No cualquier relación paternal puede alcanzar el corazón de nuestros niños. Para abrir realmente el corazón de un niño, un padre debe observar el modelo de “trabajar y cuidar” que se muestra en Génesis 2:15. Tiene que haber trabajo (los padres deben nutrir y cultivar la tierra del corazón de un hijo) y tiene que haber cuidado (la corrección que, como veremos en el siguiente capítulo, debe realizarse en una relación de alegría y de amor).
Estoy constantemente sorprendiéndome del número de personas que me aseguran cuán difícil era escuchar elogios de sus padres; al contrario, constantemente escuchaban críticas y regaños. Todo el tiempo estoy conociendo personas que me cuentan que sus padres los forzaron a creer que eran unos perdedores que nunca tendrían éxito. Me cuesta imaginar lo que eso significa. Hay límites en lo que un pastor puede hacer para remediar tal crianza, y lo mejor que puede hacer deberá incluir llevar a esa persona al eficaz amor sanador de nuestro Padre celestial, que puede hacer mucho más de lo que cualquier hombre puede hacer. No obstante, nosotros como padres podemos asegurarnos de que nuestros propios hijos sean criados con el maravilloso fertilizante de nuestro afecto y estima paternal.
Un padre piadoso planta cosas buenas en los corazones de sus hijos; él planta:
- Las semillas de su propia fe en Cristo
- Un anhelo de verdad y bondad
- Sus esperanzas y sueños de que su hijo o hija se convierta en un hombre o una mujer piadosa
- Su propia confianza en que su hijo tiene todos los dones y capacidades que se necesitan para servir fielmente a Dios en cualquier área en la que él lo llame
Un padre piadoso trabaja estas cosas en la tierra del corazón de su hijo a medida que comparte su propio corazón; escucha y moldea el corazón de su hijo; y riega estas plantas tiernas con fe y amor.
En el centro de la paternidad piadosa se encuentra exactamente este énfasis en compartir su propio corazón y así desarrollar el corazón de su hijo. ¿Qué podemos hacer para forjar este tipo de vínculo entre padre e hijo? A menudo se observa, y con razón, que el tiempo de calidad no puede sustituirse por una cantidad de tiempo. Por lo tanto, ¿de qué formas se puede abordar la cantidad de tiempo que los padres deben pasar con sus hijos?
Mi visión de esto involucra cuatro simples áreas: lectura, oración, trabajo y juego. Es decir, quiero forjar una relación con cada uno de mis hijos a medida que leemos la Palabra de Dios, oramos, trabajamos y jugamos juntos.
Lectura
Esto es lo primero en el ministerio que los padres llevan a cabo: la Palabra de Dios. Simplemente, nada sustituye para nuestros hijos escuchar la lectura de la Palabra de Dios de nuestros propios labios, explicándoles las doctrinas claramente para que las puedan entender y aplicando el mensaje a sus corazones (esto no va en desmedro del ministerio igualmente importante que las madres ejercen en cuanto a la Escritura).
No es suficiente que los padres envíen a sus hijos a la iglesia, a la Escuela Dominical, al campamento cristiano o a una escuela cristiana privada, pues son ellos mismos los que deben leerles la Biblia a sus hijos. Obviamente, nuestros hijos deben ver cierta relación entre la Biblia y nuestras vidas. Sin embargo, aun mientras trabajamos en nuestro propio crecimiento cristiano, debemos leerles la Palabra de Dios a nuestros hijos y también leerla a su lado.
La Palabra de Dios es “viva y poderosa” (Heb 4:12). Da vida a los corazones que creen (Is 55:10-11), ilumina los ojos y da sabiduría al hombre interior (Sal 19:7-9). La Sagrada Escritura debe formar parte regular de nuestras conversaciones, de modo que las familias no sólo lean la Biblia como un tipo de ritual, sino que también la estudien y discutan juntos su enseñanza que da vida.
