Pedro estaba traicionando el Evangelio que él creía. Por tanto, desafió a Pedro, específica, pública y valientemente.

La valentía es lo que hacemos cuando nuestras convicciones tienen un costo. No tiene que ver solamente con ser honestos; es fácil ser honestos entre aquellos que nos admiran o están de acuerdo con nosotros. Para que la honestidad sea valiente, requiere el ingrediente del riesgo. 

Como escribió C. S. Lewis: «el valor no es simplemente una de las virtudes, sino la forma de todas las virtudes en su punto de prueba». En otras palabras, cuando nuestra virtud es probada por el costo, revela nuestra valentía (o la falta de ella).

Por lo tanto, ¿cuán valiente estás dispuesto a ser? Considera algunas preguntas prácticas.

1. ¿Hasta qué punto temes de aquellos a quienes lideras? 

Este es un principio de liderazgo crucial: no puedes liderar y temer al mismo tiempo a quienes lideras. Nuestro temor, si no se aborda, le transfiere poder a aquellos a quienes tememos. Les da una palanca para influenciar nuestra visión y ejecución.

Los líderes que priorizan la aprobación harán encuestas de popularidad, dando forma a decisiones en torno a ganar el favor en lugar de una convicción piadosa. Ya sea en el hogar o en el ministerio, esta dinámica crea una cultura dominada por el temor, no por la verdad.

2. ¿Estás evitando conversaciones difíciles simplemente para mantener la paz?

¿Hay un Pedro en tu vida, alguien que esté mostrando un patrón que esté dando mal fruto en su vida o liderazgo? Evitar conversaciones necesarias en pos de la paz temporal no es amor; es temor. Los patrones que no se cuestionan pueden volver a otros ciegos al Evangelio. Lo que se necesita es valentía; alguien que hable honestamente sin suavizar las aristas del asunto que entrega.

¿Aquellos que te rodean pueden contar con tu honestidad? Recuerda, la Escritura es «útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia» (2Ti 3:16). ¿Puedes mirar tu vida ministerial y ver evidencias del uso de la Escritura para todos esos propósitos?

3. ¿Estás dispuesto a poner tu reputación en riesgo por el Evangelio?

Para Pablo, la valentía significaba valorar el Evangelio por sobre su reputación con Pedro e incluso por sobre el buen nombre que tenía con Bernabé y otros. No me malentiendas: no hay nada malo con un buen nombre. Proverbios 22:1 dice: «más vale el buen nombre que las muchas riquezas». Lo que hace bueno a un nombre, sin embargo, depende de cómo se logra, quién lo está llamando bueno y por qué lo ven como bueno.

El tipo de nombres que Dios considera buenos provienen de un liderazgo con convicción y valentía frente a la oposición. Si nosotros, o los ancianos con los que lideramos, estamos obsesionados con mantener el favor de un partido, nuestras convicciones se moldearán ante la menor resistencia.

El enemigo sabe cómo explotar nuestro temor de perder el favor. La mayoría de los líderes con cierto peso pueden tolerar los juicios negativos de aquellos que apenas conocen. No obstante, ¿podemos seguir siendo humildes y teniendo convicción cuando somos incomprendidos o malinterpretados dentro de nuestra propia comunidad?

Regresa al centro

Pablo advirtió a Pedro (y por medio de él, a los gálatas) a no volver a construir la muralla del moralismo y del legalismo derribada por el Evangelio. No necesitamos una nueva perspectiva ni un nuevo enfoque. Necesitamos morir. Y necesitamos vivir. Esta fue la prescripción de Pablo para el glaucoma del Evangelio:

Pues mediante la ley yo morí a la ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí (Gálatas 2:19-20).

Si eres un anciano que ama su Biblia, no te equivoques: la desaprobación se avecina. La valentía es necesaria. El valor será probado.

Recuerda que seguimos a un Salvador cuyo ministerio fue marcado por acusaciones sin fundamento y rechazo en masa. No obstante, al morir, Él nos dio la capacidad de permanecer en pie. Mantengamos los ojos fijos en nuestro glorioso Salvador; el centro que sostiene tu mirada y fortalece tu corazón.

Publicado originalmente en Desiring God. Usado con permiso.
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Dave Harvey

Dave Harvey sirve como pastor predicador en la iglesia Four Oaks en Tallahassee, Florida. Es autor de ¿Soy llamado?: La convocatoria para el ministerio pastoral, y Cuando pecadores dicen, «acepto»: Descubriendo el poder del evangelio para el matrimonio.
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