Steve Jobs presentó el iPhone en la Macworld Conference & Expo en el 2007. Yo obtuve mi primer iPhone un año después. No puedo recordar cómo era la vida sin él.
Por siete años, el iPhone siempre ha estado a mi alcance: ha estado ahí para despertarme en las mañanas, para poner música, para organizar mi agenda, para registrar mi vida en fotos y videos, para disfrutar lanzar aves sin alas con una honda contra los cerdos enemigos, para usarlo como un portal eterno a Instagram, Twitter y Facebook.
Mi iPhone es una parte muy importante de mi vida diaria, rara vez pienso autorreflexivamente sobre esto. Es precisamente esta situación lo que le preocupa a David Wells, de 75 años, un pensador minucioso que ha visto esta tendencia en la iglesia por muchas décadas.
Wells le pide a los cristianos que consideren las consecuencias que un teléfono inteligente puede tener en ellos. “¿Qué está provocando en nuestras mentes vivir con esta constante distracción?” dijo recientemente en una entrevista. “Ahora estamos, de hecho, viviendo en un universo paralelo; uno virtual que puede robarnos todo el tiempo que tenemos. Entonces, ¿qué nos pasa cuando estamos en constante movimiento? ¿Qué pasa cuando somos adictos al estímulo visual constante? ¿Qué nos pasa? Esa es la gran pregunta”.
Es una pregunta tremenda en realidad. ¿Cómo es la vida ahora gracias a los teléfonos inteligentes? ¿Cómo nos ha cambiado el iPhone? Estas preguntas autorreflexivas pueden parecer abrumadoras, pero debemos hacérnoslas.
La era de Internet
Wells nos recuerda rápidamente que llevamos tan sólo 20 años en el experimento llamado “la era de Internet” (o “la era de la información”). Toda la tecnología de comunicación digital que tenemos hoy es relativamente nueva. Un día miraremos desde lejos con más precisión lo que estos teléfonos están provocando en nuestros cerebros, en nuestros corazones y en nuestras almas; no obstante, no podemos dejar la autorreflexión para el futuro. Necesitamos hacernos preguntas ahora.
Si es que estás dispuesto a escuchar, tenemos padres en la fe, cristianos sabios que están haciendo preguntas importantes. Uno de ellos es el Dr. Douglas Groothuis, profesor de Filosofía en el Seminario de Denver. Groothuis ha estado siguiendo el impacto de Internet en la vida espiritual desde que publicó su libro The Soul in Cyberspace (El alma en el ciberespacio) en 1997.
Hablé hace poco con él sobre cómo nuestros iPhones nos han estado cambiando. Él sugirió que pensáramos al respecto en las siguientes seis áreas:
1. Nos estamos convirtiendo en lo que contemplamos
Al principio esta afirmación suena abstracta, pero es una de las realidades psicológicas más simples (y profundas) que podemos aprender en la Escritura: nos convertimos en lo que contemplamos. Adorar un ídolo es volverse como ese ídolo; adorar a Cristo es ser como Cristo. Abundan los pasajes en la Escritura respecto a este tema (Sal 115:4-8; Ro 1:18-27, 12:1-2; Col 3:10 y 2Co 3:18).
Lo que nos encanta mirar es lo que adoramos. Aquello que pasamos tiempo contemplando forma nuestro corazón y nos convierte en las personas que somos. Esta verdad espiritual es aterradora y útil, pero levanta la siguiente pregunta: ¿qué le pasa a nuestra alma cuando pasamos tanto tiempo mirando las pantallas brillantes de nuestros teléfonos? ¿Cómo nos cambia? ¿Cómo nos amoldamos?
Groothuis advierte que esta situación se muestra relacionalmente. Las interacciones digitales entre nosotros, que por lo general son inevitablemente breves y superficiales, comienzan a modelar todas nuestras relaciones. “Cuando comienzas a ser superficial en tu interacción con personas, puedes acostumbrarte a eso”. Todas nuestras interacciones con personas toman la misma forma. El barista en el mesón de la cafetería obtiene una respuesta que parece diálogo de red social. Cuando salimos con nuestros amigos, ofrecemos una serie de respuestas tipo Twitter en conversaciones superficiales con poco significado espiritual.
