«Este año 2020 haremos un buen calendario, trabajaremos con anticipación para que los proyectos de la iglesia se puedan llevar a cabo de muy buena manera».
Este había sido mi pensamiento desde fines del 2019. Sabía que enfrentaríamos dificultades porque al igual que muchos países de Latinoamérica, Chile había estado viviendo una etapa social y política de muchos cambios y desafíos. Sin embargo, nunca imaginé que el virus del cual se hablaba en China se transformaría en una pandemia a nivel mundial que pondría al descubierto nuestra inmensa fragilidad, trayendo tanto dolor, temor, muerte, y llegando a frenar a gran parte del mundo.
Ahora todos los planes proyectados cambiaban drásticamente, ciudades enteras pasaban a estar en estricta cuarentena, las escuelas suspendían sus clases y las iglesias locales se vieron enfrentadas a suspender sus servicios y todo tipo de reuniones. Muchas familias de la fe ahora enfrentaban temor a enfermarse e incertidumbre en sus trabajos. En nuestro caso en particular, hace unas semanas recibimos la triste noticia de que un matrimonio de nuestra iglesia fue infectado por el virus.
Todos estos vertiginosos cambios han levantado nuevos y grandes desafíos. Me han hecho sentir sumamente frágil, impotente y a ratos desorientado en mi labor pastoral. Por esta razón, quisiera compartir algunas reflexiones para mis amigos pastores, que de muchas maneras son aplicables a cada creyente en este tiempo.
La importancia de la fe en la fragilidad
Muchas veces tiendo a pensar equivocadamente que como pastor debo ser ejemplo de una fe inquebrantable. Suelo pensar que no corresponde que un pastor tenga miedo, angustia, ansiedad o desesperanza. Sin embargo, la Palabra de Dios nos muestra que la única roca firme e inquebrantable es Dios y que quizás el mejor ejemplo de fe que puedo dar es reconocer constantemente mi fragilidad y, que en medio de ella, busco y encuentro refugio en Dios. Como el rey David cantó:
El Señor es mi roca, mi amparo, mi libertador; es mi Dios, el peñasco en que me refugio. Es mi escudo, el poder que me salva, ¡mi más alto escondite! (Sal 18:2).
¡Gracias Dios por recordarme lo frágil que soy! En este tiempo, he sentido la necesidad de orar más, rogando a Dios por el cuidado de su iglesia, por mi familia, por mi país y autoridades. He necesitado con urgencia recordarme cuánto Dios me ama, volviendo una y otra vez a su Evangelio: Jesús murió y resucitó, pagando el precio de todos mis pecados; por lo tanto, mi futuro es seguro.
En mi fragilidad me he refugiado en el Señor. Esto me ha ayudado en los días que he sentido ansiedad y afán al tratar de armar un nuevo calendario, ofrecer cursos en línea, hacer reuniones de oración, realizar servicios los domingos, evangelizar, armar canastas con comida para las familias, mantener la comunicación, organizar la Escuela Dominical…, etc. Entregarme a la ansiedad es peligroso, puede traer malos entendidos familiares, terminar el día totalmente agotado o caer rendido ante todas las galletas guardadas para la cuarentena.
Dios me ha recordado en su Palabra que refugiado en Él puedo descansar, como cuando María detuvo su trabajo y se sentó a escuchar a Jesús (Lc 10:38-42) o, cuando en otra ocasión, también a diferencia de Marta, María rompió los esquemas para adorar a Jesús (Jn 12:1-3). Descansar en Dios es parar un momento, dejar de concentrarme en todo lo que hay que hacer o en las circunstancias y disfrutar de Cristo. Dedicar un tiempo a leer y a reflexionar en la Palabra de Dios en silencio (maravilloso silencio), entregar las cargas en oración y adorar a Cristo. Esto ha traído descanso a mi alma.
