El Dr. R.C. Sproul (1939-2017) fue el fundador de Ligonier Ministries, copastor de Saint Andrew’s Chapel en Sanford, Fla. y el primer director de Reformation Bible College. Fue autor de más de cien libros, entre los cuales se encuentra La santidad de Dios.
¿Está la iglesia llena de hipócritas?
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
La fase de la jaula
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
La gloria de la Navidad
Lucas nos cuenta qué sucedió:
En la misma región había pastores que estaban en el campo, cuidando sus rebaños durante las vigilias de la noche. Y un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor, y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: “No teman, porque les traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: hallarán a un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.”
De repente apareció con el ángel una multitud de los ejércitos celestiales, alabando a Dios y diciendo:
«Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace». Lucas 2:8-14
El visitante angelical estaba rodeado por la gloria de Dios. La gloria estaba brillando. Esta gloria no pertenecía al ángel mismo. Era la gloria de Dios, expresando su ser divino. Era el divino esplendor el que envolvía al mensajero celestial, un visible resplandor divino.
Mientras los pastores de Belén temblaban de miedo, el ángel los amonestó: «No teman, porque les traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor» (Lc 2:10-11).
Cada ser humano anhela un salvador de cualquier tipo. Buscamos a alguien o algo que resuelva nuestros problemas, calme nuestro dolor o nos conceda el objetivo más escurridizo de todos. Realizamos nuestra búsqueda que va desde el éxito en los negocios hasta el descubrimiento de una pareja o un amigo perfecto.
Incluso en medio de la preocupación en los deportes mostramos la esperanza de un salvador. A medida que la temporada de deportes termina con muchos más perdedores que ganadores, escuchamos el clamor de las ciudades a lo largo de la tierra: «¡esperemos hasta el próximo año!». Entonces, llega el llamado de los nuevos jugadores o la nueva camada del equipo y los fanes fijan su esperanza y sus sueños en el nuevo chico que le traerá gloria al equipo. El nuevo recluta, el nuevo cliente, la nueva máquina, la noticia que llegará mañana al correo, todo esto está investido de más esperanza de la que cualquier criatura puede posiblemente entregar.
El estallido de luz que inundó las llanuras de Belén anunciaron el advenimiento de un Salvador que sí era capaz de llevar a cabo la tarea.
Notamos que el Salvador recién nacido también es llamado «Cristo el Señor». Para los asombrados pastores estas palabras estaban cargadas de significado. Este Salvador es el Cristo, el tan esperado Mesías de Israel. Cada judío recordaba la promesa de Dios sobre que algún día, el Mesías, el ungido del Señor, vendría a liberar a Israel. Este Mesías Salvador también es Señor. Él no solo salvará a su pueblo sino que Él será su Rey, su Soberano.
El ángel declara que «les ha nacido» este Mesías Salvador y Señor. El anuncio divino no es un oráculo de juicio, sino que la declaración de un regalo. El recién nacido ha nacido para nosotros.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
¿Anomalías bíblicas?
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: Cristian Morán
Cómo amar a Dios con nuestras mentes
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: María José Ojeda
Esas normas que la Biblia NO impone
La facultad a la cual asistí se hallaba en una pequeña ciudad del oeste de Pennsylvania en un área densamente poblada por uno de los grupos más grandes de gente amish de los Estados Unidos. Los amish son un encantador grupo que se ha comprometido totalmente con una vida separada de este mundo. Se desviven por evitar toda mezcla social con los que no son amish; los «gentiles» presentes entre ellos. Son fáciles de identificar porque la vestimenta que usan es un uniforme claramente definido: comúnmente, mezclilla azul. Los hombres usan barba. Nunca adornan sus ropas con botones sino que las cierran con ganchos.
