Esta serie de 6 artículos busca mostrar en forma sencilla cuál es el rol de la actividad económica en la vida que vivimos delante de Dios. También pretende mostrar cómo debemos entenderla para hacer un buen uso de ella y evitar los abusos que se cometen en el mundo.
3. LA ACUMULACIÓN DE RIQUEZA
Por tanto, hermanos míos, también a ustedes se les hizo morir a la ley por medio del cuerpo de Cristo, para que sean unidos a otro, a aquel que resucitó de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. (Romanos 7:4)
Un mito ampliamente aceptado en la cultura actual, especialmente en la academia secular y la así llamada política «progresiva», es que la gente rica adquirió necesariamente su riqueza a expensas del resto y que sus grandes ganancias se debieron a la explotación de los pobres y la clase media. Sin duda, algunos hombres y mujeres han producido su riqueza oprimiendo o aprovechándose de los demás. Sin embargo, como veremos, quienes se han hecho ricos contribuyen a que las personas de menos recursos puedan generar riqueza para sí mismos.
Por ejemplo, antes de que Henry Ford introdujera la línea de ensamblaje en la fabricación de automóviles, éstos eran sumamente caros y pocos los poseían. Sin embargo, una vez que Ford produjo automóviles en masa, el costo por vehículo cayó en picada y los ciudadanos comunes pudieron comprar autos para sí mismos. Ford ganó una fortuna, pero millones se beneficiaron también. Piensa en los empleos creados por las fábricas y la necesidad de mecánicos que produjo la entrada del Modelo T. La extendida disponibilidad del automóvil hizo también posible viajar con más facilidad, desarrollando la industria del turismo y asimismo capacitando a la gente para encontrar mejores empleos en otros lugares. En suma, el estándar de vida creció para muchos.
Si el incremento de la producción reduce los costos, y si los costos más bajos permiten a la gente elevar su estándar de vida, entonces los cristianos deberían ser las personas más productivas. Después de todo, nuestro Padre se preocupa del bienestar físico de la humanidad, y más personas pueden ser alimentadas, vestidas y albergadas a medida que los costos de estas cosas se reducen. Además, el pasaje citado al inicio es uno de muchos que nos dicen que hemos sido redimidos para dar fruto para Dios (Ro 7:4). Este fruto no es de naturaleza meramente espiritual; el fruto del Espíritu (Gá 5:22-23) también se manifiesta en forma de bienes y servicios. Mientras más dinero se recauda, más se puede dar para las misiones. Mientras más alimento se produce, más personas con hambre pueden ser alimentadas en el nombre de Jesús. La productividad material está inseparablemente vinculada con la productividad espiritual.
La teoría económica nos dice que las herramientas son el requisito indispensable para el incremento de la producción, y las herramientas pueden comprarse, mantenerse y mejorarse con los excedentes de capital o utilidades. Obtener ganancias no es inherentemente malo ya que el dinero excedente puede hacer cosas buenas para el reino de Dios.
DE CARA A DIOS
Siempre debemos desconfiar de la tentación de buscar la seguridad en nuestra riqueza, porque «el que confía en sus riquezas, caerá» (Pr 11:28). Sin embargo, no es inherentemente pecaminoso ser rico u obtener ganancias. De hecho, deberíamos buscar ser rentables y productivos para tener la capacidad de apoyar mejor la obra del reino. Toma un tiempo hoy para pensar en tu presupuesto personal y procura encontrar maneras de usar más dinero para el evangelio.
Para continuar estudiando: Pr 14:23-24 • Ec 5:18-20 • Mt 25:14-30 • 3 Jn 5-8