Si no podemos darnos el tiempo para leer la Biblia juntos como una familia, debemos reflexionar seriamente sobre nuestras prioridades. La mayoría de los cristianos hoy no crecieron en hogares donde se practicaran devocionales familiares, pero es importante que revivamos la práctica de la piedad familiar. No tenemos que ser elaborados, como si alguien de la iglesia nos estuviera evaluando. La familia simplemente puede juntarse para leer la Palabra de Dios o un buen libro devocional con enseñanzas bíblicas, seguidas de discusión y oración (incluso mejor si como familia pueden cantar juntos).
Para algunas familias, este tiempo se da más naturalmente al desayuno; en otras, durante o después de la cena. Una reunión de adoración familiar más prolongada podría hacerse una vez a la semana o algo parecido, pero los devocionales breves deben hacerse más o menos diariamente. El padre no tiene que ser un académico bíblico, pero debe leer y enseñar las Escrituras a sus hijos. A medida que lo haga con fe, la Palabra de Dios unirá los corazones de los padres y de sus hijos en la unidad de la verdad.
Oración
Otra manera en que los hombres trabajan el jardín que tienen a su cuidado es por medio del ministerio de la oración. Esto se lleva a cabo a medida que los padres se unen a sus hijos al orar por ellos y con ellos.
La oración, como la Escritura, es un elemento de crianza fiel absolutamente no negociable, uno que comunica nuestro amor sincero por los corazones de nuestros hijos y que les muestra nuestra dependencia de la provisión soberana de la gracia del Señor. Nuestros hijos necesitan crecer escuchando a su madre y a su padre orar por ellos y necesitan tener un hábito de oración con sus padres. Naturalmente, gran parte de esta oración tendrá adoración a Dios e intercesión por otros fuera del núcleo familiar. Sin embargo, los padres deben orar por las necesidades específicas de sus hijos —las cosas que, en ese momento, están acongojando sus corazones— y sus hijos necesitan escuchar esas oraciones sinceras. Esto significa que tenemos que conocer a nuestros hijos, lo que incluye las cargas que están llevando —ya sea presión de su grupo, una preocupación de salud, ansiedad por los exámenes o dificultades con sus amigos—.
Un día mi hija y yo estábamos hablando sobre un problema que le pesaba mucho en su corazón. Ella expresó su frustración no solo con la situación en sí misma, sino que también con Dios, exclamando, “Papi, sé que has estado orando por mí, entonces, ¿por qué Dios no responde tus oraciones?”. Qué animante fue que mi hija hubiera notado que estaba orando por los asuntos de su corazón; me encantó enfrentar esta pregunta.
También debemos ser abiertos con nuestros hijos sobre nuestra necesidad de que ellos oren por nosotros. A veces esto implicará asuntos de adultos, de los que no necesitan saber detalles. Sin embargo, ellos pueden saber lo básico como: “Papá tiene que tomar decisiones pastorales difíciles, así que necesitamos orar para que Dios le dé su sabiduría y lo ayude” o “Papá está lidiando con un problema en el trabajo que requiere la guía y dirección de Dios”. Cualquier relación real funciona tanto de ida como de vuelta, y una relación cercana con nuestros hijos va a implicar que les pidamos orar por las necesidades reales de nuestras vidas.
Trabajo
En tercer lugar, si quiero acercarme más a mis hijos, necesito trabajar con ellos. Con esto quiero decir que debo ayudarlos con cualquier trabajo o proyecto que deban realizar.
Cuando se trata de las tareas de la escuela, los padres deben transmitir más que expectativas y demandas altas a sus hijos. También necesitamos involucrarnos en los estudios de nuestros hijos, ayudándolos con las cosas que les cuestan y entregándoles apoyo y ánimo en general.
Los padres también deben interesarse y preocuparse por otras áreas que involucren un esfuerzo. Para actuar en forma genuina, debemos respaldar el interés que expresamos pasando a las acciones concretas. Esto incluye confeccionar invitaciones para un cumpleaños, ayudar con algún álbum de recortes o ayudar a algún hijo a entrenar para ser parte de un equipo de fútbol. Mientras más nos involucramos en el trabajo de nuestros hijos de una forma comprensiva y alentadora, sus vidas se entrelazarán más con las nuestras en una unión de amor.