“La forma en que interactuamos en línea se convierte en la norma para la forma en la que vamos a interactuar cuando no estamos conectados. Las comunicaciones en Facebook y Twitter son más o menos breves, entrecortadas y muy rápidas; esa no es la forma de tener una buena conversación con alguien. Además, una buena conversación implica escuchar e invertir tiempo. Eso es más o menos algo que se pierde con las comunicaciones en Internet, porque no estás presencialmente con la persona. Así que alguien puede enviarte un mensaje y tú puedes ignorarlo o alguien puede enviarte un mensaje y puede que te llegue horas más tarde. Al contrario, si estás con alguien en tiempo real, en un lugar real con cuerpos y voces reales, esa es una dinámica muy diferente. No deberías tratar a otra persona como interactuarías a través de Twitter”. Sin embargo, es algo que hacemos, si es que no somos cuidadosos.
2. Ignoramos que somos finitos
Básicamente, yo soy un hombre finito, profundamente limitado en lo que puedo saber, en lo que puedo leer, en lo que puedo comprometerme y (quizás lo más importante) muy limitado en lo que puedo preocuparme. No obstante, mi teléfono me ofrece todo —nuevas noticias, nuevos escándalos, nuevos videos, nueva música, nuevas fotos y nuevas actualizaciones de todos mis amigos de Facebook—.
Una de las razones por las que tenemos teléfonos inteligentes es para evitar quedarnos atrás. No queremos perdernos nada que se haya hecho viral. Seguimos las tendencias de los hashtags en su mayoría debido al miedo de ser excluidos. Poco a poco ignoramos que somos finitos, perdemos el sentido de nuestras limitaciones y comenzamos a desear el fruto prohibido del conocimiento sin límite en un anhelo subconsciente de convertirnos en alguien infinito como Dios.
“Un smartphone absorbe nuestro interés porque es muy atractivo. Puede hacer muchas cosas y, en un sentido, nos pide hacer muchas cosas con él”, dice Groothuis. “Sin embargo, los seres humanos somos limitados. Sólo podemos analizar una cosa a la vez con detalle; sólo podemos sentir un número limitado de cosas apropiadamente. Estas tecnologías quieren proporcionarnos la capacidad de estar en todo el mundo al mismo tiempo a través del Timeline de Twitter, de los mensajes de Facebook y de las fotos compartidas en Instagram. En lugar de eso, necesitamos aceptar nuestra finitud. Si realmente reconocemos esto en nosotros y el hecho de que la vida bien vivida es una que se vive con cuidado, como dice Pablo (Ef 5:15; Col 4:5), simplemente tenemos que decir “no” a algunas de estas cosas”.
3. Hacemos muchas cosas al mismo tiempo cuando debiésemos hacer una a la vez
Acostumbrados a tener amistades poco profundas; a distraernos en nuestra limitada concentración; y a ignorar nuestra finitud como seres humanos, creemos y hacemos realidad el mito de que podemos llevar a cabo muchas cosas al mismo tiempo. Todo lo hacemos así, tratamos de pensar en dos direcciones simultáneamente, tratamos de estar en dos lugares al mismo tiempo, tratamos de vivir en el espacio físico y virtual de forma simultánea.
Esta tentación moderna explica por qué Groothuis prohíbe que sus estudiantes usen celulares y computadores portátiles en sus clases. “Creo que estamos en una cultura que se distrae mucho. Estamos tratando de hacer muchas cosas al mismo tiempo y que no deberían hacerse así —sino que una a la vez—. Eso es lo que les digo a mis estudiantes: ‘no puedes hacer eso con la filosofía’”. El estudio de la filosofía no puede desviarse con tuits. Si no puede ser así con la filosofía, ¿cuánto más debemos buscar ser intencionados en estudiar a Dios y en tener una vida de oración dedicándonos a hacer una cosa a la vez?
