El libro de Paul David Tripp ha sido incorrectamente titulado. El llamamiento peligroso debió titularse, Lecciones en el leñero. El autor guía a los pastores al leñero una y otra vez. Si bien claramente esta no es la manera más brillante ni más cautivadora de comenzar la reseña de un libro, los lectores verán de primera mano que el autor de este libro está comprometido a decirles la verdad a los pastores, a sacarlos del desierto del pecado y llevarlos a los lugares más elevados de victoria.
Primera parte:
En la primera sección, Tripp explora la cultura pastoral y expresa una profunda preocupación desde el comienzo. Su argumento principal: muchos pastores se dirigen hacia la dirección incorrecta; ¡y van rápido! El autor atrae al lector al usar su propia vida y ministerio como ejemplo de una persona que se dirigió hacia el desastre (tanto en su ministerio como en su matrimonio). Evidentemente, pastores alrededor del mundo están en una situación similar. Algunos pastores están ignorando la necesidad de la comunidad bíblica, descuidando la adoración personal y las prioridades devocionales, y tienen una actitud que dice «ya lo logré».
Segunda parte:
A continuación, Tripp destapa un problema entre los pastores que pareciera ser algo así como una epidemia, en concreto, es el peligro de olvidar la majestad de Dios: «la familiaridad con las cosas de Dios va hacer que pierdas tu temor reverente. Has pasado tanto tiempo en la Escritura que su grandiosa narrativa redentora, junto con su sabiduría integral, ya no te emocionan más».
Tripp les recuerda a los pastores que deben recuperar su sentido de asombro al cultivar la humildad, la ternura, la pasión por el Evangelio, la confianza, la disciplina y el reposo. Él exhorta a los pastores: «Mi consejo es que corras ahora, que corras rápidamente, a tu Padre de gloria portentosa. Confiesa la ofensa de tu aburrimiento. Implora por tener ojos que estén abiertos a la exhibición de la gloria, con un rango de 360 grados, 24 horas los siete días de la semana… y recuérdate estar agradecido por Jesús, quien te ofrece Su gracia incluso en esos momentos en los que esa gracia ni siquiera es tan valiosa para ti como debería serlo».
Tercera parte:
Finalmente Tripp advierte a los pastores sobre el peligro de «tener éxito». Él confronta a los pastores de la prosperidad que asumen falsamente que no tienen nada más que aprender, a lo que él denomina como «vanagloria». Su desafío es audaz y oportuno: «tú y yo no nos debemos volver pastores que estemos demasiado conscientes de nuestras posiciones. No debemos dar prioridad a proteger y pulir nuestro poder y protagonismo. Debemos oponernos a sentirnos privilegiados, especiales o de una categoría diferente. No debemos pensar que nosotros mismos lo merecemos o que tenemos el derecho. No debemos exigir que nos traten diferente o que nos pongan en algún pedestal en el ministerio. No debemos ministrar desde arriba sino al lado». Desafíos y amonestaciones como estas aparecen a lo largo del libro; desafíos que llaman a los pastores a ser líderes siervos.
Cada página está llena de desafíos aleccionadores para los hombres que se autodenominan ministro o pastor o anciano. Sin duda, existen muchas «lecciones en el leñero», pero el autor no deja a los pastores con desesperanza. Al contrario, aplica el Evangelio a los pastores que han sido heridos a la luz de un pecado no confesado, del orgullo o de la arrogancia. Creo que Paul David Tripp ha evaluado adecuadamente la condición del ministerio pastoral, pero la evaluación no es la observación más importante. Lo que está al centro de esta discusión es el Evangelio. Los pastores deben volver una y otra vez al Evangelio. Es verdad que los pastores deben entregar el mensaje del Evangelio desde el púlpito cada semana. Sin embargo, los pastores también deben predicarse el Evangelio a ellos mismo. Deben verse como receptores de la gracia; pecadores en necesidad de gracia; pecadores en necesidad de perdón. Que Dios levante una nueva generación de pastores que sean humildes, que sean contritos de espíritu y que tiemblen ante la Palabra de Dios (Is 66:2b).
Le doy 5 estrellas.