Recordar mi fragilidad y refugiarme en Dios, me ha permitido mirar con esperanza a la incertidumbre, al dolor e incluso a la muerte. No sabemos lo que vendrá, pero si sabemos que nuestro Redentor vive (Job 19:25), que Él está haciendo algo para el bien de sus hijos (Ro 8:28) y que Dios es experto en transformar lo malo en bueno (Gn 50:20) .
La fe en medio de la fragilidad me ha llevado a tener menos expectativas de mí y más expectativas de Dios. Y, paradójicamente, esta misma fe nos lleva a actuar con mayor valentía.
La importancia de la valentía en la fragilidad
Pareciera que cuando dejamos de mirar a Jesús nos comenzamos a hundir en nuestro temor en medio de un mar agitado, pero cuando volvemos a mirarlo a Él y nos tomamos de su mano recobramos esa seguridad y valentía necesaria en tiempos tempestuosos (Mt 14:25-33). Esto es algo que ha ocurrido en toda la historia del pueblo de Dios. En medio de circunstancias difíciles, como la persecución, y cuando los creyentes podrían haberse sentido totalmente desvalidos (Hch 4:29-31), la predicación del Evangelio se llevó a cabo con mayor fuerza. Asimismo en tiempo de escasez o pobreza, cuando la iglesia podría haber sentido temor a dar, Dios les dio gracia para ser generosos (2Co 8). Y cuando en el tiempo de la Reforma era tan difícil enfrentar la falsa enseñanza, creyentes frágiles levantaron valientemente la voz e incluso dieron su vida para la gloria de Dios y el bien de la iglesia.
Así también hoy he visto cómo esa valentía rompe el temor e impulsa la predicación el Evangelio. Pastores que no manejaban el lenguaje de las redes sociales, ahora están transmitiendo en vivo sus servicios, predicando el Evangelio y llamando a la oración. ¡Gracias Señor por la valentía que viene de ti! De igual forma, he visto la generosidad de las iglesias que, en medio la incertidumbre, se han preocupado por los necesitados.
Personalmente, tuve que romper el temor a la exposición y hacer mi mejor esfuerzo para seguir predicando de Cristo, incluso acepté escribir este mismo artículo que es el primero que publico. Así también le estoy pidiendo a Dios la sabiduría y la valentía para acompañar a las familias que podrían contraer este virus y no tener miedo de, llegado el momento, acompañarlas en su dolor.
¡Qué maravilloso es reconocer que toda la valentía que mostremos en este tiempo es gracias a que Cristo nos ha tomado de la mano en nuestra fragilidad para mostrar su fortaleza!
La importancia del compañerismo en la fragilidad
Por último, durante estas semanas ha sido de mucho ánimo el poder orar en línea con otros pastores casi diariamente. En nuestra fragilidad, no solo Dios está con nosotros, sino que también lo están, como diría el apóstol Pablo, nuestros compañeros de milicia (Fil 2:25). Esto también es un regalo de Dios, es una respuesta a la oración de Cristo por nosotros (Jn 17:20-21) y un testimonio al mundo. Te animo a buscar a otros hermanos frágiles como tú con los cuales puedas orar en este tiempo y refugiarse juntos en el Señor.
Al terminar de escribir esta pequeña reflexión, puedo ver cómo Dios ocupa todo para el bien de sus hijos. En este mes que me he vuelto a refugiar en el Señor, me pregunto:
¿Por qué antes del coronavirus no me sentía tan necesitado de refugiarme en Dios?
¿Qué es lo que estaba creyendo de mí mismo? ¿Qué es lo que estaba olvidando de Dios?
¿Por qué no me sentía tan necesitado de mis hermanos?
Qué bueno es recordar que nosotros somos frágiles, pero Dios, nuestro Señor, es fuerte. Caminemos con la vista puesta en Él, para recibir de Él el consuelo y la valentía necesaria para estos tiempos.
«Por lo tanto, mis queridos hermanos, manténganse firmes e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que su trabajo en el Señor no es en vano» (1Co 15:58).