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#Bendecidos: no según las redes sociales
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#Bendecidos: no según las redes sociales

Después de resistir las exigentes tentaciones de las redes sociales por algún tiempo, finalmente sucumbí y me uní a Facebook. Desde entonces, ha sido interesante ver las innovaciones que se han hecho, entre ellas la introducción de los «sentimientos». Los usuarios de Facebook ahora pueden registrar sentirse felices, tristes, dichosos, emocionados, agotados o, quizás el más popular, bendecidos. En Facebook, ser bendecido parece significar disfrutar de la compañía de amigos o de la familia, o estar en un lugar pintoresco con el sol brillando. Es mucho menos probable que alguien considere que se siente bendecido si está en el mismo lugar de siempre, con la misma compañía, ¡bajo una lluvia torrencial! Sin embargo, la bendición es algo más perdurable y sólido que un par de horas soleadas que se van rápidamente. ¿Aún somos bendecidos cuando el sol no está brillando? ¿O cuando parece que el sol no ha brillado en las circunstancias de nuestra vida por algún tiempo? Como escribe el compositor Matt Redman:
Bendito seas Tú, cuando el sol brilla sobre mí. Cuando todo me sale bien, te bendeciré.
Pero también:
Bendito seas Tú, cuando tenga que padecer. Cuando duela obedecer, te bendeciré.
¿Y qué pasa en estos extraños días de pandemia de la COVID-19 cuando el sol bien podría estar brillando, pero los viajes están restringidos, estamos separados de nuestros amigos y familia y el número nacional de víctimas aumenta diariamente? ¿Aún ahora somos bendecidos? En la Biblia [en inglés], la palabra «bendecido» aparece 291 veces (en la versión ESV). Las apariciones más frecuentes están en los Salmos y en Génesis. En Génesis 11, se nos presenta a los ancianos y sin hijos: Abram y Sarai (aparentemente candidatos poco probables para recibir bendición). Sin embargo, en Génesis 12 (uno de los capítulos más importantes de toda la Biblia), Dios declara cuán bendecidos son:
Y el Señor dijo a Abram: «Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que Yo te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré. En ti serán benditas todas las familias de la tierra». Entonces Abram se fue tal como el Señor le había dicho [...] (Gn 12:1-4).
En este punto, los sentimientos de Abram debieron haber estado en las nubes; después de todo, Dios no da promesas épicas como estas todos los días. Sin embargo, lo que Dios le dice a Abram es mucho más sólido que un sentimiento pasajero. El estatus de Abram había cambiado de no bendecido a bendecido. Dios llamó a Abram desde donde había estado y le hizo promesas que cambiarían su vida y su legado completamente; nada volvería a ser lo mismo otra vez. Dios incluso cambia el nombre de Abram, padre enaltecido, a Abraham, padre de multitudes. Aunque las promesas de Dios a Abraham son reales y sólidas, parecen ser muy improbables en su situación actual. A Abraham se le promete una tierra, habiéndosele pedido que dejara su tierra natal. A Abraham se le promete ser el padre de una gran nación, pero no tiene hijos. Se le promete que su nombre será engrandecido y, lo más importante de todo, que:
[...] En ti serán benditas todas las familias de la tierra (Gn 12:3).
No obstante, ser bendito no significa que la vida automáticamente estará libre de problemas. Al final de ese mismo capítulo, la hambruna aflige la nueva tierra de Abraham. Abraham reacciona fallando en confiar en Dios y huye a Egipto, donde deslealmente engaña al rey y pone en peligro a su esposa. Sin embargo, su estatus ante Dios permanece igual, y a través de pruebas adicionales, la fe de Abraham crece, tanto que cuando se encuentra con otro rey, Melquisedec (Gn 14), la bendición de Dios es reconocida. Cuando Abraham muere, Dios bendice a su hijo Isaac (Gn 25:11; 26:4; 26:12), reiterando las promesas de Génesis 12. Aquí está entonces el corazón del Evangelio. Ser bendecido es estar en una relación con el Dios que nos hizo y nos sostiene. Así como Dios llamó a Abraham, nosotros también somos llamados desde el lugar donde habíamos estado:
[Él] llama a sus ovejas por nombre y las conduce afuera [...] y las ovejas lo siguen porque conocen su voz (Jn 10:3-4).