En la realidad, la Escritura nos llama a una vida de autorreflexión enfocada, que a menudo se ve frustrada por la tentación de hacer todo al mismo tiempo. Si es algo importante, vale la pena hacer sólo una cosa a la vez. Esto quiere decir que debe haber prioridades que superan las notificaciones de nuestro iPhone.
4. Nos estamos olvidando del gozo que traen las relaciones corpóreas
El apóstol Juan concluye una de sus antiguas cartas manuscritas con una frase que tiene una relevancia perdurable para aquellos de nosotros que ahora escribimos con nuestros pulgares: “Aunque tengo muchas cosas que escribirles, no he querido hacerlo con papel y tinta [tecnología moderna para Juan], sino que espero ir a verlos y hablar con ustedes cara a cara, para que su gozo sea completo” (2Jn 12).
Como sugirió Neil Postman, la tecnología de las comunicaciones, como el correo electrónico, es más una interacción de “sombra a sombra” que de persona a persona. Hay algo de nosotros en un correo electrónico, pero hay mucho más de nuestra persona que no se puede enviar. En un correo, enviamos una sombra de nosotros. Lo mismo se aplica para esta publicación. Estas limitaciones inevitables de la comunicación digital están arraigadas al diseño de Dios en la creación, comentó Groothuis.
“El cristianismo se diferencia de cualquier otra religión excepto del judaísmo al afirmar que el universo fue creado bueno. Dios lo bendice y quiere tener comunión con los seres humanos por medio de la materia. Adicionalmente, tenemos la doctrina de la encarnación. Digamos que es como cuando Jesús transformó el agua en vino —y el mejor vino— en Juan 2:1-12. Eso es físico, eso es comunión, eso es disfrutar del fruto de la vid y Jesús lo bendice”.
Sin embargo, insisto, ¿por qué el gozo del apóstol está tan ligado a la comunión corpórea?
“Creo que tiene que ver con la conexión de las personalidades”, responde Groothuis. “Nuestra personalidad se mostrará en cierta medida en un mensaje de correo electrónico o en un tuit. No obstante, somos seres holísticos: tenemos sentimientos, tenemos pensamientos, tenemos imaginación, tenemos cuerpos; nos vemos diferentes, nos expresamos de diversas formas —por ejemplo, en nuestro tono de voz—. ¿Cuántas veces nos hemos comunicado mal con alguien en línea porque no hay un tono de voz? Estábamos bromeando y alguien se lo tomó en serio y se ofendió. Por otro lado, podemos decir algo muy serio, pero las personas piensan que estamos bromeando. Por lo tanto, pienso que la plenitud del gozo viene cuando una personalidad interactúa con otras en términos de voz, de piel, de apariencia y de tiempo. A veces es momento sólo de guardar silencio o de llorar con las personas o de reír con ellas”.
Por lo tanto, los medios de comunicación y el correo electrónico (comunicación incorpórea) pueden ser una extensión muy útil para nuestras relaciones corpóreas; sin embargo, no son un reemplazo de ellas. A partir de esto es que me pregunto a mi yo introvertido: ¿debilitan las ventajas de la comunicación incorpórea el gozo de la comunicación corpórea? ¿Valoro verdaderamente las relaciones cara a cara y corpóreas en mi vida por sobre las relaciones incorpóreas que mantengo en línea? ¿Se ven afectadas mis relaciones cara a cara —con mi vecino, mi esposa y mis hijos— porque he sido negligente con mis prioridades y con el gozo de lo corpóreo?
5. Estamos perdiendo interés en congregarnos
Inevitablemente, esta pérdida del gozo de lo corpóreo se manifiesta en asientos vacíos el domingo en la mañana.
El cristianismo está arraigado en la encarnación de Cristo y esta realidad personal profunda da forma a nuestra comunidad (2Jn 12; 3Jn 14), a nuestras esperanzas definitivas (1 Jn 3:2) y a nuestras vidas frente al rostro de Dios, en su presencia. El iPhone ofrece pocos beneficios respecto a esto.