Los amish se trasladan de un lugar a otro en coches tirados por caballos. Evitan deliberadamente el uso de cualquier artefacto o comodidad moderna, como por ejemplo automóviles, tractores, electricidad, o agua de cañería. Una casa amish puede identificarse fácilmente porque las ventanas están cubiertas con sábanas y no las cortinas más decoradas que señalarían el hogar de alguien más mundano. Como sea, todo el sistema religioso amish está dedicado a un tipo de separatismo que considera que el uso de las comodidades modernas como la electricidad y los motores a gasolina son un descenso a la mundanalidad. El estilo de vida amish es conducido en gran medida por un compromiso ético que considera dicha separación como una necesidad para el desarrollo espiritual. El resto de la comunidad cristiana considera el uso de botones, electricidad y gasolina como un asunto de indiferencia ética o moral. Es decir, no hay un contenido ético inherente o intrínseco en el uso de motor a gasolina. Sin duda, usar motor a gasolina puede darnos la ocasión de pecar si usamos nuestros automóviles impíamente arriesgando las vidas y la integridad física de la gente al conducir, por ejemplo, a una velocidad imprudente. Sin embargo, la existencia misma de un automóvil y su función en la sociedad no tiene un contenido ético intrínseco. Consideramos los automóviles, la electricidad o los teléfonos como asuntos adiáfora —cosas moral o éticamente indiferentes—. El concepto de adiáfora se desarrolló en el Nuevo Testamento cuando el apóstol Pablo tuvo que abordar nuevas preocupaciones éticas en la comunidad cristiana naciente. Los cristianos que venían saliendo de un trasfondo idolátrico eran particularmente sensibles a cuestiones tales como si era apropiado comer carne previamente ofrecida a los ídolos. Después de usar dicha carne en sus ceremonias religiosas pecaminosas, los paganos las vendían en el mercado. Algunos de los primeros cristianos estaban convencidos de que dicha carne estaba contaminada por el uso mismo que se le daba en la religión pagana, así que se esforzaban mucho por evitarla, pensando, de acuerdo a los escrúpulos con que entendían la vida piadosa, que era necesario no guardar contacto alguno con semejante carne. Pablo señaló que la carne misma no era inherentemente buena ni mala, así que comer carne ofrecida a los ídolos era un asunto de indiferencia ética. Sin embargo, al mismo tiempo, el apóstol dio importantes instrucciones sobre la manera en que la comunidad cristiana debe relacionarse con aquellas personas que desarrollan escrúpulos sobre ciertas conductas que por naturaleza no tienen una carga ética. Este problema que se le planteó a la iglesia primitiva persiste en cada generación cristiana. Aunque nosotros, hoy en día, no luchamos con la cuestión de si debemos comer carne ofrecida a los ídolos, tenemos otros asuntos relacionados con el tema de la adiáfora. El fundamentalismo norteamericano, por ejemplo, ha elevado la adiáfora convirtiéndola en un tema de importancia mayor. En algunas áreas de la iglesia y de la comunidad cristiana, la pregunta de si debemos ver televisión, ir al cine, usar maquillaje, bailar o hacer cosas similares es considerada una cuestión de discernimiento espiritual. Es decir, a la gente se la instruye diciendo que la verdadera espiritualidad requiere evitar bailar, ir al cine, y otras cosas semejantes. El problema de este acercamiento particular a la ética es que estos elementos, sobre los cuales la Biblia guarda silencio, se convierten en asuntos éticos de la más alta consideración para algunos cristianos. En una palabra, la adiáfora es elevada a la categoría de ley y las conciencias son atadas donde Dios las ha dejado libres. Aquí, surge una forma de legalismo destinada a entrar en conflicto con el principio bíblico de la libertad cristiana. Y lo que es más importante, una moral sucedánea reemplaza los verdaderos criterios éticos que la Biblia prescribe para las personas piadosas. Aunque en la superficie parece rígido y severo definir la espiritualidad señalando que implica evitar bailar, usar maquillaje, o ir al cine, en realidad es una enorme y excesiva simplificación del llamamiento a la piedad que la Biblia dirige a los cristianos. Es mucho más fácil, por ejemplo, evitar ir al cine que manifestar el fruto del Espíritu. La verdadera piedad se relaciona con asuntos de mucho más peso que las formas superficiales de distinguirnos de nuestros vecinos incrédulos. Al mismo tiempo, cuando estos asuntos adiáforos son elevados a la categoría de ley y las personas se convencen de que Dios les exige seguir un cierto camino, la Biblia da instrucciones sobre cómo debemos ser sensibles a ellas. Atropellar o ridiculizar a quienes tienen estos escrúpulos no es algo que pertenezca a la libertad cristiana. Somos llamados a actuar delante de ellos con sensibilidad. No debemos ofender innecesariamente a quienes la Biblia llama «hermanos más débiles». Por otro lado, la sensibilidad ante el hermano más débil se acaba cuando éste eleva su sensibilidad a la categoría de ley o regla determinante de la conducta cristiana. En toda época y cultura, discernir la diferencia entre lo que Dios exige/prohíbe a su pueblo y lo que es indiferente, requiere tanto un conocimiento significativo de la Escritura sagrada como un deseo sincero de ser obediente al Señor. En principio, ya tenemos suficiente como para mantenernos afanosamente involucrados en la búsqueda de la piedad y la obediencia sin necesidad de añadir cosas éticamente indiferentes. No es un asunto menor determinar cómo se aplica este tema a la gran cuestión de la adoración cristiana. Sin embargo, debemos luchar con ello si hemos de permanecer en obediencia al Dios vivo y recibir lo que Él ofrece mientras la iglesia lo adora: una degustación del cielo.Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: María José Ojeda
El misterio de la iniquidad
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: María José Ojeda
Resurrección y justificación
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.| Traducción: María José Ojeda
La caída de un creyente
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: Katherine Ellwanger
Dos ingredientes del verdadero amor
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección. | Traducción: Cristian Morán
Solo gracia
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
Los hijos de Dios en Génesis 6
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
¿Qué es el Evangelio?
