Este artículo es parte de la serie Diez cosas que debes saber publicada originalmente en Crossway.
1. Si conoces la doctrina de la Trinidad, ya conoces las cosas más importantes del Espíritu Santo
Los cristianos confesamos que el único Dios existe eternamente como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta es la manera clásica, doctrinal y de credo de declarar lo que la Escritura enseña sobre Dios (Mt 28:20; Jn 1:1-3; Gá 4:4-6), y uno de sus beneficios es que organiza nuestra comprensión del Espíritu Santo. Cuando encuentres que tu mente está divagando o perdiéndose en los detalles de la pneumatología (la doctrina del Espíritu Santo), recuerda la confesión básica cristiana de que existe un Dios en tres personas. Ubicar de manera segura la doctrina del Espíritu dentro de la doctrina de la Trinidad te otorga automáticamente las siguientes tres cosas que debes saber.
2. El Espíritu Santo es Dios
La verdad más obvia que emerge al ubicar al Espíritu Santo en la Trinidad es que el Espíritu es completamente Dios. Él no es una fuerza meramente impersonal que emana de Dios ni una manera poética de hablar sobre Dios en acción ni una criatura comisionada por Dios para hacer su trabajo. Tampoco el Espíritu Santo es un pedazo de Dios, un tercio de Dios o parte del equipo que aporta para ser Dios. Él es una de las personas que posee completamente la totalidad de su esencia divina. La sana teología trinitaria es una guía constante y útil que evita que tengamos pensamientos indignos sobre el Espíritu Santo.
3. El Espíritu Santo procede principalmente del Padre
El plan de Dios el Padre, anunciado en el Antiguo Testamento, era derramar su Espíritu en toda carne (Jl 2). En la plenitud del tiempo, el Espíritu irrumpió en la historia de salvación (Lc 24:49; Hch 2; Gá 4:6; Jn 14:26), manifestando la verdad de que Él había existido siempre como Aquel que es exhalado por el Padre dentro de la vida divina. Podrías haber escuchado que sólo las iglesias ortodoxas orientales afirman esto, pero, de hecho, las iglesias de tradiciones occidentales están de acuerdo sobre el punto fundamental: «el Padre es Aquel de quien… el Espíritu Santo principalmente procede», como dijo San Agustín. La conexión Padre-Espíritu es algo que debe venir siempre a tu mente cuando piensas en el Espíritu Santo. Expresa la tremenda profundidad e intimidad con la cual el Espíritu vive en el corazón de Dios, y esto, a su vez, resuena con la profundidad del Espíritu morando en el corazón de los creyentes.
4. El Espíritu Santo también procede del Hijo
Aunque el Espíritu procede principalmente del Padre, nunca, en ningún nivel, ha estado aparte del Hijo. Así como el Padre y el Hijo juntos enviaron al Espíritu a la historia de salvación (Jn 14:16, 26; 15:26; 16:7), así el Espíritu en la vida divina procede del Padre y del Hijo. Podrías haber escuchado que sólo en las iglesias occidentales (con su cláusula de filioque explicando el Credo de Nicea) afirman esto, pero, de hecho, las iglesias de tradiciones orientales están de acuerdo con el punto fundamental: el Espíritu fluye eternamente «del Padre por medio del Hijo», como dijo Máximo el Confesor. La conexión Hijo-Espíritu es algo que siempre debe venir a la mente cuando pensamos en el Espíritu. Expresa la manera en que el Espíritu viene a nosotros como el comunicador perfecto de lo que está en el Padre y en el Hijo. Jesús dijo: «Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que Él [Espíritu Santo] toma de lo mío y se lo hará saber a ustedes» (Jn 16:15).
5. Todas las acciones de Dios provienen del Padre, por medio del Hijo y finalmente alcanzan su conclusión en el Espíritu Santo
Todo lo que Dios hace, Dios lo hace de una manera unificada como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Las obras de Dios no están divididas ni son compartidas entre las personas de la Trinidad, sino que son «operaciones inseparables» en las cuales el Padre es la fuente, el Hijo es el centro y el Espíritu Santo es el final. Esta estructura «del-por-medio-en» de la acción trinitaria significa que cuando nos encontramos con el Espíritu Santo, no estamos sólo experimentando la acción aislada de una persona de la Trinidad (¡como si existieran acciones así de aisladas!). Al contrario, cuando nos encontramos con el Espíritu Santo somos llevados a la obra consumadora del Espíritu que está haciendo lo que hace desde el Padre por medio del Hijo. A la inversa, cuando nos acercamos a Dios en el Espíritu, nos movemos experiencialmente de vuelta a lo largo de la misma trayectoria: en el Espíritu, por medio del Hijo, hacia el Padre (Ef 2:18). Hay una integralidad en la obra del Espíritu, a la que debemos estar atentos. Proviene de su lugar en la Trinidad y se manifiesta en nuestra relación con Dios.