Aquí también se aplica el concepto de que la relación actúa en los dos sentidos. Tanto como sea posible, necesitamos involucrar a nuestros hijos en nuestro trabajo. Esto probablemente no significa que los involucremos en nuestro trabajo de 9:00 a 5:00. No obstante, sí aplica en los quehaceres, el trabajo en el jardín y la manutención básica de la casa. A mis hijos, especialmente los niños, les encanta ayudarme a trabajar en cosas de la casa. Debido a que no soy un experto en esta área, involucrarlos desafía mi paciencia ya que son incluso menos hábiles que yo. Tomar tiempo para incluirlos y enseñarles las cosas hace que todo sea más lento y más difícil. Pero, ¿y qué? La relación con mis hijos es mucho más importante que el ritmo con el que progresamos, y es algo que se fortalece a medida que trabajamos juntos.
Juego
Por último, los padres deben jugar con y al lado de sus hijos. Esto implica amoldarse al juego de ellos e invitarlos a jugar con nosotros. Simplemente, pasen tiempos alegres juntos, las familias necesitan compartir tiempos de entretención.
Esto era más difícil cuando mis hijos eran más pequeños, porque me costaba jugar con sus juguetes de niños pequeños (esto sin duda revela una deficiencia de mi parte). Sin embargo, a medida que han crecido, he encontrado más interesantes sus juguetes. Para los niños, esto ahora implica mayormente Legos y videojuegos en una medida racionada. Necesito saber e interiorizarme en todos los vehículos de Lego que construyen (naves de Star Wars, principalmente), dejándolos que me expliquen todos los detalles de sus creaciones. Además, necesito saber lo suficiente sobre sus videojuegos para poder seguir (más o menos) sus conversaciones sobre estos temas. ¿Necesito estar constantemente perfeccionando mis habilidades para jugar videojuegos y esforzarme por obtener un puntaje alto en cualquiera sea la versión de Mario que haya capturado su atención? Por supuesto que no; no obstante, es importante para mí tener un cierto aprecio por estos juegos que les gustan a mis hijos y dejar un poco de tiempo para jugar con ellos.
Lo mismo pasa con las hijas. Naturalmente, ciertos juegos de niñas no son del todo interesantes para los papás, pero tenemos que interesarnos entusiastamente en lo que nuestras hijas están haciendo. Permitámosles que disfruten contarnos sobre sus muñecas y sus juegos. Así es como comenzamos a formar parte de su mundo en una forma que atrae sus corazones a nosotros.
A medida que los niños crecen, creo con firmeza que la familia completa debería jugar juegos de interior juntos y recrearse al aire libre como una familia. Estos momentos de juego crean experiencias compartidas que son interesantes y divertidas y unen nuestros corazones como familia.
Los padres también necesitan invitar a sus hijos a sus propios juegos (lo que presupone que no debemos tener intereses que nos lleven a pecar). Por ejemplo, soy un fanático de toda la vida del equipo de béisbol Boston Red Sox, pero dejé de seguir el béisbol durante más de diez años, fundamentalmente por falta de tiempo. Sin embargo, cuando mis niños llegaron a la educación primaria, reviví mi interés en los Red Sox, para así poder compartirlo con mis hijos —las niñas también se involucraron—. Esto nos entrega algo que podemos compartir, y casi todas las tardes de verano revisamos el marcador para ver cómo va nuestro equipo. Seguimos a los jugadores que nos encantan y estamos con ellos en las buenas y en las malas como buenos fanáticos, viviendo todo esto juntos.
Esta es mi simple agenda para asegurarme de que estoy activa e íntimamente involucrado en las vidas de mis hijos: leyendo, orando, trabajando y jugando. Tenemos que leerles regularmente la Palabra de Dios a nuestros hijos y asimismo leerla al lado de ellos. Debemos llevar las cargas los unos de los otros en oración y adorar al Señor juntos ante su trono de gracia. Mis hijos necesitan mi participación positiva y alentadora en sus trabajos (y necesitan ser invitados a compartir algo del mío). Necesitamos unir nuestros corazones con risa y alegría en el juego compartido, tanto de a dos como con todo el grupo familiar. Todo esto requiere tiempo, ya que el tiempo es la moneda con la cual compro el derecho a decir, “hijo mío, hija mía, dame tu corazón”.