Durante todo este mes, compartiremos contigo una serie de devocionales llamada Treintaiún días de pureza. Treintaiún días de reflexión sobre la pureza sexual y de oración en esta área. Cada día, compartiremos un pequeño pasaje de la Escritura, una reflexión sobre ella y una breve oración. Este es el día siete:
Huye, pues, de las pasiones juveniles y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que invocan al Señor con un corazón puro (2 Timoteo 2:22).
Estamos en guerra. Nuestros enemigos, el mundo, la carne y el diablo, siempre se oponen a nosotros. Una batalla constante arde dentro de nosotros, fuera de nosotros y a nuestro alrededor. Como hombres, hemos sido creados para ser valientes y audaces, para permanecer firmes y sin miedo en la batalla. A lo largo de todo el Nuevo Testamento se nos pide que permanezcamos, que permanezcamos fuertes en esta pelea. Y sin embargo, hay un área en el que se nos ordena huir: «huyan de las pasiones juveniles». Debemos huir de la lujuria, correr rápido y lejos del deseo y de la oportunidad de cometer pecado sexual. «¿Puede un hombre poner fuego en su seno sin que arda su ropa? ¿O puede caminar un hombre sobre carbones encendidos sin que se quemen sus pies?» (Pr 6:27-28). Por supuesto que no. Solo un tonto podría intentarlo.
Huye, mi hermano. Aprende cómo y cuándo correr y no te avergüences de hacerlo. No juegues con el pecado sexual; no lo tomes a la ligera. No te rías ni te burles de cada pecado por el cual Cristo murió. No te permitas ni la más mínima probada ni el más breve vislumbre de lo que Dios prohíbe. No hay vergüenza en huir, pero quizás sí conoces muy bien la vergüenza que hay en caer.
Padre, me dices que huya del pecado sexual. Me dices que «la inmoralidad, y toda impureza o avaricia, ni siquiera se mencionen entre ustedes, como corresponde a los santos» (Ef 5:3). Sin embargo, demasiadas veces he jugado con el pecado sexual, he decidido permitirme a mí mismo solo un vislumbro o solo una probada. Y luego, de alguna manera, me sorprendo cuando esa pequeña probada me lleva a una caída completa, a una glotonería total. No hay a nadie más a quien culpar que no sea a mí mismo, porque he escogido ignorar tu Palabra. Enséñame mi propia debilidad y muéstrame tu gran fortaleza. Cuando esté tentado, déjame huir hacia a ti y buscar refugio en ti, en tus promesas, en tu fortaleza.