En el principio, Dios creó a la mujer como una ayuda, un soporte, una asesora (Gn 2:18, 22). Aunque nuestra cultura se burle de tal rol en la sociedad, hay un gran y verdadero honor en él. A la única otra persona que se le da el título de ayuda en el Antiguo Testamento es a Dios. La palabra hebrea para ayuda es ezer. Aquí hay algunos pasajes que describen a Dios como un ezer:
«Levantaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi ayuda? Mi ayuda viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra» (Sal 121:1-2).
«Nuestra alma espera al Señor; Él es nuestra ayuda y nuestro escudo» (Sal 33:20).
«Pero yo estoy afligido y necesitado; oh Dios, ven pronto a mí. Tú eres mi ayuda y mi libertador; Señor, no te tardes» (Sal 70:5).
Cuando decimos que Dios es nuestra ayuda, nuestro ezer, lo exaltamos: nuestro escudo, nuestro libertador. ¿Acaso Dios es inferior a nosotros porque es nuestra ayuda? ¡No! Al contrario, Dios es elevado cuando admitimos la necesidad de su ayuda, porque no podemos en nuestras propias fuerzas. Por lo tanto, ¿por qué nosotras, como mujeres, deberíamos sentirnos inferiores al ser creadas para ayudar? ¿Por qué si entendemos que los hombres no pueden solos, que necesitan nuestra ayuda para cumplir su rol dado por Dios? No somos más inferiores que los hombres porque fuimos creadas para ayudar, así como Dios no es inferior a nosotras cuando Él es nuestra ayuda. Como Dios es una ayuda para su pueblo, así la mujer fue creada para ser una ayuda para el hombre.
Ser ayudante conlleva una característica única: la capacidad innata de influir en otros. Influir es «la capacidad o poder de ser una fuerza convincente o que produce efectos en las acciones, el comportamiento y las opiniones de otros». Es algo poderoso que Dios le confió a nuestro género.
Lamentablemente, nuestra capacidad de influir ha sido manchada por el pecado. La influencia que tenía el propósito de ayudar ha transformado a las mujeres en expertas manipuladoras, que solo influyen para su propio beneficio egoísta, dañando a otros. Una frase de Mi gran boda griega resume esto de buena manera: «el hombre podría ser la cabeza del hogar, pero la mujer es el cuello. Y ella puede girar la cabeza en la dirección que quiera». La mayoría de nosotras, sabemos que eso es cierto. Las mujeres, por medio de sutilezas, de matices, de emociones y de un hábil manejo del tiempo, normalmente pueden obtener lo que quieren, en especial de los hombres.
Sin embargo, la manipulación es una perversión de nuestro diseño. Sí, nuestro propósito era acompañar a otros y ser una fuerza convincente en sus acciones, comportamientos y pensamientos. No para nuestro beneficio egoísta, sino que para el bien de ellos y para la gloria de Dios. Somos llamadas a influir en otros para la gloria de Dios.
Mujeres influyentes en la Biblia
Si miras la Biblia, encontrarás a muchas mujeres influyentes. Muchas ejercen esta influencia de maneras pecaminosas, egoístas y manipuladoras (piensa en Dalila, Jezabel y Herodías). No obstante, cuando fue usada para la gloria de Dios, la fuerte influencia de una mujer salvó a una nación completa (piensa en Ester).
Por lo tanto, ¿cómo se ve ser una fuerza convincente sobre las acciones, el comportamiento y los pensamientos de otros para la gloria de Dios? Veamos a dos mujeres de la Biblia que modelan esto para nosotras de manera hermosa: Abigail y Ester. Si no estás familiarizada con estas historias, te animo a que te tomes un tiempo para leer 1 Samuel 25 y el libro de Ester. A continuación, intentaré resumir sus historias.
Abigail: 1 Samuel 25
Abigail era inteligente, criteriosa y hermosa, pero estaba casada con un hombre malvado, necio y rico llamado Nabal (v. 2, 3, 25, 33).
