Los padres se están convirtiendo en un chivo expiatorio común, al menos en muchos círculos estadounidenses.
Escucha a personas explicar sus debilidades y fracasos en la vida y considera cuán a menudo culpan a sus padres, directa o indirectamente; abierta o sutilmente. Todos hemos escuchado que los pecados de los padres son traspasados a sus hijos y a los hijos de sus hijos (Ex 34:6-7). También se nos ha dicho una y otra vez que la mayoría de nuestras debilidades como personas pueden ser encontradas en las debilidades de nuestros padres y de su crianza.
¿Cuánto de los problemas que has experimentado en la vida (consciente o inconscientemente) se lo atribuyes a tus padres (u otros familiares) por las cosas que te negaron, por las lecciones que aún no has aprendido, por defectos de carácter en ellos que no han cambiado, por los errores que han cometido al criarte, por los pecados que cometieron contra ti?
Puede ser sano destapar las raíces de nuestros dolores o debilidades específicas, biológicas, históricas o de otro origen, pero la verdadera sanidad finalmente no vendrá al identificar las causas o al asignar culpa, sino que al confiar en Dios.
Traicionado por la familia
José fue traicionado por sus propios hermanos, diez de sus hermanos (Gn 37:18, 28). Diez de las personas en las que más debía confiar en el mundo, conspiraron para asesinarlo (Gn 37:18) y luego lo vendieron como esclavo (Gn 37:28).
Quizás un hermano o una hermana (un padre o una madre) podría hacerte algo peor, pero la mayoría de nuestros familiares no son capaces de horrores como ese. Tramaron asesinarlo, luego lo dejaron en un foso para que muriera, lo sacaron de ahí, para, en lugar de ello, optar a hacer un poco de dinero al venderlo a la esclavitud desconocida y de por vida. No tenían idea adónde estaban enviando a su hermano. Simplemente, se alegraron de haberse desecho de él finalmente, a pesar de cuán devastadoras serían las noticias para su padre.
No tú, sino tu Dios
Años después, Dios sacó a José de la esclavitud y lo puso en un puesto de poder; más tarde, de un encarcelamiento injusto a un puesto de mayor poder bajo el faraón. Debido a una grave hambruna en la tierra, la familia de José fue desde Canaán hasta Egipto a comprar comida. Como Dios lo haría, sin saberlo, ellos llegaron a los pies del hermano al que traicionaron, rogando desesperados por sus vidas.
José reconoció a sus hermanos inmediatamente, todos ellos culpables de intento de asesinato y de trata de personas. De pronto, él ya no era solo su víctima, sino que también su juez. La historia se lleva a cabo a través de muchas interacciones entre ellos, pero llega al clímax cuando José finalmente les revela su identidad. Se afligen inmediatamente, sabiendo el mal que hicieron y dándose cuenta del severo castigo que merecían (Gn 45:3). Las próximas palabras que José les dice son unas de las más impresionantes de toda la Biblia:
Y José dijo a sus hermanos: «Acérquense ahora a mí». Y ellos se acercaron, y les dijo: «Yo soy su hermano José, a quien ustedes vendieron a Egipto. Ahora pues, no se entristezcan ni les pese el haberme vendido aquí. Pues para preservar vidas me envió Dios delante de ustedes» (Gn 45:4-5).
No, José, ¿acaso no recuerdas bien la historia? Tus hermanos te vendieron para ser esclavo y te enviaron a morir a Egipto. Sin embargo, José repite: «No fueron ustedes los que me enviaron aquí, sino Dios» (Gn 45:8).
Dios lo hizo para bien
Diecisiete años más tarde, su padre Jacob murió. Los hermanos temían que José finalmente buscara su venganza contra ellos (Gn 50:15). En sus mentes, él aún tenía el derecho de buscar un castigo justo, a pesar del perdón y la bondad que él les había extendido.