Somos transformados de no bendecidos a bendecidos, o más explícitamente, de malditos a bendecidos (Nm 22:6; 24:9). Esta transformación es solo posible porque el Buen Pastor, que «da su vida por las ovejas» (Jn 10:11), ha quitado las consecuencias de la maldición. Y al dar su vida por nosotros y tomar sobre sí mismo el pecado que destruyó nuestra relación con Dios (Gn 3), la barrera para la bendición es quitada. Jesús mismo dice: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Jn 10:10). ¡Esto es mucho más que un sentimiento! Si volvemos a la analogía de las redes sociales, podemos ver que «bendecido» no debe estar disponible en Facebook como un «sentimiento» momentáneo, sino que como un estado inalterable. La bendición bíblica es abundante y perdurable. Debemos entender que Dios es el Dador generoso de bendiciones; no está en nosotros decidir si es que somos bendecidos o cuándo somos bendecidos. Hay momentos cuando nos sentimos bendecidos y hay momentos en los que no, pero ya sea en gozo o tristeza, nuestro estatus sigue igual y Dios debe ser alabado.
Este recurso fue publicado originalmente en Morning by Morning.
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Cómo vivir una verdadera vida #bendecida
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Cómo vivir una verdadera vida #bendecida

A lo largo de la historia de Abraham (Gn 12:1-4), vemos la belleza del llamado que Dios nos hace como personas por nombre (Jn 10:3). Esto cambia nuestro estatus de no bendecidos a bendecidos. Ser llamados por nombre nos da un nivel especial de intimidad. Recordamos la escena de una angustiada María Magdalena sollozando afuera de la tumba de su Maestro. Cuando el Cristo resucitado se le aparece, ella lo confunde con un cuidador del huerto, hasta que Él la llama por su nombre, y entonces ella se desborda de gozo (Jn 20:16). En estos inciertos días de la pandemia de la COVID-19 con tristezas nacionales y personales, con presión mental y restricciones físicas, podemos encontrar consuelo en la seguridad de un Salvador que nos conoce por nombre. Ser bendecidos es disfrutar de esa relación con Dios por medio del sacrificio de su Hijo. Y Dios no se detiene ahí, Él también nos pone en relaciones con otros creyentes. Aunque muchos de nosotros estamos impedidos de reunirnos en el Día del Señor como normalmente lo hacíamos, ahora es un buen tiempo para aferrarnos a la promesa que dice: «Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18:20). También podemos regocijarnos en la tecnología que permite expresiones virtuales de la iglesia, mientras esperamos el día en el que podremos reunirnos una vez más. Mientras tanto, necesitamos continuar viviendo como el pueblo bendecido de Dios. Como hijos de Dios somos llamados a vivir distintivamente. El propósito de la Ley dada a Moisés era moldear al pueblo de Dios para que fuera una nación intrínsecamente diferente a las naciones adoradoras de ídolos que lo rodeaban. Debían vivir de una manera que reflejara el carácter de Dios, que ejemplificara la santidad de Dios y que apreciara la justicia y la liberación que ellos habían recibido:
La justicia, y solo la justicia buscarás, para que vivas y poseas la tierra que el Señor tu Dios te da (Dt 16:20).
Vivir de manera diferente significa ser inconfundible en adoración (Ex 20:3-11), mostrando respeto los unos por los otros (Ex 20:12-17), considerando a los extranjeros que viven entre ellos (Lv 19:34), cuidando de los pobres (Lv 19:9-10) y siendo dignos guardianes de la tierra que Dios les ha dado (Ex 23:11). El pueblo de Dios viviendo a la manera de Dios.
Solamente sé fuerte y muy valiente; cuídate de cumplir toda la ley que Moisés mi siervo te mandó; no te desvíes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que tengas éxito dondequiera que vaya (Jos 1:7).
Y esas características distintivas deben aplicarse al pueblo de Dios de cualquier edad. Nosotros también somos llamados a vivir vidas santas, como nos animan Pablo y Pedro a hacer:
[...] presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto racional de ustedes. Y no se adapten a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios [...] (Ro 12:1b-2). [...] ¡Qué clase de personas no deben ser ustedes en santa conducta y en piedad (2P 3:11). 
