Este artículo forma parte de la serie Cómo orar, publicada originalmente en Crossway.
A Dios le importamos
Una de las preocupaciones —y dolores de cabeza— más grandes para muchos cristianos tiene que ver con sus familiares que no han llegado a la fe en Cristo o que quizás han abandonado la fe en la que crecieron. Muchos, muchos de nosotros llevamos una carga en nuestras oraciones por esos seres queridos, y a veces es difícil saber cómo orar o qué orar.
Esto puede ser así incluso para los cristianos que tienen una comprensión más clara de la grandeza del Evangelio de Cristo y de la maravilla del despliegue de la salvación de Dios, de la eternidad hasta la eternidad, la cual embarca a todo este mundo. Ellos desean justamente que sus oraciones estén enfocadas en el gran panorama de Dios, en la oración centrada hacia afuera y en el Evangelio, no oraciones introspectivas ni meramente domésticas. Por lo tanto, quizás, a veces, podemos pensar que nuestra pequeña familia en realidad es un poco insignificante en la gran historia del plan y propósito de salvación de Dios para el cosmos entero.
Sin embargo, no tenemos que olvidar que aunque nuestro Dios tiene al mundo entero en sus manos, ¡Él también nos tiene a ti y a mí, hermano y hermana! Aquel que nombra y enumera a las estrellas del cielo también enumera los cabellos de nuestras pequeñas cabezas. Él cuida de nosotros y de nuestras familias, incluso a medida que controla la inmensidad de toda la creación. Y escucha las oraciones de todos los hijos que Él ama (incluidas nuestras oraciones por aquellos a quienes nosotros amamos). Él es bondadoso y ama mostrarles a sus hijos su bondad.
Es por eso que me encanta la historia de 2 Reyes 4 sobre la mujer sunamita sin hijos a quien Dios le concede un preciado hijo, por medio de la palabra de Eliseo, el profeta. La Biblia a menudo señala un avance tremendamente significativo en la historia en desarrollo de la gran historia de Dios cuando se le promete un hijo a una mujer infértil, concibe y da a luz un hijo (piensa en Isaac, el hijo de Sara; Samuel, el hijo de Ana, o Jesús mismo, hijo de María), cada uno de los cuales desempeña un rol crucial en la historia de salvación, pero no aquí. No hay gran significancia para la salvación del mundo, ninguna en lo absoluto. Sólo una mujer sin nombre, en una familia sin importancia, común y corriente a quien se le concede un hijo sin nombre —y luego, cuando el niño muere de repente, es vuelto a la vida de nuevo gracias a la misericordia de Dios—. No parece haber razón en lo absoluto para todo esto, excepto ¡la pura bondad y generosidad de Dios! (Escuchamos de esta familia sin nombre una vez más en 2 Reyes 8, donde nuevamente la bondad gratuita de Dios, al salvarlos de la hambruna y después al restaurar toda su tierra, parece ser el punto principal, puesto que, de otra forma, ellos no juegan ningún rol significativo en la historia).
¡Nuestro Dios es el Dios que, mientras cumple su incesante y eterno plan y propósito para la salvación del cosmos entero, tiene tanto el tiempo como la maravillosa inclinación a mostrar extraordinaria bondad y cuidado a familias «sin importancia», comunes y corrientes! Y sin duda eso es lo que debe darnos la confianza para ir a Él en oración por nuestras familias, independiente de lo común y sin importancia que sintamos que somos.
Por lo tanto, a continuación les dejo algunas cosas en las que quizás podamos pensar mientras buscamos hacer eso.
Ora fielmente
No dudes de que el Señor es misericordioso y desea que las personas sean salvas. Ora por la salvación de ellos, confiando en lo que Dios ha dicho sobre sí mismo y alineando tus deseos con los suyos.
Puede ser fácil —especialmente después de un largo tiempo en que no vemos ningún cambio aparente en el corazón de aquellos por los que estamos orando— comenzar a dudar de que Dios realmente se preocupa por ellos y que nuestras oraciones nunca darán fruto. No obstante, necesitamos recordarnos la verdad revelada en el Evangelio: ¡que a nuestro Dios le encanta salvar!
