Durante todo este mes, compartiremos contigo una serie de devocionales llamada Treintaiún días de pureza. Treintaiún días de reflexión sobre la pureza sexual y de oración en esta área. Cada día, compartiremos un pequeño pasaje de la Escritura, una reflexión sobre ella y una breve oración. Este es el día veintisiete:
Restitúyeme el gozo de tu salvación, y sostenme con un espíritu de poder (Salmo 51:12).
«El Salmo de todos los Salmos» es como un escritor describió esta canción que David compuso en esos momentos de quebrantamiento cuando la acusación del profeta aún resonaba en el salón de su trono: «tú eres aquel hombre» (2S 12:7). Tú eres el hombre que recibió la corona de Israel, pero que luego robó la esposa de su siervo más leal (12:8). Eres el protector ungido de las ovejas que ahora ha matado una de las suyas (12:9). Eres el hombre cuyo pecado pedirá la vida de su propio hijo (12:14) —no solo la del bebé que Betsabé acurrucaba en su pecho, si no que también la de un Hijo que más tarde moriría clavado en una viga empapada de sangre—. Gracias a este Hijo que más tarde vendría (y solo debido a él), «el Señor ha quitado tu pecado» (12:13).
El centro de este «Salmo de todos los Salmos» es el ruego por restauración que David hace (Sal 51:7-12) y el clímax de esta súplica es su ansioso clamor por «el gozo de tu salvación» (51:12). David no había perdido el regalo de la salvación de Dios, sino que había perdido el gozo de lo que Dios había provisto en su gracia.
Aunque, ¿cuándo perdió David el gozo de su salvación y por qué? ¿Fue después de cometer su pecado? ¿O podría haber sido en algún momento antes? Sugeriría que la pérdida del gozo de David no fue el resultado de su pecado, sino que parte de la causa. Las acciones pecaminosas de David fueron el fruto de su fracaso en recordar que el gozo perdurable de la salvación de Dios superaba con creces el placer pasajero de la carne de Betsabé. David ya había perdido de vista el gozo de la salvación de Dios antes de que viera a la joven mujer bañándose en la azotea y de que decidiera llamarla a sus aposentos. Se debía, al menos en parte, a que su gozo se encontraba en el lugar equivocado que llegó a sacrificar su integridad por un gozo falso y fugaz que nunca pudo satisfacer su alma. Ahora, el rey arrepentido le rogaba a Dios que restaurara su gozo perdido.
La pureza fluye de un corazón que reconoce el gozo de la salvación de Dios como el regalo más satisfactorio que cualquier otro placer competidor que el mundo pueda brindar. La transformación interior acompaña al gozo —«un espíritu de poder» (51:2)— y resulta en una proclamación externa (51:13).
Mi Padre y mi Dios,
El día apenas ha comenzado
Y ya escucho el susurro suavemente pronunciado de la serpiente
Diciéndome que hay placeres mayores
Que cualquier cosa que tú puedes ofrecer.
Dame un espíritu de poder,
Un espíritu dispuesto a confiar
En que no hay placer más grande que el gozo que has concedido en Cristo,
En que no hay placer tan grande que valga la pena cambiar por tu santidad,
Y que no existe don que necesite que no sea provisto por medio del Espíritu.
En el nombre de Jesucristo, mi Hermano y mi Señor,
Amén.