«¿Cómo continúas en el ministerio? ¿Especialmente, después de tanto dolor?». Mi amiga, esposa de pastor, se sentó en mi sillón con los ojos llenos de lágrimas. Mientras tomábamos sorbos de té, le pedí a Dios que me ayudara a dar algunas palabras de ánimo. En tanto escribo esto ahora, oro en esa dirección nuevamente, pidiéndole a Dios que me ayude a animarte si es que te encuentras sufriendo por relaciones rotas en tu iglesia, y especialmente si es que tú, como yo, estás casada con un pastor.
Ser llamada por Jesús al ministerio del Evangelio, para llevar a personas quebradas hacia nuestro misericordioso y amoroso Salvador, es un inmenso privilegio. Es un rol pesado y gozoso apoyar a nuestros esposos a medida que ellos pastorean el rebaño que el Espíritu Santo ha puesto a su cuidado (Hch 20:28). En el sentido eterno, y a menudo incluso ahora en esta era, está dentro de las responsabilidades más gratificantes que tendremos. Y a veces, puede ser desgarrador.
Por ejemplo, una amiga podría volverse contra la esposa del pastor por un desacuerdo en la iglesia, debido a que los ancianos tomaron esta decisión o esta otra. Ese era el dolor que mi amiga estaba soportando, un dolor que yo conocía completamente bien. Después de años de acercarse a las visitas y de dedicarse por completo a las personas de su iglesia, el conflicto estaba destruyendo relaciones que eran significativas para mi amiga. El chisme y la calumnia estaban empeorando las cosas. Las personas a las que ella llamaba amigas estaban yéndose sin más que un adiós. Vi caer su dolor por sus mejillas en forma de lágrimas.
Ánimo para el dolor en el ministerio
Ese tipo de pena y dolor viene con cualquier ministerio significativo, lo que significa que su pregunta es una buena, una importante:
¿Cómo sigues en el ministerio después de tanto dolor?
Gracias a Dios, la Biblia tiene muchas respuestas buenas. Y aunque Dios no responde todas las preguntas específicas que podamos tener, Él nos recuerda que este tipo de dolor y pérdida es parte de esta era y ninguno será en vano. Dios está haciendo más bien (en nosotros y en otros) de lo que pensamos y, al final del día, al final de la vida, Jesús valdrá la pena.
1. Jesús entiende tu dolor
Cuando luchamos con sentirnos traicionadas por una amiga o un miembro de la iglesia, recordemos que Jesús soportó la traición más grande. Él conoce el dolor que hemos soportado (y mucho más). El mismo discípulo a quien estaba invistiendo lo entregó a las autoridades con un beso. Incluso su seguidor y amigo más firme negó conocerlo tres veces. Cuando Jesús les pidió a sus discípulos mantenerse despiertos y acompañarlo en oración la noche previa a su crucifixión, ellos se quedaron dormidos. Y luego, por supuesto, las mismas personas a las que Él vino a ministrar gritaban que lo crucificaran.
Jesús es el Sumo Sacerdote que puede empatizar con nuestra debilidad (Heb 4:15). Cuando nosotras también enfrentamos rechazo, podemos alegrarnos al saber que estamos compartiendo los sufrimientos de Cristo (1P 4:13).
2. Dolor que produce esperanza
Los dolores y las pruebas que enfrentamos en nuestro ministerio no son en vano. Como escribe John Piper, Dios siempre está haciendo diez mil cosas (y más) de lo que podemos siquiera ver.
Una cosa importante que Dios está haciendo por medio de nuestros dolores y relaciones rotas es enseñarnos a perseverar. Seguimos acercándonos e invitando a otros a nuestras casas e iniciando amistades, porque nuestra esperanza está en la eternidad. Él está formando nuestro carácter y construyendo nuestra esperanza por medio del sufrimiento, a medida que Él vierte su amor en nuestros corazones por medio de su Espíritu Santo (Ro 5:3-5). Soportamos ser difamadas o maltratadas dentro de la iglesia, pues sabemos que podemos regocijarnos en nuestro sufrimiento. En este mundo, tendremos problemas, pero cobramos ánimo porque Cristo ha vencido al mundo (Jn 16:33). «Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada» (Ro 8:18).
3. El dolor te equipará para consolar a otros
Mientras mi esposo y yo atravesamos nuestras propias pruebas en nuestros veinte años de ministerio, Dios ha sido fiel en levantar más esposas de pastores experimentadas junto a mí para animarme con lo que ellas han aprendido. He experimentado de primera mano la verdad de 2 Corintios 1:3-4:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción, dándoles el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios.
Las esposas de pastores mayores tienen un oído que escucha, una fuente de esperanza y sabiduría llena del Evangelio, me apuntan a las verdades de la Escritura y oran por mí. Esas conversaciones han sido como agua para mi alma reseca.