Es por esto que Pablo alienta a los creyentes a que «hagan plegarias, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres» y afirma que «esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al pleno conocimiento de la verdad» (1Ti 2:6). Es lo que vemos en el Señor Jesús mismo, que «viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor» y luego anima a sus discípulos, «por tanto, pidan al Señor de la cosecha que envíe obreros a su cosecha» (Mt 9:36-38). El mismo deseo apasionado es evidente en las oraciones del apóstol Pablo para sus amados y hermanos judíos: «el deseo de mi corazón y mi oración a Dios por ellos es para su salvación» (Ro 10:1).
Nuestro Dios es soberano; no podemos manipularlo para que su voluntad encaje con la nuestra. Sin embargo, Él es el Salvador soberano y podemos confiar en Él a medida que alineamos nuestros deseos con los suyos.
Ora para que el Señor abra puertas
Ora por tiempos en los que puedas hablar abierta y claramente de Cristo y el Evangelio con tus seres queridos.
Pero también ora para que Él te capacite a fin de aprovechar al máximo las oportunidades donde puedas llevar naturalmente pensamiento bíblico a conversaciones generales, tanto con sabiduría como con gracia, de maneras que les haga ver la verdad de la Palabra de Dios.
A menudo, nos resulta muy frustrante que parezca haber pocas oportunidades para tener discusiones realmente abiertas sobre el Evangelio con aquellos que anhelamos ver venir a Cristo. Pero entonces, también nos encontramos a nosotros mismos arrepintiéndonos de no haber aprovechado las oportunidades cuando sí aparecieron o cuando no comunicamos muy bien lo que nos habría gustado explicar.
El apóstol Pablo le pidió a la iglesia orar «a fin de que Dios nos abra la puerta para proclamar la palabra, el misterio de Cristo […] para que yo lo anuncie con claridad, como debo hacerlo.» (Col 4:3-4 [NVI]). De igual forma, necesitamos orar tanto por la oportunidad para hablar como por la claridad en el discurso, y también debemos ser una parte de la respuesta a nuestra oración por claridad al articular el Evangelio, capacitándonos para hacerlo. Entonces, ora para que el Señor te ayude a ser un mensajero claro y competente de la verdad.
Asimismo necesitamos aprovechar al máximo cada oportunidad que tengamos de hablar la verdad bíblica en la vida, no sólo cuando tengamos una apertura clara para compartir completamente el Evangelio. Es por eso que Pablo sigue hablando como si nada para decirles a los creyentes en la iglesia: «anden sabiamente para con los de afuera, aprovechando bien el tiempo. Que su conversación sea siempre con gracia, sazonada como con sal, para que sepan cómo deben responder a cada persona» (Col 4:5-6).
Tendremos muchas oportunidades con nuestras familias para hablar una palabra sazonada en la conversación general en la mesa en Navidad (o Acción de Gracias) o en una caminata familiar o cuando discutimos las noticias. Cada palabra de testimonio de la verdad de Dios es una semilla sembrada y podemos orar para que algunas de ellas echen raíces y comiencen a provocar que tus seres amados piensen. No te desanimes si pareciera que esto no ocurre (¡probablemente serás el último en saber al respecto!). Sin embargo, la Palabra de Dios nunca vuelve vacía; está obrando para cumplir sus propósitos, por muy invisibles y no reconocidos que parezcan.
Ora también por la comunicación sin palabras
Ora para que puedas hablar la verdad del Evangelio con tu familia por medio de tu conducta respetuosa y santa, que será leída, marcada y digerida internamente tanto como, y más a menudo, que las palabras que puedas pronunciar.
