Genocidio, discriminación racial, trata de personas, homicidio en razón del género, pobreza, la crisis de los refugiados, la crisis mundial de huérfanos y el aborto se infiltran en los titulares diarios; la injusticia reina en casa y a lo largo del planeta en este mundo caído.
Sin embargo, en este tiempo de gran injusticia, me pregunto, ¿dónde están quienes buscan la justicia?
Un montón de nosotros estamos correctamente preocupados por las tensiones raciales que existen en nuestro país. Estas tensiones sin duda no son buenas, pero están dominando las noticias. Ha habido muchos tuits sobre la necesidad de la reconciliación racial considerando los eventos en Charlottesville[1]. Las conversaciones durante la cena entre amigos exponen nuestra inquietud cada vez mayor por la violencia consiguiente que rodea el odio hacia las diferentes etnias.
No obstante, Dios llama a su pueblo a «practicar la justicia» (Mi 6:8). No creo que las publicaciones en nuestras redes sociales o nuestras conversaciones sobre los horrores de injusticia bastarán. Nuestra búsqueda de justicia debe ir más allá de las palabras. David Livingstone dijo: «la compasión no es sustituta de la acción».
Estos actos de injusticia racial afligen el corazón de Dios y, como sus hijos, deben afligir los nuestros también. Tenemos anhelos divinos de justicia. Este anhelo en realidad es un anhelo por la justicia de Dios (Is 30:18) para que haga todas las cosas nuevas, y como portadores de su imagen, también debemos estar buscando reconciliación por lo que ese pecado ha roto.
El mundo caído quiere que solo socialicemos con las personas que piensan y se ven como nosotros; quien busca justicia desea que sus círculos sociales reflejen el cielo, llenos de personas de toda tribu, lengua y nación (Ap 7:9). El mundo caído piensa que debemos hacer cosas de la manera en que siempre las hemos hecho; quien busca justicia sabe que Dios está haciendo todas las cosas nuevas (Ap 21:5). El mundo caído desea uniformidad; quien busca justicia atesora la diversidad.
El pecado quiere que nos comportemos con arrogancia hacia personas que tienen colores diversos de piel; quien busca justicia responde en humildad, considerando a otros más importantes que a nosotros mismos (Fil 2:3). El pecado dice que podemos tratar a otras personas mejor que a otras; quien busca justicia sabe que no hay favoritismos con Dios (Ro 2:11). El pecado quiere que nos conformemos con las normas sociales; quien busca justicia se conforma a la imagen de Cristo (Ro 8:29). El pecado quiere que consideremos la reconciliación racial como la responsabilidad de alguien más; quienes buscan justicia saben que se nos ha dado el ministerio de la reconciliación (2Co 5:18).
Entonces, ¿por qué reflejamos la imagen del mundo tan fácil y frecuentemente en lugar de la Dios respecto a la justicia? ¿Es posible que no nos importen los sufrimientos de otros? ¿Renunciamos a nuestras responsabilidades? Quizás tenemos miedo. Tal vez no sabemos qué hacer. Peor, ¿estamos tan absorbidos por nuestras propias vidas cómodas que fallamos en ver la injusticia? Benjamin Franklin dijo: «no se hará justicia hasta que los que no se ven afectados estén tan indignados como quienes sí lo están».
El cuerpo de Cristo no tiene el lujo de no ser afectado por cosas que no nos afectan directamente a nosotros. Somos interdependientes y estamos conectados los unos a los otros. Cuando una parte del cuerpo sufre, todos sufrimos con ella.
Si debemos ser reconciliadores raciales, debemos aceptar etnias diferentes a la nuestra. Debemos ser contraculturales en nuestras invitaciones a cenar y en las citas de juego de nuestros hijos. No podemos hablar de la necesidad de que las personas de todas las etnias sean tratadas por igual cuando ni siquiera podemos mostrar un contacto en nuestros teléfonos de alguien de una etnia distinta. No podemos decirle a nuestros hijos que deben ser amigos con niños de su clase de la escuela que se vean diferentes a nosotros, cuando todos nuestros amigos se ven igual que nosotros. No podemos estar contentos en nuestras iglesias que hablan de la belleza de la diversidad del Reino, mientras el liderazgo y el cuerpo carecen de ella.
Si quieres buscar la justicia de la reconciliación racial, comienza amando a tu prójimo de una etnia diferente. Hazte amigo de quienes son diferentes a ti. Abraza la diversidad, no le temas; Dios no te ha dado «espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (1Ti 1:7). Ora para que quienes representan a las naciones en tu ciudad sean bienvenidos en tu iglesia. Arrepiéntete y pídele a Dios que te cambie si es que simplemente no te importan las inequidades que existen para otros. Dios en el negocio del cambio. Espera a que Él te cambie por el bien de su gloria y recuerda que su poder se perfecciona en nuestra debilidad (1Co 12:9).
Ahora no es tiempo para el temor o para la pereza. Es tiempo para la reconciliación. Ahora es tiempo de buscar justicia. Espero que hagamos eco de la voz de Dios: «Pero corra el juicio como las aguas y la justicia como una corriente inagotable» (Am 5:4).