Había judíos que moraban en Jerusalén, hombres piadosos, procedentes de todas las naciones bajo el cielo. Al ocurrir este estruendo, la multitud se juntó; y estaban desconcertados porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. (Hechos 2:5–6)
Al dividirse el habla humana en diferentes lenguas y dialectos en la torre de Babel (Génesis 11:1-9), las oportunidades de desacuerdo y conflictos entre los pueblos del mundo se exacerbaron notablemente. Pese a ello, el juicio efectuado por el Señor sobre la raza humana hace ya tanto tiempo no fue su última palabra para el hombre. Hoy observaremos un pasaje del Nuevo Testamento que tiene mucho que decir sobre Babel.
Desde el comienzo, Dios ha tenido el propósito de unir a las personas de todos los lugares en un pueblo que proclame su gloria. En Adán y Noé, a todos se les ordenó ejercer un dominio sabio para la gloria divina (Gn 1:28; 9:7). Sin embargo, nos unimos contra nuestro Creador en Babel, y así, Él confundió nuestro idioma llevándonos a llenar la tierra tal como lo ordenó aunque obstaculizando nuestra capacidad de unirnos como un grupo de rebeldes (11:1-9).
Al principio, el Señor actuó principalmente dentro de las limitaciones que Él impuso, llamando a una tribu y lengua —el pueblo de Israel— a ser testigo de Él ante las naciones (Éx 34:10; Dt 4:1-8; 26:18-19; Jos 4:19-24). Bajo el antiguo pacto, la alabanza a Dios estuvo limitada principalmente a un pueblo, pero nuestro Padre aún deseaba hacerse conocido ante todos los hombres. No obstante, con pocas excepciones, Israel falló en el cumplimiento de su deber, y de este modo los profetas dirigieron la mirada al día en que el Señor uniría a personas de todas las naciones para alabarle (ver Is 60; Zac 14:16). El derramamiento del Espíritu en Pentecostés dio inicio a este día esperado.
En Pentecostés, que era la fiesta de las primicias de la cosecha, la iglesia recibió las primicias de la redención cósmica cuando el Espíritu Santo fue derramado de la misma manera sobre toda carne (Hch 2:1-4). El milagro de las lenguas, donde cada uno oyó el evangelio en su propio idioma (vv. 5-11), evidenció que Dios estaba derribando la división cultural y étnica impuesta en Babel, revelando que el verdadero Israel no se define de acuerdo a una lengua o a una cultura sino por la fe común en el Mesías.
Las diferencias lingüísticas y culturales permanecen, pero el poder del Espíritu nos capacita para atravesarlas por causa del Evangelio. La inversión de Babel ha comenzado a medida que los elegidos de cada nación se reúnen ante el trono del Señor para adorarle (Ap 7:9-12).
De cara a Dios
La diversidad idiomática y cultural, unida a nuestra terquedad, a menudo entorpece el llamado a la unión en Cristo. Sin embargo, un día dará paso a un solo cuerpo que alabará a Dios en una gloria multifacética. ¿Qué estás haciendo hoy para que esto se convierta en realidad? Entabla amistad con alguna persona de un trasfondo étnico diferente para que puedas entender mejor su cultura. Si no es creyente, procura compartir el evangelio con ella, porque puede tratarse de alguien que estará entre quienes se reunirán delante del Señor.
Para seguir meditando:
Daniel 7:13-14 • Amós 9:11-12 • Hechos 10-11 • Colosenses 2:16-17