Con frecuencia, aquellos que están más cerca de nosotros son los más difíciles con los que entablar una discusión abierta sobre el Evangelio. Existen muchas razones para esto, especialmente la complejidad de equilibrar el respeto y las responsabilidades que traen las relaciones familiares intergeneracionales. No obstante, quienes son muy cercanos a nosotros nos conocen muy bien y no podemos escondernos de ellos; el credo que queremos compartir con ellos será constantemente evaluado con el carácter que les mostramos. Por tanto, necesitamos orar por gracia para exponer vidas reales, atractivas, semejantes a Cristo y saludables —verdades vividas que hablan volúmenes sobre el Evangelio en el que creemos, junto con la verdad verbalizada que también esperamos compartir con ellos—.
De esto es lo que habla Pedro en 1 Pedro 3:1-2, donde dice que incluso los esposos hostiles e incrédulos pueden «ser ganados sin palabra alguna por la conducta de sus mujeres, al observar ellos su conducta casta y respetuosa». Entiendo que, aunque la particularidad de la situación que él aborda aquí es la de esposas siendo testigos para sus esposos, lo mismo es cierto para las esposas incrédulas (y en el contexto hay mandatos «igualmente» a los esposos cristianos acerca de que su comportamiento es un asunto vital), y también en gran medida en otras relaciones familiares cercanas de manera similar.
Ciertamente, esta no es una excusa para evitar hablar con claridad —e incluso valientemente— con nuestras familias sobre el Evangelio (como se explicó anteriormente). Al contrario, es un recordatorio de que en realidad estamos hablándoles todo el tiempo, ya sea que queramos o no, en comunicación sin palabras —que resultará en ablandarlos y en hacerlos receptivos al mensaje de Cristo, o bien (Dios no lo quiera) alejándolos de Cristo porque, como sus embajadores en esta familia, estamos mostrando al Rey y a su Reino bajo una luz falsa y mala—.
Por lo tanto, necesitamos orar por ayuda para vivir la verdad, clara y consistentemente, a fin de que nuestros seres queridos vean el cristianismo real en carne y hueso.
Ora para que el Señor use todas las temporadas
Ora para que incluso en los momentos de enfermedad y pérdida en la familia tus seres queridos despierten a las realidades últimas.
A menudo son los tiempos de tristeza al igual que los de celebración los que juntan a la familia en estos días cuando los miembros de la familia a menudo están dispersados a lo largo del país, o incluso del mundo. Una muerte en la familia conlleva una reunión para el funeral, pero de igual forma, el diagnóstico de una enfermedad grave probablemente traerá una racha de comunicación a medida que se comparte la noticia y se habla de ella.
En la misericordiosa providencia de Dios, estos tristes momentos de crisis familiares pueden estar entre las raras ocasiones cuando las realidades inevitables de nuestra mortalidad frágil se inmiscuyen en la conciencia de aquellos que normalmente lidian con éxito para callar estas cosas. Por supuesto, debemos ser muy sensibles en cómo respondemos y lo que decimos en esos momentos; no debemos explotar el dolor o el sufrimiento de una forma insensible o grosera, como a veces lo hacen los cristianos, por medio de palabras o acciones mal escogidas. Sin embargo, podemos orar (y hacer todo lo que podamos, humanamente hablando, para asegurarnos) de que las palabras habladas en un funeral, por ejemplo, sean un claro desafío y testimonio del Evangelio.
Asimismo debemos orar, haciendo eco de la oración de Moisés, que cuando sea que haya una crisis de este tipo, nuestros seres queridos sean confortados con realidades eternas inevitables y así aprender a enumerar sus días y tener un corazón para la sabiduría:
Porque por tu furor han declinado todos nuestros días;
Acabamos nuestros años como un suspiro.
Los días de nuestra vida llegan a setenta años;
Y en caso de mayor vigor, a ochenta años.
Con todo, su orgullo es solo trabajo y pesar,
Porque pronto pasa, y volamos.
¿Quién conoce el poder de tu ira,
Y tu furor conforme al temor que se debe a ti?
Enséñanos a contar de tal modo nuestros días,
Que traigamos al corazón sabiduría (Salmo 90:9-12) [énfasis del autor].
