Jesús, nuestro Pastor jefe, es extraordinariamente firme y extraordinariamente tierno, y a menudo, en momentos y en maneras que no esperamos.
Vemos esta mezcla sorprendente una y otra vez en los Evangelios: Él busca a la mujer samaritana (tierna) y confronta su promiscuidad (firme); llama a la mujer cananea «perrilla» (firme) y sana a su hija (tierna); llama a Pedro «roca» (tierna) y luego lo llama Satanás (firme); acepta las lágrimas de la prostituta (tierna) y lanza un lamento sobre el diezmo de los fariseos (firme). Ahora, si los pastores deben verse como Jesús, si los subpastores deben imitar al gran Pastor, ¿qué debemos hacer con eso?
Simplemente podríamos notar que los pastores necesitan ser flexibles, capaces de desempeñar diferentes roles en momentos distintos. Pero no creo que esto llegue al centro del asunto. Esta no es en realidad una pregunta pragmática acerca de cómo debemos actuar en situaciones específicas. Jesús era mucho más que un experto en descubrir cómo relacionarse con las personas en cada situación. Él hizo lo que hizo y dijo lo que dijo porque era quien era. Su ejemplo nos empuja a nosotros los pastores a reflexionar sobre la clase de hombres que somos. Más que eso, nos confronta con una pregunta básica: ¿buscamos parecernos a Cristo en el ministerio más de lo que buscamos las capacidades?
El carácter de Cristo
En el ministerio y en la vida en general, siempre es más fácil enfocarse en las capacidades en lugar de en el carácter. (Como alguien que trabaja en educación teológica, conozco esa tentación demasiado bien). Pero las capacidades sin carácter son muy peligrosas. De hecho, las capacidades sin carácter llevan casi inevitablemente al tipo de desastres en el liderazgo de alto perfil que han salpicado el panorama evangélico en el mundo angloparlante los últimos años (y que se han discretamente reflejado por ejemplos menos conocidos en iglesias locales alrededor del mundo). Es por esta razón que es tan desesperadamente importante para los pastores buscar el carácter de Cristo.
Todo nuestro discipulado, formación teológica, mentoría y entrenamiento deben apuntar finalmente a conformarnos a la imagen de Cristo. La semejanza a Cristo debe estar al inicio de la lista de cada búsqueda de personal y en cada descripción de trabajo en el ministerio. La semejanza a Cristo debe dominar las oraciones por nuestros pastores. Sobre todo lo demás, debemos anhelarla, esperarla y animarla en aquellos que nos lideran. Sin esto en su lugar, no estamos prestando atención a las prioridades de la Escritura; estamos invitando al desastre.
La imagen multifacética de Jesús que encontramos en los Evangelios nos da material más que suficiente para identificar las maneras clave en las que los pastores pueden caminar como Él lo hizo. Considera sólo cinco.
1. Cristo quería agradar al Padre
Los relatos de la vida y del ministerio de Jesús están salpicados por afirmaciones de su deseo abrumador de ocuparse de los asuntos de su Padre o simplemente de agradarle a su Padre (Lc 2:49; Jn 4:34). Al final del día, la responsabilidad y el privilegio más grande de cada pastor es agradar y glorificar a Dios. Sólo esta ambición puede mantener nuestros deseos pecaminosos de éxito, poder y aplausos bajo control.
2. Cristo oró por fuerza
En los Evangelios, Jesús repetidamente toma tiempo para orar por la fuerza que necesitaba para hacer lo que su Padre lo había llamado a hacer. Esta prioridad se menciona por primera vez en el desierto y continúa marcando la narrativa de su ministerio hasta el huerto de Getsemaní y la cruz. Los pastores semejantes a Cristo, por tanto, sirven en debilidad incluso mientras ellos mismos buscan la propia fuerza de Dios al pedirle que haga su obra prometida en nosotros por medio del Espíritu. (No es un accidente que los apóstoles hayan sido liberados en Hechos 6:4 para el ministerio de la Palabra y la oración).
3. Cristo se preocupaba profundamente por las personas
Tenemos un Señor y Maestro que se preocupó profundamente por las personas, ya sea con quienes pasó la mayor parte del tiempo (como su círculo más cercano de los doce o su grupo más amplio de discípulos), personas vulnerables con las que se encontró por poco tiempo (como la mujer samaritana, Zaqueo o el joven rico) o simplemente por «las multitudes» de ciudades particulares (como Capernaúm o Jerusalén). Él se preocupaba por quienquiera que veía y, por tanto, también lo hacen los pastores semejantes a Cristo.
4. Cristo llegó a conocer a las personas
La marca del ministerio de Cristo es casi redundante dado el punto previo, pero es lo suficientemente importante para resaltarlo explícitamente. Preocuparse es genial, pero en el caso de Jesús, siempre iba acompañada de una profunda comprensión de las características y circunstancias de cada persona. Eso es claro en Mateo 9:4, donde Jesús se dirige a los fariseos en presencia del paralítico y sus amigos; también se muestra en Lucas 9:47, cuando Jesús ve a través de la ambición de sus seguidores más cercanos (ver también Juan 2:24-25, así como también sus encuentros con Nicodemo en Juan 3 y la mujer samaritana en Juan 4).
Aunque parte de este conocimiento pudo haber sido sobrenatural, mucho de él parece haber sido producto de una profunda percepción, que lo llevó a invertir en personas y buscar su bien.
5. Cristo habló por el bien de sus oyentes y para la gloria de su Padre
Cuando Jesús le habla a las personas, está consistentemente motivado por dos cosas: una profunda preocupación por su más profundo bien y (lo que está en perfecta sintonía con eso) una preocupación de agradar a su Padre. Es por esta razón que no tiene miedo de exponer los motivos de las personas, ya sea de sus amigos (Lc 9:47) o de sus enemigos (Mt 9:4) o aquellos que acababa de conocer (como el joven rico de Lucas 18:18). Para decirlo sin rodeos, no se trata de Él; se trata de ellos y de su Padre.
Llamado imposible
Cuando vemos estas cualidades de Jesús, se hace claro que su capacidad de ser tanto firme como dulce fluía de algo mucho más profundo que mera sabiduría práctica. Él hizo lo que hizo y dijo lo que dijo porque Él era quien era. También deja en claro la abrumadora naturaleza del ministerio al cual es llamado cada pastor. Pastorear no es simplemente un asunto de discernimiento o de sensibilidad aprendida; los pastores son llamados a ser semejantes a Cristo.
Este simple entendimiento nos hace detenernos y pensar. También silencia muchas de nuestras excusas, especialmente las que ofrecemos en silencio para callar nuestra propia angustia y culpa interior. Nuestra personalidad particular y nuestras fortalezas únicas no entregan una cláusula de escape ni un camino alternativo para hacer ministerio. Todos somos llamados a ser como Cristo y a seguir sus pasos. Darse cuenta de esto ayudará a inocularse contra el virus del «profesionalismo» en el ministerio, lo cual nos anima a fijarnos en las capacidades y en las practicidades del buen liderazgo (por muy importantes que sean). Los pastores que leen los Evangelios nunca pueden darse por satisfechos con la pragmática, puesto que saben que son llamados al carácter —a la semejanza de Cristo— por sobre todo.
El llamado a la semejanza de Cristo nos pone de rodillas y nos recuerda que nunca podemos dominar nuestro llamado. La buena noticia es que Dios ha prometido que Él es más que suficiente para ayudarnos en nuestra debilidad.
Publicado originalmente en Desiring God. Usado con permiso.