Toda esta serie titulada Corre para ganar tuvo su génesis en varias conversaciones de la vida real. En una de ellas, una mujer me contó las luchas que tenía con su marido. Ella se consideraba una esposa preocupada y atenta, que por muchos años había hecho lo mejor que podía para responder a las frecuentes peticiones de sexo de su marido. Sin embargo, aun cuando ella respondía positivamente, sentía que el deseo de su esposo rara vez era satisfecho y, en cosa de horas, él iría tras ella nuevamente, quejumbroso e insatisfecho si ella rechazaba la petición. Otra esposa joven descubrió que su marido se estaba masturbando regularmente cuando ella no estaba. ¿Todos los hombres hacen esto? Otra mujer encontró rastros de pornografía en la computadora de su esposo. ¿Esto es normal? Si es así, entonces, ¿por qué se siente tan mal?
Se siente tan mal porque está mal. No es normal y no está bien. Esta serie comenzó debido a un hombre que tenía un problema con su dominio propio sexual. Mientras reflexionaba en estas situaciones, me pregunté: ¿qué es lo que todos estos hombres realmente necesitan? Sin duda, su incapacidad y no disposición para controlar su sexualidad revela un problema espiritual mucho más profundo. Reflexioné y planeé, y pronto nació una serie, una que tenía el propósito de examinar una metáfora bíblica poderosa para nuestras vidas: «¿No saben que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero solo uno obtiene el premio? Corran de tal modo que ganen» (1Co 9:24, [énfasis del autor]). Hoy quiero desafiarte de esta manera: si vas a correr para ganar, necesitas controlar tu sexualidad.
Una era de incontinencia
Supongo que todos sabemos lo que es tener incontinencia. Una vez estaba en un avión con una pasajera que luchaba con esto y, en un tubo de aluminio sellado planeando a 9 144 metros de altura, su problema rápidamente se convirtió en nuestro problema. Cuando hablamos de continencia, normalmente nos referimos a funciones del cuerpo, especialmente la capacidad o incapacidad de controlar nuestras función urinaria y fecal. No obstante, la palabra tiene un significado mucho más amplio que ese. A medida que lees a autores cristianos más antiguos, con frecuencia encontrarás una noción de continencia aplicada a la sexualidad. Un hombre que ejerce el dominio propio sexual es un hombre continente. Al contrario, un hombre que carece de dominio propio sexual es un hombre incontinente y no es mejor que aquel que puede o no puede controlar su intestino.
La incontinencia sexual domina al mundo hoy. La expresión sexual y el placer carnal se consideran derechos irrefutables. Se anima a los niños que no tienen la edad suficiente para entender cómo funcionan sus cuerpos a que exploren, ya que se dice que la masturbación es físicamente placentera y moralmente recomendable. Desde una temprana edad, se les enseña a los niños que cualquier consentimiento debe ser ético y que reprimir el deseo sexual es mucho más dañino que expresarlo. Se les dice a los adolescentes que la abstinencia es anticuada y que cualquier expresión sexual es un blanco legítimo mientras usen protección. Sexo: nuestro cuerpos lo anhelan, la sociedad lo celebra, la cultura pop lo fomenta y la pornografía nos entrena.
Tristemente, la incontinencia sexual también se ha impregnado en la iglesia. Incluso muchos hombres que profesan fe en Jesucristo están fuera de control en su sexualidad. Quizás desarrollaron malos hábitos cuando eran jóvenes y simplemente nunca los reemplazaron con unos mejores. Quizás se permitieron resbalar y con el tiempo dejaron que patrones saludables fueran desplazados por unos no saludables. Quizás, simplemente son apáticos sobre todo el asunto. De cualquier manera, vemos las consecuencias brutales en iglesias arruinadas, en ministerios socavados y en familias destruidas. Muchos hombres han estado dispuestos a arriesgarlo todo a causa del placer sexual fugaz.
No es de extrañar, entonces, que la Biblia llame a los hombres cristianos al dominio propio en toda la vida en general y en esta área en particular. A los hombres que están luchando con el dominio propio sexual, Dios les ofrece duras reprimendas y dulces promesas de perdón y comportamiento reformado. El mismo Evangelio que salva tu alma es el Evangelio que te otorga la virtud del dominio propio.