Además de vivir distintivamente, también debemos vivir enraizados en la Palabra de Dios, tanto individual como comunitariamente. La palabra «bendecido» se usa más frecuentemente en el libro de los Salmos donde se repiten dos frases: «Cuán bienaventurado es aquel [hombre] [...]» (Sal 64:5) y «Cuán bienaventurados son los que [...]» (Sal 84:4); ambas frases son usadas para describir a aquellos que encuentran deleite en la Palabra del Señor:
¡Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los impíos, [...] sino que en la ley del Señor está su deleite, y en su ley medita de día y de noche! (Sal 1:1-2). ¡Cuán bienaventurados son los de camino perfecto, los que andan en la ley del Señor! ¡Cuán bienaventurados son los que guardan sus testimonios, y con todo el corazón lo buscan! (Sal 119:1-2).
Hace un par de años, visité un emplazamiento de un fuerte romano mientras se realizaba una excavación arqueológica. Uno de los voluntarios sacó un artefacto desde la tierra; encantado por su descubrimiento, lo sostuvo en alto, antes de que nos lo trajera para que pudiéramos verlo. Él se había tomado el tiempo de extraer cuidadosamente un tesoro escondido por 2 000 años. De manera similar, la Biblia también es una fuente de tesoros esperando ser descubierta cuando nos tomamos el tiempo para hacerlo. Como pueblo de Dios, somos aún más bendecidos por el acceso que tenemos al trono de la gracia por medio de la oración. Cuando Jesús murió, la cortina que separaba el lugar santísimo dentro del templo, fue rasgada en dos de arriba hacia abajo. El lugar más santo de todos, que simbolizaba la presencia de Dios entre su pueblo, y al que originalmente solo podía ingresar el sumo sacerdote una vez al año, ahora había sido abierto para todos. Y por tanto, ahora, como nos anima el escritor de Hebreos:
Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna (Heb 4:16).
Cuando enseñaba a niños, tenía una sala de clases con una puerta externa. Al final de cada día, cuando veía al padre de un niño, le decía al niño que se fuera a casa. Era un gozo ver a esos padres agachándose al nivel del niño y abriendo sus brazos para que el niño corriera a ellos. Nuestro Padre celestial de igual forma espera para recibirnos a medida que corremos a Él en oración. Lucas concluye su Evangelio al relatar cómo los temerosos discípulos estaban encerrados cuando el Cristo resucitado apareció: «[...] alzando sus manos los bendijo». La bendición que había estado sobre el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, ahora Él la extendía sobre el pueblo de Dios del Nuevo Pacto, la Iglesia. Como Lucas continúa relatando la historia en el libro de Hechos (Hch 2:4), los discípulos recibieron el poder del Espíritu Santo para proclamar la buena noticia del Cristo resucitado. Por medio de Cristo, la bendición de una relación restaurada con Dios se extiende a todas las naciones. Incluso en estos días de ansiedad, podemos continuar conociendo la preciosidad de la bendición de Dios sobre nosotros. Animémonos unos a otros para vivir vidas distintivas y llenas de adoración, en comunión con Dios en oración, enriquecidos por su Palabra y llenos del poder de su Espíritu que mora en nosotros.
Este recurso fue publicado originalmente en Morning by Morning.
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#Bendecidos en tiempos sin precedentes

Estamos viviendo días de enorme conmoción en medio de una pandemia mundial. Las palabras a menudo usadas son «sin precedentes» e incluso ellas quedan cortas para expresar todo lo que está sucediendo. A medida que nos separamos de la familia y de los amigos, que se nos impide reunirnos como el pueblo del Señor, que experimentamos quizás una ruina económica o una enfermedad mental o física, que vemos aumentar los números de víctimas y tal vez la pérdida de seres queridos, podemos ser tentados a desesperarnos. Como el salmista, podríamos estar clamando:
Mi alma también está muy angustiada; y Tú, oh Señor, ¿hasta cuándo? (Sal 6:3).
Estos son días difíciles, días largos, con continuos rumores de restricciones que continuarán por meses:
Y Tú, oh Señor, ¿hasta cuándo?
En medio de esta extrema incertidumbre, podemos, como pueblo bendecido de Dios, poner nuestra confianza en Aquel que conoce el fin desde el principio. Eclesiastés 3:11-12 lo dice de la siguiente manera:
Él ha hecho todo apropiado a su tiempo. También ha puesto la eternidad en sus corazones, sin embargo el hombre no descubre la obra que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin. Sé que no hay nada mejor para ellos que regocijarse y hacer el bien en su vida.
