¿Quiénes son las personas más libres en el mundo? Las personas que son las más libres del mundo.
¿Cuán libre eres? No estoy pidiendo que me des la respuesta correcta. Confío en que sabes que «para libertad fue que Cristo nos hizo libres» (Ga 5:1) y que «por tanto, ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús» (Ro 8:1). Tú y yo sabemos que Cristo nos ha liberado de necesitar alcanzar «[nuestra] propia justicia derivada de la ley», puesto que se nos ha dado por la gracia de Dios el regalo gratuito de la «justicia que procede de Dios sobre la base de la fe» en Cristo (Fil 3:9); una gloriosa verdad alucinante.
La pregunta real para ti y para mí es: ¿estamos viviendo realmente en la libertad que Cristo nos ha dado? Lo que Jesús compró y nos dio no es una categoría teológica abstracta de la que solo nos daremos cuenta después de haber muerto, sino que una realidad que gobierna la vida, que produce alegría, experiencial y radicalmente libre que comienza ahora. Él nos hace «realmente libres» para vivir en el mundo mientras estemos en el mundo (Jn 8:36).
El secreto para experimentar esta libertad depende completamente de dónde está realmente para nosotros nuestro hogar.
La clave para vivir libres
Una y otra vez en el linaje piadoso de Hebreos 11, vemos personas que vivieron extraordinariamente libres aquí en la tierra. ¿Qué hizo a esa gran nube de testigos tan libre?
Podríamos ser rápidos para responder: «¡fe!». Eso es cierto, por supuesto, pero no va lo suficientemente profundo. Puesto que todos viven por fe. «La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (Heb 11:1). Todos viven por fe en lo que creen que es verdad sobre la realidad, gran parte de lo que no pueden ver o demostrar personalmente. Todos los seres humanos están diseñados para vivir de esta manera.
Lo que hizo a nuestros fieles antepasados libres fue en Quien creyeron finalmente (Heb 11:6) y dónde ellos creían que Él los estaba llevando:
Porque los que dicen tales cosas, claramente dan a entender que buscan una patria propia. Y si en verdad hubieran estado pensando en aquella patria de donde salieron, habrían tenido oportunidad de volver. Pero en realidad, anhelan una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo cual, Dios no se avergüenza de ser llamado Dios de ellos, pues les ha preparado una ciudad (Heb 11:14-16).
Esa es la clave: deseaban una patria mejor; una celestial. Ellos realmente la deseaban porque realmente creían que existía. Ellos creían tanto en una mejor patria que estaban contentos de «[morir] en fe, sin haber recibido las promesas [terrenalmente], pero habiéndolas visto desde lejos y aceptado con gusto, confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra» (Heb 11:13).
Fueron libres para hacer el mejor y el más difícil bien en el mundo porque fueron libres de necesitar pertenecer al mundo.
«Anden como libres»
La profundidad de la comprensión que tenemos de nuestra libertad en Cristo es revelada por cuán libres somos, como esos santos, para vivir como extraños y extranjeros en la tierra. Para saber dónde se encuentra nuestra libertad hay que ver nuestras búsquedas.
La verdadera fe se manifiesta tanto en aquello que decimos con nuestros labios (Ro 10:9; Heb 13:15) y en la manera en que vivimos. Sí, las personas del pasado «[dijeron] tales cosas» (Heb 11:14). Sin embargo, ellos también vivieron tales cosas: Abel ofreció; Enoc anduvo; Noé preparó; Abraham obedeció, salió y ofreció; Sara concibió; Isaac y Jacob bendijeron; José instruyó; Moisés se rehusó, escogió, consideró, salió y celebró; los israelitas pasaron; Rahab no pereció (Heb 11:4-31). Y «el tiempo me faltaría para contar de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas» (Heb 11:32).
Algunos de esos ejemplos son más loables que otros. No obstante, sus vidas de fe, su «obediencia de la fe» (Ro 16:26), aún habla, aunque ya ha pasado mucho tiempo desde que murieron (Heb 11:4).
Esta es la razón por la que Pedro nos dice que «andemos como libres» (1Pe 2:16):
- Somos libres para no vivir más como cautivos a los valores, a las afirmaciones, a los deseos y a las amenazas de este mundo, puesto que «no tenemos aquí una ciudad permanente» (Heb 13:14).
- Somos libres para «anda[r] en el Espíritu y no cumpl[ir] los deseos de la carne» (Ga 5:16), puesto que «donde está el Espíritu del Señor, hay libertad» (2Co 3:17).
- Somos libres para no «no acumu[lar] para [nosotros mismos] tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre destruyen, y donde ladrones penetran y roban; sino acumul[ar] [para nosotros mismos indestructibles] tesoros en el cielo» (Mt 6:16-20).
- Somos libres para estar contentos en cualquier situación en la que nos encontremos, puesto que sabemos que nuestro Padre celestial suplirá todas nuestras necesidades (Fil 4:11, 19).
- Y somos libres para morir, puesto que estar con Cristo en su patria celestial es «mucho mejor» que cualquier cosa que conozcamos aquí (Fil 1:23).
¿Cuán libre quieres ser?
Sí, toda esta libertad, y mucho más, está disponible para nosotros como cristianos. Sospecho que todos nosotros, sin importar cuán lejos estemos en la fe, admitiríamos que estamos viviendo bajo nuestra herencia.
La pregunta ante nosotros es esta: ¿cuán libre queremos ser? Aquí es donde comenzamos a retorcernos. Nuestra carne no quiere ser libre del mundo. El pecado que permanece en nosotros es llevado a «la pasión de la carne, la pasión de los ojos, y la arrogancia de la vida» (1Jn 2:16). Perderlos se siente como perder la vida. A lo que Jesús dice: «El que ha perdido su vida por mi causa, la hallará» (Mt 10:39).
Medita en esa oración, órala y deja que se demuestre todo el día. ¿Qué te muestra el Espíritu con la frase «ha perdido»? Es probable que las cosas que Él te lleve a la mente (las cosas que se sientan como que perdieras tu vida al dejarlas ir) están, en realidad, manteniéndote cautivo a este mundo e inhibiendo que vivas fructíferamente en los tipos de abundancia del Reino que Jesús quiere darte (Jn 10:10). ¡Respóndele al Espíritu! Jesús quiere que encuentres mayor libertad y vida real.
Lo que sea que requiera, no te conformes con algo menos que la completa libertad que Dios tiene para ti. Busca con todas tus fuerzas correr la carrera sin obstáculos que Dios ha puesto ante ti, como aquellos que corrieron antes que tú, que libremente escogieron vivir como extraños y exiliados aquí porque la ciudadanía real está en el cielo. Puesto que aquellos que son los más libres en el mundo son los más libres del mundo.