En la primera parte, vimos lo que significa tener un corazón por nuestros hogares, lo que la Biblia tiene que decir al respecto y cómo usar nuestra influencia allí para el bien de otros y para la gloria de Dios. Hoy quisiera que consideráramos el valor eterno de la hospitalidad.
No se olviden de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles (Heb 13:2).
Sean hospitalarios los unos para con los otros, sin murmuraciones (1P 4:9).
Nuestra influencia en casa debe ser primeramente con aquellos que viven ahí, pero no termina allí. Nuestros hogares pueden ser uno de los lugares más efectivos para el ministerio del avance del Evangelio si los usamos estratégicamente. ¿Cómo? A través de la hospitalidad.
Por medio de la hospitalidad, Rahab ayudó a los israelitas a ingresar a la Tierra Prometida (Jos 2). A través de la hospitalidad, la mujer sunamita enriqueció el ministerio de Eliseo (1R 4). Por medio de la hospitalidad, Ester expuso la malvada conspiración de Amán (Est 4). A través de la hospitalidad, Jesús fue recibido en casas para enseñar y ministrar.
Definamos hospitalidad
Hospitalidad, en griego, literalmente significa amar a extraños. Esto quiere decir que aprovechamos nuestros hogares para recibir y cuidar de otros que normalmente no viven ahí. El enfoque de la hospitalidad son las personas. No tiene que ver con cuán limpia o grande esté o sea tu casa, cuán buena sea la comida o cuáles sean los planes. Al contrario, se trata de que aquellos que son recibidos se sientan amados, cuidados y ministrados. Preocuparse demasiado por la comida y el ambiente en realidad puede evitar que te preocupes por las personas a las que intentas recibir.
Sé que existen ciertas personas que se sienten más cómodas en mi casa cuando está ordenada y todo está recogido. Y hay otros que se sienten en casa cuando los he recibido «tal y como está», con juguetes dispersados, platos sucios y todo. Hazte la pregunta: ¿qué permitirá que, quien sea que venga, se sienta más confortado, más bienvenido y más cuidado?
La hospitalidad como evangelismo
La hospitalidad puede ser una gran ventaja al ministrar y fortalecer a otros creyentes. La iglesia primitiva «[partía] el pan en los hogares, comían juntos con alegría y sencillez de corazón» (Hch 4:46). No obstante, la hospitalidad también puede ser un camino para evangelizar a los perdidos. ¿Qué mejor manera de amar a vecinos, a colegas, a amigos o a la familia que recibirlos en tu hogar, confortándolos y compartiendo sobre la maravillosa hospitalidad de Dios que recibe a pecadores en su familia por medio de Jesús?
Demasiadas de nosotras pasamos la mayoría de nuestro tiempo con otros cristianos. Sin embargo, Jesús nos dijo que debemos ser sal y luz del mundo. Una de las maneras más fáciles y más naturales de ser sal y luz es empezar a conocer a nuestros vecinos. Deja espacio en tu agenda para pasar tiempo con ellos. Comienza a construir amistades con ellos, invítalos a cenar, a ver un partido, a que sus hijos se junten a jugar con los tuyos. Sé esa persona a la que tus vecinos puedan llamar cuando necesiten una taza de azúcar y cuando la vida se esté desmoronando. Invita a quienes no conocen a Jesús a tu casa y permíteles ver cómo es el Reino de Dios: una familia de pecadores con un gran Redentor, que se perdonan y dan gracia mutuamente, y encuentran gozo en las cosas eternas. Usa tu hogar para despertar su apetito por el Reino.
Primeros pasos prácticos
A continuación, comparto un par de simples pasos para usar tu hogar estratégicamente para el Reino de Dios.
En primer lugar, crea un espacio en tu vida para tiempos de hospitalidad. No llenes cada centímetro de tu día con actividades, sino que, en lugar de ello, deja márgenes en tu agenda para recibir personas y estar disponible para tus vecinos. Un paso simple es apartar un tiempo regular cada semana para recibir a otros. Quizás no llenes ese espacio cada semana, pero tenlo disponible para invitar a un vecino o a una amiga. Pedirle a Dios que te muestre a quién puedes invitar es un buen comienzo.
En segundo lugar, mantén un par de cosas básicas a mano para invitaciones espontáneas o de último minuto. Algo simple: como frutos secos o palomitas de maíz, té y café. También es útil tener a mano comidas congeladas, ya sean hechas en casa o compradas, para una reunión de último minuto. Quizás tienes una receta favorita que solo requiere comida enlatada y congelada que puedes tener a mano todo el tiempo.
Por último, y lo más importante, mantente en oración y alerta. Observa a quienes te rodean (quizás colegas o vecinos) a lo largo de tu día y pídele ayuda a Dios para que suavicen sus corazones, para que Él les dé un corazón dispuesto a decir que sí cuando los invites. La mayoría de las personas, incluso si no los conoces bien, se sienten honrados al ser invitados a tu casa a comer y normalmente responden ansiosos que sí. Así que, ¡no dudes! Invita a alguien a tu casa hoy.
¡Sé creativa! Utiliza los matices de tu hogar y la vida familiar para recibir a extraños en tu vida y minístralos. Que otros digan de nosotros lo que Pablo dijo que anhelaba en Romanos 15:32: «Y para que con gozo llegue a ustedes por la voluntad de Dios, y encuentre confortante reposo con ustedes».
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