Si estás en medio de las dificultades del ministerio, pídele a Dios que te dé una esposa de pastor experimentada para que te acompañe y busca maneras en las que puedas dar consuelo a una mujer que no está tan adelantada en el camino como tú lo estás. Una de las alegrías más importantes en el ministerio se encuentra en servir a otros que están sufriendo.
4. Sigue haciendo el bien, incluso ahora
Un versículo que me ha ministrado infinitas veces durante periodos oscuros es 1 Pedro 4:19: «así que los que sufren conforme a la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, haciendo el bien». Estas palabras son un precioso recordatorio de que el sufrimiento que soportamos en el ministerio es parte del buen plan de Dios para nosotros. No es sorpresa para Él ni algo inesperado en nuestro camino de servicio. Al contrario, a menudo es la herramienta misma que Dios usa para animarnos a depender de su gracia.
Mientras confiamos nuestras almas a nuestro Creador, sigamos haciendo el bien. Salimos de nuestra propensión al ensimismamiento y autocompasión, y nos enfocamos en satisfacer las necesidades de otros. En lugar de revolcarnos en el dolor persistente de lo que hemos perdido, podemos pedirle a Dios que nos ayude a ver quién más necesita una amiga, quién necesita una mano ayudadora o una palabra de ánimo. Podemos pedirle al Señor que nos muestre dónde podemos usar nuestros dones para satisfacer con alegría las necesidades de otros. A medida que quitamos nuestros ojos de nosotras mismas y los fijamos hacia arriba, inevitablemente encontraremos más alegría y paz por medio del Único que puede satisfacernos verdaderamente.
5. El Evangelio brilla más en el dolor
Nuestra reacción natural y pecaminosa cuando hemos sido heridas es revolcarnos en nuestro dolor o buscar venganza, pero Dios nos llama a algo mayor. Romanos 12:14-21 nos exhorta a bendecir a quienes nos persiguen: a no pagar a nadie mal por mal, sino, al contrario, mostrar amor radical a nuestros adversarios. «Pero si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber […]. No seas vencido por el mal, sino vence el mal con el bien» (Ro 12:20-21). La gracia de Dios nos capacita para pasar nuestros sentimientos naturales a fin de mostrar amor y gracia firme a nuestros ofensores. Estas situaciones, aunque son dolorosas, son en realidad profundas oportunidades para mostrar que somos discípulas de Cristo (Jn 12:35).
Como seguidoras de Cristo, se nos recuerda que el amor es paciente y bondadoso, no se irrita ni es resentido, que «el amor […] todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1Co 13:4-7). Cuando otros nos hieren, es fácil asumir lo peor de sus motivos. No obstante, el amor como el de Cristo nos llama a creer lo mejor. Nuestro amor debe ser sufrido y debe cargar con las ofensas de otros. Por muy duro que sea un desacuerdo, todas somos desafiadas a asumir que nuestros oponentes se sintieron obligados por sus propias convicciones diferentes (a menos, por supuesto, que tengamos obvia evidencia de su mala voluntad).
Un pastor mayor que atravesó una dolorosa división en la iglesia compartió esta desafiante perspectiva con mi esposo: «a pesar de todo el dolor en nuestra congregación, creo que aquellos que crearon controversia y luego se fueron estaban intentando actuar con su mejor intención para la iglesia». Qué manera más misericordiosa de ver las acciones y palabras que causaron esas heridas dolorosas.
Adicionalmente a asumir lo mejor de otros, también podemos pedirle a Dios que examine nuestros propios corazones (Sal 139:23-24). ¿Cómo podríamos haber contribuido al dolor que estamos experimentando? ¿Hemos abrigado amargura o resentimiento hacia otros? Y si descubrimos cualquier mal en nosotras (¡y a menudo lo haremos!), podemos regocijarnos en que Dios nos perdona libremente y nos cubre con la sangre de Cristo.
6. Cualquier dolor vale la pena por Jesús
Mi amiga dolida sabía que ella tenía que tomar una decisión: protegerse del dolor al retirarse y aislarse o confiar en Dios al seguir amando e invirtiendo en otros. Por la gracia de Dios, ella está escogiendo la segunda. La dificultad que enfrentó en el ministerio de la iglesia la impulsó a apoyarse en Jesús para tener fortaleza y continuar.
Cualquier sufrimiento que soportemos en esta tierra vale la pena por Jesús. Nuestras posesiones, reputación y significado terrenal palidecen en comparación al tesoro que tenemos en Él. Nuestro dolor en el ministerio puede dejarnos hastiadas y aisladas de otras, temiendo una próxima herida, o puede llevarnos a confiar en Cristo por la gracia y amor radicales que sólo Él puede dar.
Entonces, no te rindas. Por el gozo puesto delante de ti (Heb 12:2), persevera en medio de esta «aflicción leve y pasajera» en amor (2Co 4:17), en la fortaleza que Dios suple (1P 4:11), para la gloria eterna de Dios y para el bien eterno de la iglesia de Cristo.