Un hombre de dominio propio
El dominio propio es una virtud de una belleza extraordinaria, el resultado prometido de una relación con Dios, pues «[…] el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio […]» (Ga 5:22-23). Sin embargo, es una virtud rara, porque pocos cristianos la buscan con diligencia. En el pantano de una mente pecadora, el dominio propio puede sentirse como esclavitud, la negación de lo que es bueno y satisfactorio. No obstante, en la realidad, el dominio propio es la clave de lo que es bueno y satisfactorio, ya que te aleja de las falsedades y te dirige hacia las más grandes fuentes de los mayores placeres.
Dios es el creador del regalo de la sexualidad y, como su creador, el único que define su propósito y determina sus límites. El mayor disfrute del regalo se encuentra dentro de los límites de Dios, no fuera de ellos. Pablo te habla cuando él llama a los cristianos en Roma a «[…] que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto racional de ustedes» (Ro 12:1). La presentación de sus cuerpos fue la entrega de sí mismos. Tú, también, debes entregar todo voluntariamente a Dios, lo que incluye tu sexualidad. Debes determinar buscar los propósitos que ella tiene y usarla solo de las maneras que Él permita.
Dios dice que el sexo es dado al esposo y a la esposa para el placer y la procreación; un regalo por medio del cual disfrutan una intimidad única y crean nuevas personas formadas a la imagen de Dios. Con esto en mente, Dios te da deseos sexuales a fin de que busques primero a una esposa para que así, entonces, busques a tu esposa dentro del matrimonio. Y, como ya sabes, Dios tiende a darles a los hombres una medida mayor de deseo sexual, quizás para animar al hombre a tomar la iniciativa en la búsqueda amorosa de su novia. Somos, después de todo, propensos a la pereza y a esquivar nuestras responsabilidades. Tal vez Dios nos ha dado este deseo sexual mayor para motivarnos hacer aquello que, de otra manera, evitaríamos o postergaríamos.
Según el Diseñador, el sexo es un buen regalo que está indisolublemente unido al pacto del matrimonio. Es solo dentro del matrimonio que eres llamado a ceder voluntariamente los derechos de tu cuerpo a tu cónyuge. Pablo lo explica de esta manera: «la mujer no tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino el marido, y asimismo el marido no tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino la mujer» (1Co 7:4). Toda actividad sexual debe ser disfrutada de forma consensuada entre un esposo y una esposa. No tienes derecho a ir tras una actividad sexual por tu cuenta. Tu sexualidad le pertenece a tu esposa y solo ella puede determinar cuándo y cómo debe expresarse. Esto significa que no tienes derecho a mirar con lujuria a otras mujeres, a inventar fantasías inapropiadas, a mirar imágenes pornográficas o escabullirte y masturbarte. De todas las formas y en todos los tiempos, debes mostrar dominio propio y negar la expresión sexual para cualquier propósito que no sea hacer el amor con tu esposa.
Es posible que tu esposa no desee tener sexo tan a menudo como tú. Es probable que existan periodos largos en los que, por varias razones, ella no podrá participar en lo absoluto o con tanta libertad como a ambos les gustaría. En esos momentos, tendrás la opción de pecar o de demostrar dominio propio. ¡Demasiados hombres escogen pecar! Demasiados pecan al atormentar a su esposa, al revolcarse en la autocompasión o al involucrarse en un pecado sexual secreto. Algunos van tan lejos como forzar a sus esposas, poniéndo en horrendo ridículo el regalo de Dios al apoderarse brutalmente de lo que debería haberse ganado tiernamente y recibido con amor. El antídoto para todo esto es el dominio propio, esa preciosa virtud que mantiene el buen regalo dentro de sus límites apropiados.
Amigo mío, si Dios te ha dado una esposa, Él también te ha dado el gozo de buscarla, de disfrutarla y de encontrar placer en ella. Este es el único contexto en el cual Él aprueba la actividad sexual de cualquier tipo. Si Dios no te ha dado una esposa, Él te ha llamado a abstenerte de toda actividad sexual. Si eres un hombre soltero, podrías no haber experimentado todavía el placer del sexo, pero puedes experimentar el placer de la obediencia. Incluso Jesús, el único que muestra el camino para ser un humano pleno, vivió y murió virgen. Hay placer en el sexo, pero hay un placer mucho mayor en la obediencia.