Describamos el escenario: David había sido ungido como el próximo rey de Israel, pero Saúl aún estaba vivo y estaba buscando matar a David debido a sus celos. Por esta razón, David vive una vida de fugitivo junto a algunos hombres fieles mientras evita la ira de Saúl. Durante su tiempo en el desierto, conoce a los pastores de Nabal y los protege. Después de descubrir que Nabal estaba trasquilando sus ovejas (un tiempo de celebración y festín), envía a sus hombres para pedirle un favor de vuelta: principalmente, alimentos y provisiones. Nabal, al ser el necio arrogante que era, responde con desprecio y falta de respeto: «¿quién es David?». Al escuchar eso, un ofendido David toma su espada y junto a 400 de sus hombres atacan a Nabal y a toda su familia (claramente, una reacción exagerada).
Entra Abigail, la heroína de la historia. Piensa por un momento cómo se podría haber sentido cuando uno de los pastores de Nabal le informa la situación. Cuatrocientos hombres vienen a hacerle la guerra a su familia. Aquellos que amas: hijos, sirvientes, familiares, todos a punto de ser asesinados. No solo eso, David, el ungido de Dios, también había tomado una decisión necia que muy probablemente podría poner en peligro su futuro reinado como rey. ¿Qué harías tú? ¿Llevarte a tus seres queridos y correr a esconderte? Si Nabal muere, no tendrías que seguir casada con este necio.
Sin embargo, no es así cómo responde Abigail. Al contrario, ella se echa la culpa para que la vida de su marido sea perdonada, aun cuando él es el necio; no corre a esconderse, sino que se avalanza hacia los cuatrocientos hombres listos para la batalla con valentía. Ella prepara doscientos panes, dos jarras de vino, cinco ovejas preparadas, cinco medidas de grano, cinco racimos de pasas, doscientas tortas de higo (¡ese es un festín!). Ella carga todo esto sobre burros y los envía con algunos jóvenes hacia David. Abigail misma se sube a un burro y se dirige a él por un camino oculto.
Noten su táctica cuando llama a David. Ella se humilla y lo honra como el ungido de Dios y se inclina ante él. Ella inmediatamente se echa la culpa y ruega gracia para su necio marido, pidiéndole a David que olvide sus actos. Entonces, ella recurre a la posición de David como el futuro rey de Israel, recordándole que él no querrá esta mancha en su expediente (v. 30-31). Ella le recuerda a David que no le corresponde a él vengarse, sino que es el Señor quien lo defiende. Para rematar, ella le ofreció la comida que le preparó a él y a sus hombres como un regalo, que fue lo que David originalmente le pidió a Nabal.
Abigail usó tiempo, formas sutiles de ánimo y razonamiento, humildad y sus propios recursos para prevenir la guerra. Ella llevó con éxito los ojos de David de vuelta al Señor: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que te envió hoy a encontrarme». Ella salvó a su familia: «Si tú no hubieras venido pronto a encontrarme […], no le habría quedado a Nabal ningún varón».
Pensarías que después de tan cansador y emocionante día, ella podría haber regresado a casa para encontrarse con un esposo agradecido, ya que él la puso en peligro en primer lugar. No obstante, Nabal había estado de fiesta y estaba borracho. Abigail podría haber traicionado a Nabal y haber permitido que David lo asesinara, pero lo salvó sin mucha recompensa para ella.
¡Qué hermosa imagen de influencia desinteresada! Abigail fue una fuerza convincente sobre las acciones y pensamientos de un hombre poderoso y benefició a casi todos los que la rodeaban, menos a ella. Vale la pena notar que este tipo de desinteresada influencia solo es posible cuando Dios es tu más grande tesoro y tu mayor bien.
Ester: el libro de Ester
Un hombre llamado Mardoqueo fue sacado de Israel cuando los judíos fueron exiliados por el rey Nabucodonosor (esta historia se encuentra en 2 Reyes 24). Mardoqueo estaba criando a su prima menor, Ester, puesto que era huérfana. Vivían en la ciudadela de Susa, bajo el reinado del rey Asuero. Después de que la esposa del rey de ese entonces le faltara el respeto públicamente, él le quita el título de reina y comienza a buscar una nueva reina. Ester entra en la carrera con todas las otras jóvenes vírgenes de la tierra para ser consideradas para el puesto de reina. Ella gana el favor del rey y ¡se convierte en la nueva reina de Persia! Por instrucción de Mardoqueo, a lo largo de todo el proceso, ella no revela que es judía.