Somos llamados a vivir con la eternidad en nuestros corazones, confiando en la soberanía de Dios. Nuestra salvación no se encuentra en nuestros ingresos, en nuestra educación, en nuestra salud ni siquiera en nuestra libertad. Como pueblo bendecido de Dios, nuestro destino eterno ha sido asegurado por la obra completa de Cristo. Estamos destinados al cielo y Jesús se ha adelantado para prepararnos un lugar a nosotros:
En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, se lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para ustedes (Jn 14:2).
No obstante, aunque nuestro destino eterno es seguro, aún vivimos con las consecuencias del pecado alrededor de nosotros, muy conscientes del «ahora, pero todavía no» de nuestra salvación. Esto a menudo puede llevar a que nos sintamos abrumados por las circunstancias de la vida y particularmente durante estos días «sin precedentes». Si bien, la Biblia habla sobre la esperanza futura, también habla a nuestra situación actual de dos maneras. En primer lugar, debemos recordar. Mientras los israelitas entraban a la Tierra Prometida, se les dijo que tomaran doce piedras y las usaran para construir un monumento por la forma en que Dios los liberó de las aguas del Río Jordán, para que así:
[...] Cuando sus hijos pregunten: «¿Qué significan estas piedras para ustedes?», entonces les responderán: «Es que las aguas del Jordán quedaron cortadas delante del arca del pacto del Señor. Cuando esta pasó el Jordán, las aguas del Jordán quedaron cortadas». Así que estas piedras servirán como recuerdo a los israelitas para siempre (Jos 4:6-7).
Este recordatorio activo es transmitido al Nuevo Testamento. Mientras Cristo compartía su última cena con los discípulos, Él instauró la cena recordatoria que celebramos como comunión:
Y tomando el pan, después de haber dado gracias, lo partió, y les dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo que por ustedes es dado; hagan esto en memoria de mí» (Lc 22:19).
Y Pablo agrega:
Porque todas las veces que coman este pan y beban esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que Él venga (1Co 11:26).
La Cena del Señor es un banquete recordatorio por un tiempo limitado; cuando el Novio regrese, ya no será necesario recordar. Recordar la muerte de Cristo por nuestra salvación debe provocar que nosotros también recordemos cuando Cristo nos llamó por primera vez por nuestro nombre, cuando nuestro estatus cambio de no bendecido a bendecido. Este es nuestro testimonio personal de la gracia de Dios. Yo tenía diez años; estaba recostada en mi cama un domingo por la tarde cuando pude ser plenamente consciente de mi lugar ante Dios. Sabía que si moría esa noche, mi crianza cristiana y mi corta edad no eran suficientes para salvarme. Solo la aceptación de lo que Cristo había hecho por mí podría liberarme de las consecuencias de mi pecado, para que así un día pueda ser presentada intachable ante Dios en el cielo. En tiempos en los que podría luchar con la seguridad, puedo mirar atrás a esa noche y a numerosos otros ejemplos de la fidelidad de Dios como monumentos personales de lo que Dios ha hecho por mí. En segundo lugar, además de recordar, Dios le habla a nuestras circunstancias actuales por medio de la provisión a nuestras necesidades diarias. Mientras el pueblo de Israel vagaba en el desierto por cuarenta años, ellos tenían la esperanza de una Tierra Prometida. Ellos conocían la realidad de la liberación pasada, pero también conocían el consuelo de la provisión diaria por medio del regalo del maná y de las codornices. Los judíos no debían dudar de la fidelidad de Dios al acumular el maná y las codornices: para cada día se daba provisión. Jesús toca este tema en el Padre Nuestro: «Danos hoy el pan nuestro de cada día». Las misericordias de Dios son nuevas cada mañana (Lam 3:22-23). Cuando vayamos a acostarnos en la noche, podemos agradecerle porque Él nos ha sostenido ese día y porque por su fidelidad, podemos confiar en Él al siguiente día, y al siguiente, y al siguiente, incluso en una pandemia. Como pueblo de Dios, tenemos una sensación de vivir en tres zonas horarias: vivimos con un futuro eterno en nuestros corazones, con las bendiciones de la liberación pasada y con el sustento de la provisión presente. La bendición de Dios está sobre nosotros ahora y para siempre, no importa nuestra circunstancia personal o mundial. Y por eso, parece apropiado terminar con estas benditas palabras:
El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; el Señor alce sobre ti su rostro, y te dé paz (Nm 6:24).
Este recurso fue publicado originalmente en Morning by Morning.