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.
¿Puede un cristiano perder su salvación?
Esta comisión te confío, hijo Timoteo, conforme a las profecías que antes se hicieron en cuanto a ti, a fin de que por ellas pelees la buena batalla, guardando la fe y una buena conciencia, que algunos han rechazado y naufragaron en lo que toca a la fe. Entre ellos están Himeneo y Alejandro, a quienes he entregado a Satanás, para que aprendan a no blasfemar.Aquí, en medio de las instrucciones y amonestaciones relacionadas con la vida y el ministerio de Timoteo, Pablo le advierte a Timoteo que guarde la fe y una buena conciencia, y que siga recordando a quienes no lo hicieron. El apóstol se refiere a aquellos que «naufragaron en lo que toca a la fe», hombres que él entregó «a Satanás, para que aprendan a no blasfemar». Este segundo punto es una referencia a la excomunión de estos hombres y el pasaje completo combina una advertencia seria con ejemplos concretos de aquellos que gravemente se alejaron de su profesión cristiana. No hay duda de que los creyentes profesantes pueden caer y caer radicalmente. Pensamos en hombres como Pedro, por ejemplo, que negó a Cristo. Sin embargo, el hecho de que fue restaurado muestra que no todos los creyentes profesantes que caen lo han hecho en un punto de no retorno. Aquí, debemos distinguir una caída grave y radical de una caída total y final. Teólogos reformados han notado que la Biblia está llena de ejemplos de verdaderos creyentes que caen en grave pecado e incluso periodos prolongados de impenitencia. Por lo tanto, cristianos sí caen y caen radicalmente. ¿Qué podría ser más grave que las negaciones públicas de Pedro sobre Jesucristo? No obstante, la pregunta es: ¿están esas personas que son culpables de una caída real irreparablemente caídas o eternamente perdidas, o es esta caída una condición temporal que será, en el análisis final, remediada por su restauración? En el caso de una persona como Pedro, vemos que su caída fue remediada por su arrepentimiento. Sin embargo, ¿qué pasa con aquellos que finalmente caen? ¿Realmente fueron verdaderos creyentes en primer lugar? Nuestra respuesta a esta pregunta tiene que ser «no». En 1 Juan 2:9, se nos habla de falsos profetas que salieron de la iglesia como si nunca hubieran sido parte verdadera de la iglesia. Juan describe la apostasía de personas que han hecho una profesión de fe, pero que realmente nunca fueron convertidas. Además, sabemos que Dios glorifica a todo el que Él justifica (Ro 8:29). Si una persona tiene una verdadera fe salvífica y es justificada, Dios preservará a esa persona. Por mientras, sin embargo, si la persona que cayó aún vive, ¿cómo sabemos si es un completo apóstata? Una cosa que ninguno de nosotros puede hacer es leer el corazón de otras personas. Cuando veo a una persona que ha hecho una profesión de fe y luego la repudia, no sé si es una persona verdaderamente regenerada en medio de una caída grave y radical, pero alguien que en algún momento del futuro sin duda será restaurada; o si es una persona que nunca se convirtió verdaderamente, cuya profesión de fe fue falsa desde el comienzo. Esta pregunta sobre si una persona puede perder la salvación no es una pregunta abstracta. Nos toca en el mismo centro de nuestras vidas cristianas, no solo en relación a lo que respecta a nuestra propia perseverancia, sino que también en relación a lo que respecta a nuestra familia y amigos, particularmente quienes parecen, externamente, tener una genuina profesión de fe. Pensamos que su profesión era creíble, los abrazamos como hermanos y hermanas, solo para darnos cuenta de que repudian esa fe. ¿Qué haces, prácticamente, en una situación como esa? Primero, oras; luego, esperas. No sabemos el resultado final de la situación y estoy seguro de que habrá sorpresas cuando lleguemos al cielo. Nos sorprenderemos de ver personas que pensamos que no iban a estar y nos sorprenderemos al no ver personas que pensamos que veríamos ahí, porque simplemente no sabemos el estado interno del corazón o del alma humana. Solo Dios puede ver, cambiar y preservar esa alma.