¡Hazlo ahora!
Todo esto requiere acción. Estos son un par de puntos para comenzar:
Deja de masturbarte
¿Fui muy directo? No lo creo. Pienso que los hombres necesitan escucharlo. Ya sea que estés soltero o casado, tan solo deja de hacerlo. La masturbación es amor propio. Va completamente en sentido contrario al corazón de nuestro Salvador, quien no «[…] vino para ser servido, sino para servir […]» (Mr 10:45). Es una sexualidad falsa y fraudulenta. Puesto que no involucra a ninguna mujer, es más bien una forma de homosexualidad que de heterosexualidad. Es inmaduro, es un mal uso del regalo de Dios, simplemente una clara tontería. Deberías estar muy avergonzado por hacer esto. Así que deja de hacerlo ya y muestra algo de dominio propio.
Voltea tu corazón, no solo tus ojos
Estoy seguro de que estás bien familiarizado con la tentación de permitir que tus ojos se detengan en la silueta femenina. Estoy igualmente seguro de que has dado el consejo común de «voltear tus ojos». Está bien y es algo bueno dejar de mirar lo que no te corresponde tener, pero haz algo mejor que eso: voltea tu corazón. La Biblia nos asegura que el mal no comienza en nuestros ojos, sino que en nuestros corazones. El corazón, después de todo, es la sede de nuestros deseos y afectos más profundos. A medida que abordas el comportamiento de tus ojos, no descuides reformar los deseos de tu corazón.
Rinde cuentas
Como hombres, tendemos a guardar nuestros pensamientos; a enterrar nuestras preguntas, preocupaciones y secretos. Sin embargo, hay gozo y libertad en el alivio de externalizar lo que preferimos internalizar. Busca un buen amigo, quizás uno que sea mayor y más sabio que tú y habla abierta y libremente sobre tu pecado sexual y tus victorias. Pídele a ese amigo que te exija cuentas y te ayude a entrenarte en piedad. «Por tanto, confiésense sus pecados unos a otros, y oren unos por otros para que sean sanados. La oración eficaz del justo puede lograr mucho» (Stg 5:16).
Dalo todo
Comprométete a entregar el 100 % de tu sexualidad a Dios y a dirigir el 100 % de tu energía sexual a tu esposa. Búscala con ternura y amor. Cuando ella te rechace, responde con gracia. Cuando ella te acepte, responde con gozo. Disfrútala. Disfruta todo de ella mientras ambos vivan.
Busca y recibe perdón
Cuando Pablo le escribió a la iglesia en Corinto, él relató algunos de los pecados sexuales en los que, en algún tiempo, participaron, pero les recordó que desde entonces son nuevas criaturas: «Y estos eran algunos de ustedes; pero fueron lavados, pero fueron santificados, pero fueron justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1Co 6:11). Si estás en Cristo, esto es cierto sobre ti. Tu pecado sexual —ya sea de décadas atrás o de horas atrás— ha sido perdonado por Jesucristo. Busca su perdón, recíbelo, luego vive como alguien de quien el poder del pecado ha sido roto. Puedes ser libre.
Corre para ganar
La Biblia exige y elogia el dominio propio sexual. No obstante, existe una manera en la que promueve y celebra la complacencia. Cuando les escribió a hombres jóvenes, Salomón les advirtió sobre el peligro de la sexualidad ilícita y de las mujeres libertinas, luego dijo esto: «[…] regocíjate con la mujer de tu juventud, amante cierva y graciosa gacela; que sus senos te satisfagan en todo tiempo, su amor te embriague para siempre» (Pr 5:18-19). Anda e intoxícate, dice, pero emborráchate con el amor y la búsqueda apasionada de tu esposa. Lo que el vino le hace a tu cuerpo, permite que tu esposa lo haga con tus afectos y deseos. Deja que te cautive; que te fascine; que tenga ese tipo de poder sobre ti; sé adicto a ella. Cuando estés con ella, cuando estés en sus brazos, déjate ir y disfruta el buen regalo de Dios del placer sexual. Si vas a correr para ganar, disfruta a la esposa que Dios te dio y controla tu sexualidad.
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