Todo cristiano debería ser un teólogo. Es algo que, de diversas maneras, le digo a mi iglesia con frecuencia. Y la forma en que algunos me miran sorprendidos es evidencia de que aún no he comunicado adecuadamente la importancia de que los laicos lleven resueltamente a cabo un estudio teológico de Dios.
Muchas veces, las reacciones de confusión se originan en una incomprensión de lo que significa teología en este contexto. Por eso, le digo a mi iglesia qué es lo que NO estoy queriendo decir. Cuando digo que todo cristiano debería ser un teólogo, no quiero decir que todos deberían ser académicos o eruditos o que deberían esforzarse por dar la impresión de que lo saben todo. Todos sabemos, básicamente, a qué se refiere la Biblia cuando advierte que «el conocimiento envanece» (1 Co 8:1). A nadie le caen bien los genios.
Sin embargo, la respuesta al escolasticismo formal o el intelectualismo árido no es un abandono del estudio teológico. Los laicos no tienen una justificación bíblica para dejar el deber de la doctrina únicamente en mano de los pastores y catedráticos. Por lo tanto, yo le recuerdo a mi iglesia que la teología —que viene de las palabras griegas theos (Dios) y logos (palabra)— significa, sencillamente, «el conocimiento (o estudio) de Dios». Si eres cristiano, por definición debes conocer a Dios. Los cristianos son discípulos de Jesús; son estudiantes-seguidores de Jesús. Mientras más lo seguimos, más aprendemos de Él, y en consecuencia, más profundamente llegamos a conocerlo.
Hay al menos tres razones principales por las cuales todo cristiano debería ser un teólogo.
Primero, el estudio teológico de Dios es un mandato. El gran mandamiento es donde más claramente se nota la exigencia de centrar amorosamente nuestra mente en Dios: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente» (Mt 22:37). Ciertamente, amar a Dios con toda nuestra mente implica más que el estudio teológico, pero indudablemente tampoco implica menos.
Segundo, el estudio teológico de Dios es vital para la salvación. Ahora bien, es evidente que no quiero decir que la búsqueda intelectual merezca la salvación. Somos salvos únicamente por gracia, exclusivamente por fe (Ef 2:8) y sin obra alguna de nuestra parte (Ro 3:28), incluidos los esfuerzos intelectuales. Pero al mismo tiempo, la fe por la cual somos justificados, esa que recibe completamente la obra terminada de Cristo y, así, su perfecta rectitud, es una fe razonable. La fe puede no ser lo mismo que la racionalidad, pero eso no significa que la fe en Dios sea irracional.
La fe que salva es un regalo de Dios (Ef 2:8; Ro 12:3), pero no es una especie de vacío espiritual amorfo y carente de información. El ejercicio de la fe se basa en información —inicialmente, el anuncio histórico de las buenas noticias de lo que Jesús ha hecho— y el fortalecimiento de la fe también.
Nuestro crecimiento continuo en la gracia de Dios —nuestra perseverancia como creyentes— está vitalmente conectado con nuestro estudio de lo que su Palabra revela sobre su carácter y sus obras. Al contrario de lo que algunos idólatras de la duda quisieran que creyeras, la fe cristiana está basada en hechos. Hebreos 11:1 nos recuerda que, para el cristiano, la fe no es un salto al vacío sino que está inextricablemente conectada con la seguridad y la convicción. No cabe duda de que, mientras más nos deleitemos con los hechos teológicos de la Palabra, más seguridad y convicción cultivaremos —y, por lo tanto, más fe—.
Pablo le dice a su joven protegido Timoteo: «Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza; persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan» (1 Ti 4:16). Pablo le recuerda que, para que la santificación produzca discípulos permanentes de Cristo, necesariamente debe incluir un estudio intenso de la Palabra de Dios.
Tercero, el estudio de Dios autentifica y estimula la adoración. Los verdaderos cristianos no son aquellos que creen en un Dios indefinido o confían en clichés espirituales vagos. Los verdaderos cristianos son aquellos que creen en el Dios trino de las Sagradas Escrituras, y han puesto su confianza, gracias al Espíritu verdadero, en el verdadero Salvador —Jesús— que se proclama en las palabras específicas del evangelio histórico.
Manejar información correcta sobre Dios es sólo una de las maneras en que probamos la autenticidad de nuestro cristianismo. Si yerras intencional o sistemáticamente en los hechos vitales acerca de Dios, tu declaración de que en verdad lo conoces corre el peligro de ser falsa. Es por esto que debemos esperar solidez teológica no sólo en la predicación de nuestro pastor sino también en la música de nuestra iglesia y asimismo en sus oraciones —tanto congregacionales como particulares—.
Sin embargo, el estudio teológico va más allá de simplemente validar nuestra adoración como verdadera y piadosa: también estimula esta adoración. Debemos recordar lo que Jesús le explicó a la mujer samaritana junto al pozo:
Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque ciertamente a los tales el Padre busca que le adoren. Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad. (Juan 4:23-24)
Cuando usamos nuestras mentes para penetrar en las cosas de Dios, nuestro corazón cambia profundamente, y por ende, lo hace también nuestra conducta. En la Biblia, Pablo escribe: «No os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto» (Ro 12:2). La transformación empieza con una renovación de nuestras mentes. Como ha dicho John Piper: «La mente teológica existe para arrojar leña en el horno de nuestros afectos por Cristo».
Entendido como una expresión de amor a Dios, el estudio teológico intencional sólo puede hacer que nuestro amor por Él se intensifique. Mientras más leamos, estudiemos, meditemos, y apliquemos su Palabra con oración, más temor reverente sentiremos por Él. Es como un enorme barco en el horizonte que, mientras más nos acercamos, más grande nos parece.