Ora por persistencia
Cuando los miembros de la familia se han alejado del Señor, ora para que el Señor te conceda un espíritu de fidelidad persistente, así como de bondad amorosa, para ser un instrumento de gracia restauradora.
Una de las tristezas más grandes en cualquier familia cristiana es cuando uno de nuestros seres amados, por cualquier razón, se aleja del Señor y está viviendo un estilo de vida que sabemos que le duele a Dios, y también a nosotros. A menudo hoy (quizás especialmente si es un hijo o una hija u otro familiar más joven) esto podría involucrar una relación sexual que es contraria a la Escritura, la cual puede ser un poderoso distractor que lo aleja del camino de la salvación.
No obstante, incluso cuando aquellos que amamos llegan a estar terriblemente atrapados en el pecado y están viviendo en desobediencia, el Señor puede usar nuestras oraciones y acciones como un medio para traer restauración. Por tanto, debemos orar por eso, como lo hizo Pablo en una situación así en la iglesia corintia: «oramos a Dios para que los restaure plenamente» (2Co 13:9 [NVI]). Pero necesitamos reconocer que, junto con nuestra devoción en oración por ellos, nuestro comportamiento en persona hacia ellos requiere gran sabiduría y gracia, por lo que necesitamos orar tanto por nosotros como por nuestros seres queridos: «hermanos, aun si alguien es sorprendido en alguna falta, ustedes que son espirituales, restáurenlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Lleven los unos las cargas de los otros […]» (Gá 6:1-2).
Ora de todos modos
Cuando no sabes por qué orar específicamente, recuerda que el Señor conoce lo que está en tu corazón, ¡así que ora de todos modos!
Demasiado a menudo nos encontramos en la situación donde nosotros simplemente no sabemos exactamente qué orar por aquellos que amamos y nos preocupan. Qué ánimo es tener la seguridad de que el Espíritu Santo mismo está listo para ayudarnos, y cuando estamos perdidos «el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. No sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles». Cuando somos incapaces incluso de orar como debemos «Él intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios» (Ro 8:26-17).
Y así, incluso si nuestros juicios están fuera de lugar y oramos por cosas específicas equivocadas, cuando nuestros corazones son rectos, el Espíritu de Dios traduce nuestra oración en transmisión, por así decirlo, para que así seamos escuchados orando lo que habríamos orado si hubiéramos conocido mejor cuál es la voluntad de Dios (¡incluso si en realidad hubiéramos estado pidiendo el resultado específico opuesto!).
Por ejemplo, podríamos haber estado orando fervientemente para que un ser querido se mudara a un lugar en particular que lo acercara a una buena iglesia, pero, de hecho, se mudan a otro lugar. No obstante, en ese otro lugar, donde pensamos que habría mucha menos esperanza, el Señor los ha llevado al camino de un cristiano que llegó a sus vidas y los llevó a la fe en Cristo o los trajo de vuelta de su vagar (¡todo de una manera que fue una maravillosa respuesta a nuestra oración, aun cuando en realidad estábamos orando por un movimiento opuesto!).
Hay un ejemplo maravilloso de esto en el deseo de David de construir el templo del Señor, donde la respuesta de Dios a esa petición específica fue que no, no le correspondía a él construirlo, sino que a su hijo Salomón. No obstante, como proclamó Salomón años después, mientras dedicaba el templo que él mismo había construido: «Pero el Señor dijo a mi padre David: “Por cuanto tuviste en tu corazón edificar una casa a mi nombre, bien hiciste en desearlo en tu corazón”» (1R 8:18).
Como C. S. Lewis lo escribe en su libro Esa horrible fortaleza: «esta es la cortesía de Cielo Profundo, que cuando tienes buenas intenciones, Él siempre te lleva a tener mejores intenciones». Qué bondadoso y maravillosamente generoso es nuestro Dios: Él oye los clamores de nuestros corazones y aun cuando le pedimos las cosas incorrectas, ¡Él nos responde con las cosas correctas «mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos» (Ef 3:20)!