Mientras Ester es coronada, el conflicto se avecina. Amán, la mano derecha del rey, odia a Mardoqueo y conspira maneras para acabar con él. Su plan: persuadir al rey para que emita un decreto con el fin de exterminar de la tierra a todos los judíos. El rey, inconsciente de que su reina era judía, firma este plan y el decreto es publicado. Mientras los judíos se enteran de su inminente muerte, Mardoqueo se acerca a Ester, le pide que vaya ante el rey y le suplique por el pueblo judío para que los libere de la muerte.
Aquí es donde se encuentra el dilema de Ester: si ella se acerca al rey sin haber sido llamada, pone en riesgo su vida, puesto que cualquiera que se acercara al rey sin ser llamado era condenado a muerte, a menos que el rey los liberara al extenderles su cetro de oro.
Ester, movida a la acción por la petición de su primo, le pide a su pueblo que ayune por ella y decide acercarse al rey sabiendo muy bien que podría perder su vida. Ella concluye: «si perezco, perezco».
Afortunadamente, las oraciones de su pueblo fueron respondidas y ¡el rey mostró misericordia con ella cuando se acercó a él! Cuando él le pregunta cuál es su petición, Ester pide al rey Asuero y a Amán que vayan a un banquete con ella. Ellos aceptan y en el banquete el rey vuelve a preguntarle: «¿cuál es tu petición, Ester?». Ella le pide al rey y a Amán que vayan con ella a otro banquete. En este segundo banquete Ester finalmente le dice al rey cuál era el propósito de su acercamiento. Ella da a conocer que su propia vida y la de su pueblo están en peligro de aniquilación. Cuando el rey pregunta quién es el responsable de eso, ella responde: «¡El adversario y el enemigo es este malvado Amán!» (7:6).
El rey le cree a su reina y ordena que maten a Amán. ¡El rey exalta a Mardoqueo, lo pone en la posición de Amán y libera a todos los judíos!
Características de una influencia piadosa
Por lo tanto, ahora que hemos recordado la historia de estas dos mujeres, discutamos las cosas en común que vemos en ellas. A continuación, muestro cuatro características de la influencia piadosa que vemos en la vida de Abigail y de Ester.
Sumisas a la autoridad
Tanto Abigail como Ester son radicalmente sumisas a las autoridades a las que estaban sujetas. Aunque el esposo de Abigail era un necio, ella aun así le mostró gran honor en cada oportunidad. Aunque ella podría haberlo traicionado, suplica misericordia para él y se echa la culpa de sus necios errores. Incluso después de haber recorrido grandes distancias para liberar a su familia y lo encuentra en casa borracho, ella no interrumpe su fiesta para contarle lo que había pasado. Honor radical a una autoridad necia (1S 25:24-28, 36).
De la misma manera, Ester continúa sometiéndose a Mardoqueo (su figura paterna), incluso después de haber sido coronada reina. Técnicamente, como reina, ella podría haberle dicho qué hacer, pero en lugar de ello, lo escucha y hace lo que él le sugiere (Est 2:10, 20; 4:9-16).
Sacrificiales
Ester arriesga su propia vida en pos de su pueblo. Es muy probable que incluso si el decreto hubiese sido ejecutado, el rey le hubiese perdonado su vida. Sin embargo, en lugar de descansar en su propia esperanza de comodidad, ella se enfrenta a la muerte con valentía (Est 4:13-17).
Abigail también arriesga su vida al acercarse a esos cuatrocientos hombres armados, en lugar de solo tomar a sus hijos y huir. No solo eso, ella se echa la culpa por las necias decisiones de su esposo, ella nuevamente se sitúa en el camino del peligro. Las acciones de Abigail también son económicamente sacrificiales. ¡La cantidad de comida que prepara para David debió haberle costado mucho dinero! (1S 25:18, 20-22).
Estratégicas
Ambas mujeres muestran gran estrategia en la manera en la que se acercan a estos poderosos hombres. En el caso de Ester, ella escoge honrar y servir al rey por medio de dos banquetes antes de hacer su petición. No solo eso, ella primero apela a los propios intereses del rey antes que a los de ella. Ella puede decir que el rey la favorece y que probablemente sería triste para él perderla. Por ello, su primera petición es que su vida le sea perdonada. Es solo cuando el rey le pregunta quién fue el que cometió esta maldad que ella menciona el nombre de Amán (Est 5:3-4; 7:2-6).