“Tenemos una dinámica completa de adoración colectiva, que es muy importante bíblicamente porque Dios habita en la alabanza de su pueblo (Sal 22:3). Cuando las personas vienen y adoran en espíritu y en verdad, la presencia y la dinámica del Espíritu Santo está ahí y no es algo que pueda reproducirse en una videoconferencia de Skype. Desde luego, esa sería la segunda mejor opción. La iglesia, el cuerpo de Cristo, existe para reunirse. Existimos para compartir los unos con los otros y debemos alabar juntos, confesar nuestros pecados, tener comunión, acoger a personas y mostrar nuestro amor por la gente, llorar con aquellos que lloran y reír con los que ríen”.
Si priorizamos las relaciones incorpóreas pasamos por alto las realidades corpóreas profundas que tienen lugar en el bautismo, en la Cena del Señor, en la alabanza musical comunitaria, en la imposición de manos e incluso en los sermones. Como nos explicó el pastor John Piper hace un tiempo, escuchar un sermón con auriculares no reemplaza el sermón que puedes escuchar sentado en la iglesia porque la predicación es una “exaltación expositiva”, una parte fundamental de la experiencia de adoración comunitaria inherente a la iglesia que se reúne. En medio del pueblo de Dios que se junta, “la predicación muestra su valor como un encuentro con el Dios viviente” (Ask Pastor John [Pregúntale al pastor John], 297).
Por tanto, ¿realmente valoramos la realidad corpórea de la iglesia local? Y aun si aparecemos un domingo en la iglesia, ¿salimos de ella jugando con nuestros teléfonos y buscando algo más prometedor, más entretenido y más incorpóreo que el gozo que ofrece Dios en la comunión corpórea?
6. Estamos descuidando nuestras palabras
Junto con todas estas problemáticas de estar en línea, también descuidamos las palabras.
¿Por qué somos tan rápidos para juzgar los motivaciones de las personas en Internet? ¿Por qué somos tan osados para criticar a otros? ¿Por qué decimos cosas por medio de Internet que nunca diríamos en persona? ¿Por qué la comunicación digital nos lleva tan rápido a despreciar a otros?
Estaba ansioso por hacerle a Groothuis esas preguntas, y él me respondió volviendo nuevamente al tema de la incorporeidad. En un nivel profundo, cuando interactuamos con personas en línea, nos olvidamos rápidamente de que son almas, olvidamos rápido que “estamos interactuando con seres eternos”, dijo. La incorporeidad —mentes distraídas tratando de realizar muchas tareas al mismo tiempo— hace nuestro lenguaje especialmente ligero y potencialmente crítico en exceso.
“Necesitamos ser íntegros cuando estamos en línea: debemos hacerlo en oración; necesitamos resistir los impulsos. No siempre tengo éxito en esto. He borrado bastantes publicaciones de Facebook”, dijo. “Sin embargo, recuerda que, cuando hacemos esto, lo hacemos frente a Dios y que estamos interactuando con seres eternos. Estamos teniendo un efecto en los destinos de las personas, aun por medio de un mensaje de Twitter. Creo que si adoptamos ese acercamiento, nos da una sensación de seriedad y tenemos menos probabilidades de ser superficiales. La superficialidad y la falta de sinceridad son vicios terribles en nuestra era. La Escritura nos dice muchas veces que seamos cuidadosos con nuestras palabras. Proverbios dice esto una y otra vez: que tengamos cuidado con la forma en la que hablamos y que refrenemos nuestras palabras (Pr 10:19-21; 17:27). Estas tecnologías nos permiten hablar sin límite. Quizás no sea una voz física, pero es un tipo de mensaje”.
“Creo que necesitamos editarnos más a nosotros mismos”, dijo, “y darnos cuenta de que la comunicación mediada tiene beneficios tremendos, pero también perjuicios”.
Tony Reinke. — ©2014 Desiring God Foundation. Website: desiringGod.org. Usado con permiso | Traducción: María José Ojeda


Tony Reinke