6. El Espíritu Santo tiene varios nombres en la Escritura
En la Biblia, de principio a fin, se hace referencia a la tercera persona de la Trinidad con una gran variedad de nombres. En el Antiguo Testamento, escuchamos Espíritu de Dios, Espíritu del Señor, «mi Espíritu», Espíritu de gracia y súplica, y finalmente, «Espíritu de sabiduría y entendimiento, Espíritu de consejería y poder, Espíritu de conocimiento y temor del Señor» (Gn 1:2, Éx 28:3, Éx 31:3, Zac 12:10, Is 11:2). En el Nuevo Testamento es el Espíritu del Padre, Espíritu del Hijo, Espíritu de Cristo, Espíritu de la promesa, Espíritu de adopción, y así sucesivamente. Una decisión fundamental de la teología bíblica básica es reconocer que todos estos nombres resaltan a la misma persona. La alternativa sería poblar la Biblia con una docena o más de espíritus cada uno relacionado de manera diferente con Dios. Sin embargo, la gran variedad de nombres del Espíritu en las Escrituras es una invitación a reconocer la profundidad y la riqueza de su enseñanza pneumatológica. La Biblia habla del Espíritu de manera diferente en contextos distintos, resaltando su importancia para diferentes aspectos de la obra de Dios.
7. El principal nombre del Espíritu Santo es una obra maestra canónica
El único nombre que destaca la tercera persona de la Trinidad es el nombre clásico de «el Espíritu Santo» con el artículo definido, el adjetivo Santo y el sustantivo Espíritu. Por lejos, es el nombre más común del Nuevo Testamento, extraordinariamente consagrado en Mateo 28:19: «del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Sólo lo encontramos dos o tres veces en el Antiguo Testamento, pero cuando ocurre (Is 63:11), es cuando Dios habla por medio de un profeta mucho más tardío para explicar cómo Él estaba con su pueblo en Éxodo, poniendo «su Santo Espíritu en medio de ellos». Este maravilloso nombre, por lo tanto, se extiende para abrazar a todo el Antiguo Testamento, desde el éxodo hasta el exilio, antes de que fuera tomado por Jesús y los apóstoles como la manera principal y definitiva de identificar a Aquel que (como hemos visto) tiene muchos nombres. Y más profundidades de verdad misteriosa aguardan en ese mismo nombre, que combina de manera tan consumada un atributo divino (santidad) con una sustancia divina (espíritu).
8. El Espíritu Santo se ha dado a conocer a sí mismo perfectamente en la Escritura
Cuando decimos que la Biblia habla del Espíritu de determinadas maneras, lo que queremos decir es que el Espíritu Santo que inspiró la Biblia da testimonio de sí mismo de esas maneras particulares. Él ha hecho eso exactamente como Él quería hacerlo. Vale la pena recordar esto porque a menudo nos encontramos deseando que la Biblia fuera más clara sobre el Espíritu. Nos gustaría escuchar sobre Él de manera más concreta, más precisa, más elaborada. Deseamos que fuera tan claro y definido como Jesús y que se dedicaran más páginas a describir su personalidad y acciones en detalle más nítido. No obstante, el Espíritu Santo se ha dado a conocer a sí mismo en la Escritura tal como Él quería hacerlo. Nuestra tarea es extraer más de su autorrevelación que en realidad está ahí; nuestra tarea es ajustar nuestras expectativas (¿y de dónde provienen esas expectativas de todos modos, si pensamos que podemos usarlas como base para criticar la Escritura?) a fin de que coincidan con lo que Dios el Espíritu Santo en realidad ha revelado sobre sí mismo.
9. No es necesario hablar sobre el Espíritu Santo tanto como hablamos sobre el Padre y el Hijo
Una aplicación particular del punto previo es que no hay necesidad de elevar artificialmente al Espíritu Santo a un lugar tan visiblemente prominente como Dios el Padre y Jesucristo el Hijo. Una y otra vez en el Nuevo Testamento, Jesús y los apóstoles están perfectamente satisfechos con mencionar al Padre y al Hijo sin continuar para completar el triángulo verbal al nombrar distintivamente al Espíritu Santo. ¡Sería poco apropiado de nuestra parte interrumpir a Jesús y señalarle que se le olvidó mencionar al Espíritu! Tal vez tengamos la tentación de hacer esto porque sentimos que no hemos reflexionado con suficiente profundidad o con la suficiente frecuencia sobre el Espíritu Santo. Si en realidad tenemos un déficit teológico y espiritual de ese tipo, entonces sin duda alguna, debemos superarlo. Pero lo haremos si seguimos humildemente el propio liderazgo del Espíritu, hablando principalmente de Jesús, mucho sobre el Padre y —siguiendo el claro patrón de la Biblia— menos, en términos de cantidad, sobre el Espíritu.
10. El Espíritu Santo está siempre trabajando para que lleguemos a comprenderlo
Si el Espíritu Santo es quien dice ser, entonces los creyentes pueden descansar confiadamente en el hecho de que Él es quien está haciendo la obra de ayudarnos para llegar a conocerlo realmente. Él es la persona preveniente, que va delante de nosotros para preparar el camino de nuestra comprensión de Él. Esto podría darle a nuestra consciencia de su presencia un tipo de carácter sorpresivo y esquivo. Nuestros primeros pasos en el conocimiento del Dios trino son hacia Jesucristo, quien es el camino al Padre. Sólo cuando damos esos pasos con nuestra atención enfocada en Jesús comenzamos a darnos cuenta de que el Espíritu Santo está en nosotros, junto a nosotros y detrás de nosotros, haciendo posible esos pasos y esa atención enfocada. Él nos ilumina, llevando el conocimiento de Dios a su perfección.