Piensa en las decisiones de Ester. Ella podría haber expuesto a Amán cuando se acercó al rey por primera vez. Sin embargo, eso probablemente no habría sido bien recibido. Su acercamiento inicial ya presuponía la gracia del rey al permitirle verlo sin anunciarse. Si hubiera también apuntado con el dedo a su más confiable consejero, fácilmente habría sido causa de sospecha. Sin embargo, después de dos banquetes, Ester le dio a conocer su lealtad al rey. ¡Qué astuta!
Abigail expone una estrategia similar. Ella primero honra grandemente a David y se humilla (1S 25:24-25), luego apela a los intereses personales de David en el asunto. Ella le recuerda a David que un día él será rey y no querrá que esta situación esté en su expediente, así le recuerda que evitar esta guerra es por su propio bien (1S 25:30-31).
Para el bien de otros y la gloria de Dios
Finalmente, vemos que los primero benefactores de los esfuerzos de estas mujeres no son ellas mismas. Sí, a ambas se les perdonan sus vidas en el proceso, pero con un gran costo y riesgo. Es el pueblo de Dios (los judíos en Susa para Ester, y la familia y su necio esposo para Abigail) al que estas mujeres están defendiendo (Est 8:3-6; 1S 25:33-36). En el caso de Abigail, ella regresa obedientemente donde su desagradecido, borracho y necio marido. Sin una queja registrada. ¡Guau!
No solo eso, ambas actúan en defensa de la gloria de Dios. Abigail previene que el rey ungido de Dios destruya su reputación. Ester, logra proteger y exaltar a su pueblo en un país extranjero. En ambas situaciones, ¡la gloria de Dios es preservada a través de su pueblo! (Est 9).
Convirtámonos en mujeres influyentes que glorifican a Dios
Como estas dos mujeres, ¡debemos resistir la manipulación egocéntrica! Al contrario, es mi anhelo que seamos mujeres piadosas que usamos la influencia que Dios nos ha dado para el avance del Reino de Dios, no para el nuestro. Busquemos beneficiar a aquellos que nos rodean, ¡no a nosotras mismas!
Piensa en el peso que Dios te ha confiado como una mujer influyente y pídele creatividad para ser una ayuda para otros. A continuación, comparto un par de preguntas para ayudarte a meditar en esto:
- ¿Dónde tienes la posibilidad de influir en otros? Podría ser un jefe o un colega, un esposo o hijos, compañeros de casa o amigos.
- ¿Eres manipuladora como Dalila y Herodías? Sé honesta. ¿Te has arrepentido por usar tu influencia para obtener lo que quieres? ¿Por qué no hacer esto hoy?
- ¿Está tu influencia bajo el sometimiento a las autoridades que Dios ha puesto en tu vida? ¿Tu esposo o tu padre? ¿Tu gobierno? ¿Los líderes de tu iglesia?
- ¿Eres humilde? ¿Eres capaz de humillarte ante aquellos que influencias?
- ¿Es tu influencia sacrificial? ¿Renuncias a tus propias preferencias y comodidades para influenciar a otros para la gloria de Dios?
- ¿Es tu influencia estratégica? Abigail y Ester usaron el tiempo, la sugerencia sutil, la humildad y los recursos físicos. ¿Qué tienes que puedes usar? ¿Qué recursos? ¿Cómo te ha dotado Dios, natural o espiritualmente, y cómo puede eso empujar a otros a Dios?
- ¿Es tu influencia para el bien de otros? ¿Tu influencia beneficia prácticamente a quienes te rodean? ¿De qué maneras puedes bendecir a otros por medio de tu influencia?
- ¿Tu influencia es para la gloria de Dios? ¿Tu influencia apunta a otros a Dios, provocando que lo alaben y que estén más satisfechos en Él? Si no es así, ¿a qué apunta tu influencia? Haz una lluvia de ideas sobre algunas maneras en las que podrías alentar a quienes te rodean para buscarlo más a Él.
Que quienes nos rodean glorifiquen a Dios y encuentren más de su gozo en Él porque nosotras estuvimos en su vida. Seamos mujeres que influyen para la gloria de Dios.
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