José lloró con compasión y cariño, y luego dijo:
Pero José les dijo: «No teman, ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios lo cambió en bien para que sucediera como vemos hoy, y se preservara la vida de mucha gente. Ahora pues, no teman. Yo proveeré para ustedes y para sus hijos». Y los consoló y les habló cariñosamente (Gn 50:19–21).
En lugar de confrontar a sus aspirantes a asesinos, él los consoló. En lugar de castigar a los hombres que lo vendieron a la esclavitud, él prometió proveerles a ellos y a sus hijos. Él dejó de lado el terrible peso del resentimiento y de la amargura y le dejó sus preocupaciones abrumadoras y espeluznantes a Dios (1P 5:7). Cuando sus hermanos merecían maldición, en lugar de ello, él escogió bendecirlos, tomando su cruz por el gozo que Dios puso ante él.
Su paciencia y su bondad sorpresivas para con sus hermanos resuena con la descripción de Sara del apóstol Pedro. Cuando su propio esposo mintió y la puso en peligro, ella «[hizo] el bien y no [tuvo] miedo de nada que pueda aterrorizarla» (1P 3:6). Ella se puso en las manos de Dios, incluso cuando ella no podía ponerse en las manos de Abraham. José se puso a él (y a sus hermanos) en las manos de Dios, sin necesitar ejercer justicia para buscar reivindicación por sí mismo.
¿Tienes la fe para perdonar a tu familia —tus padres— (Ef 4:32)? ¿Tienes la libertad de dejar que Dios lidie con las ofensas que han cometido contra ti (Ro 12:19)? ¿Tienes la valentía de recibir y vivir el bien que Dios ha planeado para ti, sin importar cuán bueno o malo se sienta en el momento (Ro 8:18)?
El bien más profundo que el dolor
José sabía que Dios siempre estaba obrando algo más profundo para él que la traición, la esclavitud y el encarcelamiento; una dulzura más profunda que cualquier circunstancia. Sin embargo, él también vio su sufrimiento en el contexto de lo que Dios estaba haciendo por otros.
- «Pues para preservar vidas me envió Dios delante de ustedes» (Gn 45:5, 7).
- «Allí proveeré también para ti, pues aún quedan cinco años de hambre, para que no caigas en la miseria tú, ni tu casa y todo lo que tienes» (Gn 45:11).
- «Dios lo cambió en bien para que sucediera como vemos hoy, y se preservara la vida de mucha gente» (Gn 50:20).
Quizás el bien terrenal más grande que Dios hará por medio de las cosas que has sufrido será en la vida de alguien más y no en la tuya. Como Pablo escribe: «Bendito sea el […] Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción» (2Co 1:3–4).
Ninguno de nosotros pide ese tipo de ministerio, pero es un ministerio hermoso y necesario, para el cual Dios llama a muchos. José consideró todo su sufrimiento valioso comparado con todo lo que Dios hizo por medio de él para otros. Cada intento malicioso en sus hermanos, cada acto de maltrato en la esclavitud, cada día injusto en la cárcel. ¿Atesoras así el bien que Dios hace por otros por medio de ti?
El plan de Dios para ti
Cristianos, sus padres no se interpusieron en el camino de los planes de Dios para ti; ellos eran el plan de Dios para ti. ¿Pueden mirar hacia atrás en sus vidas, con José, y decir eso? A la larga, mis padres no me enviaron aquí; Dios me envió aquí. Lo que sea que mis padres querían para mí, Dios lo dispuso para bien. Él lo hizo, lo está haciendo y lo seguirá haciendo, en cada dificultad y en cada relación.
José no vivió para obtener las disculpas de sus hermanos. Sus pecados contra él no lo mantuvieron prisionero todos esos años, sin permitirle seguir avanzando. Él conocía bien los horrores del cautiverio, pero era libre de la amargura y del resentimiento, incluso mientras sus hermanos estaban en silencio por su culpa. No esperes que tus padres te pidan perdón antes de que ejerzas la libertad que Cristo ya compró para ti.
Incluso si conspiraron para asesinarte o te vendieron para ser esclavo, incluso si así fue no pueden evitar que Dios te haga bien a ti y por medio de ti a otros.