«Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Gn 1:27).
Un hombre no tiene que encajar en un estereotipo cultural para ser bíblicamente masculino. Él puede ser un hombre ya sea que vea un partido de fútbol, que pinte un cuadro, que se quiebre frente a una película conmovedora o que limpie narices llenas de mocos. Macho no define la masculinidad. Al contrario, la masculinidad es modelada por Jesús mismo. En esta nueva serie, exploraremos cómo la masculinidad es un reflejo de Dios en las diversas etapas y en nuestro tiempo cultural. Analicemos lo que significa ser un hombre de verdad.
«Masculinidad tóxica» es una frase popular en estos días. Es una descripción fuerte y aparentemente hay un sinfín de oportunidades para aplicarla. El movimiento #AMíTambién circula en instituciones tan diversas (y opuestas) como Hollywood y la Convención Bautista del Sur, alterando a hombres que alguna vez estuvieron en puestos de poder y llenando el aire con humos tóxicos de pecado que no se desvanecen.
La frase no solo se aplica a los atroces abusos del patriarcado, por supuesto. Si alguna vez estuviste en una habitación con un hombre enamorado de su propia virilidad (conocido como Gastón en mi hogar amante de Disney), probablemente estés de acuerdo con que esas palabras que evocan la idea de un traje de protección contra agentes tóxicos son adecuadas. La masculinidad tóxica, como idea, contiene dentro de sí misma el supuesto de que existen formas de ser masculino que no son tóxicas.
El problema es que los puntos de énfasis en el debate sobre los roles de género bíblicos se han centrado en los mismos elementos de la masculinidad que a menudo se manifiestan de maneras tóxicas. El énfasis en el liderazgo masculino fácilmente se transforma en poder. El énfasis en establecer límites marcados entre lo que es masculino versus lo que es femenino rápidamente lleva a «los verdaderos hombres» a ser los que se alinean más cerca de la hombría que es más como Rambo cruzado con Don Draper de Mad Men que a la de Jesucristo.
Creo que es comprensible la razón por la que esto ocurre. Con las normas culturales que cambian muchísimo en los temas relacionados a la sexualidad, no es de sorprender que se perdió algún matiz en el debate resultante sobre lo que la Biblia tiene que decir. Es difícil para mí ser crítico con aquellos que defienden la autoridad de la Escritura y no reconocen como algunos sobre énfasis (o aplicaciones extrabíblicas) eventualmente subestiman su posición en el debate. La naturaleza de un punto ciego es exactamente eso, que no lo puedes ver.
La manera de proceder involucra reconocer los puntos ciegos, y luego hacer el trabajo de expandir nuestra comprensión de cómo se ve la masculinidad bíblica en la práctica. Una de las maneras más fáciles de hacer esto es encontrar hombres que han modelado una forma de masculinidad bíblica que se asemeje a Cristo (puesto que Cristo es la imagen a la que intentamos conformarnos, y no otra).
Mi papá es uno de esos modelos. Él sería el primero en decirte que él no es El Hombre Bíblico Perfecto™. Pero sus ejemplos en el matrimonio, la crianza y los cuarenta y cuatro años de ministerio pastoral han sido cada vez más beneficiosos para mí cuando me casé, tuve mis dos hijas y comencé a servir a la iglesia. Quisiera destacar dos aspectos de la manera en que él vive que han permeado la manera en la que pienso sobre la masculinidad bíblica. (Estoy seguro de que notarás que en lugar de ser características o cualidades exclusivamente masculinas, son cualidades de Cristo que son masculinas cuando un hombre las busca y femeninas cuando una mujer va tras ellas).
Mi papá sirve todo el tiempo. Si le preguntas a mi mamá, a cualquiera de mis seis hermanos o a los diecisiete nietos cuál es la característica definitoria de papá, todos dirán: servicio. Los nietos podrían decir algo como: «Él hace lo que sea que queramos», pero lo que quieren decir con esto es que es un siervo.
Al servir en toda clase de formas, en todo momento, papá claramente comunica estar de acuerdo con lo que Jesús indicó que era lo más valioso (Mt 20.26-28). Bíblicamente hablando, el liderazgo debe ejercerse como un acto de servicio, para que esas dos cosas no supongan estar en oposición. Cuando el liderazgo se ubica correctamente como la prioridad secundaria para un hombre cuya vida está definida por el servicio, es más fácil argumentar de manera creíble que el liderazgo masculino no tiene por qué equivaler a poder masculino.
Argumentar que los roles de liderazgo masculino en el hogar y en la iglesia no tienen que ser iguales al control o al poder masculino en el hogar o en la iglesia es básicamente una tarea imposible ahora. La razón por la que creo que es posible es porque la Biblia lo enseña, pero también porque lo he visto. El liderazgo de mi papá fluye de su corazón para servir. Cristo no solo modeló esto, sino que explícitamente les enseñó a sus discípulos que deben seguir su ejemplo al servir (Jn 13:13-15). Los cristianos deben regresar el servicio a su lugar correcto como el aspecto más importante de la masculinidad bíblica.
Además del servicio, la humildad es otro aspecto importante de la masculinidad bíblica. El celo por la verdad es compatible con el orgullo (1Co 8:1) y con una falta de amor (1Co 13:1-3). Sin embargo, ser zarandeado por caprichos y antojos culturales es infantil (Ef 4:14). Pareciera como si la mayoría de nosotros estuviéramos propensos a uno de estos dos tipos de disparates y fuéramos muy críticos de aquellos que tienden a lo otro. Hay dos opciones: o luchamos con humildad en nuestro conocimiento y convicción de la verdad o somos zarandeados por todo tipo de doctrina (Ef 4:14)
Así como con el servicio y el liderazgo, la única razón por la que la humildad y la verdad no van juntas de las mil maravillas se debe al pecado. En realidad, una necesita a la otra. Jesús apreció la mansedumbre (Mt 5:5) y se describió a sí mismo como humilde (Mt 11:29). Sin embargo, Él nunca se alejó ni una sola vez de los fariseos ni de su torcedura de la Escritura. Ya sea que fuera el tema del sabbat, de la resurrección de los muertos, de la aplicación de los mandamientos, del hecho de su propia divinidad o de una gran cantidad de temas, Jesús entregó la verdad sin comprometer su humildad.
Estimo que he escuchado a papá predicar o enseñar en un contexto formal al menos unas 875 veces desde que yo tenía ocho años. En todos esos sermones y enseñanzas, él nunca pidió perdón por algo que la Escritura enseña. Él da contexto y admite cuando una enseñanza es difícil y a menudo dice: «no escuches lo que no está diciendo», pero nunca pidió disculpas por la verdad. Eso demuestra tanto un amor por la verdad como la humildad necesaria para someterse a la autoridad de Dios. Ver ese ejemplo de mi papá fue más influyente para enseñarme lo que significaba ser un hombre de Dios que cualquier libro que haya leído o cualquier sermón que haya escuchado.
Vemos ejemplos de masculinidad tóxica en todos los lados a los que miremos. Cristo es la solución, al darnos un ejemplo a imitar y el poder para superar el pecado que distorsiona lo que significa ser un hombre de Dios. Al priorizar el servicio y la humildad, y luego emparejarla con el liderazgo y un celo por la verdad, papá me mostró cómo seguir el ejemplo de Cristo. La masculinidad tóxica no puede prosperar en un corazón donde el verdadero hombre, Cristo Jesús, reina.