Una mujer cristiana de Pakistán fue sentenciada a muerte por profanar el nombre de Mahoma. Un hombre bomba mató a veintiún personas e hirió a muchos más afuera de una iglesia en Egipto. Una turba de treinta fieles musulmanes armados con pistolas, cuchillos y bombas mólotov atacó una iglesia en el norte de Nigeria dejando cinco personas muertas.
Todos estos incidentes ocurrieron hace pocos meses y, tristemente, son las típicas situaciones difíciles que los cristianos deben enfrentar en el mundo musulmán actualmente. Muchos de nuestros hermanos y hermanas viven en constante peligro de ser agredidos físicamente, encarcelados e incluso asesinados simplemente por poner su fe en el Señor Jesucristo.
La tragedia que azotó a Estados Unidos el 11 de septiembre del 2001 no se puede entender de manera adecuada como la simple persecución de musulmanes a cristianos. Aun cuando los responsables de los ataques eran musulmanes, ese terrible día murieron personas de diferentes credos (incluyendo otros musulmanes) y personas sin creencias. No obstante, muchas personas en el mundo musulmán asocian de tal forma el cristianismo con Occidente que no pueden diferenciarlos.
Por lo tanto, en los efectos inmediatos de este terrible suceso, el mundo musulmán vio los acontecimientos que ocurrían como un conflicto entre el Islam y el Occidente supuestamente “cristiano”. El resultado fue un aumento de la desconfianza y de la hostilidad hacia las minorías cristianas y un inmediato incremento de la violencia contra ellas. En los años que han pasado desde que esta tragedia ocurrió, la intervención de las fuerzas militares occidentales contra el movimiento talibán musulmán en Afganistán y contra el anterior gobierno iraquí, que en su mayoría era musulmán, ha alimentado aun más el resentimiento y ha sido usado como excusa para perseguir de manera más intensa a los cristianos.
El maltrato de cristianos a manos de musulmanes se originó mucho antes del año 2001. Comenzó con el auge del Islam en el siglo VII y, a través de los siglos, muchos factores han contribuido a que esta situación se mantenga. Sin embargo, los ataques del 11 de septiembre y la respuesta de Occidente han, sin duda, intensificado la oposición de los musulmanes hacia los cristianos en tierras islámicas a un punto en que la erradicación de las iglesias en diversos lugares se ha convertido en una posibilidad real.
Tomemos un solo ejemplo: desde la invasión de Irak en el año 2003, los militantes islámicos han intentado “limpiar” el país de todos los cristianos, usando amenazas, bombas, secuestros y asesinatos. Un gran número de cristianos ha huido a países vecinos, donde muchos viven en circunstancias terribles. La presencia de cristianos en Irak es menor al tercio de la que había hace veinte años.
Como miembros del cuerpo de Cristo alrededor del mundo, los cristianos en Occidente tenemos una responsabilidad particular de preocuparnos por nuestros hermanos y hermanas que sufren en el mundo musulmán. El apóstol Pablo exhorta a los gálatas: “Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos el bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe” (Gá 6:10). Estamos llamados a apoyar a los cristianos que sufren discriminación y persecución por causa de su fe. Podemos hacer esto tanto de forma práctica para ayudarlos en sus necesidades como con nuestras oraciones.
En la parábola de las ovejas y las cabras, el Señor Jesús elogia a aquellos que realizan actos de misericordia por “uno de [sus] hermanos” que pasa hambre, vive en pobreza o está encarcelado (Mt 25:34-36). En los evangelios, los verdaderos “hermanos” de Jesús son sus discípulos, aquellos que hacen la voluntad de su Padre que está en el cielo (12:49), y él dice que los sacrificios hechos por ellos son un servicio hacia él (25:40). Por lo tanto, nos llama a identificarnos con ellos en su persecución y sus sufrimientos mediante el cuidado práctico.
También estamos llamados a orar por los cristianos que son perseguidos (Heb 13:3) y Pablo nos muestra cuán efectiva puede ser esa oración para protegerlos y librarlos del sufrimiento, o convertir dicho sufrimiento en un bien. Él ruega a los cristianos de Roma que se unan a él en su lucha por Cristo, orando a Dios por él, y en particular para que Dios lo proteja de la hostilidad de aquellos que no creen en Dios (Ro 15:30-31). Además, cuando le escribió a la iglesia de Filipos desde la cárcel, él mostró su confianza en que, gracias a sus oraciones y a la ayuda de Dios, incluso sus sufrimientos resultarían en su liberación (Fil 1:19).
Sin embargo, la Biblia no sólo nos llama a amar y a orar por la iglesia que está sufriendo. En el Sermón del Monte, Cristo nos dice que amemos a nuestros enemigos y oremos por aquellos que nos persiguen. Al hacer esto, imitamos a nuestro Padre celestial, que provee por igual tanto para el bueno como para el malo (Mt 5:44-45). También debemos buscar sus bendiciones por medio de nuestras acciones y por medio de nuestras oraciones, incluso por aquellos musulmanes (y otros) que odian y maltratan a nuestra familia cristiana.
Estos principios deben influir en cómo nos relacionamos con los musulmanes con los que podríamos encontrarnos. Aunque la mayoría de ellos sólo quiere vivir en paz al igual que nosotros, el miedo que la tragedia del 11 de septiembre provocó en los estadounidenses aún se extiende como una sombra en Occidente y muchos musulmanes que viven en este lado del continente lo hacen con sentimientos encontrados o incluso con una actitud hostil hacia la sociedad que los acogió y hacia su tradición cristiana —o a veces incluso hacia los cristianos que viven ahí—. Sin embargo, amarlos de manera práctica y orar por ellos es la mejor forma que tenemos para que el mal no nos venza, sino que nosotros lo venzamos a él con el bien (Ro 12:21).